El domingo pasado, ya cayendo la noche en Madrid, se produjo el último intento de Rodrigo Rato por salvar su plan de reflotamiento de Bankia y seguir su corta carrera de banquero. Fue un segundo encuentro con los presidentes de las tres principales entidades financieras (Emilio Botín, por el Banco Santander; Francisco González, por el BBVA, e Isidro Fainé, por La Caixa) y el ministro de Economía, Luis de Guindos, tras la reunión celebrada el viernes anterior en la sede de Economía. Entonces, aunque su plan había sido vapuleado, habían quedado algunos asuntos y se decidió trasladar la discusión al domingo por la tarde, con tiempo suficiente para madurar cosas y descansar cada uno en su lugar, aunque manteniéndose con las líneas telefónicas abiertas por si acaso. Y al Banco de España (BE) le dejaban al margen.
Rato insistió en que el plan, que los responsables de Bankia habían elaborado tras el acuerdo con el BE un mes antes, era la solución adecuada. También surgió la posible fusión con otra caja (¿Catalunya Caixa?) e incluso con algún inversor extranjero. Pero no le sirvió de mucho. No hubo acuerdo, sobre todo por la oposición del ministro, antiguo subordinado suyo cuando era vicepresidente del Gobierno con José María Aznar. Los grandes banqueros subrayaron, además, el peligro de dar más ayudas tras los fuertes saneamientos en el sector. Alguien dijo que la única solución era poner dinero y, además, que probablemente esa posibilidad estaba bloqueada porque Rato estaba ahí, motivo que llevó a poner sobre la mesa la necesidad de relevo en la cúpula.
Esta fue la principal razón que empujó a dimitir a Rato, quien salió del encuentro prácticamente con la decisión tomada, aunque no se la transmitiría al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (al cabo de la película del fin de semana), hasta la mañana siguiente tras comunicárselo a Guindos. Para estos dos supuso un alivio, ya que venían presionando desde hace tiempo —los informes del FMI y de Deloitte habían empeorado la situación— a su antiguo compañero para que se fuera y les costaba planteárselo abiertamente.
En la reunión del viernes ya se había barajado el nombre de José Ignacio Goirigolzarri y también el de Ángel Corcóstegui, dos ilustres prejubilados de la banca. Los dos fueron segundos de González y Botín, respectivamente, y la salida de ambos no fue precisamente con pompa y circunstancia, pese a que se fueron con opíparas jubilaciones. En principio, se trató de que el elegido asumiera el mismo rol que había tenido anteriormente (es decir, consejero delegado) y se pedía a Rato el compromiso de ceder su cargo tras la junta de accionistas de junio.
La idea no era del agrado de Rato, que precisamente ya había tratado de fichar a Goiri para ese puesto cuando formó el equipo de Bankia. Pero entonces a Goiri le afectaba la cláusula de no poder ser contratado por la competencia por un periodo de dos años, que acabó en septiembre de 2011. Mientras Corcóstegui, que asegura estar muy tranquilo con su actual situación, ni se lo llegó a plantear, Goirigolzarri dejó claro que quería ser primer ejecutivo.
Para Rato la solución pasaba por aprobar el plan, que tenía previsto presentar el pasado viernes al cierre de los mercados. No se esperaba el rechazo. El plan preveía provisionar este año 9.700 millones de euros de los años 2012 a 2015, lo que supondría unas pérdidas de 5.500 millones. Necesitaba nuevas ayudas públicas de 6.300 millones, a través de bonos convertibles, que habría que sumar a los 4.465 ya recibidos del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) como participaciones preferentes. Además, tenía previsto canjear las preferentes y la deuda subordinada, con lo que el incremento se habría quedado en mil millones. Para lograr fondo, además del canje, vendería activos.
Pasada la marejada han llegado los lamentos. Por ejemplo, de que el Consejo de Ministros haya puesto en marcha planes que Rato venía reclamando y que habrían evitado, a su juicio, la situación actual. O que, a lo mejor habría sido bueno una fusión con La Caixa (“quería una absorción, no asumible”). También se critica a Deloitte por bajar la valoración de 12.000 a 9.000 millones en seis meses. Hay quien sostiene que corrigió el error que había cometido en la valoración inicial de Bancaja y Banco de Valencia.
Precisamente los siete presidentes de las cajas de ahorros que constituyeron Bankia posaban en marzo de 2010 felices ante el logotipo de la nueva entidad nacida de la fusión de aquellas tres meses antes. Ahora los tiempos han cambiado. Es evidente que con otra situación económica se habría digerido mejor, pero a lo mejor se pecó de delirios de grandeza. Los dos principales líderes, Rodrigo Rato y José Luis Olivas, ya son historia en la entidad. Su caída constituye un paso definitivo para acabar con el poder político en las antiguas cajas, una de las lacras que han perjudicado la reestructuración del sector. Y, unida al fracaso de la caja gallega propicada por el Gobierno de Alberto Núñez Feijóo, supone el fiasco de la gran caja del PP. Pero eso parece importarle poco a Luis de Guindos, que se muestra poco vulnerable por los dirigismos partidistas a la hora de ejecutar. por otro lado, ya no quedan políticos al frente de las antiguas cajas. Son gestores profesionales, aunque fueran colocados por políticos. La diferencia es que les permitieron hacer o se impusieron a las exigencias de los políticos. De uno y otro bando.