Graciela Mochkofsky

Ecuador: la guerra sin fin entre Correa y los medios

Por: | 18 de julio de 2012

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Mi colega Boris Muñoz (de quien en noviembre pasado cité este extraordinario discurso sobre la situación de la prensa en Venezuela) acaba de publicar un largo artículo sobre la guerra entre el presidente ecuatoriano Rafael Correa y los medios de su país. A cinco meses de que, en apariencia, se diera por terminado el conflicto entre el Presidente y el diario El Universo, cuyos dueños y editorialista fueron condenados por la justicia a penas de multa y prisión, y luego perdonados por Correa, Muñoz desentraña los orígenes y las consecuencias del conflicto, entrevistando a todos los protagonistas con igual mirada crítica.

En último lugar, entrevista a Correa, quien comienza por advertir que la guerra contra los medios seguirá hasta el último día de su gobierno y termina por agregar que la llevará hasta el último día de su vida.

Es el más completo, exhaustivo y equilibrado reporte que he leído sobre un tema que suele contarse exclusivamente desde la polarización: a favor o en contra. Muestra las vanidades encontradas, la lucha de poder, el papel controversial, a veces indigno, de los medios y, de un modo especialmente impactante, la lógica presidencial. Retrata a un hombre que llegó a un país en el que los presidentes eran débiles, caían uno tras otro, y que asume la misión de mantenerse en el poder, en democracia, enfrentando a los medios como principal rival político. Y que no tolera la crítica al punto de haber mandado presa a una ciudadana que lo increpó al verlo pasar por la calle.

Reproduzco aquí cuatro fragmentos del artículo que, me parece, lo resumen, aunque recomiendo leer el texto completo, que pueden encontrar aquí.

1. Palacio

Palacio [Emilio, columnista político de El Universo y jefe de su página de opinión, que acusó sin pruebas a Correa de haber mandado abrir fuego contra una multitud de ciudadanos desarmados] es un sesentón de estatura baja, de cabello canoso, que habla arrastrando levemente las erres. Sus primeras palabras fueron una advertencia: su desencuentro con Correa era de vieja data. Empezó cuando el entonces futuro presidente asumió el cargo como ministro de Finanzas del presidente Alfredo Palacio —de quien, por añadidura, Emilio Palacio es medio hermano—. Aquel día, Correa criticó la dolarización de la economía ecuatoriana vigente desde fines de los noventa. Palacio había oído bien al ministro y coincidía con él. Sin embargo, escribió en su editorial que los ministros de Finanzas debían “ser mudos” para no desatar el nerviosismo de la población. El provocador título que le puso al artículo se explica por sí solo: “Bocazas”.

“Hasta ahora, Correa no me perdona ese artículo. Cada cierto tiempo lo vuelve a recordar: ‘Vieran a este señor majadero lo que me dijo’. He reconocido el error de ese título y le he pedido disculpas públicamente al presidente. Aparte de esa broma, el artículo es muy serio. Ahora, yo digo que le pido disculpas porque él interpretó el título como una ofensa, no porque sea una ofensa realmente”.

—”Bocazas” es un término grueso para alguien que se está iniciando en un cargo, ¿no es así?

—Por eso pedí disculpas. Pero era una broma. No era mi intención ofenderlo. Cuando lo recuerda se nota que está dolido…

En mayo de 2007, poco después de llegar a la Presidencia, Correa lo hizo invitar a un debate sobre libertad de expresión en Carondelet. También estaba el periodista Carlos Jijón, de Ecuavisa. Correa y Jijón discutían sobre otro titular de tintas cargadas: “Correa asaltó la Junta Bancaria”, del diario La Hora.

El titular aludía a una reunión en la que el mandatario había defenestrado a la junta de la Superintendencia de Bancos y Seguros para sustituirla por otra de su elección. Sentado frente a Jijón, el presidente adujo que lo habían acusado de ladrón, a lo que el periodista le respondió que estaba confundido porque “asaltar” también significaba tomar por asalto, en el sentido militar del término. Entonces Correa improvisó una disertación filológica en torno a la palabra “verga”. “¿Saben cómo se llaman los palos transversales en los mástiles de los veleros?, ¿saben cómo se llaman?”, preguntó al público. Alguien gritó: “Verga”. Correa atajó la palabra para decirle a Jijón: “Entonces, Jijón, la vez que yo te diga ándate a la casa de la v…, no te he insultado… Por favor, ¡no seamos ingenuos!”.

—Está todo en YouTube. Deberías mirarlo —me sugirió Palacio.

De modo muy abreviado, esto es lo que muestra el video: refiriéndose a la crisis bancaria de los años noventa, el presidente ataca a los medios diciendo que fueron cómplices del mayor robo de la historia del país. Un Palacio visiblemente alterado toma el micrófono para refutarlo. La prensa sí denunció el asalto, y gracias a ella los ecuatorianos, incluido Correa, se enteraron de lo que sucedía. Luego lo increpa: ¿por qué no hizo Correa la denuncia desde la academia? El presidente hace lo imposible por mantener una sonrisa incómoda y toma el micrófono. En sus libros sí denunció el robo, dice. La confrontación entre los hombres escala. El moderador del debate le pide calma a Palacio. Éste le dice que lo deje hablar y no sea malcriado. Pocos segundos después, Palacio se dirige a un público para preguntarle si la prensa debe dejar que el presidente mienta. Correa replica que no sea ridículo. El columnista dice que el presidente es un ególatra que ignora el papel social de la prensa. También que el fruto económico de las demandas contra los medios será para su goce personal y el de su familia. Correa le advierte que no se meta con su familia y amenaza con sacarlo de la mesa. En medio de gran agitación, el periodista y el presidente se interrumpen mutuamente a voz en cuello. Palacio pierde los estribos y Correa no soporta más. Acto seguido, ordena expulsar a Palacio llamándolo majadero.

“Ése fue el principio de todo el lío”.

La conclusión de Palacio es que el presidente le había tendido una trampa para humillarlo públicamente. “Correa dice que es asíporque es guayaquileño. Pues yo también, y no te mando a la casa de la verga. Digo las cosas de frente, y a él le dije que tenía un ego del tamaño de una casa. Eso no es una ofensa”.

—Bueno, depende.

—No, no. A los adjetivos calificativos peyorativos el Diccionario de la Real Academia de la Lengua los tiene clasificados.

Palacio reitera que el problema de Correa es un ego desmedido. “Quiere que lo alaben y lo ensalcen”, dice. Pero, al mismo tiempo, sostiene orgulloso: “Al único que no le ha ganado es a mí. Necesita derrotarme”.

 ***

2. "Maleza"

Sin rodeos, [el secretario de Comunicación de Correa, Fernando] Alvarado me expuso su versión del enfrentamiento con los medios. “No se podía llevar adelante un proceso de cambios tan profundo, como el que Correa quería, sin la polarización”. Según él, hasta la llegada de la Revolución Ciudadana, Ecuador estaba controlado por una oligarquía servida por un pequeño grupo de medios con grandes audiencias. La relación entre ambos, según Alvarado, era “incestuosa”. Esos medios negociaban inmensos contratos, como los de compañías telefónicas, papeles de la deuda e intereses petroleros. En resumen, para Alvarado, la cuestión es simple: los medios se habrían convertido en agentes políticos que usaban su poder para someter al gobierno. “Los medios, la partidocracia y los banqueros corruptos eran una misma banda”, sentenció, sin dejar lugar a réplica.

“¿Cómo politizábamos al ciudadano común, haciéndolo participar en un cambio revolucionario en paz? ¿Cómo cambiabas tú esto, si no identificabas a un grupo como los interesados en mantener un statu quo de beneficios y privilegios que caracterizan su forma de vida versus los cambios profundos que teníamos que hacer y que sabíamos que los iba a afectar?”. Había que polarizar. Después, me diría que la política es un ring en el que hay que vencer al contrario. “Tienes que derrotarlo en sus aspiraciones, intereses y privilegios. Tienes que ubicar al contrario en la otra esquina. Allí está la polarización”.

(…)

Sin embargo, la conclusión a la que llegó frente al presidente fue que esos medios no defendían la comunicación per se, sino sus negocios e influencia. Eran, dijo, como “una maleza que había que limpiar”. Y continuó: “Le dije al presidente que la maleza siempre está allí, y siempre iba estar, y que en consecuencia sólo tenía dos caminos: darle espacio y negociar con ellos, lo que implicaba dejar la maleza crecer, podándola sólo de vez en cuando […] El otro camino era sacarlos de la cancha”. Alvarado recuerda haberle dicho al presidente: “Pero para eso tiene que cortar la maleza y podarla todos los días, porque no se va a morir. Luego tiene que sembrar flores y frutos, lo que significa fortalecer los medios regionales para que haya pluralismo. Si no lo hace, la maleza regresará y lo tapará”.

 ***

3. Hinostroza 

El rostro de [Janeth] Hinostroza es reconocido en muchos hogares ecuatorianos por un programa de periodismo de investigación televisivo llamado 180 Grados. Se hizo aún más notorio cuando pasó a conducir el segmento de opinión del noticiero La Mañana 24 Horas y el informativo 30 Plus. Según ella misma, hasta hace año y medio era una pacífica periodista de investigación a la que todos querían. Su tormento comenzó al reemplazar a Jorge Ortiz, un famoso presentador que tuvo que dejar el canal Teleamazonas por supuestas presiones gubernamentales. “Hasta entonces no se habían fijado en mí. Un día Correa iba por la calle en su caravana saludando como reina de belleza a su pueblo y buscando en Riobamba votos para la consulta popular por el ‘Sí’, cuando una señora lo insultó. No sé qué le dijo, pero él paró la caravana, se bajó del carro e increpó a la señora. Yo creo que por más “barriga verde” que le digan a un presidente no debe ponerse de tú a tú con un ciudadano. Correa aseguró que la señora había ofendido la majestad del presidente insultándolo y sacándole el dedo. La hizo meter presa”.

Hinostroza se sorprende de mi incredulidad ante lo que me cuenta. Pero la historia prosigue. Desde la cárcel, la señora dijo que no le había sacado el dedo, que sólo le había dicho: “Abajo Correa” y que no votaría por él. Correa dijo que cuando la señora le pidiera perdón la soltarían. Después de diez horas, la señora no tuvo más remedio que hacerlo. “Episodios parecidos han ocurrido con tres o cuatro ciudadanos. Ver a alguien así de arrogante y ensalzado en el poder me indignó. En la mañana sacamos la noticia con la señora, y yo, en mi espacio de opinión comento que no es posible que a un ciudadano lo metan preso por no estar de acuerdo con el presidente. La metieron presa por decir ‘No’, dije. Desde ese día he sido objeto de cualquier clase de ataques por parte de Correa”.

El presidente comenzó a mencionarla en su programa sabatino Enlace Ciudadano. También se hicieron frecuentes las cadenas nacionales para desacreditarla. “En las cadenas, el gobierno interrumpe mi espacio para dar su punto de vista sobre lo que yo estoy diciendo y, obviamente, no siempre lo hace con altura, lo que sería muy bienvenido de mi parte. Por sus prejuicios hacia la mujer, me llama ‘esta presentadora’, pensando que yo no soy periodista. O me dice de modo despectivo ‘la coloradita pelucona deTeleamazonas‘, para llamarme rubia ignorante. La gente no ve bien que use todo su poder contra una periodista que conocen de toda la vida y han visto crecer en la pantalla. Pero al final, aunque no lo necesito ni me gusta, tengo que agradecérselo. Mientras más me insulta, más popular me vuelve y más suben mis ratings. Creo que él y su equipo ya se dieron cuenta, porque ha dejado de meterse conmigo”.

 ***

4. Correa

Correa [en una larga entrevista cara a cara con Muñoz]: —Llegué al gobierno sin mucha antipatía hacia los medios, pero la estrategia de los medios es deslegitimar a todos, para ser ellos la única referencia. Así se han mantenido en el poder y han sido los árbitros del bien y el mal. Los negocios de medios no son tan rentables en sí mismos, pero dan poder. Y con poder han extorsionado a gobiernos, han mantenido otros negocios. Se les ha hecho concesiones, han gozado de exoneración de impuestos para el papel periódico —lo que sólo tenían las medicinas y los insumos agrícolas—. Unos privilegios horrorosos. Los presidentes tenían que iniciar su gobierno almorzando con los dueños y los directores de los periódicos. Sus familiares tenían que ser embajadores. Este presidente no hizo nada de eso. Rompió los esquemas. 

En este punto, el presidente Correa pronunció una de las fórmulas favoritas de cualquier líder: "No nos equivocamos. Porque créame que antes un gobierno no aguantaba dos periodicazos de El Universo. Nosotros hemos aguantado doscientos de todos los periódicos juntos, y los que han perdido credibilidad son ellos. Por supuesto es una lucha desgastante, durísima. Cada mañana nos levantamos pensando '¿hoy cuál será la gran mentira que habrán inventado los medios?'. Los sesgos son terribles. Acabo de inaugurar el puente más moderno de Ecuador, en la Amazonia, donde antes había sólo puentes de madera. ¡Vaya, vea qué periódico lo sacó en primera página, y eso que es un acontecimiento histórico! Todo es un sesgo, una manipulación descarada. Pero ha valido la pena porque, si no, hoy no estuviéramos aquí".

(… ) “La pugna con los medios de comunicación continuará hasta el último día de mi gobierno."

(…) "Esta lucha creo que va a ser por el resto de mi vida, porque cuando salga de la Presidencia quiero estudiar mucho más el problema del poder."

Viajar y morir como animales

Por: | 04 de julio de 2012

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El miércoles 22 de febrero, un tren chocó contra la populosa estación de Once en Buenos Aires. Con 51 muertos y 795 heridos, fue una de las mayores tragedias ferroviarias de la historia argentina. Seguí el rescate, que llevó unas cinco horas, desde mi casa, por sitios de noticias de Internet y por televisión. Las imágenes eran desesperantes, aún cuando no mostraban lo peor. Había personas atrapadas entre las paredes de acero y no lograban sacarlas; debieron abrir el techo, como una lata de sardinas, y embadurnarlas con vaselina para destrabarlas.

Como el país entero, quedé conmocionada y en duelo.

Dos días después del accidente, el viernes por la tarde, los rescatistas descubrieron que se habían olvidado un muerto, Lucas Menghini, de 20 años, en el tren. Su familia había pasado cincuenta y seis horas buscándolo. El hallazgo tardío causó escándalo, indignación, y una sensación colectiva de desprotección ante la tragedia.

Se salía de casa por la mañana, se cumplía el trámite cotidiano de tomar un tren para llegar al trabajo, y se acababa muerto y abandonado.

Ese fin de semana, me encontré con un funcionario judicial. Yo preparaba un libro sobre la justicia, y era una de mis fuentes de información. Durante todo el café, sólo hablamos del choque en Once. El conductor del tren, un hombre sólo cinco años mayor que Lucas llamado Marcos Córdoba, había sido llevado desde el hospital, malherido, al juzgado, donde lo habían sacudido con la noticia: era responsable de matar a 51, de herir a centenares. En shock, sollozando, Córdoba balbuceó que los frenos no habían funcionado.

El lunes me encerré a leer el expediente de una causa anterior, todavía irresuelta. Era la investigación de otro accidente ferroviario, que apenas cinco meses antes había causado conmoción: un colectivo había cruzado una barrera baja en un paso a nivel del mismo ferrocarril que el que se estrelló en Once, el Sarmiento; un tren lo chocó, lo aplastó contra el andén, descarrilló y se incrustó contra otro tren que venía en dirección contaria. Once personas murieron y 228 terminaron en el hospital.

Entre los muertos estaba el chofer del colectivo. Aparecía como único culpable. Los videos de seguridad del cruce, transmitidos por televisión, no dejaban duda: había cruzado la barrera baja, ignorando todas las señales de precaución. Sin embargo, si se conocían todos los detalles de la historia, resultaba evidente que el chofer no había visto la barrera porque la barrera hacía tiempo que se había vuelto invisible.

Los choferes estaban acostumbrados a que la barrera no funcionara, o a que demorara el tránsito hasta 40 minutos en horario pico; a que estuviera permanentemente trabada por un palo a 45 grados de inclinación; a que un guardabarreras de TBA, la empresa concesionaria del ferrocarril (guardabarreras que TBA negaba tener) funcionara como semáforo humano, ordenando a los conductores que olvidaran la barrera y se concentraran en sus señas. Así, los automóviles cruzaban el paso todos los días, a toda hora, con la barrera semibaja y las señales de detención indicando lo contrario. Los choferes, que lidiaban con la doble presión de su empresa, que los obligaba a cumplir horarios de recorrido, y de los pasajeros, que querían llegar a tiempo a sus trabajos, no miraban la barrera sino al guarda. Cuando éste no estaba, pedían a un voluntario que bajara del colectivo y chequeara, mirando hacia un lado y el otro (unos edificios bloqueaban su vista desde el asiento), que no viniera ningún tren, y cruzaban. 

De la lectura de este expendiente surgía, para mí, una tesis inquietante: una parte sustancial del transporte público de Buenos Aires, una metrópolis de 13 millones de habitantes, estaba en manos de personas que debían ingeniárselas todos los días para mantener en funcionamiento un sistema plagado de obstáculos.

Me acordé de una historia que me contó un conductor peruano mientras me llevaba en su coche hasta el aeropuerto de Lima.  Había habido un fenomenal choque en cadena en una autopista alemana; sólo un automóvil, de decenas, había salido indemne. Lo manejaba un peruano. En declaraciones a la prensa, explicó: es que estaba acostumbrado a manejar en Lima –eludir obstáculos en la ruta era lo normal.

Esta idea –que el transporte público de Buenos Aires está en manos de hombres forzados a hacer magia--me decidió a abandonar el proyecto en que trabajaba e iniciar una investigación sobre el choque de Once.

*** 

El tren que chocó contra la estación de Once era un rejunte de ocho coches eléctricos fabricados en Japón entre 1955 y 1961, que llevaban andados, desde que en 1962 comenzaron a traquetear sobre vías argentinas, unos seis millones seiscientos mil kilómetros: 165 vueltas a la Tierra.

Hacía veinte años que habían cumplido su vida útil. Hacía veinte años que debían haber sido chatarra.

En esos veinte años –desde que pasaron de propiedad estatal a concesión privada (los ferrocarriles argentinos fueron privatizados a comienzos de los noventa)--, no habían recibido las reparaciones profundas necesarias (y obligatorias por contrato) para compensar el desgaste y la antigüedad. Los trenes eran apenas parchados, sus componentes recauchutados hasta el infinito.

El tren que chocó contra la estación de Once tenía cinco frenos de fábrica, construidos como un sistema de respaldos de seguridad, pero tres de ellos estaban anulados y un cuarto funcionaba con capacidad reducida.

Estaba construído para alcanzar 140 kilómetros por hora, pero el estado de las vías era tan dramático (rieles abollados y mal asentados, durmientes podridos, bulones faltantes) que los conductores tenían orden de no superar, durante la mayor parte del recorrido, los 40 kilómetros por hora.

No tenía velocímetro –ninguno de los trenes de TBA tienen velocímetro-- , por lo que el conductor debía adivinar la velocidad a ojo.

Llevaba el triple de pasajeros para los que tenía capacidad, unas 2000 o 2200 personas. Era una manada de viejos elefantes que pesaba unas 560 toneladas.

El amortiguador hidráulico contra el que se estrelló estaba roto hacía años. No amortiguaba.

Desde el 22 de febrero, una pregunta dominó la conciencia nacional –y la investigación judicial, todavía en marcha: ¿por qué chocó el tren en Once?

Creo que la pregunta estaba mal formulada. La verdadera pregunta es otra: ¿por qué no hay más choques? 

Cada mañana, cada tarde, cada noche, cuando un tren cargado de pasajeros llega a destino, se produce un milagro.

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Aquí, a quien interese, el primer capítulo de “Once. Viajar y morir como animales”.

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Afganistán, Irak, Centroamérica: el nuevo campo de batalla de EEUU

Por: | 30 de junio de 2012

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Un soldado norteamericano en Honduras (Foto: The New York Times)

En la madrugada del 11 de mayo, un comando conjunto de la DEA (la fuerza antidrogas norteamericana) y la policía local provocó un desastre en la Costa de Mosquitos hondureña.  

Los agentes perseguían en helicóptero a una lancha supuestamente tripulada por narcotraficantes que llevaban un cargamento de cocaína. El cargamento había llegado desde Venezuela en avión y desde Honduras sería transportado por agua hacia los Estados Unidos, según la versión oficial. Pero los agentes, en lugar de apuntar a la lancha que se desplazaba en la oscuridad entre la selva, abrieron fuego contra otra lancha, iluminada y llena de pasajeros. Los disparon mataron a Juana Jackson Ambrosio (28), Candelaria Pratt Nelson (48) --ambas embarazadas-- y a Wilmer Lucas Walter (14) y Enerson Martínez Henriquez (21). Luego, los agentes bajaron en un pueblo cercano, golpearon puertas, esposaron gente y cuestionaron a todos sobre dónde estaban los narcos.

Cuando salió el sol, ardieron cuatro casas en el pueblo de Ahuas (6.000 habitantes). El resplandor sorprendió a los líderes locales. ¿La policía quemaba las casas? No, se supo pronto: eran los mismos vecinos, que castigaban a aquellos que trabajaban para los narcos. "La droga nos pone a todos en peligro. La gente se quiere librar de este problema", explicó Sinicio Ordoñez, presidente del Consejo de Ancianos de la comunidad indígena local. 

La matanza llamó la atención sobre algo que la mayoría no sabía: la renovada intervención norteamericana en Centroamérica, esta vez no para luchar contra el enemigo comunista sino contra el narcotráfico, que en los últimos años se ha instalado allí de la mano de la violencia de pandillas, la corrupción policial (Honduras, el país más violento del mundo medido en cantidad de muertes violentas por habitantes, tiene una de las policías más corruptas del mundo) y el estallido de México. Los comandos de la DEA (los llaman FAST: Foreign-deployed Advisory Support Team, o equipo de apoyo desplegado en el extranjero) fueron creados en 2005 en la guerra de Afganistán para combatir a los traficantes de drogas que financiaban a los Talibán; también fueron empleados en Irak. Ahora han sido desplegados para una nueva guerra, esta vez en Centroamérica.

La administración Obama ha vuelto a aplicar la vieja política de los Estados Unidos, el prohibicionismo imperial, que incluye las incursiones militares y el entrenamiento de fuerzas locales que acaban cometiendo diversas tropelías. Como sugiere el New York Times: "...las oscuras circunstancias que rodean a los tiroteos (en Honduras) subrayan los éxitos y riesgos potenciales en que los Estados Unidos aumenten los esfuezos para ayudar a los pequeños gobiernos de América Central a batallar a contrabandistas de narcóticos bien armados y financiados, adaptando técnicas contrainsurgentes desarrolladas en las guerras de Irak y Afganistán". 

Esas políticas han fracasado estruendosamente en México, donde han obtenido un resultado exactamente inverso al buscado: el entrenamiento de fuerzas especiales propició la creación de los Zetas; la declaración de guerra total llevó a una violencia igualmente total por parte de los carteles; y la actividad de estos sigue siendo financiada con dinero, en su mayoría, de los consumidores de drogas norteamericanos y armada por los arsenales de venta libre en los Estados Unidos. (vean este artículo

En la misma Honduras en que la DEA ensaya sus aventuras, el gobierno ha renunciado hace tiempo a la posibilidad de enfrentar al narcotráfico. Su razonamiento es sencillo y tal vez compartido por algunos de los votantes de México: como carecen de poder para enfrentar a ese poder criminal trasnacional y su propia policía es una de las peores del planeta, sólo queda esperar que gane el candidato el PRI y negocie con los carteles la reducción de la violencia. Mientras tanto, en la misma Centroamérica ha surgido una nueva nueva política, que va el sentido contrario. En El Salvador, el gobierno ha acordado una tregua con las pandillas que ha bajado el número de muertes en un espectacular 58 por ciento. Aunque el gobierno salvadoreño niega oficialmente haber patrocinado el acuerdo, que atribuye a las pandillas mismas, otros países, como Guatemala, estudian seguir el mismo camino y hasta la OEA se ha interesado. Esta idea no ha surgido de la nada. Como nunca antes, la idea de despenalizar el consumo de, o legalizar lisa y llanamente, las drogas prohibidas corre por el continente con nueva fuerza y en boca de voceros antes improbables. En, por ejemplo, el propio presidente Otto Pérez Molina, ex militar, involucrado en las matazas de la cruenta guerra civil, que ha propuesto la legalización a la vista del fracaso de la guerra.

Es una idea que está prendiendo también, inesperadamente, en América del Sur. Hace unos días, la Corte Constitucional de Colombia despenalizó el consumo y tenencia personal de marihuana y cocaína . Pero, sobre todo, una semana antes, el gobierno de Uruguay dio el mayor golpe al enviar al Congreso un proyecto de ley para legalizar la marihuana. Es el mismo presidente José Mujica el que propone, para combatir la inseguridad y el tráfico, que el propio Estado regule la fabricación y distribución de marihuana.

¿Cuál de las dos políticas primará en el continente? Esta es una de las tantas cuestiones sobre las que incidirán, también, las elecciones de mañana en México.

La telenovela de la desigualdad en Colombia

Por: | 19 de junio de 2012

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Foto de la revista Hola

En un país de grandes telenovelas de ficción, los colombianos están desde hace varios meses absorbidos por una de la vida real.

Es la historia de Luis Colmenares, de 21 años, que intentó saltar hacia afuera de su destino manifiesto: hijo de padres guajiros  de una clase media esforzada que juntaron de a uno los pesos para costearle la matrícula de la Universidad de los Andes (economía e ingeniería); novio de Laura Moreno, auténtica alumna de Los Andes, hija de un rico ingeniero petrolero. ¿Llegó Luis Colmenares a pertenecer? No: Luis Colmenares terminó muerto en un desagüe. Y Laura Moreno, su amiga, su ex novio Carlos, la madre de este ex novio y la abogada de esta madre, todos miembros de la èlite del país más desigual de América Latina, están sospechados de haber participado de la muerte o de su encubrimiento.

¿Se saldrán con la suya, quedarán impunes?

¿O las cosas están cambiando en Colombia y serán castigados?

Es, por ahora, una historia con final abierto.

(Aquí y aquí, dos primeras entregas de una serie en construcción, muy bien contada, sobre el caso) 

***

Colombia es el país más desigual de América Latina, que es la región más desigual del mundo.

Así lo probó el año pasado un estudio de Naciones Unidas. El estudio fue visto en Colombia como tan certero, tan obvio, que el mismo presidente lo avaló.

Dijo Juan Manuel Santos: “Colombia es el séptimo país más desigual del mundo después de Haití, el país más desigual de América Latina siendo tan rico. Eso es una situación totalmente inaceptable” 

Inaceptable, sin duda. Y, desde los días de la colonia, inmutable.

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Que un hijo de guajiros de clase media pudiera estudiar en Los Andes, noviar con la hija de un rico petrolero, no era señal de ningún cambio.

De una columna de la revista colombiana Semana

El economista Alejandro Gaviria señala como problemas claves las condiciones del mercado laboral y la brecha entre educados y no educados: "La Colombia de este siglo es para los no educados, mototaxismo, salones de belleza, informalidad en el sector minero” (…) “La educación, sin contactos (las redes que se establecen en cualquier centro educativo y que sirven toda la vida), no permite ascender".

(Consuelo) Corredor (manejó el programa Bogotá sin Hambre en la alcaldía de Lucho Garzón) ve otro problema: "La desigualdad es esencialmente un problema político, que toca muchos intereses, y no ha habido una alternativa dispuesta a enfrentar esos poderes". Para muchos economistas, en el país ha primado la visión ortodoxa de que el crecimiento económico se encarga de resolver el problema de la pobreza y la desigualdad, y eso no ha sucedido. "Colombia es un país premoderno; todo sigue asociado a rentas y a tierras", sostiene Corredor.

El bloguero Luis Ospina, de La Silla Vacía, definió así a la Universidad de Los Andes:

“En apariencia uno de los lugares más abiertos para el ejercicio del disenso pero en realidad uno de los espacios sociales más refractarios a los cambios estructurales”. 

***

El presidente Santos, que pertenece a una de las familias dueñas de Colombia, que fue alumno natural de la Universidad de Los Andes y que bromeó que las reuniones de su gabinete se parecen a reuniones de ex alumnos, ha dicho con todas las palabras que está dispuesto a acabar con la desigualdad.

¿Qué ha dicho? “Uno de los propósitos fundamentales del Gobierno se centra en reducir las desigualdades y la pobreza”.

¿Qué ha dicho? “Aquí los ricos pagan menos en términos proporcionales que los pobres”.

¿Qué ha dicho? “Más seguridad, más empleo y menos pobreza”.

¿Qué ha hecho? Lanzó una reforma tributaria, para que los ricos paguen más impuestos.

¿Qué ha hecho? Lanzó una reforma agraria, que es más bien un plan de restitución de tierras.

¿Qué ha hecho? Ha subido algunos sueldos bajos.

Y también ha dicho unas palabras muy fuertes: que espera que la Historia lo considere “un traidor a su clase” (esto lo dijo es un avión, ante una periodista a la que mostró el libro que leía: una biografía de Franklin Delano Roosevelt titulada “A traitor to his class”; en su caso: un aristócrata que llevó a cabo una reforma social). 

***

Los analistas se permiten, como corresponde, el escepticismo:

Con la situación actual de Colombia, es probable que a este gobierno se lo juzgue menos por si logra mantener bajo control la seguridad que por si se atreve, por fin, a meterle mano en serio a la enfermedad histórica nacional de la desigualdad y la pobreza. Atacar la base de la pirámide, donde están los pobres entre los pobres, es apenas un aspecto del problema. Parte sustancial reside en la cúspide. Y con esas élites ningún gobierno se ha metido.  

Y también:

(…) tiendo a estar más de acuerdo con los comentaristas de derecha que acusan a Santos, no de traicionar a su clase sino de alejarse cada vez más del legado de Uribe (y los de su clase). Porque la clase de Uribe, por supuesto, no es la misma de Santos. Es así como la rápida y hasta insólita reconciliación con Chávez ha normalizado los negocios de gente de “su clase”; ponerle orden a las tierras, con restitución y legalización de predios les sirve no sólo a las víctimas sino a los inversionistas de “su clase”. Y tener un gabinete tecnócrata y una fluida relación con la justicia era un imperativo de la gente de “su clase”.

Porque no es Santos quien traiciona a Uribe, sino la clase de Santos la que encuentra ahora incómodo, antiético y hasta antiestético a Uribe. Puede que al final de su gobierno Santos no sea invitado a domar potros a ninguna finca, pero tengo la convicción de que seguirá jugando golf como siempre, con sus amigos. A lo sumo eso se llama traicionar con clase. 

Igual que el caso del crimen de Luis Colmenares, esta es una historia de final abierto. ¿Habrá justicia en Colombia?

Crónica latinoamericana: desventuras de un quijote en Bolivia

Por: | 12 de mayo de 2012

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El vasco Alex Ayala llegó a Bolivia en 2001 con una beca del grupo Prisa, por entonces propietario de una parte del diario boliviano La Razón. Tenía 22 años y era aún un periodista en ciernes. En la redacción de La Razón y en las calles de La Paz aprendió el oficio. Cuando terminó su beca, al año, Alex se había enamorado de Bolivia. Se quedó. 

Diez años más tarde, en marzo de 2010, cuando yo todavía no conocía a Alex, me llegó la noticia de que un periodista boliviano (Alex ya era, por derecho propio, boliviano) preparaba el lanzamiento de la primera revista narrativa de su país. Se llamaría Pie Izquierdo y estaba inspirada en la peruana Etiqueta Negra, la gran impulsora de la nueva crónica latinoamericana, el mayor fenómeno narrativo de nuestra época en la región. Poco después me llegó un correo masivo que llevaba la firma de Alex:

Aunque este e-mail lo debería haber enviado hace un año, o dos, o tres quizás, me llena de emoción y satisfacción estar escribiéndolo ahora. Les daré la buena nueva: dentro de poco, en abril más o menos si es que no ocurre nada extraño, nacerá una nueva revista boliviana.(...) una revista que buscará dar protagonismo a géneros periodísticos que en Bolivia están casi condenados al destierro, como el perfil, la crónica y el reportaje de largo aliento; que mirará hacia adentro pero también a otros países; y que buscará la calidad en cada uno de sus textos. (…)

Seguí Pie Izquierdo durante ocho meses, cada vez que algún amigo traía un cargamento desde Bolivia (del mismo modo que he recibido todos estos años mis ejemplares de Etiqueta Negra, porque la distribución continental de medios de papel siempre ha sido imposible). Era una revista bella y ambiciosa, impresa en buen papel, con largas crónicas sobre personajes y hechos originales.

Muchos nos preguntábamos cómo se arreglaba Alex con las finanzas. Cuando, al año siguiente, lo conocí en Buenos Aires, me explicó que había puesto en ella todos sus ahorros y además préstamos de familiares. Si lograba aguantar hasta que la revista se instalara, confiaba en que podría sostenerla con la venta de avisos. Era un esfuerzo extraordinario para el mercado boliviano, donde la tirada normal de una revista es de entre mil y dos mil ejemplares y el mercado publicitario es pequeño y complicado.

El 4 de enero de 2011, recibí otro correo de Alex: Pie Izquierdo cerraba.

Llevo postergando esta carta un par de semanas porque es incómoda, porque es difícil escribirla, porque no es agradable dar una noticia cuyo titular sería: “Hemos fracasado”. Pero así nomás es. Pie Izquierdo ha fracasado y yo, como capitán del barco, asumo con tristeza la responsabilidad de esta derrota.

(...) Nacimos como un medio independiente, con una propuesta diferente para Bolivia. No teníamos padrinos para cuidar nuestras espaldas, pero sí muchísimas ganas, y pensamos que lograríamos posicionarnos en poco tiempo. Sin embargo, no fue así. Pecamos de ingenuos y la realidad se impuso pronto como una bofetada: nuestro perfil no era precisamente comercial y la publicidad apenas se dejó ver en nuestras páginas. Esa ausencia permanente de anunciantes se convirtió al final en una condena de muerte y la revista, poco a poco, se vino económicamente abajo.

Alex volvió a escribir como freelancer, mayormente para medios de afuera de Bolivia, que le permiten pagar las cuentas (en Bolivia, una crónica se paga, como mucho, 60 dólares, incluídas las fotos)... o una parte de las cuentas, según cuán bueno sea el mes. A poco de cerrar Pie Izquierdo, Alex tuvo una hija. La tienda de ropa de su mujer se convirtió en el principal sustento de la familia.

Mis ingresos son en estos momentos como una montaña rusa: suben y bajan. Pero no me quejo. Ocurre lo mismo con la mayoría de los freelance. Quejarse es un mal vicio de los periodistas. Lo que hay que hacer es seguir poniendo el hombro, seguir trabajando y adaptarse a los nuevos tiempos.

En retrospectiva, comenzó a preguntarse si Pie Izquierdo no debió haber nacido digital. Hubiera reducido costos enormemente. Hubiese tenido problemas diferentes: sólo el diez por ciento de la población está conectada a Internet y los costos son altísimos en comparación con el resto del continente; Bolivia tiene, por ejemplo, los dominios más caros de América.

El año pasado, Alex se propuso otra tarea imposible: publicar sus crónicas en forma de libro.

Según la Oficina Económica y Comercial de la embajada de España en La Paz, “es sumamente caro hacer un libro (en Bolivia) y sobre todo imprimirlo. Se debe considerar que la materia prima y la maquinaria tiene que ser importada; por lo que el papel, la cartulina y las tintas, aumentan el coste final de venta incluso de los ejemplares bolivianos. El papel y la cartulina se importan principalmente de Chile y E.E.U.U., mientras que la tinta proviene de distintos países como: Alemania, Brasil, Chile, E.E.U.U o Perú. (...) en relación con el resto de países de la zona, según la Federación Española de Cámaras del libro, Bolivia ocupa la posición 21 en relación a todo el continente americano en el año 2008."

Alex se reunió con Fernando Barrientos, creador de otra utopía: El Cuervo, una editorial que el año pasado lanzó una nueva colección de no ficción. Barrientos dirige El Cuervo con mucha dedicación y en su tiempo libre. Alex le propuso un experimento: cubrir los gastos de impresión vía crowdfunding. Lanzó una campaña por Facebook, en la que pidió a amigos y conocidos que lo ayudaran, con donaciones pequeñas, a juntar los 1.200 euros necesarios. En menos de una semana tenía el dinero y su libro, Los mercaderes del Che y otras crónicas al ras del suelo, entró en imprenta.

La gente ha sido muy generosa. Ha creído tanto como yo en el proyecto. Y me parece que muchos periodistas que lo apoyaron vieron en la iniciativa un camino que también les sirve a ellos, ya que creo que se trata del primer libro de no ficción en América Latina en ser impulsado por una plataforma de este tipo. 

Estoy esperando que llegue mi ejemplar a Buenos Aires. Alex lo metió esta mañana en el correo y me dijo que debo esperarlo para dentro de unas dos semanas. Si es que podemos confiar en el servicio postal boliviano.

Intelectuales: los nuevos protagonistas de la política argentina

Por: | 08 de mayo de 2012

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En la Argentina de estos últimos años, la polarización política y social y el fracaso de la oposición han dado protagonismo a un actor inesperado: los intelectuales.

Cuando Néstor Kirchner llegó al gobierno en 2003 todavía reverberaban los efectos de la crisis de diciembre de 2001; como parte de su estrategia de seducción a la clase media, cuyas protestas habían hecho caer un presidente tras otro aquel verano, convocó a su despacho a los intelectuales. Hasta convirtió a uno de los más respetados, José Nun, en secretario de Cultura.

Kirchner recibió en la Casa Rosada incluso a intelectuales alejados del peronismo, como Beatriz Sarlo y Tulio Halperín Donghi. Era la primera vez en su vida que Halperín Donghi, el mayor historiador vivo del país, entraba a la Casa de Gobierno. En la recorrida hasta el despacho del jefe de Gabinete, donde almorzarían con el presidente, Halperín Donghi fue reconociendo los muebles y objetos, que conocía de los libros y documentos que había leído. 

Cuando el proyecto de transversalidad política de Kirchner fracasó y el gobierno volvió al peronismo y, en 2008, se produjo el conflicto por el "campo", las aguas se dividieron. La clase media abandonó al gobierno y resurgió un antiperonismo que no se había visto en décadas.

Los intelectuales también se dividieron. En medio del conflicto del campo surgió Carta Abierta, una agrupación de intelectuales peronistas y de izquierda. Carta Abierta apoyó en este conflicto al gobierno de los Kirchner (ya era presidenta Cristina), y luego se convirtió en un grupo de apoyo neto al gobierno.  

Del otro lado se ubicaron intelectuales notorios que comenzaron a hacer oposición al kirchernismo; la más visible es Beatriz Sarlo.

Tras el fracaso de la oposición política, barrida en la última elección (Cristina Kirchner logró su reelección con 54% de los votos; el candidato en segundo puesto apenas logró un 16%) y el descrédito de los principales diarios, vistos como voceros de la oposición política, los intelectuales resurgieron, organizados como voces de la oposición.

Conformaron el Grupo Plataforma, liderado por otra intelectual en ascenso, Maristella Svampa. Plataforma se presenta como una izquierda opuesta al gobienro, con énfasis en el combate a las industrias extractivas, como la minería, y a la pobreza.

Plataforma es una respuesta a Carta Abierta.

Y un tercer grupo, Argumentos, surgió como un intento de mediar entre los dos. 

La presencia de los intelectuales es tan visible que acaba de publicarse un libro al respecto, Los intelectuales y la política en la Argentina, de Héctor Pavón, que traza una muy interesante historia del papel de los intelectuales desde la última dictadura hasta la fecha y cuyo capítulo dedicado al kirchnerismo, que recomiendo, puede leerse aquí.

Perú: ¿existen los milagros?

Por: | 10 de abril de 2012

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Foto: El Comercio

A comienzos de 1996 asistí a una conferencia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, sobre el “milagro argentino”, en el que expertos en política internacional, funcionarios públicos argentinos y académicos norteamericanos alabaron la aplicación de la receta neoliberal en mi país: apertura a los mercados internacionales, privatizaciones masivas, empequeñecimiento del Estado, y nuestro condimento especial: el plan de convertibilidad, que había hecho que un peso argentino valiera lo mismo que un dólar norteamericano.

Era un relato muy repetido en esos años, y cuando uno intentaba argumentar que tal vez fuera necesario mirar a la Argentina con ojos más escépticos --cuál era el costo social, cómo crecía el endeudamiento, cómo se llevaba a la ruina el sistema de educación y salud pública, etcétera--, la atención de los oyentes se desviaba. Sólo había un relato que querían escuchar.

El milagro, sabemos, desembocó en desastre, cuando ya no pudimos sostener que un peso era realmente un dólar y las consecuencias de las políticas de los '90 saltaron a la vista de manera trágica.

Por eso, cuando escucho hablar del milagro económico peruano, suenan en mí algunas alarmas. Es indudable que el país ha crecido, que las cifras macroeconómicas son impactantes y que mucha gente vive ahora mejor que hace diez años, pero también es cierto que es una realidad complicada y contradictoria, con enormes matices sociales, políticos y culturales.

Para explicarlo mejor, comparto el siguiente contrapunto entre el intelectual mexicano Enrique Krauze y el periodista de investigación peruano Gustavo Gorriti. (Es un resumen de sus posiciones; a quienes interese el contrapunto completo, pueden encontrarlo aquí.)

De Krauze, reproduzco un fragmento de su columna “Perú mueve montañas”, que publicó en su revista Letras Libres

Algo extraordinario está ocurriendo en el Perú (…) los buenos augurios parecen obra de la cosmología inca: un presidente indígena graduado en Stanford (Alejandro Toledo) cuya improbable biografía representó, en sí misma, un principio de reconciliación entre los pasados peruanos; un presidente populista (Alan García) que entendió y repudió sus errores pasados, y en una segunda oportunidad tomó la ruta de la modernidad económica; un militar golpista (el actual presidente Ollanta Humala) que pasó de concebirse como un "redentor" inspirado en Chávez a un líder que considera "obsoletas las divisiones de izquierda y derecha", que defiende ante todo el Estado de Derecho, y sigue la pauta de Lula y Rousseff. (...)

Pero el cambio no es astrológico: es real. La globalización ha transformado la geografía económica del Perú. "Somos una China en miniatura" -me dice mi amigo Alfredo Barnechea, apuntando a la impresionante migración de la montaña a varias ciudades de la costa. "Perú es 'un país fusión' -agrega-, cuya forma social no es ya una pirámide sino un rombo, por la emergencia de las clases medias". La tracción principal de este fenómeno no es sólo la demanda china (15% de la exportación total) sino el manejo responsable de la macroeconomía y -después de Chile- el clima de negocios más hospitalario de la región. En las gráficas del Fondo Monetario Internacional sobre crecimiento del PIB y en el índice de The Economist sobre salud fiscal y monetaria, resalta la similitud relativa del Perú con Singapur, Corea del Sur y China. Los números son sorprendentes: con una inflación de 3.4%, baja deuda y altas reservas internacionales, Perú crece al 7% anual, ha triplicado en diez años su producto per cápita (está cerca de los 6,000 dólares), quintuplicado la inversión externa y más que sextuplicado sus exportaciones (61% de ellas son metales). El empleo ha aumentado 37% en las principales ciudades, a la par de una impresionante expansión del consumo y la construcción.

De Gorriti, director de la revista digital de investigacion IDL-Reporteros, reproduzco un fragmento de su reacción a la columna, que redactó a mi pedido:

El artículo de Enrique Krauze (...) es la visión del turista incidental que busca los datos que justifiquen su convicción. No muy distante, en forma, de esas crónicas de viaje en la Unión Soviética de antaño en la que ibas describiendo tus escenarios de admiración. La biblioteca en el sovjoz, las tierras roturadas, las chicas con los retratos de grandes físicos e intrépidos astronautas como pinups en su dormitorio estudiantil, los centenares de miles de ingenieros, la producción fabril, los milagrosos avances de la medicina, las colas para escuchar a Yevtuchenko declamar su Babi Yar. No había duda, ese era el futuro. 

Es cierto que Perú ha crecido sostenidamente desde el 2001 hasta la actualidad. Es cierto que, pese a la pésima distribución del ingreso, ha crecido la clase media y ha surgido una nueva, pujante, de nietos de los inmigrantes andinos que invadieron terrenos desocupados para construir sus barriadas de esteras. Es cierto que, por muy mal distribuido que esté, si sigue este nivel de crecimiento por diez o quince años más, el país habrá cambiado radicalmente para mejor.

Pero a la vez es cierto que una parte del crecimiento está sustentado en las exportaciones mineras, beneficiadas por el aumento mundial en el precio de metales y no metales; que la distribución del ingreso sigue siendo obscenamente inadecuada; que la democracia ha estado en peligro serio por lo menos un par de veces durante el decenio pasado, y que en 2011 la victoria sobre el fujimorismo –auspiciado por una coalición estridente de las clases dominantes peruanas, incluyendo la mayoría de los medios de comunicación tradicionales– exigió una movilización excepcional de todas las fuerzas democráticas junto con la conversión sorprendente y bienvenida de Ollanta Humala (juramento público de por medio) a la democracia, cinco años después de haber sido su enemigo. Aún así, la victoria fue por un margen relativamente estrecho.

Este es un país de buenos logros macroeconómicos que vive peligrosamente en lo político e inquietamente en lo social. El simplismo de Krauze lo describe muy parcialmente en forma que resulta al fin distorsionadora para una nación de tantos matices y tan contradictorias complejidades.

Estamos, sin duda, mucho mejor que antes (...) Pero el proceso ha sido difícil, lleno de altibajos, preñado de peligros. Del gobierno de crimen organizado de la etapa Fujimori-Montesinos a la democracia precaria de Toledo, el crecimiento corruptón del de García y, finalmente, el peligro del retorno del fujimorismo que enfrentamos hace pocos meses, te da la idea de un proceso político disfuncional sobre el trasfondo de un crecimiento económico también plagado de conflictos.

(...)

Malvinas: imperio, antisemitismo y represión

Por: | 02 de abril de 2012

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Como ningún otro, este aniversario de la guerra de Malvinas (30 años) ha llegado precedido por una avalancha de publicaciones y relatos. Una amiga, corresponsal mexicana en Buenos Aires, contó los libros publicados: 32.

El recrudecimiento de la tensión diplomática, alentado por la presidenta Kirchner y por el primer ministro Cameron por necesidades políticas internas, mantiene el tema en los diarios desde hace meses, con alguna ocasional revelación sobre lo que ocurrió hace treinta años y muchas reinterpretaciones y opiniones --algunas muy sólidas, otras disparatadas-- que hablan más de la actualidad política que del pasado.

Para quienes deseen sortear la avalancha y quedarse con algunas ideas claras sobre aquella guerra y este aniversario, recomiendo tres textos:

1. Este brillante discurso del historiador británico Eric Hobsbawm, leído en una conferencia a pocos meses de terminada la guerra. Define mejor que ningún otro por qué Gran Bretaña fue a la guerra y cuál es la importancia (nula) de las islas para lo que estaba en juego en aquel momento. Echa luz sobre el actual recrudecimiento del conflicto diplomático.

2. Este texto de Hernán Dobry, autor del libro "Los rabinos de Malvinas", que retrata la bestialidad con que eran tratados los soldados: golpeados, torturados, hambreados y enviados a morir sólo porque eran judíos. Muestra no sólo el antisemitistmo de algunos suboficiales sino la brutalidad con que eran tratados, en general, los soldados, y la catadura de la dictadura militar argentina.

3. Este relato del corresponsal del periódico británico The Observer, que llegó a la Argentina cuando todavía se creia que la toma de las Malvinas por la Argentina no iba a derivar en una guerra sino en alguna clase de acuerdo diplomatico. Cuenta cómo la dinámica de los hechos acabó con él tres meses presos en Ushuaia por espía, y desde esa prisión hace una crónica de la guerra a ciegas --que es, en cierta medida, como la vivieron los argentinos, sin acceso a ninguna información real hasta después de que concluyera--.

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Foto del diario Hoy, tomada del sitio web www.elsalvador.com

En esta fotografía, tomada en el gimnasio de la cárcel Ciudad Barrios, los pandilleros El Diablo (en primer plano), El Sirra y Tiberio, de la Mara Salvatrucha, exhiben un documento. Es un "comunicado" conjunto firmado por las pandillas, en el que afirman que han llegado a una tregua, que han hecho un pacto para dejar de matarse. Distribuido por un ex comandante guerrillero y auspiciado por un capellán militar, el documento intenta desmentir al periódico El Faro, que reveló la existencia de un acuerdo entre las pandillas y el gobierno para disminuir la violencia y los crímenes en un país en el que son pandemia. El director de El Faro, Carlos Dada, y sus periodistas, comenzaron de inmediato a recibir amenazas, sobre las que alerté aquí la semana pasada.

El comunicado de las pandillas es una nueva amenaza contra Dada y El Faro, a quienes dedican dos de sus diez puntos:

1. Rechazamos enérgicamente la publicación irresponsable, tendenciosa y poco profesional al utilizar fuentes ficticias de un periódico digital que hiciera pública el día 15 de marzo en la cual se asevera sin fundamento alguno que el gobierno negoció con nosotros a cambio de dinero la reducción de las tasas de homicidios del país, colocándonos según nuestros códigos a una situación de haber cometido traición a los más de 100.000 miembros que integramos la mara y la pandilla para que seamos sujetos de represalias internas por tales hechos (...)

3. Somos personas que jugamos con la vida y principalmente con la nuestra porque no tenemos nada que perder, pero consideramos inaudito que existan personas como el periodista Carlos Dada que se dan baños de pureza y profesionalismo, que pretenden jugar con la vida de nosotros y de otros tantos inocentes, con sus perversas y falsas aseveraciones sin considerar que con ello lo único que provocan es ponerse a la baja altura moral que según él tenemos nosotros.

Que los líderes de las salvajes pandillas de El Salvador, con la protección del gobierno y el auspicio de la Iglesia, amenacen a un diario públicamente de esta manera es escandaloso y aterrador. No recuerdo una amenaza tan flagrante en América Latina en democracia.

Quienes quieran conocer la historia completa, pueden verla aquí.

Argentina: la justicia se rinde ante la mafia china

Por: | 22 de marzo de 2012

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Un sábado por la noche, mi marido fue a comprar vino tinto para una cena con amigos al supermercado chino de la esquina. Volvió sin vino y agitado: la policía estaba en el chino; el dueño, Yu Zhuqing, estaba tirado en el piso, blanco de susto, con la pierna ensangrentada por una herida de bala. Un joven desconocido le había disparado a quemarropa y había huído. 

Esas cosas no ocurrían --no ocurren-- en mi barrio de clase media alta de Buenos Aires. 

Yu es un hombre de 40 años con mirada dulce y sonrisa tímida. Días antes de ser atacado, al verme con un paquete de compras del barrio chino, había inquirido por los precios de cada cosa (que cuánto había pagado por el pescado, por el arroz, por los bollos rellenos con cerdo y cebolla de verdeo); su mujer, Mei, me explicó que el mejor modo de cocinar los bollos es… en el microondas. No hacía mucho habían llegado al país. Tienen tres chicos, a los que solíamos ver en el local, y trabajan todo el día, todos los días.

Un mes más tarde salí temprano rumbo a una entrevista y me encontré con que el frente del supermercado estaba negro de hollín. Un policía que hacía guardia frente a la perciana incendiada me contó que habían arrojado una bomba molotov de madrugada. El sereno del estacionamiento de al lado había alcanzado a ver al incendiario cuando escapaba. Hablé con él; me dijo que los bomberos habían tardado más de media hora en llegar, que era una suerte que sólo se incendiaro el frente, quedando la mayor parte del local, y los edificios lindantes, a salvo.

¿Dónde estaba al momento del ataque el custodio asignado la noche del disparo? No sabían decirme. En la comisaría admitieron que el custodio debía cuidar al dueño del "chino” (como llamamos todos a los supermercados chinos) pero no al local. Un comisario de investigaciones me mandó decir en confidencia que Yu estaba siendo extorsionado por “la mafia china” y que la policía federal no podía hacer nada: mientras tuviera custodia, estaría a salvo, pero un día deberían quitársela: “Estos tipos vuelven y vuelven… Le conviene arreglar, o es boleta”. 

Que la policía se declarara impotente para evitar que asesinaran a una familia en el centro de la ciudad me pareció escandaloso. En lugar de esperar a que los mataran, fui a hablar con la fiscalía que debía investigar el caso.

Allí me contaron la historia. La señora Yu había recibido un llamado en el teléfono del supermercado; un hombre, chino por su acento, había exigido 50.000 dólares en efectivo. No hicieron caso. El hombre volvió a llamar: O pagaban o lo matarían. Antes del disparo, un último llamado: O pagaba o matarían a su hijo o a su hija.

No pagaron. La cámara de seguridad del local captó al adolescente con gorra, jeans y zapatillas que disparó contra Yu. Su rostro aparecía nítido en pantalla –no era chino: nadie dudaba de que era un sicario contratado por la mafia, porque lo mismo había pasado en otros casos. La policía había recuperado una vaina calibre 32.

Los Yu entregaron el número de teléfono desde el que los amenazaban: el servicio de caller ID lo había registrado. Señalé que los extorsionadores parecían confiados, si ni se molestaban en esconder de dónde llamaban. Me aseguraron que la policía hacía “tareas de inteligencia” sobre el departamento del que había salido la llamada --la línea estaba intervenida--, pero que estos casos eran “muy difíciles” porque “esta gente” era un misterio para la justicia argentina.

En pocas palabras: no les entendían nada y no sabían cómo manejarse con ellos.

Era común que un testigo, o una víctima, se hiciera pasar por otra, y en la fiscalía eran incapaces de distinguirlos. Sólo había un traductor, que llamaban “el chino Li”, para todo el aparato judicial de la ciudad. Me fijé en las primeras páginas del expediente, abierto sobre la mesa frente a mí; Yu Zhuqing aparecía reiteradamente mencionado como Yuzhu King. Pedí un teléfono para ubicar al chino Li y me pidieron que llamara luego --no lo tenían a mano--. Cuando lo hice, resultó que el chino Li se llamaba Shao Ji Zeng.

El custodio policial pasó meses en la puerta del local. Luego apareció un guardia privado, como el que tiene buena parte de los supermercados chinos en la ciudad, que todavía suele estar en la puerta. Yu estuvo ausente durante largo tiempo; cuando reapareció, llevaba un disfraz de bermudas y gorra con visera que le cubría la mitad de la cara. Ahora tenía una mirada nerviosa, alerta.

Luego, el frente del local cambió de color. Dos veces. Parecieron tomar control otros chinos, hasta que hace poco reapareció la señora Yu, y allí sigue atendiendo. Al señor Yu nunca volvimos a verlo. 

***

En la Argentina viven unos 70.000 inmigrantes chinos. Sólo en Buenos Aires, se abren cada mes veinte nuevos supermercados chinos, según reportes periodísticos, y ya son más de diez mil --en el perímetro de mi manzana, hay tres--.

Todos compramos en los chinos: son una reedición del viejo almacén de barrio, la escala pequeña contra la masividad de las grandes cadenas de supermercados. Hasta hace poco eran, también, más baratos, aunque ahora ya no parece haber tanta diferencia. Son tan populares que la cámara que los agrupa está lanzando una tarjeta de crédito específica para comprar en ellos. 

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Desde al menos hace una década, es frecuentes encontrar en los noticieros reportes de ataques similares a los que sufrieron los Yu. Siempre es la misma noticia: el inmigrante amenazado con un disparo en una pierna, el local incendiado, el dueño muerto de un tiro detrás de la caja registradora. Cuando pagan la extorsión, los dueños deben pintar el frente del local de un color específico, que identifica a quién le han pagado. Desde hace diez años, la cifra exigida por los extorsionadores es la misma, sin ajuste por inflación: 50.000 dólares.

Las crónicas siempre hablan de la “mafia china” –los voceros de la comunidad y la embajada niegan relación con las tríadas chinas-- y aceptan que las autoridades argentinas tienen las manos atadas. Cada tanto, alguien es detenido; por lo general, un sicario local. No hay un equipo especializado para investigar estos casos.

Los chinos en China parecen haberse cansado de escuchar siempre la misma historia porque en noviembre desembarcaron en Mar del Plata, en la costa Atlántica, seis policías de Fujian --de allá proviene, junto con Taiwan, la gran mayoría de nuestros inmigrantes chinos. Vinieron a investigar los ataques contra los comerciantes chinos, según se anunció públicamente. Oscar Zheng, vocero de la cámara argentina de supermercadistas chinos, explicó que eran una respuesta del gobierno chino, que está “preocupado” por la proliferación de ataques. Estos, explicó, “son una forma de extorsión que no tiene un trasfondo de peleas de grupos sino que son gente que vio la forma de ganar plata fácil con conciudadanos”.

Es decir, predadores que se aprovechan de la debilidad de inmigrantes a los que nadie defiende. Aunque son nuestros vecinos, en este país de inmigrantes, los chinos son vistos como “ellos” y no como “nosotros”.

Sobre el autor

Graciela Mochkofsky, periodista argentina, es autora de cinco libros de no ficción. Creó y edita, en colaboración, la revista digital el puercoespín. Ha escrito para los principales medios de su país y para varias de las revistas más importantes de América Latina. Es Nieman fellow 2009 de la Universidad de Harvard.

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