Graciela Mochkofsky

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Compartí con ustedes en el pasado mi incomodidad con el reiterado canto al victimismo de algunos periodistas y empresarios periodísticos de países de América Latina, detrás del que suelen ocultarse intereses disfrazados de otra cosa, y tiendo a desconfiar, por lo mismo, de algunas alertas sobre el peligro que se cierne sobre los periodistas en países en los que, realmente, no corremos peligro y hay libertad de prensa. Me parece una ofensa a los colegas que sí arriesgan la vida, y puede restar credibilidad a las alertas verdaderas, que deben tomarse en serio.

Esta noche recibí una de esas alertas verdaderas en mi correo. Es un mensaje de Carlos Dada, fundador del respetado periódico digital salvadoreño El Faro (que se presenta como el primer diario digital del continente, fundado en 1998 en un país en el que apenas había conexiones a Internet), colega de blog aquí y cuya profesionalidad e inteligencia admiro. Esto es lo que decía:

Queridos amigos:

Hemos recibido en las últimas horas varias alertas de seguridad, algunas para ser tomadas con seriedad. Fuentes de inteligencia nos han dicho que creen que ha aumentado mucho el nivel de riesgo para El Faro a partir de nuestra publicación de antier, en la que revelábamos negociaciones entre el gabinete de seguridad de El Salvador y líderes de pandillas para reducir los homicidios a cambio de beneficios para los pandilleros. 

La información tiene entre sus fuentes agentes de inteligencia, y los primeros pasos de las autoridades, hasta donde entendemos, han sido nuevamente al interior de la inteligencia policial y la agencia de inteligencia del Estado, en un nuevo proceso de depuración por habernos filtrado algunos informes. 

Ayer nadie del gobierno quiso hablar del reportaje, y esta mañana el ministro de seguridad convocó a su oficina, a una reunión off the récord, a jefes de varios medios de comunicación (menos a El Faro, a pesar de que llevamos una semana pidiendo una versión oficial de esto). Ahí entre otras cosas, según nos han dicho tres colegas que estuvieron presentes, les dijo que le preocupaba la seguridad de los periodistas de El Faro, que nos arriesgábamos mucho sacando ese tipo de información, y que recordaran lo que le pasó a Cristian Poveda. (Como ustedes saben, Poveda, un documentalista que vivía aquí, fue asesinado hace un par de años por pandilleros).  

Es curioso que al ministro le preocupe nuestra seguridad y que no haya ni siquiera respondido a nuestras solicitudes de entrevista. Es curioso que ni siquiera nos haya llamado para advertirnos de los riesgos que corremos. Es curioso que lo diga a otros medios. 

Esta tarde dio conferencia de prensa, en la que desmintió nuestra información y dijo que los traslados de los jefes de pandillas de un penal de máxima seguridad a otros de menor seguridad obedecían a informaciones que daban cuenta de un ataque inminente contra la prisión de máxima seguridad en que se encontraban, y que en otros casos se debía a obedecer a una solicitud humanitaria a favor de algunos reos enfermos. 

Creemos que es necesario ya comenzar a decir algunas cosas, por nuestra propia seguridad. Esta noche estaré en CNN en Español, a las 10 PM hora de Atlanta, hablando de esto. Y diremos también algo en El Faro. Y ojalá podamos comenzar a hablar en otros medios.  

Un abrazo y seguiré teniéndolos al tanto de esta situación.

He seguido las investigaciones sobre pandillas que publicó El Faro en los últimos meses. En esta impresionate serie, por ejemplo, se narra la historia de la principal pandilla; al final, habla un personaje clave, presunto ex guerrillero y líder pandillero, Viejo Lin, que vuelve a ser mencionado ahora en el artículo sobre el acuerdo de las pandillas con el gobierno. Desde la cárcel, Viejo Lin ya planteaba a El Faro que su sector podía dar orden al país: "¿Sabés en qué etapa se han quedado estos cipotes? Se quedaron en la etapa de cuando estaban los gánster, Al Capone, Baby Face… ¿Qué pasa ahora con la Cosa Nostra allá? Son grandes corporaciones. La violencia no es una opción ya. Los tiempos están evolucionando, y nosotros tenemos que evolucionar con ellos".

En la más reciente entrega de esta historia, la que los ha puesto en peligro, los periodistas de El Faro reportan: "Entre el jueves y el sábado de la semana pasada cerca de 30 pandilleros salieron del régimen de máxima seguridad. Se trata de los líderes de la Mara Salvatrucha y del Barrio 18, dentro de los que se incluye a 'Viejo Lin', 'Chino Tres Colas', 'El Diablito' y 'El Trece'. Los traslados a prisiones de menor seguridad son parte de un pacto entre las pandillas y el Gobierno."

A quienes interese, les recomiendo también esta historia de El Faro que publicamos hace casi dos años en el puercoespín. Seguiremos leyéndolos.

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Nunca antes había interesado tanto (¿algo?) la geología. Ahora, para seguir la actualidad de América Latina, hay que saber qué es el coltán, qué la columbita o la tantalita, en qué país está el cobre, dónde el estaño y el zinc, de qué están hechas las rocas de Catamarca y las montañas de Cajamarca, a cuánto cotiza la tonelada de bauxita. 

En parte, hay que agradecérselo a China y a su hambre insaciable de acero (consume el 46 por ciento de la producción mundial), de cobre (el 40%), de carbón (el 50%), provocado por su industrialización acelerada, que ha derivado en una escalada de precios y en el actual “boom" minero.

Este auge es mundial y puede cambiar la suerte de países enteros. A América Latina, una de las regiones más ricas en minerales del planeta, le corresponde el 30 por ciento de la inversión internacional en exploración minera, según el Banco Mundial.

Desde México hasta la Patagonia, decenas de megaproyectos mineros están en marcha. O lo estaban: una ola de protestas de una cantidad creciente de defensores del medioambiente ha logrado postergarlos; en algunos casos, cancelarlos (así ocurrió en Perú, en Costa Rica, en Colombia, en Argentina). Según el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina, hay hoy más de 155 conflictos por proyectos mineros en el continente. (Aquí, un buen mapa).

Gran parte de estos conflictos, como los del resto del mundo (aquí, una interesante historia sobre lo que ocurre en Mongolia, que, según la revista The Economist estaría a punto de ser “arrancada y vendida a China” para pagar sus sueños de riqueza), contienen una misma contradicción: la que media entre la única chance de prosperidad de determinadas comunidades y la amenaza de que, por tomarla, se provoque la destrucción de su medioambiente (desaparición de bosques, contaminación de ríos y napas, envenenamiento de animales, etcétera).

El tema es tan relevante en la agenda pública que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, donde hay 24 conflictos activos (según el Observatorio), debió incluirlo en su discurso de inauguración de las sesiones legislativas, la semana pasada. Fernández de Kirchner, como otros líderes de la región, ofreció una solución intermedia: "Es muy lindo cuidar a la flora y la fauna, pero primero hay que cuidar a la especie humana, que tenga trabajo, que tenga agua, que tenga casa. (…) Hay también que exigirles a las empresas el cuidado ambiental y la reinversión de las utilidades en las propias comunidades".

El problema es más complejo de lo que muestra la mayoría de la prensa, porque tiene muchas más aristas que las ya mencionadas y no se reduce a la sospechada corrupción de los alcaldes, legisladores, gobernadores o incluso presidentes que deben lidiar con compañías mineras de una escala que supera a sus países. En muchos casos, la resistencia equivale al rechazo de la idea de progreso.Provincias como La Rioja, en Argentina, o Catamarca, o San Juan, apenas si tienen más riqueza que sus minerales y su explotación podría traerles una prosperidad de otro modo imposible. Según la Cepal, las exportaciones mineras provenientes del Mercosur ampliado pasaron de 13 mil millones de dólares en 2003 a 42 mil millones en 2009. Chile, Perú y Colombia, la minería representa hasta el 20 por ciento del producto bruto interno. En Brasil, que tiene la segunda compañía minera más grande del mundo, la producción minera llegó a unos 11 mil millones de dólares en 2011 –un veinte por ciento más que el año anterior—mientras que Ecuador proyecto un crecimiento del 5,35 por ciento en su PBI en 2012 como resultado de la extracción de oro y plata.

Venezuela-emerges-new-source-conflict-mineralsPero la necesidad o la codicia llevan también a nuevos peligros. En Venezuela, comunidades de la frontera con Colombia que vivían de la agricultura y la pesca han descubierto una nueva, más redituable, fuente de ingresos con la extracción artesanal de coltán –un mercado mundial de 150 millones de dólares anuales (la mayor parte va a China)--. Según una investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, “niños, mujeres e indígenas nativos vulnerables quedan expuestos a peligrosas condiciones laborales, a contrabandistas de drogas y a bandas armadas que contrabandean el mineral (…) Los mineros dicen que aceptan los riesgos porque el coltán es una de las pocas opciones en esta región empobrecida.”

El consenso entre los expertos externos parece ser que los Estados exijan a las mineras que dejen parte importante de sus ganancias allí donde los minerales son extraídos, en lugar de llevárselo todo y sin pagar siquiera impuestos, y que fijen normas estrictas de control medioambiental. 

Suena difícil. Pero la discusión actual va más allá: es una discusión sobre el valor que se otorga al progreso. Tal vez sea, o no, posible. Pero ¿es deseable?

La barbarie de nuestros días

Por: | 26 de febrero de 2012

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María Luis muestra las fotos de los hijos que le quitaron (Foto: The New York Times)

Si creemos que el futuro traerá progreso, podemos estar seguros de que nuestros descendientes verán algunas costumbres de nuestra época con el mismo horror con el que nosotros miramos a nuestros antepasados que se reunían en plazas para ver a un hombre morir ahorcado, o que aceptaban la esclavitud de otros hombres como un hecho dado.

Cuando cuenten la historia de los Estados Unidos, por ejemplo, hablarán de la primera década del siglo XXI como uno de los períodos más oscuros y trágicos de la historia moderna de la inmigración. En estos años, miles de niños nacidos en los Estados Unidos fueron separados de sus madres y sus padres inmigrantes cuando éstos (por las políticas puestas en marcha durante el gobierno de George W. Bush) fueron detenidos y deportados a sus países de origen, en su mayoría de Centroamérica. Los niños quedaron en los Estados Unidos, en orfanatos, hogares sustitutos, y algunos, incluso, fueron dados en adopción a matrimonios norteamericanos de clase media a los que jueces de familia consideraron más adecuados.

En la edición de hoy de este diario, cuento la historia de dos de esas mujeres, las guatemaltecas María Luis y Encarnación Bail Romero. Como otras miles, escaparon del país más peligroso del mundo para las mujeres (tasa anual de femicidio a 2010: 695), completaron la horrorosa travesía por México hasta la frontera de los Estados Unidos e iniciaron vidas clandestinas, pero no lograron escapar de las redadas contra los inmigrantes latinos. Fueron enviadas a prisión y, mientras esperaban ser mandadas por la fuerza a su punto de partida, les quitaron a sus hijos.

Al menos 5.100 niños vivían en 2011 en hogares sustitutos porque sus padres estaban detenidos o habían sido deportados. Según las proyecciones, podría haber otros 15.000 niños en la misma situación en los próximos cinco años. Un estudio nacional conjunto del Urban Institute y el Consejo Nacional de la Raza de 2009 reveló que “por cada dos inmigrantes detenidos, un niño es dejado atrás”. Alrededor de cinco millones de niños residentes en Estados Unidos tienen al menos un padre indocumentado.

El efecto de este trauma masivo, me dijo Deborah Anker, directora del Programa de Inmigración y Refugiados de la Universidad de Harvard, será “similar al que tuvo la época de la esclavitud en Estados Unidos: la comunidad afroamericana fue dañada gravemente por la ruptura de la unidad familiar cuando los esclavos eran vendidos sin que se tuviera en cuenta su situación familiar. Los efectos reverberaron en el futuro; aún lo hacen en el presente. Las familias están siendo destruidas, y las comunidades, despedazadas”

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Foto: Hernán Zin

El otro escenario de barbarie es el de las prisiones del continente americano. Millones de hombres, en su abrumadora mayoría pobres y de minorías étnicas, en un creciente número condenados por hechos vinculados al narcotráfico (en muchísimos casos, por delitos menores, como tenencia de drogas o transportes de pequeñas cantidades de sustancias ilegales), pasan buena parte de sus vidas hacinados en prisiones superpobladas que son gobernadas por el crimen, la extorsión, la violencia y la traición. Tres ejemplos, de Norte a Sur:

Estados Unidos: lean este fragmento del escalofriante texto que Adam Gopnik publicó en la revista The New Yorker en enero pasado:

Más de la mitad de los hombres negros sin secundario completo va preso en algún momento de su vida. El encarcelamiento masivo a una escala casi inédita en la historia de la humanidad es un hecho fundamental de nuestro país [Estados Unidos] –quizás el hecho fundamental, como la esclavitud era el hecho fundamental en 1850. En verdad, hay más hombres negros en el puño del sistema criminal de justicia –en prisión, en libertad bajo palabra, o en probation—de los que había entonces en esclavitud. En total, hoy más gente bajo “supervisión correccional” en los Estados Unidos –más de seis millones—de los que hubo en el Archipiélago Gulag con Stalin en su momento pico.  La ciudad de los confinados y los controlados, Ciudad de Encierro, es hoy la segunda ciudad más grande de los Estados Unidos.

La acelerada tasa de encarcelamiento de las últimas décadas es tan sorprendente como el número de personas en prisión: en 1980, había unas 220 personas encarceladas por cada cien mil norteamericanos; para 2010, el número se había más que triplicado, a 731. Ningún otro país se aproxima siquiera a esto. En las últimas dos décadas, el dinero que el estado gasta en prisiones sextuplicó la tasa de gasto en educación superior. El nuestro es, de arriba a abajo, un “estado carcelario”, en el liso y llano veredicto de Conrad Black, ex barón conservador de la prensa y flamante reformista, quien hoy se encuentra en prisión en Florida (…)

La escala y la brutalidad de nuestras prisiones son el escándalo moral de la vida norteamericana. Cada día, al menos 50.000 hombres –un estadio de los Yankees repleto—se despiertan en confinamiento solitario, con frecuencia en prisiones “supermax” o sectores de prisiones en los que los hombres son encerrados en pequeñas celdas, donde no ven a nadie, no pueden leer y escribir libremente, y sólo tienen permitido salir una hora por día para “ejercitarse” en soledad. (Enciérrese en su baño e imagine que tiene que quedarse allí durante los próximos diez años, y tendrá una idea de la experiencia). La violación en prisión es tan endémica –más de 70.000 presos son violados cada año—que es usado rutinariamente como una amenaza, como parte del castigo que debe esperarse.

Centroamérica: denle una mirada al excelente relato de Daniel Valencia Caravantes para el periódico digital salvadoreño El Faro, del reciente incendio en un penal de Honduras, en el que murieron 356 presos a los que los guardas se negaron a abrir las puertas (que se mueran pero no se fuguen):

En el penal, Quique y Coli se las arreglaban igual que el resto de presidiarios. En las cárceles de Honduras, como en las de El Salvador o Guatemala, se sobrevive si se tienen buenas relaciones con los carceleros, si se consiguen privilegios derivados de la buena conducta o dinero para pasarla. Un reo vale lo que vale cada centavo que carga consigo, y en Comayagua esta regla también se cumplía.

Para tener un celular al alcance, por ejemplo, se necesitaban 500 lempiras (26 dólares). Dormir en litera se ganaba con el tiempo o el respeto, dormir en el suelo era para los más nuevos o los menos afortunados. En todas las celdas había conectores, extensiones y cables de televisores o de cargadores de celular. Si no fuera porque Comayagua tenía un sistema de rehabilitación “modelo”, esta cárcel sería como cualquier otra: una donde se compran voluntades, se sufren muchas carencias y donde los derechos de los reos le importan solo a los reos. El sistema de rehabilitación, por el otro lado, consistía en tener los siete días de la semana mano de obra barata para que regentaran una porqueriza, una granja pollera y un invernadero.

Ecuador, vean el panorama que describió el académico Jorge Núñez Vega en la revista Nueva Sociedad:

El ex-penal García Moreno fue inaugurado en 1875, con apenas 71 personas (Goetschel). El edificio es una estrella de cinco puntas (pabellones) y fue diseñado con los parámetros de la arquitectura panóptica europea. Según el informe de la Dirección Nacional de Rehabilitación Social, en 2004 albergaba a 924 hombres, 431 de ellos por drogas ilegales, 102 por delitos contra la propiedad, 278 por delitos contra las personas, 57 por delitos sexuales y 56 por otros delitos. De los detenidos, 564 estaban condenados y 360 procesados. Los funcionarios penitenciarios se dividían en 59 guardias, cinco médicos, tres psicólogos y un instructor de taller.

Lo primero que llama la atención al entrar es el movimiento. La mayor parte de la gente está ocupada en algo y transita por los patios, pabellones y celdas sin prestar demasiada atención. Para el recién llegado son chocantes el bullicio y la rapidez con que la vida acontece. Cada uno atiende lo suyo y trata, en lo posible, de no entrometerse en problemas ajenos. Esta indiferencia es intimidante y hasta peligrosa para el interno nuevo: además de su ignorancia en cuanto a las necesidades mínimas para sobrevivir, se encuentra a merced del ánimo de sus compañeros, quienes, por aburrimiento o necesidad, a menudo no encuentran mejor actividad que hostigarlo y robarle lo poco que le quedó después de pasar tres o cuatro días encerrado en un calabozo con 20 personas más.

Si logras sobrellevar la primera impresión sin volverte loco –me decía un preso–, el siguiente paso es conseguirte una celda para dormir. En el penal, las celdas se compran a un precio que oscila entre los 400 y los 2.000 dólares. El valor se fija en función de los derechos que el propietario adquiere y del número de personas que deben compartir el espacio con él, lo cual, a su vez, depende del pabellón en que se ubica. En un pabellón, por ejemplo, solo se acepta a tres internos por celda, mientras que en otro el número depende de la cantidad de gente encarcelada, lo que significa que pueden vivir entre seis y diez personas en un espacio diseñado para apenas dos. Quien paga por la celda puede expulsar a sus compañeros durante el día o incluso prohibirles el uso del baño o la televisión, si es que la tiene.

Son sólo unas pocas escenas de la barbarie de nuestros días.

América Latina: ¿una crisis humanitaria de envejecimiento?

Por: | 19 de febrero de 2012

UntitledEn las vísperas de su centenario, mi bisabuela se despidió de su hija, le dijo que no le preparara desayuno para la mañana siguiente, y se metió en la cama como todas las noches. Ya no despertaría.

Mi abuela, hija de mi bisabuela, cumplió 98 años el mes pasado. Hace poco tropezó y cayó al suelo cuando entraba a su departamento cargando dos pesadas fuentes; dio con los antebrazos en el piso, todo el peso de su cuerpo sobre ellos. Fue al médico por método, porque no se había roto nada; él miró incrédulo las radiografías: eran huesos de una mujer cincuenta años menor.

Yo, que creo en la herencia genética, estoy segura de que voy a vivir, como ellas, al menos hasta los cien años y que voy a morir –si es que tengo que morir un día-- del mismo modo que mi bisabuela, durmiendo en mi cama.

Hace años que alardeo sobre la longevidad de mis parientes (paternos y maternos), como de un hecho excepcional. Al final de cuentas, ¿cuántas personas viven más de 90 años?

Resulta que cada vez más.

Según el último censo, de octubre de 2010, en Argentina hay 23.483 personas de entre 95 y 99 años y 3.487 personas de 100 años o más. Para cuando yo llegue a los cien años, seremos multitud.

Esta es la buena noticia. La mala: que la longevidad no se hereda genéticamente.

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Nunca hubo tantos ancianos en el mundo.

La División de Población de las Naciones Unidas ha estimado que en 1950 había unas 23.000 personas de cien años o mayores en todo el mundo. En 1990, eran unas 110.000. En 1995, 150.000. En 2000, 209.000. En 2005, 324.000. Y en 2009, 455.000.

Según las proyecciones, las personas de más de 60 años serán en 2050 casi la tercera parte de la población mundial: 2.000 millones de individuos.

Sólo en Argentina, la población mayor de 65 años casi se cuadruplicó entre 1950 y 2000. Hoy es el 10,2 por ciento del total, uno de los porcentajes más altos de América Latina. Se estima que serán el 12,7 por ciento en 2025, y el 19 por ciento en 2050. Para entonces yo tendré 81 años y vamos a ser más los mayores de 65 que los de 15.

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Los expertos alertan sobre una crisis humanitaria de envejecimiento mundial. América Latina, pese a la visión extendida de que es un continente con altas tasas de natalidad y una mayoría de jóvenes (sin duda Europa envejece más rápidamente), no es la excepción.

Según Naciones Unidas, la población latinoamericana de 65 años o más se triplicará hacia mediados de este siglo. El promedio de edad, que hoy es de 26 años, será de 40.

En 1975, en América Latina había 12,3 niños por cada adulto mayor. Hoy hay 6,3. En 2050, habrá solamente 1,3. 

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Este rápido envejecimiento, producto en gran medida de los avances médicos y científicos, plantea una cantidad de problemas a nuestros Estados: sanitarios, financieros, previsionales. Es ilustrativo el diagnóstico del Center for Strategic and International Studies de la Global Aging Initiative, de marzo de 2009:

La ola de envejecimiento representa dos desafíos para América Latina. El primero consiste en diseñar sistemas nacionales de jubilación capaces de proveer un adecuado nivel de soporte para los adultos mayores pero sin imponer una carga demasiado pesada sobre la juventud. El segundo consiste en mejorar los niveles de vida de la población mientras ésta es todavía joven y continúa creciendo. Mientras que los Estados Unidos, Europa y Japón se convirtieron en sociedades prósperas antes de envejecer, América Latina podría envejecer antes de alcanzar la prosperidad. A menos que los países latinoamericanos tengan éxito en la promoción de un rápido desarrollo y del ritmo de crecimiento de sus economías, muchos de ellos tendrán que pagar por olas de envejecimiento propias de países desarrollados con solamente una fracción del ingreso y riqueza de estos países. El futuro podría traer grandes dificultades económicas; incluso una crisis humanitaria de envejecimiento.  

La República Argentina envejece. Para el año 2050 tendremos que 1 de cada 5 argentinos tendrá más de 64 años de edad y con algo más de 50 millones de habitantes, y nuestra población mayor será de casi 10 millones de personas. La Argentina es uno de los países más envejecidos de América Latina junto con Chile, aunque pronto será superada por Brasil.

La Ciudad de Buenos Aires es arquetipo de la tendencia. Mientras que 17% de los porteños tienen menos de 15 años de edad, 38% de los misioneros son niños y adolescentes. Por otro lado, en el hogar promedio de la Ciudad de Buenos Aires viven de 1 a 2 personas, lo que señala inequívocamente que hay pocos niños en relación a los adultos.

Dentro de 40 años el argentino promedio tendrá 40,31 años de edad; si bien el envejecimiento de nuestra población no será tan serio como el de Brasil, con 45,56 años, o el de Cuba, con 50,31 años de edad, igualmente será grave.

América Latina, sin embargo, está siendo asaltada por una asombrosa transformación demográfica. Durante las últimas décadas, la tasa de crecimiento poblacional ha caído dramáticamente, de 2,7 por ciento anual en los años sesenta hasta 1,3 por ciento anual en la presente década; y continúa desacelerándose rápidamente. El número de niños alcanzará su techo en los próximos 10 o 15 años en la mayoría de países latinoamericanos, y luego declinará. En Chile y México, el número de niños ya está declinando. El número de adultos jóvenes entre 20 y 29 años alcanzará su pico y luego empezará a declinar casi en todos los países en los próximos 20 a 25 años. Hacia la mitad del siglo, la población en edad de trabajar alcanzará su techo en la mayoría de países; y en Brasil, Chile y México estará decreciendo.

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En buena parte de los documentos, declaraciones de organismos internacionales, artículos periodísticos y opiniones que encontré sobre este tema, predomina la misma perspectiva: de preocupación. Este artículo de la revista The New Yorker (en inglés), por ejemplo, es un gran relato sobre los dilemas médicos y sanitarios que plantea el envejecimiento de los norteamericanos. Y es razonable y sensato que exista preocupación. Pero también me parece a mí que estamos ante otra buena noticia: hasta hace poco, uno de los problemas de llegar a los cien años era que llegabas solo, habiendo perdido a tus amigos, tu pareja, los pares de tu generación. Mi generación y las siguientes vamos a llegar acompañados.

Argentina: el silencio de los militares

Por: | 16 de febrero de 2012

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 Hace unos años, cuando se anularon las leyes del perdón y se reiniciaron los juicios contra los militares de la última dictadura argentina, me propuse entrevistar a quienes habían tenido responsabilidad en el planeamiento y ejecución del terrorismo de Estado. Habían pasado treinta años, ya no estaba pendiente la justicia, pero quedaban (quedan todavía) un puñado de preguntas por responder. Para empezar: ¿cómo, en qué reuniones, quiénes, diseñaron el plan de represión clandestina: la organización en grupos de tareas que secuestraban por las noches, los campos de tortura, las "desapariciones"?, y ¿dónde están los cuerpos (¿las listas?) de los miles de "desaparecidos" que aún no se han encontrado?

El problema de estas preguntas era que, para responderlas, los militares debían admitir lo que habían hecho. No con un razonamiento político o ideológico sobre las razones de la dictadura, que habían hecho en distintas oportunidades, seguros de que los justificaba, sino el frío y detallado recuento de los hechos --una mirada al propio horror.

Me reuní con varios generales retirados, con ex ministros de la Junta Militar, con amigos e ideólogos de los represores. Ofrecí acuerdos de off the record, porque casi ninguno aceptaba hablar con su nombre y apellido. Con algunos me reuní largamente, una vez y otra. Pero luego de unos años me vi obligada a aceptar el fracaso: estos hombres no iban a hablar sobre los hechos. Se iban a morir en la cárcel sin contar lo que queda por contar.

¿Por qué?

Intenté explicarlo en una narración sobre mis encuentros con un ex general que tuvo un papel crucial. Lo publiqué el 24 de marzo de 2010, para un aniversario del golpe de Estado que dio inicio a la dictadura (1976), en el primer número de la revista digital el puercoespín, que co-edito con Gabriel Pasquini. Al leer ayer en la revista española Cambio 16 el complaciente reportaje al general Jorge Rafael Videla, presidente de la Junta Militar durante los años más sangrientos de la dictadura más sangrienta de mi país, recordé aquel relato y me pareció que, ante las autojustificaciones y las omisiones de Videla, volvía a ser relevante. Lo comparto aquí con ustedes.

***

Por la ventana del tren se sucedían despintadas estaciones de provincia, los baldíos, los recuerdos.

El departamento rectangular en el centro como una caja de zapatos. Las fundas baratas que escondían la tapicería gastada. Un niño rubio se colgaba de su cuello. El hedor de su aliento, que impregnaba las solapas de su saco azul marino, me rozaba la cara.

Sus agendas cargadas de notas esmeradas, minutas de reuniones, que, dijo, buscaría para el siguiente encuentro. ¿Dónde? ¿En el escritorio? ¿En la baulera? ¿en la casa de la hija? Esa vocación notarial que este país ha perdido. Esa memoria de detalles, nombres, órdenes, decisiones. Los papeles, los documentos, las listas. ¿Dónde se guardan los secretos?

No. Preguntaba mal: hasta cuándo.

***

Tomé un taxi desde la estación.

Habían pasado seis años. La mudanza le había sentado bien: ya no hedía. La casa era amplia, cómoda, llena de luz, de Casa-Foa.

–Nos la prestaron unos amigos que se fueron a vivir a los Estados Unidos –aclaró–. Hasta que vuelvan.

Le había llevado “Albert Speer, el arquitecto de Hitler”, de Gitta Sereny. Una exploración del arrepentimiento y la redención, una…

–Lo tengo –rechazó, condescendiente–. Me lo regaló mi hija. Leí 150 páginas y lo dejé. Lo que recuerdo es que Speer no era nazi, eso me parece central. Y también que habló después de su condena.

¿Entonces?

Entonces…

Tal vez si lo llamaba en seis meses, cuando la Corte anulara los indultos…

Lo llamé a los doce días y me invitó a pasar otra tarde en la casa. Y luego otra. Y otra. Durante meses.

***

Pasamos ese invierno en la nostalgia por su infancia. Un bisabuelo del siglo XIX había legado una fortuna a la familia. Luego, la vida en el campo; su bicicleta; el día en que la maestra particular llegó a la casa y le agregaron una cama en el cuarto de las hermanas. Había aprendido a leer leyendo La Nación. Recordó a cada director, maestro, compañero de primaria, del liceo militar, de la promoción, de las promociones anteriores y posteriores. Una tarde cualquiera evocó el momento en que llegó la orden de fusilar al general Valle. Le faltaba mucho para ser general, pero esquivó el asunto con excusas de etiqueta: llevaba uniforme de combate y “había que ir de servicio”.

–Una o dos horas después recibí a los oficiales que habían ido. El golpe psicológico era terrible. Me dijeron: mejor que no fuiste, no te podemos ni contar. Murieron como en la Guerra de la Independencia, gritando ¡Viva la Patria! Gritando a los que los fusilaban que no debían tener remordimientos porque estaban cumpliendo una orden y era su deber. Bromeando que tenían las botas manchadas y no iban a morir con las botas limpias…

Cuando quedamos solas, su mujer susurró:

–Apurate si le querés sacar algo. Se está empezando a perder.

Su cuerpo parecía contener todavía una fuerza caballuna, pero se lamentaba de múltiples achaques. Si se sacaba los audífonos se volvía sordo; sobre el final del invierno se rompieron y debí gritarle penosamente. Tenía la presión alta. Un médico quería abrirle la columna vertebral para frenar el estrangulamiento de un disco lumbar que apretaba nervios. Dolía. Dolería más y más hasta que ya no pudiera caminar. El general temía enfrentar el cuchillo de los matasanos. Pedaleaba una bicicleta que ya no iba hacia el campo ni a ninguna otra parte, mientras miraba noticias en la televisión.

Me apuré.

Por darme algo, me ofreció un secreto irrelevante: Videla preparaba un libro de memorias. Había pedido a sus viejos colaboradores que escribieran un capítulo por cabeza. El general no había escrito el suyo. Nadie leería un libro de Videla. Nadie, excepto ellos mismos.

Pero hasta cuándo, General. Hasta cuándo.

Yo tenía que saber, remarcó, que él se había opuesto desde el comienzo.

–A mí me hicieron callar luego de que me quejé de que no aparecieran los cuerpos. Yo quería que aparecieran con el nombre en un cartelito. Para facilitar el trabajo.

Se explicó:

–Vos sólo sos desaparecida si alguien dice: Mochkofsky desapareció.

Le interesaba hablar de ideas, no de hechos ni datos nimios.

–No quiero hablar de cosas desagradables como las que te interesan a vos.

Estaba de mal humor, tal vez porque yo había encendido el grabador.

La mucama paraguaya había calentado una pizza Sibarita y nos la había servido con jugo de manzana. El general quería algo más; sacudió una campanita. Pero la mucama no volvió. El general comenzó a sacudir la campanita en forma frenética. Rendido, se quejó a su mujer:

–Tu empleada no me da bola.

La mujer dijo un nombre y la mucama apareció enseguida.

***

Se presentía el verano.

Mejor tomarnos un tiempo, dije. Esperar.

Creí que el silencio mismo lo quebraría, como antes.

Pero no volvió a llamarme. Cuando me rendí, su mujer me informó que el médico había vencido: le habían cortado de un tajo la espalda para componerle los huesos.

La recuperación llevó meses.

Luego vino la infección que el urólogo desestimaba. Cuando llegó al Hospital Militar, le diagnosticaron septicemia. Reunieron a la familia para que se despidiera enseguida: con ese cuadro y esa edad, siete de cada diez morían.

Sobrevivió.

La mujer del general, una belleza de formas redondeadas y ojos gatunos, transmitía sensualidad, empatía, determinación, aun en la cafetería del hospital. En el jardín se apreciaba el fin de la primavera. Ella observó que los árboles sobre Luis María Campos estallaban de flores lilas; desde la ventana del cuarto en que vivía prisionera hacía cinco meses, esa visión la consolaba.

–La gente cree que trabajo acá.

A prueba y error, los médicos habían dado con el antibiótico que salvaría la vida del general. En el proceso, sus piernas se convirtieron en columnas ulceradas que dejaron a la vista huesos y tendones. No podía sostenerse en pie.

–Está desanimado y angustiado. No puede ver cómo sigue su vida.

Cuando no había visita, se entretenían con la televisión. Siguieron los juicios públicos contra el general Bussi y el general Menéndez.

–Menéndez –-resumió la mujer del general, con admiración–-, un señor: ‘Asumo total responsabilidad’.

En cambio, Bussi.

–Lamentable. ¡Lloraba! Una vergüenza. Le dije (al general): ‘Vos no vas a declarar, o te pegás un tiro. Pero ese papel no lo hacés.’

Ese era el problema, dije.

–Se van a morir sin hablar. Todos se van a morir sin hablar.

Claro.

–No quieren quedar como traidores ante sus pares.

No, ¡no! Debía convencer a su marido de que hablara. Ahora: ahora o nunca.

Se comprometió a intentar, por ninguna otra razón que la siguiente: estaba harta de esconderse. Pero me advirtió:

–No está bien de la cabeza. Desvaría.

Más tarde telefoneó, apenada:

–No sabe quién sos.

***

Se sucedieron cuatro meses, dos angioplastías, cinco stents. La infección regresó y esta vez no daban con el antibiótico que supiera combatirla. Ya no sabía dónde estaba.

–Hoy está en Estados Unidos, ayer estaba en Perú…

Vive una aventura tras otra: se interna en la selva, tiene un romance, está otra vez en el poder.

Tuvieron que atarlo a la cama.

Sudamérica y el cáncer

Por: | 05 de febrero de 2012

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Lula besa a Fernando Lugo en la clínica brasileña en la que los dos se tratan por sus cánceres (EFE)

En 1978 apareció el ensayo La enfermedad y sus metáforas, en el que Susan Sontag sostenía que, tal como había ocurrido en el siglo XIX con la tuberculosis, en el siglo XX el cáncer --la enfermedad misteriosa e incurable de nuestra época-- se había convertido en metáfora de la muerte, del mal absoluto --algunos comportamientos eran un "cáncer", algunas pasiones eran "un cáncer", etcétera--. La sociedad, explicaba Sontag, era incapaz de lidiar con la enfermedad, estaba empecinada en la negación de la muerte. Esto derivaba en la construcción de un tipo caracterológico, el del enfermo de cáncer:

Según la mitología, lo que generalmente causa el cáncer es la represión constante de un sentimiento. En la forma primitiva y más optimista de esta fantasía, el sentimiento reprimido era de orden sexual; ahora, cambio notable, la causa del cáncer es la represión de sentimientos violentos. La pasión frustrada que mató a Insarov era el idealismo. La pasión reprimida que la gente cree que da cáncer es la rabia.

(…) Los médicos identificaban las causas o los factores que favorecían el cáncer en el dolor, las preocupaciones (mayores en los hombres de negocios y las madres de familias numerosas), en las situaciones económicas apuradas y los bruscos cambios de fortuna, y en el exceso de trabajo; o si no, si los pacientes eran escritores o políticos de éxito, en el dolor, la rabia, el esfuerzo intelectual excesivo, la angustia que acompaña la ambición y el estrés de la vida pública.

Sontag concluía su ensayo, que es ya un texto clásico, con la predicción de que, así como ocurrió con la tuberculosis, cuando la ciencia encontrara una cura la metafora caería en desuso. Tres décadas más tarde, la ciencia ha avanzado, los tratamientos se han sofisticado y un diagnóstico temprano suele anular la sentencia de muerte, pero la metáfora sigue en pie. ¿Qué mejor ejemplo que lo que ocurrió cuando, en la última semana de 2011, la presidenta argentina Cristina Kirchner anunció que le habían diagnosticado un cáncer de tiroides y todo el mundo hizo la siguiente cuenta: Dilma Rousseff: cáncer linfático (2009); Fernando Lugo: cáncer linfático (2010); Lula da Silva: cáncer de laringe (2011): Hugo Chávez: cáncer en la zona pélvica (2011)?

Cinco presidentes con cáncer en un subcontinente con una docena de países: tenía que haber una explicación. Periodistas, expertos, psicólogos, políticos y, asumo, una parte del público, la encontraron en... los presidentes. 

Unos vieron la causa en su ideología: “A los líderes de la izquierda latinoamericana, antes que el socialismo, los une el cáncer”. Pero la mayoría pareció encontrarla en una idea más simple: en el ejercicio del poder político. Lo que causa cáncer es el poder --o el poder enferma.

Leí esta explicación en medios de todo el subcontinente; los de mi país no fueron excepción. Me pareció que la enunciaban en especial los opositores a los presidentes enfermos: no era cualquier ejercicio del poder el que los estaba enfermando, sino su ambición de poder absoluto --de lo que se acusa, por lomenos, a Chávez y a Kirchner--. Es una afirmación arbitraria, como cualquier otra, pero se me ocurre que este mito podría revelar una frustración, un resentimiento, de los que no tiene el poder y no ven la posibilidad de tenerlo en lo inmediato. Siempre buscamos compensación (racional) para nuestras carencias. 

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Cristina Kirchner, que todavía no ha sido diagnosticada, recibe un beso de Hugo Chávez, que lleva meses de tratamiento (AFP)

Los presidentes intentaron, ante la imposibilidad de ocultarla, usar la enfermedad en su favor --y frenar la lucha de poder interno que el anuncio de la enfermedad podía desatar--. Cristina Kirchner, por ejemplo, lo inscribió en un relato de sacrificio personal y contó que había dicho a Chávez (aún pelado por la quimioterapia): "Voy a pelear por la presidencia honoraria del congreso de los que vencieron el cáncer". Chávez hizo del anuncio de que había "vencido" al cáncer una victoria política. Lo mismo, Lugo.

Pero allí donde tantos buscaron una explicación de lo extraordinario --cinco diagnósticos consecutivos a presidentes de Sudamérica (en verdad, cuatro en funciones y un ex presidente; al fin del día, tres presidentes, desde que se comprobó que Cristina Kirchner no tenía cáncer)--, no hay sino una verdad ordinaria. Denle un vistazo a las espeluznantes estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud:

-El cáncer es la segunda causa de muerte en las Américas (la primera es la enfermedad cardíaca).

-Representa un tercio de todas las muertes en el continente, alrededor de 1.2 millón de personas por año.

-La OPS estima que en 2030 los muertos por cáncer en la región serán 2.1 millones y que para esa época 1.6 millón recibirán diagnósticos de cáncer cada año.

-Los índices de mortandad son siete veces más altos en Sudamérica y Centroamérica que en Norteamérica.

Detrás de los diagnósticos consecutivos, no está la excepcionalidad de los presidentes sino su prosaica humanidad.

Por qué ya no importa la corrupción en América Latina

Por: | 28 de enero de 2012

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Todos los fines de año desde 1995, la ONG con sede en Berlín Transparencia Internacional difunde su Indice de Percepción de la Corrupción, un ránking en el que casi todos los países del mundo (en el último, de diciembre de 2011, fueron 182) son calificados con puntajes de cero a diez según el grado de corrupción en su sector público.

Diez equivale a la ausencia de corrupción. Cero, a la corrupción absoluta. Por supuesto, ningún país obtiene nunca un cero o un diez.

Lideran el ránking, por lo bajo, los países más corruptos. En estos países, la publicación del índice suele provocar que, durante algunos días, el tema se instale en el debate público --al menos, en el que ocupa a los medios de comunicación--. Aparecer abajo fastidia, naturalmente, a los gobiernos de esos países, y entusiasma a los que, como Nueva Zelanda o Dinamarca, viven en lo más alto de la lista. Por lo general, los de abajo suelen quedarse abajo y los de arriba suelen quedarse arriba, y los que están en el medio pueden decir que subieron algún escalón u ofuscarse porque lo bajaron.

Pero ¿para qué sirve, realmente, este índice?

Un ejecutivo de una ONG latinoamericana que difunde el índice de Transparencia Internacional en su país y que participa de los debates sobre su confección me explicó que “siempre hubo críticas metodológicas internas y externas”, y que él mismo piensa que tiene muchas fallas. Por ejemplo:

-Como la metodología de confección cambió a lo largo de los años, no se puede comparar un año con otro, aunque uno de los mayores atractivos de tener un índice anual desde 1995 es, justamente, decir que el país tal mejoró o empeoró y es lo que se hace, inevitablemente, cada vez que se difunde un nuevo índice.

-El ránking está hecho en base a sondeos que Transparencia Internacional no hace ni maneja; en cambio, confía en lo que le dice un manojo de organismos internacionales –el Banco Mundial, el Asian Development Bank, el African Development Bank, la Fundación Bertelsmann, Freedom Bank, la unidad de inteligencia de The Economist, entre otros—que reflejan la opinión de sus expertos. De una simple mirada al listado surge la conclusión inevitable (esta es mi opinión, no la del ejecutivo) de que se trata de expertos con una visión más o menos homogénea (y parcial) sobre cómo se hacen las cosas en el mundo. En algunos casos, se pregunta a hombres de negocios que tienen contratos con el Estado acerca desu percepción sobre la corrupción, pero nunca se les pregunta sobre su conocimiento directo (parece que nadie quiere autoincriminarse).

-El ránking, por tanto, sólo se ocupa de la corrupción de los funcionarios públicos, pero no de su contraparte, el sector privado.

-No incluye los resultados de otro índice de Transparencia Internacional, el Barómetro Global de Corrupción, un masivo sondeo mundial que refleja la opinión de los ciudadanos: encuestadoras internacionales preguntan a miles de personas en el mundo cómo perciben la corrupción pequeña (la que afecta sus vidas día a día, como el pedido de coimas de funcionarios o policías) y la corrupción grande (negociados en el Estado).

Entonces, ¿para qué sirve este índice de corrupción o cualquier otro del mismo tipo?

“Su función es la creación de conciencia: que el problema existe –replicó el ejecutivo--. El cambio en términos de transparencia y control pasa por el costo político que tiene la corrupción. Pero si no hay conciencia pública, no se convierte en un tema de la agenda política y no influye en el voto como premio o castigo a los funcionarios”.

El principal problema, abundó, es justamente que la corrupción no es ya un tema de debate público central en América Latina.

Y como a la gente no le importa, a las ONG que viven del discurso de cambiar las políticas públicas, se lamentó, “no nos dan pelota”.

***

El ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti lamentó esta semana esa falta de interés en una columna en el diario La Nación de Buenos Aires: "Decía Fernando Henrique Cardoso hace unos días, en una conferencia en Punta del Este, que estamos viviendo en América latina una suerte de anestesia, que obtura la sensibilidad frente a los fenómenos de corrupción o de ilegalidad". Para Sanguinetti --que encuentra pruebas de este desinterés en ejemplos muy particulares y discutibles, que más parecen destinados a atacar a la izquierda por otros motivos--, ello se debe a la bonanza económica de la región.

Dos argumentos en contra de esta conclusión: 1) en 1997, durante tiempos de bonanza en la Argentina --un año antes de que comenzara la recesión que terminó en la crisis de 2001--, la corrupción figuraba en las encuestas como una de las primeras cinco preocupaciones de los argentinos y 2) la agenda de los ciudadanos, a los que preocupa mucho la inseguridad, el desempleo, la pobreza y la educación (preocupaciones que no parecen derivadas de la "bonanza") y luego, también, la corrupción.

En América Latina conviven hoy dos convicciones colectivas, según la exhaustiva encuesta continental que hace cada año la consultora Latinobarómetro, con sede en Chile:

1. que hay corrupción en el Estado y en las sociedades:

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2. que la corrupción no es uno de los principales problemas que afectan a los ciudadanos:

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¿Por qué la corrupción en el Estado ya no es un tema considerado crucial? Una hipótesis: porque en los años '90, con la adopción del neoliberalismo, reformas de mercados y privatizaciones en la mayoría de los países, los ciudadanos percibían que sus gobernantes llegaban al poder para enriquecerse, como motivación casi exclusiva. Hoy, la percepción es diferente; la crítica más frecuente (que divide a las opiniones públicas de varios de nuestros países) es contra gobernantes que buscan concentrar poder o perpetuarse, pero no se percibe que el enriquecimiento sea su objetivo central.

O tal vez hayamos caído en el cinismo.

***

Ya a fines de 2004, el diplomático y experto en temas de corrupción Francisco Nieto argumentaba en la revista Nueva Sociedad que

"Sin menospreciar los avances alcanzados, está claro que luego de una década de anticorrupción priorizada, se ha llegado a una encrucijada que impone propuestas novedosas que surjan de una ecuación que pondere equilibradamente las capacidades reales del Estado para asumir competencias anticorrupción; las posibilidades efectivas de los actores sociales para participar efectivamente en ellas; y los escollos o ventajas que en el mundo internacional encuentra la corrupción. Desde esta perspectiva se ve claramente que la anticorrupción no es un objetivo en sí mismo, sino un componente dentro de una estrategia general de gobernabilidad nacional. (...) 

Un tema que resultará complicado, pero necesario abordar, es el de la doble moral internacional. En ese sentido se deberá hacer un esfuerzo suplementario para sancionar con mayor rigor al sobornador transnacional; se deben encontrar fórmulas para limitar el espacio que ofrecen los paraísos fiscales y bancarios. En fin, se debe compartir la responsabilidad por la corrupción, más allá de limitarse a una cooperación internacional, que en la mayoría de los casos siempre se dirige a las mismas ONGs con los mismos planteamientos. 

Sería muy conveniente moderar el optimismo con los llamados códigos de ética, que se han convertido en el catálogo de lo imposible y han producido un marcado descreimiento popular. En ese sentido es muy conveniente superar el discurso del «deber ser» imposible, y concretar posibilidades a los ciudadanos a fin de que tengan «cómo poder ser». Con este objetivo las estrategias anticorrupción en el futuro deberán prestar atención prioritaria a la formación ciudadana para producir una verdadera participación y el surgimiento de estrategias locales. 

***

Hace unos años, durante una cumbre de Estados Unidos, Brasil, Argentina y Paraguay (152 en el ránking de Transparencia Internacional) en la Triple Frontera, pregunté al delegado paraguayo, Oscar Cabello Sarubbi, sobre una de las conclusiones del encuentro: la corrupción de las autoridades y fuerzas de seguridad era una de los principales obstáculos en el combate contra el crimen. Paraguay se había vuelto un sinónimo de ella: un Estado que durante años había organizado el contrabando de todo tipo de mercaderías, protegido a criminales internacionales o provisto nuevos documentos para automóviles robados en otros países del Mercosur.

Cruzábamos en un catamarán de Ciudad del Este a Foz do Iguazú o de Puerto Iguazú a Foz do Iguazú --ya no estoy segura--, el aire era tan húmedo y caliente que se sentía como algodón empapado, y el delegado, que estaba por irse a Australia como embajador de su país, sonrió con expresión de sabiduría. La corrupción, filosofó, “es un problema, pero no tenemos que centrar todo en ella”; es sólo “uno de los componentes de culpabilidad".

Lo miré con intriga. Completó: "La corrupción es como el pecado --me dijo--. ¿Quién no peca?”

Migraciones: las mujeres recorren solas el mundo

Por: | 20 de enero de 2012

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Cariló es una reserva natural de bosque, dunas y playa a 360 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, sobre la costa atlántica argentina. Solía ser un reducto cerrado al que sólo podían ingresar los propietarios de las casas de veraneo. Hoy la entrada es libre y algunos propietarios son de clase media, pero sigue siendo una playa exclusiva, con grandes caserones y Audis y BMWs en muchas explanadas. El público de Cariló es tan homogéneo que la escena que encontré en la pequeña plaza central a las 8 de la mañana del domingo pasado me tomó por sorpresa: unas treinta bolivianas, sentadas una junta a la otra bajo el tibio sol de la mañana, quietas, a la espera.

¿Qué esperaban? Me lo explicó una propietaria: que las repartieran por las casas que iban a limpiar. Un bus las había llevado hasta allí desde Valeria, el balneario vecino, donde vive una comunidad de bolivianos que alimenta la zona de plomeros, albañiles, mucamas. Las bolivianas debían quedarse en la plaza hasta que vinieran a buscarlas; tenían prohibido utilizar las instalaciones, incluso los baños del único café abierto tan temprano.

Al caer el sol, mientras caminaba por el bosque, ví a algunas salir de las casas y encaminarse hasta la parada del bus que se las llevaría de Cariló. Caminaban en silencio, mirando al suelo. En el atardecer, recortadas contra el bosque, eran casi invisibles.

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Nunca antes en la historia hubo tantas personas desplazándose por el mundo: inmigrantes, migrantes internos, desplazados, refugiados. Según la Organización Internacional de Migraciones (OIM), la cantidad de inmigrantes en el mundo sufrió un impresionante aumento en la última década: de 150 millones en 2000 a 214 millones en 2010. Equivalen, simbólicamente, al quinto país más poblado del mundo.

Históricamente, la mayoría de los inmigrantes han sido hombres: padres de familia, o futuros padres de familia, que partían, acumulaban lo suficiente para enviar, años más tarde, por sus esposas e hijos, o enviaban dinero a casa hasta que ellos mismos pudieran regresar. Hoy, la inmigración es crecientemente femenina. Mujeres que fueron dejadas atrás, muchas veces con hijos pequeños, por hombres que nunca regresaron o que un día interrumpieron las remesas, y deben emprender ellas mismas, jóvenes y solas, el viaje hacia el país del que vivirán sus familias.

Las mujeres son hoy el 49 por ciento de todos los inmigrantes.

En Guatemala, donde alrededor del 10 por ciento de la población ha emigrado (1.4 millones de personas), ya un tercio son mujeres --tienen entre 20 y 40 años--. Guatemala, el país más peligroso del mundo para las mujeres (cifras del femicidio: 695 en 2010) expulsa mujeres y conserva hijos criados por abuelas.

Argentina es el tercer receptor de inmigrantes internacionales de América, con 1.4 millones, después de Estados Unidos (42.8 millones) y Canadá (7.2 millones).

El 50,1 por ciento de los inmigrantes internacionales en América son mujeres.

A partir de 1990, según un trabajo de la socióloga Gioconda Herrera, de Flacso Ecuador, pubicado en la revista Nueva Sociedad, “aumenta la presencia de mujeres bolivianas en Argentina y peruanas en Chile. Por ejemplo, el porcentaje de mujeres sobre el total de migrantes peruanos ha pasado en los últimos 20 años de 33% a 60%. En Argentina, las mujeres representaban 33,6% del total de migrantes peruanos en 1980 y en 2000 alcanzaban el 59,3%. Lo mismo sucedió en Chile, donde el porcentaje pasó de 48% a 60% en el mismo periodo.”

Los países en desarrollo de América Latina y el Caribe recibieron 58.1 mil millones de dólares en remesas de sus emigrados en 2010.

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Las inmigrantes son presas de todo tipo de depredadores. En Centroamérica: mareros, coyotes, bandidos en general, oficiales de inmigración y policías. Los lectores de El País leyeron hace unos días la historia del Depo-Provera, la inyección anticonceptiva que se aplican miles de centroamericanas para atravesar los 5.000 kilómetros de la ruta hasta Estados Unidos. La llaman “la inyección anti-México”: allí, seis de cada diez inmigrantes son violadas. Las mujeres saben que serán explotadas sexualmente, se resigmnan a que este será el precio del pasaje.

La mayoría de quienes que dejan Centroamérica para intentar llegar a Estados Unidos son mujeres: son el 57% de los migrantes de Guatemala y el 54% de El Salvador y Honduras, según la Mesa Nacional para las Migraciones de Guatemala

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En el Cono Sur, las angustias son otras.

“Las mujeres bolivianas que se desplazan hacia Argentina son víctimas de diferentes prácticas de discriminación y exclusión por su condición de mujeres y de migrantes, por su pertenencia de clase y su origen étnico –según un trabajo académico publicado en Amérique Latine, Histoire et mémoire--. (…) La exclusión, la subordinación y la discriminación en todos los espacios de la sociedad siguen siendo las problemáticas más significativas que padece este sector de la población en la Argentina”.

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Escuchar la historia de estas mujeres, sea en el norte o en el sur del continente, sea con este matiz o aquel matiz, produce una sensación de déjà vú: es siempre la misma historia. Cada experiencia personal es, en verdad, un relato colectivo. Porque estas mujeres no eligen sus vidas: son arrojadas a ellas.

Los malditos de América Latina

Por: | 30 de diciembre de 2011

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Contemporáneos (2000), instalación de la artista Alicia Martín

En un inusual proyecto colectivo, una editorial chilena contrató a una periodista argentina para que convocara a narradores del continente para escribir sobre un tema común: escritores latinoamericanos “malditos” del siglo XX. La convocatoria resultó paradójica. Los autores fueron convocados en este contexto común para retratar a personas elegidas, justamente, por haberse salido de contexto: suicidas, homosexuales, alcohólicos, adelantados, híbridos ideológicos, que sus contemporáneos no podían aceptar o comprender, o a los que ellos no lograban aceptar o comprender.

La maravilla de Los Malditos (editado por Leila Guerriero para la editorial de la Universidad Diego Portales) es que logra resolver esta paradoja de la mejor manera. En la suma de textos individuales, captura una serie de dimensiones. Algunas:

-la dimensión universal: el hijo aplastado por su madre (Rodrigo Lira x Oscar Contardo), el ser atormentado (Alejandra Pizarnik x Mariana Enriquez), el hombre que se sale del destino para el que nació (Jorge Baron Biza x Alan Pauls);

-la de los mundos sociales específicos de nuestros países, como el de los nacionalistas de la clase alta argentina (Ignacio Anzoátegui x Juan José Becerra), o el de los intelectuales de izquierda de Venezuela en tiempos de dictadura (Rafael José Muñoz x Boris Muñoz);

-la del engendro de híbridos y mestizajes culturales de América Latina, como el caso del boliviano que viaja a Alemania durante el Tercer Reich, se enamora de Hitler y sueña, de regreso en Bolivia, con una nación puramente aymara (Jaime Saenz x Edmundo Paz Soldán).

El texto que se destaca, por congregar todas estas dimensiones, es el de Boris Muñoz sobre su padre, el poeta venezolano Rafael José Muñoz. Boris recupera la fantástica historia familiar de su padre, que parece sacada de un libro de García Márquez, bucea en las razones de su alcoholismo, de su pasión por los textos metafísicos y esotéricos, nos introduce en su poesía, en sus ideas políticas, su militancia, su locura y su muerte. El texto nos lleva por la Venezuela de Rómulo Betancourt, la lucha por la democracia, la guerrilla, el papel de Cuba, la represión de la dictadura... Retrata al mismo tiempo la vida del poeta que se escurre de la realidad hacia la metafísica y la locura. Y es un texto conmovedor y conmocionante sobre la relación padre-hijo. 

(El perfil puede leerse completo aquí.)

PortadaMalditoFinal-2-167x300"Esta compilación de perfiles biográficos de escritores latinoamericanos del siglo XX --se lee en la contratapa de Los Malditos-- proporciona un nuevo punto de vista para escrutar la singularidad del continente: lo que aparece en sus páginas es un repertorio de vidas estragadas, intensas, proclives en la mayoría de los casos a los excesos del cuerpo y a los tormentos del espíritu. Por primera vez, figuras que han subsistido como mitos locales se constelan en un panorama amplio, generando la inquietante certeza de que en nuestros países la sensibilidad literaria es, con frecuencia, signo de destinos aviesos y de futuros echados por la borda. (...) Los textos han sido escritos por grandes periodistas y narradores latinoamericanos de la actualidad, lo que se puede entender como un feliz enfrentamiento de generaciones".

Siempre es bueno terminar el año con un buen libro. Mucho más si es un libro raro, rarísimo, como éste, que intenta romper el aislamiento cultural que caracteriza a los países de América Latina.

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Listado completo de los perfilados y sus autores: el argentino Alan Pauls sobre el argentino Jorge Barón Biza; la chilena Alejandra Costamagna sobre la chilena Teresa Wilms Montt; el peruano Daniel Titinger sobre el peruano Martín Adán; el colombiano Andrés Felipe Solano sobre Bernardo Arias Trujillo; el colombiano Juan Gabriel Vásquez sobre el colombiano Porfirio Barba Jacob; el boliviano Edmundo Paz Soldán sobre el boliviano Jaime Sáenz; la brasileña Graça Ramos sobre el ¿brasileño? nacido en Polonia Samuel Rawet; la ecuatoriana Gabriela Alemán sobre el ecuatoriano Pablo Palacio; el chileno Oscar Contardo sobre el chileno Rodrigo Lira; el mexicano Rafael Lemus sobre el mexicano Jorge Cuesta; el argentino Juan José Becerra sobre el argentino Ignacio Anzoátegui; el chileno Rafael Gumucio sobre el ¿cubano? nacido en Baltimore Calvert Casey; el venezolano Boris Muñoz sobre el venezolano Rafael José Muñoz; el chileno Roberto Merino sobre el chileno Joaquín Edwards Bello; el peruano Marco Avilés sobre el peruano César Moro; la argentina Mariana Enríquez sobre la argentina Alejandra Pizarnik; el chileno Alberto Fuguet sobre el uruguayo Gustavo Escanlar.

Bolivia: único país de América del Sur sin McDonald's

Por: | 21 de diciembre de 2011

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El académico francés Charles-Édouard de Suremain, del Institut de Recherche pour le Développement, llegó a La Paz el 6 de agosto de 1998, día de la independencia de Bolivia. Le pareció natural encontrarse con la ciudad cerrada al tránsito, copada por grupos de baile locales y multitudes celebrando la fecha patria. Diez años más tarde, lo rememoró en un trabajo publicado en la revista Anthropology of Food:

Ante la imposibilidad de continuar su ruta, el taxi me dejó al inicio de la avenida 6 de agosto, llamada ‘el Prado’, el eje central de la ciudad. Me hice camino entre los curiosos y turistas, quedé maravillado por el vigor de las bailarinas y los bailarines, a veces con vestidos pesados, quienes no parecían ser afectados ni por el calor abrasador ni por la altitud. Los grupos desfilaban y se sucedían, pasando bajo largas banderolas de vivos colores a las cuales yo todavía no prestaba atención. Hacia la mitad de la avenida, sobre el pasaje de la izquierda que descendía, centenas de globos de color naranja, rojo y amarillo se elevaban hacia el cielo. Al mismo tiempo, gigantescos recintos elevados en andamios mal estructurados tocaban una música grabada, que se escucharía más en un parque de diversión de Disneylandia. Su ritmo estereotipado contrastaba con las tonalidades variadas de los cobrizos, de las flautas y de los tambores que acompañaban el desfile. En algunos segundos, la atención de la muchedumbre se vertió en un personaje singular: se trataba de un gigantesco maniquí inflable que erigía bruscamente en vertical.”

El maniquí no era un personaje idiosincrático, histórico o legendario de la nación andina. Era el más inesperado de los personajes. Uno de los más reconocibles íconos de la globalización.

Era Ronald McDonald.

En este instante me di cuenta que era la misma marca [McDonalds] que aparecía en el logo de las banderolas que atravesaban las calles, así como en los carteles y folletos distribuidos por todo sitio. Al leer los apoyos publicitarios, me di cuenta que la empresa subvencionaba en parte la organización de la fiesta nacional y que, en esta ocasión, se establecía en Bolivia (…) Luego, continuó una distribución gratuita de porciones de comida (...) de la susodicha marca. Con gran volumen del altoparlante, invitaba a la muchedumbre a aprovechar el banquete gratuito. Desbordado, el servicio (...) renunció ante el entusiasmo provocado por el anuncio. El edificio colonial, donde se ubicaba el restaurante, pintado de naranja y blanco para la ocasión fue tomado por asalto. En un arrebato de lirismo, probablemente debido al cansancio del viaje y a la caminata forzada, me dispuse a pensar que se trataba de un movimiento social contrario a aquél que en 1825 (durante la independencia), impulsaba a los hambrientos a desalojar a las élites extranjeras de los lugares simbólicos del poder”.

   ***

Mcdonalds-broken-signRoberto Udler es un empresario de pelo blanco, en edad de ser abuelo. Durante sus viajes, a lo largo de los años, notó que toda ciudad del mundo tenía su McDonalds. ¿Y por qué no hay en Bolivia? se preguntó. Había McDonalds en toda América Latina: en Brasil, 480; en Argentina, 192; en Venezuela, 180; en Colombia, 97; en Chile, 55; en Perú, 20; en Ecuador, 19; en Uruguay, 19; en Paraguay, 7.

Tres años le llevó convencer a la compañía de instalarse en su país. Un año entero se fue –“yo pensé que estaban bromeando, pero no”—en formar al equipo en la Universidad de la Hamburguesa, en Chicago. En 1998 abrieron ocho restaurantes: tres en La Paz, tres en Santa Cruz y dos en Cochabamba. Durante los primeros seis meses, fueron un éxito: las colas eran permanentes.

Entre noviembre de 2002 y julio de 2003, uno tras otro, cerraron todos.

***

Por qué quebró McDonalds en Bolivia es el título del documental recién estrenado del director Fernando Martínez. Los entrevistados sugieren distintas respuestas: que los precios, bajos en comparación con los del resto del mundo, eran altos para una sociedad acostumbrada a comer abundante y casero por muy poco dinero; que McDonalds decidió irse en el escenario post-11 de septiembre de 2001 (así lo afirmó Udler, sin mayor detalle en el documental).

El director del documental tiene otra teoría, discutible pero bella: que Bolivia no es un país para comida rápida.

MercadoEl documental es, en verdad, una celebración de la comida nacional (o las muchas comidas regionales del país), extraordinarias en su variedad, originalidad y riqueza. Sergio, un enólogo entrevistado, opina que McDonalds es “una solución para gente que está apurada, y Bolivia no es así”. Otro testimonio: “Aquí todavía no compartimos la torpeza que se ve en el cine norteamericano de comprar consomé en vaso de plástico y seguir trabajando frente a la computadora mientras te alimentas”. Y otro, de una extranjera asimilada: “Aquí todavía es la vida de antes”.

El documental pinta una sociedad agrícola en la que “las papas son amigas de las personas”, “las papas son hombres y mujeres” y “tienen su personalidad”.

Y pinta un país alimentado por mujeres, en el que la cocina es trasmitida, como un idioma, por madres a hijas y abuelas a nietas. Un matriarcado esforzado y sufrido: mujeres que se levantan en medio de la noche a hervir, moler, mezclar, moldear, asar, todo para que la arepita, el zonzo, estén en su punto perfecto a la hora del desayuno. Dice una mujer: “Mi esposo me decía: hay que trabajar hasta morir. Y ha trabajado hasta el último día”. Pero también orgullosas de lo que cocinan, pendientes de que los comensales se queden contentos.

El empresario Udler se declara “aficionado a la comida boliviana”. Cada vez que un ejecutivo de la multinacional lo visitaba, lo llevaba a recorrer todos los departamentos del país para probar una por una todas las comidas locales.

“Quedaban maravillados”.

Udler intentó incorporar la McEmpanada al menú boliviano. Viajaron los inspectores de la compañía a estudiar la propuesta. Al descubrir que la preparación debía “fermentar unas dos horas” la rechazaron. “Esto no va con la compañía –sentenciaron—. Un producto que fermenta es peligroso”.

(Una lista, larguísima y seguramente incompleta, de platos bolivianos, aquí)

***

Nuestro académico francés nos da otras pistas sobre los motivos del cierre:

Cada fin de semana el McDo era investido por familias numerosas, procedentes de "clases medias superiores” que pasaban allí largas horas. Los precios eran idénticos en ambos sitios: se necesita tener 0,50 céntimos de euro para una hamburguesa simple y 2,50 euros para un menú. Si estos precios parecían razonables con respecto a los que se practican en Europa y Estados Unidos, seguían, sin embargo, siendo muy elevados en el contexto. Precisemos que para el periodo en cuestión, el salario mensual de un empleado de la administración era de alrededor 80 euros, que un policía percibía un promedio de 50 euros y que una empleada doméstica ganaba como máximo 150 euros.

(…) Hasta el 2001, las empleadas del centro de la ciudad - con sus largos cabellos trenzados - eran consideradas como la población “india”, mientras que las meseras de la zona sur – rubias de ojos azules - ofrecían una apariencia “germánica” prototípica, sea “natural” o artificialmente mantenida. Esta política de reclutamiento toma aquí un sentido particularmente fuerte. Muestra que una gran empresa capitalista, destinada a funcionar sobre los criterios de rentabilidad objetiva y a transmitir los valores de la modernidad la más arquetipada, se apodera, juega y utiliza hábilmente las divisiones socio-étnicas preexistentes para orientarlas hacia fines económicos.

(...) Después del entusiasmo de los estratos urbanos medios y superiores del país por la hamburguesa, el boicot del McDo se inició durante el año 2001. El movimiento se propagó rápidamente y arrastró a los componentes más modestos de la sociedad, incluso a los más marginados, por los cuales el consumo del producto era inconcebible. Se entablaron algunos procedimientos judiciales contra la cadena, bajo el impulso de los productores de carne y verduras locales (…) Los procesos judiciales entablados por los productores de carne y de verduras contra las prácticas monopolísticas de la cadena conocieron un éxito más que moderado

(...) Progresivamente, fue el rechazo del conjunto de la política norteamericana en Bolivia, como en otras partes del mundo, lo que se cristalizó en el boicot del McDo. En la medida que el consumo estigmatice a aquellos que han “vendido su alma” a los gringos, la hamburguesa se encuentra relegada al rango de “alimento identitario” o “alimento étnico”, puesto que encarna la globalización y la estandarización alimentaria de la manera más (caricaturesca).

Boliviade Suremain se fue de Bolivia el mismo día en que cerró McDonalds: 31 de julio de 2003. Apunta: "Esta vez no hubo fiesta".

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La salida de McDonalds de Bolivia coincidió con un período de conflicto político y social, conocido como la Guerra del Gas --estalló ante la decisión de exportar gas natural a Estados Unidos y México vía Chile-- en el que Evo Morales, que llegaría a la presidencia en 2006, tuvo un protagonismo importante. 

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Definición de Bolivia según la BBC: "País de extremos estadísticos, sin salida al mar. Es el país más alto y aislado de América del Sur". Es, también, el único país sin McDonalds.

Sobre el autor

Graciela Mochkofsky, periodista argentina, es autora de cinco libros de no ficción. Creó y edita, en colaboración, la revista digital el puercoespín. Ha escrito para los principales medios de su país y para varias de las revistas más importantes de América Latina. Es Nieman fellow 2009 de la Universidad de Harvard.

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