Graciela Mochkofsky

Sobre el autor

Graciela Mochkofsky, periodista argentina, es autora de cinco libros de no ficción. Creó y edita, en colaboración, la revista digital el puercoespín. Ha escrito para los principales medios de su país y para varias de las revistas más importantes de América Latina. Es Nieman fellow 2009 de la Universidad de Harvard.

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Afganistán, Irak, Centroamérica: el nuevo campo de batalla de EEUU

Por: | 30 de junio de 2012

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Un soldado norteamericano en Honduras (Foto: The New York Times)

En la madrugada del 11 de mayo, un comando conjunto de la DEA (la fuerza antidrogas norteamericana) y la policía local provocó un desastre en la Costa de Mosquitos hondureña.  

Los agentes perseguían en helicóptero a una lancha supuestamente tripulada por narcotraficantes que llevaban un cargamento de cocaína. El cargamento había llegado desde Venezuela en avión y desde Honduras sería transportado por agua hacia los Estados Unidos, según la versión oficial. Pero los agentes, en lugar de apuntar a la lancha que se desplazaba en la oscuridad entre la selva, abrieron fuego contra otra lancha, iluminada y llena de pasajeros. Los disparon mataron a Juana Jackson Ambrosio (28), Candelaria Pratt Nelson (48) --ambas embarazadas-- y a Wilmer Lucas Walter (14) y Enerson Martínez Henriquez (21). Luego, los agentes bajaron en un pueblo cercano, golpearon puertas, esposaron gente y cuestionaron a todos sobre dónde estaban los narcos.

Cuando salió el sol, ardieron cuatro casas en el pueblo de Ahuas (6.000 habitantes). El resplandor sorprendió a los líderes locales. ¿La policía quemaba las casas? No, se supo pronto: eran los mismos vecinos, que castigaban a aquellos que trabajaban para los narcos. "La droga nos pone a todos en peligro. La gente se quiere librar de este problema", explicó Sinicio Ordoñez, presidente del Consejo de Ancianos de la comunidad indígena local. 

La matanza llamó la atención sobre algo que la mayoría no sabía: la renovada intervención norteamericana en Centroamérica, esta vez no para luchar contra el enemigo comunista sino contra el narcotráfico, que en los últimos años se ha instalado allí de la mano de la violencia de pandillas, la corrupción policial (Honduras, el país más violento del mundo medido en cantidad de muertes violentas por habitantes, tiene una de las policías más corruptas del mundo) y el estallido de México. Los comandos de la DEA (los llaman FAST: Foreign-deployed Advisory Support Team, o equipo de apoyo desplegado en el extranjero) fueron creados en 2005 en la guerra de Afganistán para combatir a los traficantes de drogas que financiaban a los Talibán; también fueron empleados en Irak. Ahora han sido desplegados para una nueva guerra, esta vez en Centroamérica.

La administración Obama ha vuelto a aplicar la vieja política de los Estados Unidos, el prohibicionismo imperial, que incluye las incursiones militares y el entrenamiento de fuerzas locales que acaban cometiendo diversas tropelías. Como sugiere el New York Times: "...las oscuras circunstancias que rodean a los tiroteos (en Honduras) subrayan los éxitos y riesgos potenciales en que los Estados Unidos aumenten los esfuezos para ayudar a los pequeños gobiernos de América Central a batallar a contrabandistas de narcóticos bien armados y financiados, adaptando técnicas contrainsurgentes desarrolladas en las guerras de Irak y Afganistán". 

Esas políticas han fracasado estruendosamente en México, donde han obtenido un resultado exactamente inverso al buscado: el entrenamiento de fuerzas especiales propició la creación de los Zetas; la declaración de guerra total llevó a una violencia igualmente total por parte de los carteles; y la actividad de estos sigue siendo financiada con dinero, en su mayoría, de los consumidores de drogas norteamericanos y armada por los arsenales de venta libre en los Estados Unidos. (vean este artículo

En la misma Honduras en que la DEA ensaya sus aventuras, el gobierno ha renunciado hace tiempo a la posibilidad de enfrentar al narcotráfico. Su razonamiento es sencillo y tal vez compartido por algunos de los votantes de México: como carecen de poder para enfrentar a ese poder criminal trasnacional y su propia policía es una de las peores del planeta, sólo queda esperar que gane el candidato el PRI y negocie con los carteles la reducción de la violencia. Mientras tanto, en la misma Centroamérica ha surgido una nueva nueva política, que va el sentido contrario. En El Salvador, el gobierno ha acordado una tregua con las pandillas que ha bajado el número de muertes en un espectacular 58 por ciento. Aunque el gobierno salvadoreño niega oficialmente haber patrocinado el acuerdo, que atribuye a las pandillas mismas, otros países, como Guatemala, estudian seguir el mismo camino y hasta la OEA se ha interesado. Esta idea no ha surgido de la nada. Como nunca antes, la idea de despenalizar el consumo de, o legalizar lisa y llanamente, las drogas prohibidas corre por el continente con nueva fuerza y en boca de voceros antes improbables. En, por ejemplo, el propio presidente Otto Pérez Molina, ex militar, involucrado en las matazas de la cruenta guerra civil, que ha propuesto la legalización a la vista del fracaso de la guerra.

Es una idea que está prendiendo también, inesperadamente, en América del Sur. Hace unos días, la Corte Constitucional de Colombia despenalizó el consumo y tenencia personal de marihuana y cocaína . Pero, sobre todo, una semana antes, el gobierno de Uruguay dio el mayor golpe al enviar al Congreso un proyecto de ley para legalizar la marihuana. Es el mismo presidente José Mujica el que propone, para combatir la inseguridad y el tráfico, que el propio Estado regule la fabricación y distribución de marihuana.

¿Cuál de las dos políticas primará en el continente? Esta es una de las tantas cuestiones sobre las que incidirán, también, las elecciones de mañana en México.

La telenovela de la desigualdad en Colombia

Por: | 19 de junio de 2012

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Foto de la revista Hola

En un país de grandes telenovelas de ficción, los colombianos están desde hace varios meses absorbidos por una de la vida real.

Es la historia de Luis Colmenares, de 21 años, que intentó saltar hacia afuera de su destino manifiesto: hijo de padres guajiros  de una clase media esforzada que juntaron de a uno los pesos para costearle la matrícula de la Universidad de los Andes (economía e ingeniería); novio de Laura Moreno, auténtica alumna de Los Andes, hija de un rico ingeniero petrolero. ¿Llegó Luis Colmenares a pertenecer? No: Luis Colmenares terminó muerto en un desagüe. Y Laura Moreno, su amiga, su ex novio Carlos, la madre de este ex novio y la abogada de esta madre, todos miembros de la èlite del país más desigual de América Latina, están sospechados de haber participado de la muerte o de su encubrimiento.

¿Se saldrán con la suya, quedarán impunes?

¿O las cosas están cambiando en Colombia y serán castigados?

Es, por ahora, una historia con final abierto.

(Aquí y aquí, dos primeras entregas de una serie en construcción, muy bien contada, sobre el caso) 

***

Colombia es el país más desigual de América Latina, que es la región más desigual del mundo.

Así lo probó el año pasado un estudio de Naciones Unidas. El estudio fue visto en Colombia como tan certero, tan obvio, que el mismo presidente lo avaló.

Dijo Juan Manuel Santos: “Colombia es el séptimo país más desigual del mundo después de Haití, el país más desigual de América Latina siendo tan rico. Eso es una situación totalmente inaceptable” 

Inaceptable, sin duda. Y, desde los días de la colonia, inmutable.

***

Que un hijo de guajiros de clase media pudiera estudiar en Los Andes, noviar con la hija de un rico petrolero, no era señal de ningún cambio.

De una columna de la revista colombiana Semana

El economista Alejandro Gaviria señala como problemas claves las condiciones del mercado laboral y la brecha entre educados y no educados: "La Colombia de este siglo es para los no educados, mototaxismo, salones de belleza, informalidad en el sector minero” (…) “La educación, sin contactos (las redes que se establecen en cualquier centro educativo y que sirven toda la vida), no permite ascender".

(Consuelo) Corredor (manejó el programa Bogotá sin Hambre en la alcaldía de Lucho Garzón) ve otro problema: "La desigualdad es esencialmente un problema político, que toca muchos intereses, y no ha habido una alternativa dispuesta a enfrentar esos poderes". Para muchos economistas, en el país ha primado la visión ortodoxa de que el crecimiento económico se encarga de resolver el problema de la pobreza y la desigualdad, y eso no ha sucedido. "Colombia es un país premoderno; todo sigue asociado a rentas y a tierras", sostiene Corredor.

El bloguero Luis Ospina, de La Silla Vacía, definió así a la Universidad de Los Andes:

“En apariencia uno de los lugares más abiertos para el ejercicio del disenso pero en realidad uno de los espacios sociales más refractarios a los cambios estructurales”. 

***

El presidente Santos, que pertenece a una de las familias dueñas de Colombia, que fue alumno natural de la Universidad de Los Andes y que bromeó que las reuniones de su gabinete se parecen a reuniones de ex alumnos, ha dicho con todas las palabras que está dispuesto a acabar con la desigualdad.

¿Qué ha dicho? “Uno de los propósitos fundamentales del Gobierno se centra en reducir las desigualdades y la pobreza”.

¿Qué ha dicho? “Aquí los ricos pagan menos en términos proporcionales que los pobres”.

¿Qué ha dicho? “Más seguridad, más empleo y menos pobreza”.

¿Qué ha hecho? Lanzó una reforma tributaria, para que los ricos paguen más impuestos.

¿Qué ha hecho? Lanzó una reforma agraria, que es más bien un plan de restitución de tierras.

¿Qué ha hecho? Ha subido algunos sueldos bajos.

Y también ha dicho unas palabras muy fuertes: que espera que la Historia lo considere “un traidor a su clase” (esto lo dijo es un avión, ante una periodista a la que mostró el libro que leía: una biografía de Franklin Delano Roosevelt titulada “A traitor to his class”; en su caso: un aristócrata que llevó a cabo una reforma social). 

***

Los analistas se permiten, como corresponde, el escepticismo:

Con la situación actual de Colombia, es probable que a este gobierno se lo juzgue menos por si logra mantener bajo control la seguridad que por si se atreve, por fin, a meterle mano en serio a la enfermedad histórica nacional de la desigualdad y la pobreza. Atacar la base de la pirámide, donde están los pobres entre los pobres, es apenas un aspecto del problema. Parte sustancial reside en la cúspide. Y con esas élites ningún gobierno se ha metido.  

Y también:

(…) tiendo a estar más de acuerdo con los comentaristas de derecha que acusan a Santos, no de traicionar a su clase sino de alejarse cada vez más del legado de Uribe (y los de su clase). Porque la clase de Uribe, por supuesto, no es la misma de Santos. Es así como la rápida y hasta insólita reconciliación con Chávez ha normalizado los negocios de gente de “su clase”; ponerle orden a las tierras, con restitución y legalización de predios les sirve no sólo a las víctimas sino a los inversionistas de “su clase”. Y tener un gabinete tecnócrata y una fluida relación con la justicia era un imperativo de la gente de “su clase”.

Porque no es Santos quien traiciona a Uribe, sino la clase de Santos la que encuentra ahora incómodo, antiético y hasta antiestético a Uribe. Puede que al final de su gobierno Santos no sea invitado a domar potros a ninguna finca, pero tengo la convicción de que seguirá jugando golf como siempre, con sus amigos. A lo sumo eso se llama traicionar con clase. 

Igual que el caso del crimen de Luis Colmenares, esta es una historia de final abierto. ¿Habrá justicia en Colombia?

El País

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