Encuentro en Zaragoza. Fuimos a Zaragoza, al inicio de la gira de Serrat y Sabina, juntos. En el periódico me pidieron que hiciera una informacíón antes del concierto, y luego escribí, acodado en la barra del bar del Pabellón de Deportes Príncipe Felipe, una especie de nota de apoyo a la excelente crónica que en la segunda edición del periódico impreso escribe Israel Punzano. No conocía a Israel; apareció en el pabellón con su ordenador portátil, y me senté a su lado durante el concierto. De vez en cuando, de reojo, lo contemplé escribir, y he recogido hoy en ese pequeño texto al que he aludido mi asombro más admirativo: escribía sin cesar, como si tuviera un motorcito en su cabeza que le fuera dictando frase tras frase; y mientras hacía eso, con una eficacia extraordinaria, y con la virtud de la contemplación y de la síntesis, que son dos grandes valores periodísticos, Israel bailaba, escribía y bailaba; el concierto producía una enorme alegría, una felicidad que se palpaba en el aire, en la conducta de la gente, en la entrega de los dos artistas, en las bromas con las que fueron festoneando sus distintas canciones, que se fueron intercambiando; actuaron como dos verdaderos amigos --que lo son-- y se dispusieron a mostrarle a la gente que estaban felices. La gente lo agradeció, y yo disfruté, con los que me acompañaron desde Madrid y en Zaragoza, como pocas veces disfruto en un acontecimiento colectivo. Luego nos invitaron a tomar unos pinchos, en la trastienda del palco del pabellón, y percibí otra vez la alegría que los junta. Y me sentí muy orgulloso, como periodista de EL PAIS, de que el periódico en el que trabajo haya contribuido a juntarlos, y que ahora esté ayudando a difundir la música que estos dos pájaros han hecho por separado. Y de esa jornada memorable de anoche he querido rescatar, aparte del concierto mismo, esa imagen que se me queda, la de Israel escribiendo y bailando. Nunca antes lo había visto. Se fue inmediatamente que acabó el concierto, porque esta mañana tenía que acudir a una fiesta de su ahijado. Palabras mayores. Ahí habrá bailado también; se fue bailando.
Bono. Tengo en la memoria los insultos a Bono, las mentiras que hubo después, los silencios de gente que vio que lo agredían, verbalmente, físicamente; escuché luego lo que todo el mundo que arropa las mentiras actuales dijo para descalificar al ministro Alonso, que dirigía a la policía. Mucha gente exige ahora que esos que silenciaron, que calumniaron, que mintieron, pidan perdón. La portada de El Mundo de esta mañana atacando al Tribunal Supremo por haber anulado la sentencia que iba contra los policías que detuvieron a los que insultaron al ministro es bien explícita de que esa petición de perdón no vendrá por ningún lado.
Sábado. Sábado mediodía; estoy recién llegado de Zaragoza. Mi sobrino ha hecho tortilla española, huele en la casa. He puesto por primera vez el aire acondicionado. El aire acondicionado era la obsesión de mi amigo Feliciano Fidalgo. Un gran periodista, un hombre ingenuo que disfrutaba con los sabores más auténticos, y que ahora seguiría siendo un hombre igual de perplejo. A veces me veo, ya a los 58 años, volando de un sitio a otro, dictando crónicas desde los váteres públicos, escribiendo en medio de las estaciones de ferrocarril, llamando al periódico como si aún tuviera dieciocho años, y calmo la sensación de estar siempre a destiempo pensando en Feliciano, en que él me estaría reprochando que no lo hiciera. En su memoria.