Se cumplen hoy veinte y dos años del momento que capta esta fotografía, de la firma de los Acuerdos de Chapultepec que trajeron la paz a El Salvador. Se cumple cada día la paz, el esfuerzo de construirla o hacerla, de seguir haciéndola. Y no vive esa fotografía solo en el recuerdo, en el pasado, sino también en el presente, y en el futuro, y en el siempre. En el presente, fruto de ese momento. En el futuro, pues a su construcción se dirigía y se dirige como necesario referente de lo que somos y podemos ser. En el siempre, pues difícilmente puede dejar de estar siempre presente quienes lo vivieron. Para las salvadoreñas y salvadoreños en su caminar e imaginario colectivo. Y para quienes no siéndolo acompañamos y vivimos ese proceso de paz y su esperanza, hicimos de la paz en El Salvador el argumento de nuestra esperanza.
Por eso, aunque se cumpla cada día la paz, tal vez no haya ninguno mejor o más apropiado que hoy para reflexionar sobre ella, sobre la vida de esta fotografía, para recordarla y tenerla presente. Y para presentar a los lectores de este blog el libro El Salvador 20 años en la memoria, que acaba de publicar la editorial Icaria y que, a iniciativa de Clara María Hermida, ha reunido sesenta y un testimonios de extranjeros – “internacionales”, como se nos llamaba entonces -, en su mayoría españoles, que antes, durante o después de la firma de los Acuerdos estuvimos en El Salvador y acompañamos y vivimos su proceso; y al que he contribuido con un poema o poemario titulado Maquilishuats en flor con el que intento compartir esa experiencia, retratar el lugar-siempre de El Salvador de la construcción de la paz, y con el que concluye el recorrido que éstos ofrecen a través de sus páginas. Quien se adentre en ellas realizará, hasta llegar a éste, un viaje caleidoscópico y poliédrico a través de los cuatro capítulos en que, con criterio cronológico y temático, se estructura el libro: Refugios y final de la guerra; Retorno, acuerdos y transición democrática; Proyectos y reconstrucción; y Conclusiones. Caleidoscópico y poliédrico a través de las vivencias y los testimonios de quienes desde España y otros lugares fueron a El Salvador a contribuir a su proceso de construcción de la paz, la democracia y el desarrollo desde el acompañamiento a los refugiados, la cooperación, la defensa de los derechos humanos, la educación, el periodismo, la misión de paz de las Naciones Unidas o la diplomacia. Nos hablan de qué hicieron, qué encontraron, qué aprendieron. Y aunque cada experiencia y sea distinta y única, tienen todas algo en común: llegaron con la ilusión de contribuir a transformar El Salvador, y se fueron transformados por él. Nos ofrece así el recorrido una visión y vivencia del proceso salvadoreño y de la solidaridad y el aprendizaje del otro.
Un recorrido que viene precedido por un prólogo de Fernando Álvarez de Miranda - quien, además de Presidente del Congreso de los Diputados que elaboró la Constitución de 1978 y Defensor del Pueblo fue, entre 1986 y 1989, Embajador de España en El Salvador, implicándose profundamente en su proceso y manteniendo desde entonces su compromiso personal con el país – y seguido de un epílogo de Ion Sobrino, algunas de cuyas palabras – reflexiones suscitadas por el libro y su lectura - quisiera compartir:
“Este libro es transparente. La realidad de los relatos habla por sí misma, y por ello no necesita ningún epílogo.
Para quienes vivimos en El Salvador durante los años ochenta y noventa, los relatos nos hacen “recordar”, es decir, “volver a pasar por el corazón lo ocurrido. Pero también hacen que lo ocurrido “vuelva a pasar por la mente”. Todavía nos comunican verdad importante sobre el país y sobre los seres humanos que lo componemos, su grandeza de ánimo y su mezquindad. Son relatos para la reflexión. Y para quienes no tuvieron experiencia directa de lo sucedido, los relatos ensanchan el conocimiento y siguen enseñando cosas de suma importancia, a veces solo conocidas de oídas: huidas en guinda, crueles torturas, bombardeos, muerte, asesinatos de hijos e hijas, esposos y esposas, papás y mamás, marchas masivas a lejanos campos de refugiados…
… Y también pasan por el corazón y por la mente la esperanza indestructible, la convicción de que la bondad triunfará, la fortaleza para seguir adelante, la generosidad sin límites de un pueblo…
… Los relatos de este libro sí dejan hablar a la realidad, encubierta e ignorada según pasa el tiempo. Sin saberlo, los autores son instrumentos de que se cumpla lo que el teólogo Karl Rahner escribió hace medio siglo: “la realidad quiere tomar la palabra”…”
Un recorrido por sesenta y un recorridos que resulta posible gracias al recorrido y a la iniciativa de Clara Hermida, quien llegó a El Salvador acompañando a los refugiados retornados de Honduras y permaneció años en el país como cooperante. Y al irse se lo llevó consigo, y tuvo la iniciativa de contactar con tantas personas conocidas para recabar sus testimonios, y organizarlos hasta que han visto la luz en este libro.
Hay lugares encontrados; y lugares que nos encuentran, en que nos encontramos. Que nos permiten, nos dan la oportunidad, de ser el que no éramos del todo. Lugares y circunstancias, lugares y tiempos, lugares-momento que en nosotros devienen lugares-siempre; pues no sólo en nosotros están, sino que siempre y para siempre somos el que en ellos ha sido. Tal es el caso – para mí y para cuantos conozco que lo vivieron – de El Salvador que vivió la negociación y ejecución de los Acuerdos de Paz; que vivió la esperanza y el esfuerzo, la angustia y la euforia del alumbramiento de la paz, en mi caso desde la atalaya privilegiada, y la responsabilidad, de haber estado destinado allí como diplomático en ese tiempo, encarnando o representando, entre 1990 y 1992, a la España que quería contribuir a la construcción de la paz.
“De todos los yo que yo he sido, ninguno tan yo como el que he sido en El Salvador”: pronuncié esta frase en mi discurso de despedida en San Salvador; y la reproduje en el prólogo del libro, basado en mi tesis doctoral, que sobre la transición política y el proceso de paz en El Salvador publiqué en 1999 bajo el título de La metamorfosis del Pulgarcito. Transición política y proceso de paz en El Salvador, para explicar al lector que no se encontraba ante un autor que había buscado un tema para su tesis, sino
“Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada”: es lo que se siente cuando despiertas un día, y estamos en dos mil doce, y hace el soplo de veinte años de los Acuerdos de Paz, y sigue ese ayer tan vivo en el hoy. Y de pronto recibo la llamada que me informa de la compilación de este libro con la experiencia salvadoreña de aquellos años de españoles y otros “internacionales” que acompañamos el proceso, y me invita a participar. Y siento - como de hecho sentí cuando, en el afán de de explicar y explicarme el proceso salvadoreño, acometí la aventura de alumbrar La metamorfosis del Pulgarcito - que no ha llegado el momento de escribir lo que viví del proceso salvadoreño desde el personaje que fui; pero que no quiero dejar de estar presente como la persona que soy más allá de los personajes que pueda tocarme encarnar, la que siempre lleva a El Salvador dentro de sí. Y pienso que un poema o un poemario puede ser la vía para compartir la experiencia, la vivencia que como persona siento que quiero compartir. Y le digo que si me acepta un poema en lugar de un relato testimonial, contribuiré al libro. Y se me viene la imagen de los maquilishuats en flor.
Árbol nacional de El Salvador, símbolo del Pulgarcito de América. Maquilishuats en flor cuya imagen inspira y guía la escritura del poemario que así se titula. Maquilishuats que florecen la paz en él. Sigue éste la estructura de una sinfonía en cinco movimientos, de los que quisiera compartir hoy con los lectores de este blog para concluir esta entrada el tercero, que describe aquel momento, aquel florecimiento y sus hechos y signos, ese estar entre y con los salvadoreños, y ese querer y creer todos hechos uno en el poder de un mundo distinto y mejor, de luz y de paz, la paz que se firmó tal día como hoy hace veinte y dos años.
Nosotros estuvimos allí
vivimos
aquel momento
aquel florecimiento
aquel mirar
hacia delante
y soñar
que todo
pudiera ser
posible
allí
donde pasaron
las cosas
en las plazas
donde se celebró
la firma
de los Acuerdos
de Paz
en el retorno
de los refugiados
en el despliegue
de ONUSAL
en las reuniones
en que se intentaba avanzar
en la contrucción
de la paz
texto a texto
acción a acción
en el cese al fuego
y los puntos de concentración
del FMLN
en los trabajos
de la Comisión de la Verdad
en la observación
de las elecciones
en el seguimiento
de los largos debates
sobre la reforma
del artículo doscientos cuarenta y uno
de la Constitución
de las rondas negociadores
de México
o de Nueva York
de los avatares
del juicio
por el asesinato
de los jesuitas
de la eternidad
del cuarto de hora
para las doce
de la última noche
de mil novecientos
noventa y uno
y de tantos otros instantes
de respiración contenida
en la tensión
de los momentos
en que todo parecía
descarrilar
en la magia
de aquellos
en que salía
un conejo
de la chistera
de Álvaro de Soto
o de cualquiera otra
de las imaginaciones
las ilusiones
que audaces alumbraron
la paz
en las veladas
en la UCA
en recuerdo
de los jesuitas
y en los aniversarios
de Monseñor Romero
en los treinta y cinco mil kilómetros
que recorrimos
por cada rincón
de Cuscatlán
en la alegría
de bailar de nuevo
en los bailaderos
de Boulevard de los Hérores
al son
de la negra Tomasa
que entonces se puso
de moda
y la juventud de la noche
en el bar de la Luna
- espacio para la imaginación,
la magia
y el sueño –
los atardeceres
en que no se ponía
nunca el Sol
en la playa del Cuco
ni en la luz
de tus ojos.
Estuvimos allí
entre vosotros
con vosotros
navegando
conformando
la savia
que desde las raíces
hasta las flores
atravesaba
de vida
a los maquilishuats
veníamos
cada uno
de lejos
de España
o de otras tierras
donde no crecían
los maquilishuats
nunca
los habíamos visto
ni oído hablar
de ellos
no sabíamos
de los trabajos
de navegar
en su savia
ni de los esfuerzos
y las emociones
de florecer
sus flores
alumbrar
la paz:
no sabíamos cómo
construirla
pero la queríamos
intuíamos
que tenía que ser posible
un mundo
distinto
un mundo
mejor
un mundo
en que no hubiera que
matar
para
vivir
y el bien
del otro
fuera
el propio
y la fuerza
del amor
guiara los pasos
de la vida
un mundo
en paz
esa paz
que queríamos ayudar
a construir
en El Salvador
y
en cada uno
por eso
vinimos
aunque tal vez
no lo supiéramos
del todo
a eso
vinimos
a vivir
a compartir
la esperanza
de ser
una molécula
en el río
de savia
que desde las más profundas
raíces
de la Tierra
y del alma
pugnaba
por abrirse
camino
entre las entrañas
de los maquilishuats
hasta alcanzar
las ramas
hasta alcanzar
el cielo
hasta sentir
el Sol
y brotar
florecer
en ellas
no sabíamos cómo
ser agua
en el río
savia
en la savia
pero queríamos
serlo
estar allí
con vosotros
entre vosotros
como si importara
una gota más
venida de lejos
para alcanzar
las ramas
para llegar
al Sol
para nacer
en flor
para alumbrar
la paz
avanzar
con vosotros
entre vosotros
en la oscuridad
de la noche
oscurecida
por los sabotajes eléctricos
- sonaban a veces
en la distancia
las explosiones
de los atentados
contra las instalaciones
de CEL,
y temblorosas velas
iluminaban
los últimos besos –
y a pesar
de los apagones
de las tormentas
de la rabia de la lluvia
sobre los tejados de zinc
del desaliento
del parte de bajas
de cada mañana
del Comité de Prensa
de la Fuerza Armada
y tantas noticias adversas
tantos momentos difíciles
sentir
dentro
de cada uno
encendida
encenderse
la llama
la llamada
esperanzada
de la esperanza,
sentir
que se contagiaba
y se nos contagiaba
que si nos dábamos
la mano
y seguíamos
pese a todo
avanzando
la llama
de dentro
salía
fuera
y se hacía
hoguera
se hacía
fuego
se hacía
Sol
se hacía
era
éramos
podíamos ser
luz
que lo iluminaba
todo
lo atravesaba
todo
lo alcanzaba
todo
y podía hacerlo
todo
posible
que si nos dábamos
la mano
y decíamos
no
al miedo
que nos oscurecía
las noches
que nos ennochecía
los días
y dejábamos salir
o sacábamos
de dentro
la llama
de la esperanza
del amor
todos juntos
podíamos ser
luz
podíamos ser
agua
podíamos ser
mar
podíamos ser
ola
o tsunami
de savia
que alcanzara
las ramas
de los maquilishuats
y los inundara
de flores
podíamos alcanzar
la paz
podíamos ser
paz
estar
en paz
vivir
en paz
ser
todo
lo que podíamos
llegar
a ser
(ser
lo que somos
pues somos
lo que podemos
ser).
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