Nos decía María Zambrano que la juventud es la edad del yo que se afirma frente al otro, los otros, y la madurez la del que se afirma frente a sí mismo. Y nos hablaba Antonio Machado en Juan de Mairena del diálogo del hombre – el ser humano que cada uno somos – con el tiempo – su tiempo -. Nos compara Baltasar Gracián en El Criticón a las estaciones del año las edades o etapas de la vida, identificando la madurez con el otoño de la varonil edad.
Otoño: época en que fructifica lo sembrado y lo vivido, alcanza la transformación o metamorfosis en el fruto el agua de la lluvia, la sal de la Tierra, los días del sol, su luz y su calor, el fluir de a savia y de la vida. Otoño de la varonil edad en el que produce con El Criticón Baltasar Gracián el fruto definitivo y más acabado de su obra literaria, que integra y recoge todo aquello en las anteriores reflejado y, desde la atalaya que otorga la experiencia de lo vivido, pensado y conocido en el camino de la vida desde la primavera al otoño, dialoga con el tiempo a través del diálogo que Andrenio y Critilo emprenden y mantienen en el viaje de la vida que buscan la felicidad y encuentran la sabiduría.
Nos dice Gracián al hablarnos de la rueda del tiempo en la crisis X del libro tercero – En el invierno de la vejez – que algunos filósofos antiguos señalaban a cada edad su planeta, de modo que, empezando al Luna con la niñez, a cada década de la vida le correspondería uno. Y así, “entra en los cincuenta mandando Júpiter, influyendo soberanías. Ya el hombre es señor de sus acciones, habla con autoridad, obra con señorío, no lleva bien ser gobernado de otros, antes lo querría mandar todo, toma por sí las resoluciones, ejecuta sus dictámenes, sábese gobernar; y a esta edad, como tan señora, la coronaron por reina las otras, llamándola el mejor tercio de la vida”. Es en ese mejor tercio de la vida cuando escribe y alumbra El Criticón. Y pareciera vertirse en él la crítica, el criterio, el juicio, el saber, las preguntas y respuestas de toda su vida y toda su obra, a modo de culminación, de síntesis última y definitiva que la conforma en obra última y definitiva.
Por el qué, y por el cómo.
Qué cuya explicación nos remite a su lectura, pues difícilmente ninguna podría sustituirla o reemplazarla. Pues no solo es el del viaje de la vida del hombre y su sentido; sino al tiempo su diálogo con el tiempo, en el tiempo, intentando responder cuantas preguntas se hace, o la vida nos hace, sobre nosotros y el mundo, quiénes somos, por qué y para qué estamos aquí, sobre la vida y su sentido, sus lecciones.
Cómo definido por el tiempo y los caracteres, los personajes de la obra. Tiempo el de la vida, desde la primavera de la niñez al invierno de la vejez, en cierto sentido original, fundacional. Pues si muchos habían sido hasta entonces los relatos del héroe en su plenitud, en el momento de realizar las hazañas por ellos descritas, no lo había sido igualmente el ciclo completo de la vida, la reflexión a través de él de todo su tiempo y todos sus tiempos. Inaugurando así, de algún modo, una tradición que después será continuada en otras obras, como el Cándido de Voltaire. Caracteres, personajes, argumento de la obra, encarnados por Critilo y Andrenio, voces, respectivamente, de la experiencia y el juicio crítico y desengañada, y del impulso inocente y el interés por aprender y saber; y su diálogo, su conversación, en su recorrido por la vida y por el mundo.
Cómo, precisamente, del diálogo y la interacción entre ellos mientras avanzan en el viaje de la vida y afrontan sus hechos, preguntas y sorpresas; de la novela en que todo cabe, la alegoría, la metáfora, la personificación o encarnación de ideas o ideales en personajes o figuras como Artemia, Falsirena, Hipocrinda, Virtelia, Vejecia o Felisinda, o lugares como la Fuente de los Engaños, la Armería del Valor, el Trono de Mando, el Estanco de los Vicios o la Isla de Inmortalidad.
Cómo que permite tal vez expresar al corazón las razones que la razón no alcanza, los matices y miradas y visiones distintas sobre las cosas y la vida que el ensayo que hasta entonces había cultivado el autor no hubiera permitido tan plenamente reflejar. No hubiera tan plenamente podido captar la vida sin a través y con sus personajes hacer su viaje, meterse en su piel, recurrir al relato. Recurso sin embargo instrumental, medio para un fin: hacer Filosofía, buscar la sabiduría y expresarla, con el lector compartirla, transmitirla en sus certezas, y en sus dudas y preguntas.
Es, como decíamos, El Criticón una obra de madurez, escrita en el otoño de la varonil edad. Una obra sobre la vida que hay que haber vivido, pensado y escrito una vida para escribir. Una obra final, y definitiva. Una obra cumbre. Reúne y condensa en ella Gracián su obra anterior, y al tiempo va más allá, con esa visión de conjunto, esa perspectiva en que se contempla la vida al haberla vivido, se siente su belleza en la eternidad del instante en que caen las hojas del otoño. Final y definitiva: última que escribe – publicadas sus tres partes en 1651, 1653 y 1657, un año antes de su muerte – durante la última década de sus vida, síntesis y expresión de lo pensado y lo vivido, definitiva también en cuanto completa, por su amplitud al abordar las preguntas y los tiempos del mundo y de la vida, al constituir una Filosofía en una novela reflejada o expresada. Cumbre: culminación de una obra, de una vida, que en ella plenamente se cumple en su propósito y destino. Desde la que puede contemplarse más allá en el horizonte. Y por ello permanece junto a Andrenio y Critilo en la Isla de la Inmortalidad en que la obra acaba su viaje.
Permanece en la lectura y en la escritura de quienes, en castellano o en tantos otros idiomas, desde entonces lo han leído y para quienes ha sido referente, desde los librepensadores franceses a Schopenhauer. Permanece en quien con los ojos abiertos se adentra en sus páginas y acompaña en su viaje a Critilo y Andrenio. Permanece en mí tras haberlo realizado estas últimas semanas; y esa permanencia me lleva a escribir estas líneas, esta crítica de El Criticón – pues es la crítica, el sentido y el pensamiento crítico y la agudeza del ingenio lo que su lectura cultiva – con el deseo de invitar a quien las lea a realizarlo también. A instalar en su vida esa permanencia, dejar que en ella o en él madure su madurez.
Pues es El Criticón una obra de madurez para ser leída en la madurez, para madurar al leerla. Una de las obras cumbre, suele decirse, junto a La Celestina y El Quijote, de la Literatura española; y una de sus aportaciones cumbre a la Literatura universal. Mas, a diferencia de La Celestina y El Quijote, no suele ser lectura de Bachillerato, como lo es por ejemplo el Cándido de Voltaire en Francia; ni ser objeto, más allá del discurso, de promoción de su conocimiento y lectura – hasta el punto de que, pasado su éxito en España durante las primeras décadas tras su publicación, durante mucho tiempo ésta ha sido mayor en Alemania -. Al leerlo en el otoño de la varonil edad, he sentido que no hubiera sido el mismo el provecho, el deleite y el aprendizaje si lo hubiera leído en el estío de la juventud; y al tiempo que debiera ser más leído, más y mejor promovida su lectura, más escalada su cumbre. Pues se contempla mejor desde ella el mundo y la vida.
Se acerca el veinte y tres de Abril, día del libro y de la rosa, primavera de la niñez, de la vida que empieza, en las páginas de El Criticón su recorrido inicia. ¿Te animas a abrirlas?.
Hay 1 Comentarios
"El arte de la prudencia" también es una obra suya de la madurez y tampoco es moco de pavo. A mi me enseñaron a Gracián en el instituto y a Fernando de Rojas me lo explicaron en EGB. Cómo ha cambiado la enseñanza en España.
Publicado por: Jose | 16/04/2014 18:38:22