Graciela Mochkofsky

Sobre el autor

Graciela Mochkofsky, periodista argentina, es autora de cinco libros de no ficción. Creó y edita, en colaboración, la revista digital el puercoespín. Ha escrito para los principales medios de su país y para varias de las revistas más importantes de América Latina. Es Nieman fellow 2009 de la Universidad de Harvard.

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Foto del diario Hoy, tomada del sitio web www.elsalvador.com

En esta fotografía, tomada en el gimnasio de la cárcel Ciudad Barrios, los pandilleros El Diablo (en primer plano), El Sirra y Tiberio, de la Mara Salvatrucha, exhiben un documento. Es un "comunicado" conjunto firmado por las pandillas, en el que afirman que han llegado a una tregua, que han hecho un pacto para dejar de matarse. Distribuido por un ex comandante guerrillero y auspiciado por un capellán militar, el documento intenta desmentir al periódico El Faro, que reveló la existencia de un acuerdo entre las pandillas y el gobierno para disminuir la violencia y los crímenes en un país en el que son pandemia. El director de El Faro, Carlos Dada, y sus periodistas, comenzaron de inmediato a recibir amenazas, sobre las que alerté aquí la semana pasada.

El comunicado de las pandillas es una nueva amenaza contra Dada y El Faro, a quienes dedican dos de sus diez puntos:

1. Rechazamos enérgicamente la publicación irresponsable, tendenciosa y poco profesional al utilizar fuentes ficticias de un periódico digital que hiciera pública el día 15 de marzo en la cual se asevera sin fundamento alguno que el gobierno negoció con nosotros a cambio de dinero la reducción de las tasas de homicidios del país, colocándonos según nuestros códigos a una situación de haber cometido traición a los más de 100.000 miembros que integramos la mara y la pandilla para que seamos sujetos de represalias internas por tales hechos (...)

3. Somos personas que jugamos con la vida y principalmente con la nuestra porque no tenemos nada que perder, pero consideramos inaudito que existan personas como el periodista Carlos Dada que se dan baños de pureza y profesionalismo, que pretenden jugar con la vida de nosotros y de otros tantos inocentes, con sus perversas y falsas aseveraciones sin considerar que con ello lo único que provocan es ponerse a la baja altura moral que según él tenemos nosotros.

Que los líderes de las salvajes pandillas de El Salvador, con la protección del gobierno y el auspicio de la Iglesia, amenacen a un diario públicamente de esta manera es escandaloso y aterrador. No recuerdo una amenaza tan flagrante en América Latina en democracia.

Quienes quieran conocer la historia completa, pueden verla aquí.

Argentina: la justicia se rinde ante la mafia china

Por: | 22 de marzo de 2012

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Un sábado por la noche, mi marido fue a comprar vino tinto para una cena con amigos al supermercado chino de la esquina. Volvió sin vino y agitado: la policía estaba en el chino; el dueño, Yu Zhuqing, estaba tirado en el piso, blanco de susto, con la pierna ensangrentada por una herida de bala. Un joven desconocido le había disparado a quemarropa y había huído. 

Esas cosas no ocurrían --no ocurren-- en mi barrio de clase media alta de Buenos Aires. 

Yu es un hombre de 40 años con mirada dulce y sonrisa tímida. Días antes de ser atacado, al verme con un paquete de compras del barrio chino, había inquirido por los precios de cada cosa (que cuánto había pagado por el pescado, por el arroz, por los bollos rellenos con cerdo y cebolla de verdeo); su mujer, Mei, me explicó que el mejor modo de cocinar los bollos es… en el microondas. No hacía mucho habían llegado al país. Tienen tres chicos, a los que solíamos ver en el local, y trabajan todo el día, todos los días.

Un mes más tarde salí temprano rumbo a una entrevista y me encontré con que el frente del supermercado estaba negro de hollín. Un policía que hacía guardia frente a la perciana incendiada me contó que habían arrojado una bomba molotov de madrugada. El sereno del estacionamiento de al lado había alcanzado a ver al incendiario cuando escapaba. Hablé con él; me dijo que los bomberos habían tardado más de media hora en llegar, que era una suerte que sólo se incendiaro el frente, quedando la mayor parte del local, y los edificios lindantes, a salvo.

¿Dónde estaba al momento del ataque el custodio asignado la noche del disparo? No sabían decirme. En la comisaría admitieron que el custodio debía cuidar al dueño del "chino” (como llamamos todos a los supermercados chinos) pero no al local. Un comisario de investigaciones me mandó decir en confidencia que Yu estaba siendo extorsionado por “la mafia china” y que la policía federal no podía hacer nada: mientras tuviera custodia, estaría a salvo, pero un día deberían quitársela: “Estos tipos vuelven y vuelven… Le conviene arreglar, o es boleta”. 

Que la policía se declarara impotente para evitar que asesinaran a una familia en el centro de la ciudad me pareció escandaloso. En lugar de esperar a que los mataran, fui a hablar con la fiscalía que debía investigar el caso.

Allí me contaron la historia. La señora Yu había recibido un llamado en el teléfono del supermercado; un hombre, chino por su acento, había exigido 50.000 dólares en efectivo. No hicieron caso. El hombre volvió a llamar: O pagaban o lo matarían. Antes del disparo, un último llamado: O pagaba o matarían a su hijo o a su hija.

No pagaron. La cámara de seguridad del local captó al adolescente con gorra, jeans y zapatillas que disparó contra Yu. Su rostro aparecía nítido en pantalla –no era chino: nadie dudaba de que era un sicario contratado por la mafia, porque lo mismo había pasado en otros casos. La policía había recuperado una vaina calibre 32.

Los Yu entregaron el número de teléfono desde el que los amenazaban: el servicio de caller ID lo había registrado. Señalé que los extorsionadores parecían confiados, si ni se molestaban en esconder de dónde llamaban. Me aseguraron que la policía hacía “tareas de inteligencia” sobre el departamento del que había salido la llamada --la línea estaba intervenida--, pero que estos casos eran “muy difíciles” porque “esta gente” era un misterio para la justicia argentina.

En pocas palabras: no les entendían nada y no sabían cómo manejarse con ellos.

Era común que un testigo, o una víctima, se hiciera pasar por otra, y en la fiscalía eran incapaces de distinguirlos. Sólo había un traductor, que llamaban “el chino Li”, para todo el aparato judicial de la ciudad. Me fijé en las primeras páginas del expediente, abierto sobre la mesa frente a mí; Yu Zhuqing aparecía reiteradamente mencionado como Yuzhu King. Pedí un teléfono para ubicar al chino Li y me pidieron que llamara luego --no lo tenían a mano--. Cuando lo hice, resultó que el chino Li se llamaba Shao Ji Zeng.

El custodio policial pasó meses en la puerta del local. Luego apareció un guardia privado, como el que tiene buena parte de los supermercados chinos en la ciudad, que todavía suele estar en la puerta. Yu estuvo ausente durante largo tiempo; cuando reapareció, llevaba un disfraz de bermudas y gorra con visera que le cubría la mitad de la cara. Ahora tenía una mirada nerviosa, alerta.

Luego, el frente del local cambió de color. Dos veces. Parecieron tomar control otros chinos, hasta que hace poco reapareció la señora Yu, y allí sigue atendiendo. Al señor Yu nunca volvimos a verlo. 

***

En la Argentina viven unos 70.000 inmigrantes chinos. Sólo en Buenos Aires, se abren cada mes veinte nuevos supermercados chinos, según reportes periodísticos, y ya son más de diez mil --en el perímetro de mi manzana, hay tres--.

Todos compramos en los chinos: son una reedición del viejo almacén de barrio, la escala pequeña contra la masividad de las grandes cadenas de supermercados. Hasta hace poco eran, también, más baratos, aunque ahora ya no parece haber tanta diferencia. Son tan populares que la cámara que los agrupa está lanzando una tarjeta de crédito específica para comprar en ellos. 

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Desde al menos hace una década, es frecuentes encontrar en los noticieros reportes de ataques similares a los que sufrieron los Yu. Siempre es la misma noticia: el inmigrante amenazado con un disparo en una pierna, el local incendiado, el dueño muerto de un tiro detrás de la caja registradora. Cuando pagan la extorsión, los dueños deben pintar el frente del local de un color específico, que identifica a quién le han pagado. Desde hace diez años, la cifra exigida por los extorsionadores es la misma, sin ajuste por inflación: 50.000 dólares.

Las crónicas siempre hablan de la “mafia china” –los voceros de la comunidad y la embajada niegan relación con las tríadas chinas-- y aceptan que las autoridades argentinas tienen las manos atadas. Cada tanto, alguien es detenido; por lo general, un sicario local. No hay un equipo especializado para investigar estos casos.

Los chinos en China parecen haberse cansado de escuchar siempre la misma historia porque en noviembre desembarcaron en Mar del Plata, en la costa Atlántica, seis policías de Fujian --de allá proviene, junto con Taiwan, la gran mayoría de nuestros inmigrantes chinos. Vinieron a investigar los ataques contra los comerciantes chinos, según se anunció públicamente. Oscar Zheng, vocero de la cámara argentina de supermercadistas chinos, explicó que eran una respuesta del gobierno chino, que está “preocupado” por la proliferación de ataques. Estos, explicó, “son una forma de extorsión que no tiene un trasfondo de peleas de grupos sino que son gente que vio la forma de ganar plata fácil con conciudadanos”.

Es decir, predadores que se aprovechan de la debilidad de inmigrantes a los que nadie defiende. Aunque son nuestros vecinos, en este país de inmigrantes, los chinos son vistos como “ellos” y no como “nosotros”.

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Compartí con ustedes en el pasado mi incomodidad con el reiterado canto al victimismo de algunos periodistas y empresarios periodísticos de países de América Latina, detrás del que suelen ocultarse intereses disfrazados de otra cosa, y tiendo a desconfiar, por lo mismo, de algunas alertas sobre el peligro que se cierne sobre los periodistas en países en los que, realmente, no corremos peligro y hay libertad de prensa. Me parece una ofensa a los colegas que sí arriesgan la vida, y puede restar credibilidad a las alertas verdaderas, que deben tomarse en serio.

Esta noche recibí una de esas alertas verdaderas en mi correo. Es un mensaje de Carlos Dada, fundador del respetado periódico digital salvadoreño El Faro (que se presenta como el primer diario digital del continente, fundado en 1998 en un país en el que apenas había conexiones a Internet), colega de blog aquí y cuya profesionalidad e inteligencia admiro. Esto es lo que decía:

Queridos amigos:

Hemos recibido en las últimas horas varias alertas de seguridad, algunas para ser tomadas con seriedad. Fuentes de inteligencia nos han dicho que creen que ha aumentado mucho el nivel de riesgo para El Faro a partir de nuestra publicación de antier, en la que revelábamos negociaciones entre el gabinete de seguridad de El Salvador y líderes de pandillas para reducir los homicidios a cambio de beneficios para los pandilleros. 

La información tiene entre sus fuentes agentes de inteligencia, y los primeros pasos de las autoridades, hasta donde entendemos, han sido nuevamente al interior de la inteligencia policial y la agencia de inteligencia del Estado, en un nuevo proceso de depuración por habernos filtrado algunos informes. 

Ayer nadie del gobierno quiso hablar del reportaje, y esta mañana el ministro de seguridad convocó a su oficina, a una reunión off the récord, a jefes de varios medios de comunicación (menos a El Faro, a pesar de que llevamos una semana pidiendo una versión oficial de esto). Ahí entre otras cosas, según nos han dicho tres colegas que estuvieron presentes, les dijo que le preocupaba la seguridad de los periodistas de El Faro, que nos arriesgábamos mucho sacando ese tipo de información, y que recordaran lo que le pasó a Cristian Poveda. (Como ustedes saben, Poveda, un documentalista que vivía aquí, fue asesinado hace un par de años por pandilleros).  

Es curioso que al ministro le preocupe nuestra seguridad y que no haya ni siquiera respondido a nuestras solicitudes de entrevista. Es curioso que ni siquiera nos haya llamado para advertirnos de los riesgos que corremos. Es curioso que lo diga a otros medios. 

Esta tarde dio conferencia de prensa, en la que desmintió nuestra información y dijo que los traslados de los jefes de pandillas de un penal de máxima seguridad a otros de menor seguridad obedecían a informaciones que daban cuenta de un ataque inminente contra la prisión de máxima seguridad en que se encontraban, y que en otros casos se debía a obedecer a una solicitud humanitaria a favor de algunos reos enfermos. 

Creemos que es necesario ya comenzar a decir algunas cosas, por nuestra propia seguridad. Esta noche estaré en CNN en Español, a las 10 PM hora de Atlanta, hablando de esto. Y diremos también algo en El Faro. Y ojalá podamos comenzar a hablar en otros medios.  

Un abrazo y seguiré teniéndolos al tanto de esta situación.

He seguido las investigaciones sobre pandillas que publicó El Faro en los últimos meses. En esta impresionate serie, por ejemplo, se narra la historia de la principal pandilla; al final, habla un personaje clave, presunto ex guerrillero y líder pandillero, Viejo Lin, que vuelve a ser mencionado ahora en el artículo sobre el acuerdo de las pandillas con el gobierno. Desde la cárcel, Viejo Lin ya planteaba a El Faro que su sector podía dar orden al país: "¿Sabés en qué etapa se han quedado estos cipotes? Se quedaron en la etapa de cuando estaban los gánster, Al Capone, Baby Face… ¿Qué pasa ahora con la Cosa Nostra allá? Son grandes corporaciones. La violencia no es una opción ya. Los tiempos están evolucionando, y nosotros tenemos que evolucionar con ellos".

En la más reciente entrega de esta historia, la que los ha puesto en peligro, los periodistas de El Faro reportan: "Entre el jueves y el sábado de la semana pasada cerca de 30 pandilleros salieron del régimen de máxima seguridad. Se trata de los líderes de la Mara Salvatrucha y del Barrio 18, dentro de los que se incluye a 'Viejo Lin', 'Chino Tres Colas', 'El Diablito' y 'El Trece'. Los traslados a prisiones de menor seguridad son parte de un pacto entre las pandillas y el Gobierno."

A quienes interese, les recomiendo también esta historia de El Faro que publicamos hace casi dos años en el puercoespín. Seguiremos leyéndolos.

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Nunca antes había interesado tanto (¿algo?) la geología. Ahora, para seguir la actualidad de América Latina, hay que saber qué es el coltán, qué la columbita o la tantalita, en qué país está el cobre, dónde el estaño y el zinc, de qué están hechas las rocas de Catamarca y las montañas de Cajamarca, a cuánto cotiza la tonelada de bauxita. 

En parte, hay que agradecérselo a China y a su hambre insaciable de acero (consume el 46 por ciento de la producción mundial), de cobre (el 40%), de carbón (el 50%), provocado por su industrialización acelerada, que ha derivado en una escalada de precios y en el actual “boom" minero.

Este auge es mundial y puede cambiar la suerte de países enteros. A América Latina, una de las regiones más ricas en minerales del planeta, le corresponde el 30 por ciento de la inversión internacional en exploración minera, según el Banco Mundial.

Desde México hasta la Patagonia, decenas de megaproyectos mineros están en marcha. O lo estaban: una ola de protestas de una cantidad creciente de defensores del medioambiente ha logrado postergarlos; en algunos casos, cancelarlos (así ocurrió en Perú, en Costa Rica, en Colombia, en Argentina). Según el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina, hay hoy más de 155 conflictos por proyectos mineros en el continente. (Aquí, un buen mapa).

Gran parte de estos conflictos, como los del resto del mundo (aquí, una interesante historia sobre lo que ocurre en Mongolia, que, según la revista The Economist estaría a punto de ser “arrancada y vendida a China” para pagar sus sueños de riqueza), contienen una misma contradicción: la que media entre la única chance de prosperidad de determinadas comunidades y la amenaza de que, por tomarla, se provoque la destrucción de su medioambiente (desaparición de bosques, contaminación de ríos y napas, envenenamiento de animales, etcétera).

El tema es tan relevante en la agenda pública que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, donde hay 24 conflictos activos (según el Observatorio), debió incluirlo en su discurso de inauguración de las sesiones legislativas, la semana pasada. Fernández de Kirchner, como otros líderes de la región, ofreció una solución intermedia: "Es muy lindo cuidar a la flora y la fauna, pero primero hay que cuidar a la especie humana, que tenga trabajo, que tenga agua, que tenga casa. (…) Hay también que exigirles a las empresas el cuidado ambiental y la reinversión de las utilidades en las propias comunidades".

El problema es más complejo de lo que muestra la mayoría de la prensa, porque tiene muchas más aristas que las ya mencionadas y no se reduce a la sospechada corrupción de los alcaldes, legisladores, gobernadores o incluso presidentes que deben lidiar con compañías mineras de una escala que supera a sus países. En muchos casos, la resistencia equivale al rechazo de la idea de progreso.Provincias como La Rioja, en Argentina, o Catamarca, o San Juan, apenas si tienen más riqueza que sus minerales y su explotación podría traerles una prosperidad de otro modo imposible. Según la Cepal, las exportaciones mineras provenientes del Mercosur ampliado pasaron de 13 mil millones de dólares en 2003 a 42 mil millones en 2009. Chile, Perú y Colombia, la minería representa hasta el 20 por ciento del producto bruto interno. En Brasil, que tiene la segunda compañía minera más grande del mundo, la producción minera llegó a unos 11 mil millones de dólares en 2011 –un veinte por ciento más que el año anterior—mientras que Ecuador proyecto un crecimiento del 5,35 por ciento en su PBI en 2012 como resultado de la extracción de oro y plata.

Venezuela-emerges-new-source-conflict-mineralsPero la necesidad o la codicia llevan también a nuevos peligros. En Venezuela, comunidades de la frontera con Colombia que vivían de la agricultura y la pesca han descubierto una nueva, más redituable, fuente de ingresos con la extracción artesanal de coltán –un mercado mundial de 150 millones de dólares anuales (la mayor parte va a China)--. Según una investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, “niños, mujeres e indígenas nativos vulnerables quedan expuestos a peligrosas condiciones laborales, a contrabandistas de drogas y a bandas armadas que contrabandean el mineral (…) Los mineros dicen que aceptan los riesgos porque el coltán es una de las pocas opciones en esta región empobrecida.”

El consenso entre los expertos externos parece ser que los Estados exijan a las mineras que dejen parte importante de sus ganancias allí donde los minerales son extraídos, en lugar de llevárselo todo y sin pagar siquiera impuestos, y que fijen normas estrictas de control medioambiental. 

Suena difícil. Pero la discusión actual va más allá: es una discusión sobre el valor que se otorga al progreso. Tal vez sea, o no, posible. Pero ¿es deseable?

El País

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