Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Jesús

Por: | 22 de julio de 2007

Juan Luis Cebrián, el primer director de EL PAIS, cuenta hoy en el periódico que los hijos de Jesús Polanco le comentaron hace unos días que su padre ya no leía su periódico. Cebrián dice muy bien que ese era un síntoma fatal; en otro artículo del periódico, Jesús Ceberio cuenta cómo Polanco leía EL PAIS. Otros dos directores, Joaquín Estefanía y el actual, Javier Moreno, hacen referencia de un modo otro a ese hábito imprescindible en la vida de Polanco: la lectura de EL PAIS.

Lo leía, una vez publicado, el día de su aparición, cuando ya nada se podía hacer sobre su contenido. Lo hacía lentamente, antes de ocuparse de los asuntos del despacho, desde la primera a la última página, apasionadamente y sosegadamente. Lo que no le gustaba era objeto franco de sus críticas, y no le temblaba su autoridad ni un milímetro si tenía que felicitar a alguien, al director, el primero, por lo que había salido publicado.

Esa confesión que recibió Cebrián y que queda ahí, inscrita entre tantas cosas que se dicen hoy de Jesús en nuestro periódico, me sirve para recordarle en esa función que él valoró más que ninguna otra: la de lector. Era un editor de alma, como recuerda Pancho Pérez González, su socio leal; un hombre que vendía libros, como él decía, y como subraya Felipe González...

Esa esencia suya, la de lector, fue fundamental en su modo de ser; no se conformaba con las primeras impresiones (dice Daniel Gavela, que de tan cerca le trató), indagaba como un filósofo dubitativo, desconfiaba de los lugares comunes y despreciaba a los que se aupaban en el periódico para conseguir los afanes de su soberbia o de su vanidad.

No daba lecciones, sino opiniones; te escuchaba como si fueras el ser más listo de la tierra, y te devolvía ciento por uno el afecto que le prodigaras. Le quise mucho, es una de las personas de la tierra con quien más cómodo me sentí en la vida, y conmigo hay cientos o miles que alguna vez conocieron de veras el afecto y el respeto con que se prodigó y con el que ganó la confianza de periodistas, de colaboradores, de gobernantes, de opositores, de empresarios...

Anoche estuve en la capilla ardiente, después de muchas horas de trabajo en el periódico; escribí, con mucha emoción, un artículo que titulé La dignidad. En la capilla ardiente, a la que acudí tardísimo, estaban sus hijos, Ignacio, que le sucede en la presidencia de Prisa, Isabel, que ha sido mi jefa en Santillana y que es, para mi, una de las mejores compañeras de trabajo y de vida que he tenido nunca, María Jesús, que fue fotógrafa de nuestro periódico, y me acompañó en muchas de mis correrías de cuando yo era aun un chiquillo, y Manuel, que dirige los negocios del Grupo en Portugal.

Los sentí muy cerca; son gente respetuosa, educada y esencial, que han heredado del padre la expresión sincera del afecto y el deseo vital de que a los demás les vaya bien. He aprendido de ellos muchísimo, y lo que he aprendido de ellos lo he aprendido del padre; en esta hora del adiós de este gran hombre que también fue un gran amigo leal quisiera decir del mejor modo que sé cuánto duele que la mezquindad haya tratado tantas veces de ensombrecer la realidad de su vida, de su ejemplo y de su esfuerzo.

Estuve, por la tarde, en el periódico, recogiendo muchos de los menajes que vinieron; soy testigo, pues, de muchas emociones; acaso la que más hondo me llegó, porque él me la dijo como si estuviera tocando una herida propia, suya y nuestra, fue la de mi maestro Emilio Lledó.

Hoy es el entierro de Jesús, cuesta decirlo; ahora están a punto de sonar en Madrid las siete de la mañana y siento la extrañeza y el dolor en que se convierte la evidencia de una nueva soledad.

¿Y qué quieren que les diga?

Por: | 21 de julio de 2007

¿Y qué quieren que les diga? El matrimonio de los príncipes de Asturias, Don Felipe y Doña Letizia, me cae muy bien; son gente culta y cultivada, buenos lectores y buenas personas; ella fue una excelente profesional de la información, y a todos nos consta que él es un responsable representante de una nueva generación en una familia que ha tenido y tiene la carga oficial que todos conocemos. Independientemente de las obligaciones oficiales que les convierten a los dos en personalidades públicas, son dos seres humanos. No me gustaría que nadie se burlara de manera zafia de las personas, de modo que cuando se les caricaturiza con la intención de herirlos siento la misma indignación que siento en cualquier otro caso similar.

Dicho esto, que es una condena contra la burla, me parece que el juez ha magnificado el caso.

Y dicho esto no digo nada más. No quiero decir ni una línea más.

Ah, sí debo decir de quién es la famosa frase --famosa porque la hemos hecho famosa en este blog--. Es de Jan Morris, está en su libro Un mundo escrito, publicado por RBA. Morris es la mujer viajera y literata que antes fue soldado y hombre. Jacinto Antón le hizo una emocionante entrevista en El País Semanal hace unas semanas. La frase dice, en su literalidad: "Hasta el tordo canta con despreocupado arrobamiento sólo en la juventud del día".

Es una frase que resume muy bien mi estado de ánimo en este momento. ¿Y tiene que ver con el ánimo de ustedes?

FONTANARROSA

Por: | 20 de julio de 2007

Me da una rabia inmensa, intensísima, que se haya muerto Roberto Fontanarrosa. Estaba muy mal en los últimos tiempos; de hecho, cuando estuve con él en Rosario, Argentina, en 2003, ya tenía problemas gravísimos de salud; los arrostró con paciencia y con el humor que utilizó, siempre, en su literatura y en su vida. Sus relatos son extraordinarios, su surrealismo tiene que ver mucho con su modo de ver la vida, paradójica, irónica, pero siempre pendiente de que la ternura no se diluyera en el vaso del cinismo. Rabia me da que se haya muerto, rabia siento.

Un mundo especial

Por: | 20 de julio de 2007

Pocas veces he escrito sobre mi etapa como editor.

Anoche, en una terraza de Madrid, los amigos del Grupo Santillana me invitaron a la fiesta que dieron a los autores de las distintas editoriales con motivo de la estancia en España de los responsables de sus sellos en América Latina.

Sentí una emoción especial, muy íntima, que es la que quería trasladar en este post mañanero.

Estaban allí escritores, agentes, colaboradores, y se respiraba una magnífica atmósfera de alegría sentimental y veraniega. Es posible que no saludara a alguien, porque había un gentío, pero procuré hacerlo; me tomé un whisky, cosa que es raro que yo haga entre semana, porque me sentí contento, y la cabeza se me llenó de recuerdos de esa etapa en la que yo también fui editor.

¿Y por qué no he hablado de ese tiempo, al menos por escrito? He reflexionado algo sobre ese silencio. El mundo editorial es un mundo especial; convierte a los que publican, a los que mandan imprimir, y esa es una alta y muy digna responsabilidad, en vicarios de lo que hacen otros, los creadores; luego están obligados a estimular la difusión de los libros que hacen, y toman en sus manos, entero, el ego confiado de los escritores. Todo ello es una materia delicadísima, que ha de manipularse con destreza y humildad. Por eso he guardado silencio: porque en ese mundo tan especial uno debe trabajar en silencio.

El editor no es más que el delegado de las intenciones de los autores, y ha de desaparecer en el instante oportuno, hacerse a un lado, dejar que brille el que tiene que brillar, el autor, el libro.

Personifico ese modo de ser en Amaya Elezcano, la directora de la Alfaguara española; seguro que hay otros editores, cómo no, muchísimos, y anoche había en esa reunión grandes editores de todos los rincones de América Latina; con Amaya trabajé muchos años, la mayor parte de las cosas que los amigos me atribuyen las hizo ella, yo fui un instrumento, acaso el más vistoso, de aquel equipo, en el que sólo la prudencia y la discreción de Amaya impidieron que más de una vez desbarrara por las intenciones de la arbitrariedad, a las que uno siempre está expuesto, como editor y como persona.

Ella me parece ahora la metáfora de lo que yo creo que es un editor, frente a esa otra tendencia en la que el editor parece más el autor que sus propios autores.

Un joven escritor, que acaba de incorporarse al equipo de Alfaguara, me expresó su alegría por estar en ese catálogo; le dije que lo importante que iba a encontrar es que nunca iba a sentir abandono después de haber publicado un libro; "estará contigo", le dije, "también cuando no publiques". Esa es la esencia del trabajo editorial: ser editores de autores, no sólo de sus libros.

Se me llenaron la cabeza de recuerdos. Habrá que escribirlos.

Ah, son libres ustedes de pensar que esto es peloteo porque Amaya me acaba de publicar un libro. Son ustedes libres de pensarlo, y yo soy libre de haberlo escrito.

Los mensajes perdidos

Por: | 19 de julio de 2007

Hasta el tordo canta con despreocupado arrobamiento sólo en la juventud del día.

Ayer perdí mi móvil en un taxi. Antes se había estropeado; cuando me lo restituyó el taxista sentí un gran alivio. Cuando lo repararon habían desaparecido todos los mensajes. Los que he guardado durante varios años. Gente que me contó confidencias, que me dejó frases muy hermosas que quise guardar para siempre.

¿Para siempre? ¿Qué es para siempre?

Ahora ya no existen los mensajes; como si de pronto se hubiera vaciado mi propia memoria. ¿Y qué decían? ¿Cómo los podré restituir algún día?

Memoria vacía. Eso es lo que decía el teléfono móvil.

Antes el móvil había emitido otro mensaje. El encendido del teléfono se ha estropeado. Hable con el vendedor. ¿El vendedor? ¿Quién es el vendedor?

Fui a un restaurante, La Tasquita de Enfrente, en la calle de la Ballesta. Buenísimo. Juanjo, el cocinero, que fue abogado y que un día colgó la corbata, ha puesto allí una especie de balde de agua de invención china; tú mojas las manos, las deslizas con cierta fuerza por las asas y el agua revela tu energía. No diré cuál fue mi resultado.

Comprendo entonces que es necesario buscarse una esperanza para seguir viviendo.

Las cosas rotas, las cosas que nadie rompe pero se rompieron.

La eternidad, por fin, comienza un lunes.

Agujetas quiere que responda a Ernesto, Ernesto quiere que le respondan a todos. A veces el silencio es también una respuesta.

No es también una respuesta, decía Peter Mayer, quizá el mejor editor del mundo. Anoche, cuando el susto de Manhattan, me acordé de él, de su hija, de su casa en el Village, de sus maletas vacías. Me acordé de Antonio y de Elvira. El mundo se encierra en unos cuantos nombres cuando hay un accidente, en cualquier sitio del mundo. Cuando ocurrió lo de Brasil me acordé de Juan Arias, de los amigos que tengo en Brasil, de Loredano.

Cuando pasaba algo fuera de Canarias --en el mundo entero, en cualquier sitio del mundo-- y yo estaba fuera de Canarias, mi madre pensaba inmediatamente que lo que había sucedido me había pasado a mi.

Me gustaría vivir en un mundo hermoso y menos mezquino.

Comprendí entonces que había roto la armonía del día, el silencio excepcional de una playa en la que fui feliz.

Ayer entrevisté a una teóloga, Carmen Pellicer. Uno tendría que conocer a la gente para destruir los tópicos con los que la imagina.

Los otros siempre son más interesantes.

A lo largo de este post (¿se dice post?) he deslizado muchas frases que no son mías. Basta con que acierten dos (y los nombres de sus autores) para que se lleven un premio, que, como siempre, será un libro. Se me ocurre que puede ser Edenia, de mi gran amigo Manuel Padorno, que acaba de publicar Tusquets. Maravilloso. Por cierto, ¿quiénes de ustedes conocen a Padorno?

¿La profesión más hermosa del mundo?

Por: | 18 de julio de 2007

En la última entrada del blog de ayer hay un comentario de alguien que ayer presenció cómo llegaba a una de las playas de El Médano --Playa Chica, la conozco muy bien-- un cayuco en el que viajaba un inmigrante muerto. Este comunicante, un periodista según su propia confesión, se fue de allí con la sensación de que su oficio servía tan solo para testificar, y se preguntaba si en efecto, como se ha dicho aquí alguna vez, esta es la profesión más hermosa del mundo. ¿Qué debe hacer el periodismo, qué tiene que hacer?

No es la profesión más hermosa del mundo, pero es la que a mi me resulta más hermosa. Estuve hace unos días en Cabrera, con veladores del parque nacional, y me pareció muy hermoso lo que hacían; me fascina ver cómo hacen su trabajo los pescadores; no encuentro nada que entrañe más riesgo y se haga con más aplomo que lo que hacen los aviadores. ¿Y el trabajo de los médicos? ¿Y el de los que siembran?

A mi me gusta el periodismo desde que era un niño; la radio me abrió al mundo, me hizo concebir la ilusión de viajar y de contar; el periódico constituyó luego un instrumento maravilloso, de ilusión, de realidad y de espectáculo. Hoy los periódicos siguen siendo lo que fueron para mi: objeto de fascinación y de controversia, y también de rabia, de insatisfacción, de dudas.

Ha pasado el tiempo y he descubierto que es cierto lo que dice Kapucinsky, que hay mucho cinismo en el oficio, y a ese cinismo alude el comunicante: cómo hacemos del dolor una materia más del oficio, como las cinco preguntas básicas o el diseño de las páginas.

Se corre ese riesgo y se entra en ese riesgo; por la puerta del cinismo han entrado todos los subgéneros, y sobre todo el género rosa, y ahora el periodismo tiene que ir filtrándose a sí mismo para recuperar la vieja definición de Scalfari de la que hemos hablado aquí más de una vez: Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.

¿Si soy optimista sobre el porvenir de esa profesión tal como nos gustaría que se hiciera? Como le decía José Luis Coll a Manuel Vicent cuando éste le preguntaba cualquier cosa, no te digo ni que sí ni que no. Depende de cada uno de nosotros. Y depende sobre todo de la pasión (fieramente humana, que diría el poeta) con que afrontemos la obligación de contar lo que le sucede a la gente.

Una palabra más sobre los espectadores de las tragedias: siempre hubo gente que miró tragedias, la televisión ha amplificado ese morbo, y ahora es inmenso el balcón al que se asoma la humanidad para mirar el dolor de otros. (Hay un libro de Susan Sontag sobre ese fenómeno, sobre cómo se mira el dolor ajeno). Quizá eso esté en la naturaleza de los hombres. Aun así, comparto con el comunicante --o la comunicante-- la extrañeza ante esa fascinación con la que los que miran esperan que del fondo del cayuco aparezca esa persona muerta.

Hay episodios --en Tenerife, precisamente-- en que esos que esperan lo hacen para ayudar, y hay documentos gráficos que registran el ejercicio real de esa solidaridad.

¿Qué debe hacer el periodismo, qué tiene que hacer? En este caso, y en otros, lo que el periodismo puede hacer es contar bien, ir a la raíz de lo que ocurre, ayudar a que la sociedad entienda que el drama al que asiste no es un drama ajeno, que tiene historia, y que en esa historia todos tenemos alguna responsabilidad, para que el drama no tenga futuro. El olvido es una dejadez, la ignorancia es una culpa. El periodismo es la caja negra de la conciencia de la sociedad. He ahí su responsabilidad, su grandeza y, si me dejan decirlo así, su hermosura.

Romanticismo

Por: | 17 de julio de 2007

1. Escriban más breve.

2. Estuve en Cartagena. La mar de músicas. Moderé un coloquio entre Jesús Silva y Jorge Volpi, escritores mexicanos. Este año se dedica a México La mar de músicas. La discusión fue muy interesante. México es como una incógnita siempre abierta. Ahora vive en un momento trascendental. Pero siempre ha sido así.

3. Antes de la conversación pública tuve una conversación privada, por decirlo así, con el profesor y crítico José María Pozuelo Yvancos. Sobre la memoria, sobre la literatura. Me aconsejó algunos libros que aun no he leído yo mismo. Y hablamos de un libro que a los dos nos maravilló: Romanticismo, de Manuel Longares. ¿No lo han leído? Rápidamente, a la librería. Está en bolsillo.

4. Tuve una gran alegría. Me encontré con un amigo al que tenía perdido, Ezequiel Pérez Plasencia, un gran escritor tinerfeño. Estuvo en la sala, hizo preguntas. Vive en Cartagena desde hace tres años.

5. En el avión venía un hombre, Juan Carlos, que trabaja en un banco, cuatro meses al año. Está deseando que lo echen, para dedicarse a lo que ama: vivir en Brasil. Me invitó a berberechos. En un avión esa es una gran idea. Al final tomamos almendras. Me recogió un muchacho que estudia para ser empresario. Lo que él quiere es establecerse en Cartagena, su pueblo. Las almas son así: se bifurcan, unos quieren volar y otros quieren posarse.

6. He decidido suspender todos mis viajes hasta el 1 de agosto. Sólo tendré uno el sábado, a Málaga, y otro a Tenerife, el viernes 27, por la tarde, a hablar de periodismo. Me gustaría quedarme, en algún sitio. Leyendo, otra vez, Romanticismo. Lo grande de los libros es que vuelven, cuando son grandes.

7. No me gustó lo que dijo Fernando Fernández. Como no me gustan cosas que digo yo mismo. Interpretar de ahí cualquier otra cosa sólo obedece a la mente desaforada de nuestro tiempo.

Yo me imagino a los tabloides birtánicos

Por: | 16 de julio de 2007

Ahora he escuchado en la radio, después de escuchar otras barbaridades, a un profesor universitario que dice en una tertulia: "Yo me imagino a los tabloides británicos..." Se refería a lo que estarín diciendo los tabloides británicos sobre lo que está ocurriendo en Ibiza. Luego le dijeron en la tertulia que los tabloides británicos no están diciendo gran cosa. Lo que él imaginaba, aunque no lo estuviera diciendo, era que estábamos sumidos en un gran desastre. La tertulia era en la Ser y el que hablaba era el profesor Fernando Fernández. Es muy frecuente: la gente "se imagina" lo que se dice por ahí para apoyar su opinión "de aquí". Si no es cierto, si por ahí no se dice nada, bueno, pues ya se ha dicho, ahí queda, la gente se queda con la imaginación del contertulio: "Uy, lo que estarán diciendo los británicos". Pues no, los británicos se están tomando eso con mucha filosofía. Pero a Fernando Fernández le hubiera gustado que los británicos estuvieran muy inquietos. Cuando se desinfla el argumento, el hombre se calla y a otra cosa. No es muy científica la actitud, pero cada día hay menos ciencia en lo se dice.

Camus. Bellísimo el artículo que Marta Sanz publicó ayer en El País, en la sección Domingo. Es una trasposición literaria, y periodística, de lo que le pasaría hoy a Albert Camus si vuelve a Argel o a Orán. Lo lees como si de veras estuviera pasando, y ese es uno de los grandes alientos que ha de tener un texto periodístico, que te traslade a lo que ve el otro, aunque lo que ve el otro sea pura imaginación. Lo leí mientras leía el prólogo de las Cronicas argelinas. Un texto inquietante que tiene reflexiones que hoy pueden caer sobre nosotros como ceniza y como interrogante. Es lo bueno de Camus: jamás se muere. En ese sentido, el artículo de Marta Sanz es una metáfora especialmente inteligente de lo que supone Camus en nuestras vidas.

El Médano. Estaba en Marbella por razones familiares. Mi verano es el Médano. Aunque no vaya, aunque no esté allí, mi verano es el Médano. Hay lugares que son el verano, y hay personas que son el verano.

Anoche estuve viendo, con Bernardo Marín, que a veces interviene aquí para arreglar algunos desaguisados técnicos de mi blog, el partido Brasil-Argentina. Se desinfló Messi. Y qué grande es el fútbol; me fui poco después de empezada la segunda parte; esta mañana tenía que escribir mi viaje a Cabrera, antes de irme, mañana, a la isla de Cies. Y al concierto Serrat-Sabina, en Pontevedra. Esta tarde voy al festival La Mar de Músicas, para hablar de México con Jorge Volpi con Silva Herzog.

Y ahora me voy, suenan las nueva de la mañana.

Instrucciones para hablar en los ascensores

Por: | 15 de julio de 2007

No hay ningún libro de autoayuda que instruya cómo trabar conversación en los ascensores; hagamos lo posible por hacernos con uno. Podían haberlo escrito, de los autores que conozco, Julio Ramón Ribeyro, el gran autor chileno, y también lo podía haber dejado Julio Cortázar, que ya no sé de dónde es, si ginebrés, argentino, parisiense o francés. Por cierto, ayer escuché, a mediodía, un programa de radio en el que pedían que los oyentes contaran su experiencia con aquellas furgonetas Volkswagen que usaron los hippies y que ahora cumplen sesenta años. Recordé que Cortázar hizo una larga travesía francesa a bordo de una de esas camionetas, a la que llamó con un nombre que seguramente ahora ustedes me harán recordar; Julio iba con su última mujer,  Carol Dunlop, y juntos hicieron un libro, Los autonautas de la cosmopista, que es una deliciosa (perdón, Ernesto) historia de amor. A lo largo del camino, la pareja iba parando en lugares auxiliares de la autopista Paris-Cannes o Marsella e iba siendo visitada por amigos que le llevaban vituallas; incluso Mario Muchnick, con lo poco dado que es a dar, se acercó con algunos alimentos que constituyeron, y eso se ve en el libro, una gran alegría para Julio y para Carol. El libro luego alcanzó la virtud de la despedida, porque pronto murió Carol y algo después murió Julio. Cuando uno recuerda a la gente que admira y es contemporánea (todos somos contemporáneos de la gente de nuestro tiempo) se siente alrededor, en nuestro espíritu, como el sonido de un vacío, una campana sorda, algo que nos falta y que de pronto viene en forma de fantasma o de espíritu o de vaivén melancólico. Pues Cortázar o Ribeyro podían haber escrio esas instrucciones para hablar en un ascensor. Esta mañana he coincidido con una señora que bajaba a tomar su desayuno, en el hotel de Marbella donde estoy, y estuve a punto de hacerle preguntas: cuénteme su experiencia de la vida, de qué se acuerda ahora exactamente, qué piensa. No le dije, y allí se fue ella con sus opiniones y su experiencia y su alegría y su silencio a tomarse un huevo pasado por agua o una panceta cubierta de huevo frito. Ayer a mediodía comíamos con un niño en un chiringuito de la playa de Los Monteros. El niño, de cuatro años, llevaba un rato extasiado, pensando; le pregunté qué pensaba. Primero dijo, como dice todo el mundo cuando le preguntas qué piensa, que no pensaba nada. Es imposible, le dije, todo el mundo piensa algo en todo momento. Entronces se rindió y me dijo: "En que me compraba una barca". Al cabo de un rato me preguntó qué pensaba yo, y le dije: "En que me compraba una barca contigo".

Elogio del que no viaja

Por: | 14 de julio de 2007

Quise recordar anoche el calor que hace en el aparcamiento del aeropuerto de Málaga al tiempo que registraba mentalmente ese título. Elogio del que no viaja. Quise venir a Marbella, un lugar del que  tengo excelentes recuerdos; me gusta el mar, el clima, hay, incluso, zonas de la ciudad que conservan el aire pueblerino que la hacen entrañable y quieta, tengo familia aquí (¡que me sigue en el blog!) y además casi cada año vengo a visitar a un amigo que tiene la costumbre de pasarse aquí algunas semanas cada verano. Es Mario Vargas Llosa. Pero para llegar a Marbella hay que coger un avión, esperar en el aeropuerto hasta que el retraso habitual se haga prácticamente insoportable, y luego hay que esperar que las maletas tarden menos de una eternidad. Cuando ya la paciencia hizo mella en mi alma y en mi cuerpo a la vez, cuando ya era insoportable el trámite del viaje, con sus colas, sus sofocos, sus maletas, fue cuando bajamos al aparcamiento del aeropuerto a hacernos cargos del Fiat Punto o Uno o lo que sea que debía conducirnos hasta Marbella. El calor era insoportable, como hecho para quemar el ánimo de la gente. En medio de ese solajero interior del aeropuerto pensé eso: quién me manda viajar tanto, andar de un lado para otro en medio del sofoco y de la calorina, y de la sensación, siempre renovada, de que tampoco hay que andar tanto. José Lezama Lima, el escritor cubano, decía que el viaje hasta la mesilla de noche ya era un viaje agotador. Viajar ilustra, anima, permite conocer otras geografías y otros rostros, pero cuánto cansa. Pavese decía que cansaba trabajar, lavorare stanca, lo que cansa es viajar, estar de un lado para otro como si fueras una maleta al albur de que te lleguen a tiempo los aviones y de que te frían como a un espárrago en la parte donde se guardan los coches, por ejemplo. Bueno, luego fuimos a cenar al restaurante Antonio, en Puerto Banús. Asusta tanta multitud, los coches entre las personas en el paseo marítimo, seres bronceadísimos que se pasean como si se estuvieran exponiendo. De todo lo que vi me sigue asustando que los coches estén en el paseo, circulando, con absoluta impunidad, con una grosería verdaderamente impúdica. Otra cosa que me sorprendió: la buena calidad de la comida, en el restaurante Antonio. Uno imagina que entre tanto turismo los salmonetes van a estar congelados, pero no, eran fresquísimos, y la manzanilla, cuyas consecuencias sufro en este momento, estaba también fresquísima, maravillosa. Estoy en el hotel El Fuerte, que siempre me gustó, porque te adentra en el mar como si te llevara en volandas. Ah, y Vargas Llosa. Está preparando una nueva novela y ha suspendido un rato el ensayo que escribe sobre Juan Carlos Onetti. Es un ser especial, nada que ver con esa imagen que a veces tenemos de los escritores, arrogantes y engreídos, que comen egos revueltos. Lo he dicho aquí y lo mantengo: es uno de los tipos más normales que me he encontrado en este universo de los autores.

Una última cosa. Me he traído varios libros de Albert Camus. He pensado que este verano me voy a dedicar exclusivamente a Albert Camus. Y a ustedes.

El País

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