Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

El olvido que seremos

Por: | 22 de agosto de 2007

"Somos el olvido que seremos". Ese verso, que él creyó que es de Jorge Luis Borges, y muy probablemente lo sea, es el arranque del último libro de Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano que ahora vive en Berlín por una temporada que se le acaba. El libro se titula El olvido que seremos y es una de las grandes obras que he leído en los últimos años. Escritor sabio, capaz del ritmo en una prosa que está repleta del sentimiento de la autobiografía, Héctor describe la historia de su padre, que fue asesinado en 1987 por los paramilitares colombianos. Ese sentimiento autobiográfico, que a veces paraliza, alcanza en la prosa de Héctor los niveles de la confesión y de la poesía, junto con una rapidez literaria que le da una enorme altura; jamás cae en la autocomplacencia del dolor, y se permite incluso el humor, el buen humor que debió haber en su familia incluso en los tiempos oscuros.

Ese libro me golpeó muy fuerte; Héctor siempre ha sido para mi uno de esos grandes escritores colombianos que parecen tener dentro de sí como el motor de la prosa combinada con la música y con la poesía. De la estirpe de Fernando Vallejo y de Gabriel García Márquez, y de William Ospina, es capaz de grandes hazañas narrativas incluso en los textos más urgentes, en la prosa periodística.

Me escribió en julio, en medio de uno de los meses más terribles de mi vida reciente, y no le respondí, aunque en mi alma me hice eco de su carta. El otro día, mientras hablaba con la persona con la que almorcé y luego me dijo que yo no aparentaba la edad que tenía, recordé que debía llamarle en algún momento. Y apunté su nombre como una de las tareas que debía cumplir ayer mismo. Por la tarde, mientras trataba de leer los mensajes del blog, en medio de dos adolescentes que chateaban en un ciber que se llama Planet fun, aquí, en San Sebastián de La Gomera, sonó el móvil, apareció un número desconocido y era Héctor. Maravillado por la sopresa, salí a la calle, dejé el correo y le conté la estupenda coincidencia. Intercambiamos impresiones, él me pidió algo que puse en marcha y yo le prometí un envío que esta misma mañana mi amiga Natalia me está haciendo el favor de cumplimentar.

Estas coincidencias, decía Héctor, sólo indican que estamos en el camino de las personas que queremos, y que el recuerdo es tan fuerte que a veces se verifica en llamadas que han sido preparadas o deparadas por un destino que alguien maneja desde algún lugar que uno sólo podría identificar con la palabra memoria o con la palabra poesía, que más o menos vienen a ser lo mismo.

Ah, y en cuanto a los versos cuya autoría ha despertado una polémica en Colombia. Seguro que alguno de nuestros bloggers tiene una clave. ¿"Somos el olvido que seremos" es un verso de Borges o no? Seguro que aquí hay una respuesta para Héctor.

Hace cuarenta años teníamos veinte años

Por: | 21 de agosto de 2007

Muchos de ustedes no tienen edad de recordarlo, pero hace cuarenta años algunos de nosotros estábamos a punto de cumplir veinte años. Esta mañana estuve escribiendo sobre eso en un libro que estoy haciendo, y ahora, cuando he abierto el ordenador en este café de San Sebastián de La Gomera, donde me encuentro, y he visto en Yahoo! una señal que me ha alertado de manera gravísima sobre esta circunstancia: El Graduado, la famosa película iniciática de Dustin Hoffman, cumple cuarenta años. Recuerdo haberla visto entonces; nosotros estábamos entonces en la teoría de lo antiamericano, y veíamos cualquier película que viniera de Hollywood como una americanada. De esa película en concreto nos avisó Joaquín Casalduero, que era un teórico de la literatura, especialista en Galdós, que pasaba por Tenerife. Nos habíamos reunido con él algunos amigos de sus amigos, Pérez Minik, Juan Marichal, etcétera, y habíamos ido a mediodía a comer con ellos a la Escuela Náutica. En ese almuerzo Casalduero nos advirtió: esa es una película que muestra una manera nueva de relación entre los jóvenes y sus padres en Estados Unidos. Ya la vimos con otros ojos, muchos nos enamoramos mientras la veíamos, y pasó con esa película lo que sucedió entonces con algunos libros, como Los versos del capitán, de Pablo Neruda. Expresó mejor que cualquier otro elemento de nuestros sueños que casi todo lo que nos propusiéramos, en el amor y en la vida, terminaría siendo realidad. Se convirtió en un emblema de los sueños, y hoy se mira con la nostalgia con que algunos objetos o avalorios o recuerdos de hace cuarenta años reaparecen ante nosotros como los juguetes olvidados en la azotea.

Estoy en La Gomera, pues; vine anoche, en barco. Se movió muchísimo. Vine leyendo, tratándome de olvidar de los vaivenes del  barco, porque le tengo un enorme respeto al mar. Duermo muy bien en La Gomera,  junto a los grandes árboles, en una atmósfera limpia y seca, como de campo junto al mar. Soñé, claro que sí, pero hoy no quiero ni contarlo. Mis rutinas diarias han variado: en casa tengo internet, en tenerife, pero aquí debo venir a un cibercafé. Se llama Ambigú, y es el preferido de mi hija, acaso en el mundo. Pero vengo a mediodía, cuando a San Sebastián llegan los periódicos. Aun no los he visto. Pero he visto que El Graduado cumple cuarenta años y a mi me ha dado un escalofrío.

Pero estoy bien. Ayer me dijo un amigo que no aparentaba la edad que tengo. Le había invitado a almorzar.

Contar los sueños

Por: | 20 de agosto de 2007

Anoche soñé con Mariano Rajoy. Yo tenía que ir a Barcelona, en avión, y coincidí con él en el aeropuerto. Debía ser el aeropuerto de Madrid, por las cosas que iban ocurriendo en el sueño, pero tenía la apariencia de un aeropuerto latinoamericano; era destartalado y luminoso, y en algunos tramos tenía los colores de la guardería. Yo iba con mucha prisa, dejé el taxi y le dije a mi quiosquero, que se llama Maxi, que lo pagara. Pero, ¿qué hacía Maxi, que tiene el quiosco en Martínez Campos, en Madrid, despachando periódicos en el aeropuerto? Ahora que lo cuento me viene a la mente que quizá soñé con Maxi porque debe estar feliz con la derrota del Real Madrid anoche. Bueno, pues Maxi se hizo cargo del taxi y yo entré raudo a resolver los trámites del billete, pero eso no debió ser problema porque apenas ocupó sitio en el sueño. Hice aún otro trámite que sí figuró con entidad, que fue el momento de ir al cajero. No era un cajero automático tradicional: eran unas cajetillas incrustadas en la pared, tú introducías en alguna de las numerosas cajetilla una tarjeta que también tenía los colores de una guardería, y salían de inmediato los papeles, el dinero, la tarjeta propiamente dicha, como si alguien muy adiestrado escupiera ese material a una velocidad supersónica y un poco atropellada. Luego vi que Rajoy, a quien había vislumbrado en el aeropuerto llevando un inmenso portafolio, se iba por otro lado, arriesgándose a perder el vuelo; pero como lo vi tan seguro lo seguí hasta una sala donde se dispuso de inmediato a dar un mitin a un grupo de escolares. Los escolares tomaban nota, como periodistas, en aquel amplio salón en el que en principio estaban Rajoy, su equipo, los escolares y yo mismo, que estaba colado en la escena, gracias sin duda a los beneficios que tiene el hecho de que fuera yo quien estaba soñando. Rajoy hablaba muy enfadado con los chicos; él creía que la Universidad (y aquel aeropuerto se había transformado de pronto en una universidad, imagino que la Complutense, e imagino ahora que por eso parecería una guardería cuando entré, con perdón, los sueños son así, involuntarios) era un desastre, y les decía a los escolares que no se fiaran de ella, que estaba en extinción, y se le ocurrió un chiste: "Estamos en la extinción universitaria". A su frase se le juntó un enorme jaleo: en otro punto de la sala, en una especie de anfiteatro, un grupo muy ruidoso de estudiantes universitarios, jaleados por alguien que parecía un profesor u otro político (escuché la palabra Ferraz) empezaba otro mitin, de signo más festivo y sin duda más sonoro que el que hasta entonces había en el sueño. Entonces Rajoy se paró en seco, y se quedó así, mudo, imagino que hasta que parara el otro mitin. Entonces un señor se me acercó, yo estaba de espaldas a Rajoy, la situación me producía una enorme violencia, y pregunté qué estaba pasando:

--Nada, está callado, hace dibujos.

--¿Y los chicos?

--También hacen dibujos. Por cierto, tú vas a perder el vuelo.

Y me fui con el enorme cartapacio de Rajoy.

No sé, yo no voy a comentar el sueño. Acaso lo quieran comentar ustedes.

Ahora estoy despierto. me estoy tomando un té y hace un día magnífico en El Médano.

Yo, aproximadamente

Por: | 19 de agosto de 2007

Tengo una amiga muy egocéntrica, pero no salvajemente egocéntrica, su ego es altruista, está siempre dispuesta y disponible, ayuda en todo lo que puede, se alegra de los bienes ajenos, pero es egocéntrica: si ocurre una desgracia, ella se ve concernida, si sucede algo grave o minúsculo a ella también le pasó, o le podría haber pasado. No habla de sus cosas como si fueran el principio y el fin del mundo, pero todas sus cosas están implicadas en el principio y en el fin del mundo.

Un día le dije: "Eres la persona más egocéntrica que conozco". Y me respondió así:

--¿Yo? ¿Yo? ¿Yo?

Muchas veces se habla aquí de egocentrismo o de egoísmo o de egolatría. De ninguna de esas tres categorías se salva nadie. Y mucho menos se salvan los falsos humildes; esos son los egocéntricos salvajes, los que, haciendo gala de llaneza de espíritu, en realidad buscan que los demás les glorifiquen. Al menos como los más humildes; quieren estar en el primer puesto de la división de la humildad.

En el caso de los escritores y de los artistas, que tantas veces ponemos como paradigmas del egocentrismo, el egocentrismo es casi consustancial con su trabajo. ¿Ustedes se imaginan En busca del tiempo perdido sin el egoísmo de Proust? ¿O se imaginan el Ulises sin el egocentrismo de Joyce? ¿Se imaginan la obra de Lezama Lima sin el yo de Lezama Lima? El escritor menos egocéntrico que conocí fue Onetti, y tenía un enorme ego. En las épocas modernas el egoísmo, el egocentrismo o la egolatría son más evidentes, más públicos, porque existe los medios de comunicación, que amplifican esas actitudes y las ponen de manifiesto como se ponen de manifiesto las llagas, las heridas e incluso las virtudes.

También se habla aquí --y se habló ayer, por ejemplo-- de que en este blog estamos hablando mucho de periodismo. ¿Y de qué quiere que hable el panadero, sino del pan? El periodismo es la base de mi trabajo, es mi obsesión, y muchas veces es también mi alegría. Es un trabajo que me emociona cuando lo hago y también cuando lo veo hacer. Me entusiasma ver cómo alguien comienza; no llego a ejercer el apostolado para que otros se hagan periodistas, pero sí creo que ser (buen) periodista es una de las cosas más serias que se pueden hacer en la vida.

Así que ahí está la propuesta: hablemos hoy de egoísmo y de periodismo. No necesariamente están disociados.

Jazz en la playa

Por: | 18 de agosto de 2007

Intenté escribir esta mañana mi blog pero estaba inactivo Typad.com, que es donde acudo, me han dicho que debo hacerlo así, cada vez que quiero subir mis posts o comentarios o como queramos llamar a estas entradas. Así que fue me puse a escribir un libro que estoy haciendo y luego me fui a comprar la prensa. Me detuvieron dos personas por el camino, una, un argentino, me dijo que pusiera el cuño al resultado electoral próximo, que ya él lo tenía vislumbrado; después seguí por la plaza Roja (se llama así porque es roja, y también porque delante está la Montaña Roja) y me paró una chica, que me ve en La Mirada Crítica, el programa de Telecinco. Me dijo que se alegraba mucho de que un tinerfeño estuviera en la tele, hablando. Le dije que suponía que se alegraba porque dijera cosas interesantes, si las decía, aunque fuera tinerfeño. Me dijo que le divertían algunas alusiones a la vida cotidiana, así que no era sólo porque fuera de la isla. La chica se llama Yurena y trabaja en una inmobiliaria. El otro día me saludó una señora y me presentó a su hija, que trabaja en Mallorca. La chica me dio dos besos. La señora se soliviantó: "¿Dos besos? Los canarios somos damos uno. ¡Estás haciendo polvo la identidad canaria!" Yo le dije que me preocupaba tanto este asunto que estaba dispuesto a no dejar que me quitaran los puntos que me dieron en la planta del pie, ¡es que me los dieron en Lobos, son isleños! Bromas aparte, seguí hacia el Manfred, que es un bar tranquilo, casi paradisiaco, delante del mar, y frente a la Montaña Roja. Lo regenta un inglés que toca el saxo y se llama Simon. El pan es excelente y dan descafeínado de máquina. Me senté con mi resma de periódicos; a mi lado había un señor que hablaba por teléfono, como tantas veces hablo yo, y me sentí atacado por el sonido, así que fue un momento de autocrítica. El señor llevaba el pie escayolado, o vendado; no le había sucedido lo que me pasó a mi: tuvo una rutura fibrilar jugando al fútbol. Se lo oí contar, y se lo contó a mucha gente. Como hice yo cuando me lesioné. Llamé a Manuel Vicent, como cada sábado, y le conté que hoy hay en EL PAIS una fotografía de Francisco Ontañón (él con su tertulia del Café Gijón, está en Babelia) que merecería una ampliación e incluso un libro. Es una foto extraordinaria. Lo estuve comentando con mi amigo Diego Talavera, el director adjunto de La Provincia, que ahora está haciendo una hermosa sección de cine y memoria en su periódico bajo el seudónimo casi transparente de Diego T. Mientras miraba los periódicos vino Simon con su saxo y al cabo de un rato él y un joven músico muy risueño se pusieron a tocar jazz; fue un momento muy bello, inolvidable, esos dos músicos tan dedicados y tan concentrados en la música, ante cuatro personas que consumíamos desayunos o cervezas. Luego vino mi hija con su amiga Ana Pérez, actriz y alemana, y se pusieron a leer, a escuchar música y a desayunar. Llamó Julio Pérez, periodista y abogado, que ahora está en otras tareas, y que además comparte conmigo el amor por el juego de palabras y por las anécdotas. Estuvimos escuchando jazz un rato, yo estaba embebido, me gusta mucho el movimiento de los músicos de jazz, y me resultra fascinante mirarlos siempre felices. Después me levanté. Mi conciencia no estaba tranquila, porque sé que tengo una obligacíón, muy grata por otra parte, de escribir el blog a diario y ya me habían avisado de ELPAIS.com de que estaba listo de nuevo el dichoso typad.com. Y aquí estoy, escribiendo, que es, por otra parte, y sin duda más humilde, mi manera de tocar jazz en la playa.

Lo que une la tragedia

Por: | 17 de agosto de 2007

La tragedia une más que la felicidad. El excelente escritor peruano Alonso Cueto --un único defecto, a veces le digo: es demasiado alto para mi gusto, y sobre todo para mi estatura-- lo dice hoy en EL PAIS impreso. La terrible sacudida que vivió su país --El movimiento, lo llama él-- desató dentro y fuera de Perú un movimiento intensísimo, valga la redundancia terrible, de apoyo y de afecto que en algo habrá mitigado la soledad íntima de los que sufren el dolor colectivo. Este blog fue testigo de muchas de esas muestras, algunas de ellas de peruanos que se vieron impelidos a expresar desde el exterior y desde el interior la estupefacción y el dolor que sentían.

En medio de esas reacciones que constituyen la unión en la tragedia de la que habla Cueto está el periodismo. Siempre ocurre y no puede ser de otra manera: la información es el primer arma, aparte de la ayuda propiamente dicha, que se pone en marcha cuando sucede una catástrofe, del tamaño que sea, y esta es incomensurable. Es la esencia del periodismo y es su categoría: aquí es donde alcanza su grado sumo la expresión definitoria de Eugenio Scalfari que con tanta frecuencia les señalo: "Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente".

Nosotros en EL PAIS dispusimos, para contar la tragedia allí donde nació, en el epicentro mismo del desastre, de una coincidencia: estaba allí, de vacaciones en Ica, uno de los mejores periodistas de este país, Carmelo Rivero, que durante muchos años fue, con su hermano Martín, corresponsal del periódico en Canarias, con el seudónimo Carmelo Martín. Como otros buenos corresponsales regionales o locales que ha tenido y tiene el periódico, estos dos hermanos son legendarios: siempre estuvieron donde hacían falta, se estimaba, por su eficacia, que eran mucho más que dos, y fueron un antecedente extraordinario para el buen hacer actual del notabilísimo Juan Manuel Pardellas, que también está siempre donde tiene que estar y mucho más allá.

Pues Carmelo Rivero, que ahora es punta de lanza en la cadena Ser en las islas, donde siempre estuvo, por otra parte, está allí, como estuvo, otra coincidencia, cuando empezaron a llenarse de petróleo algunas playas de Ibiza. En ningún caso Carmelo escondió el vuelo de su vocación y ahora mismo debe estar en pie de guardia buscando información para contarla en medio de la enorme tragedia que está viviendo el lugar al que fue para ser únicamente una persona feliz mirando. Ahora es un periodista mirando una tragedia, y contándola con el pulso primero que tiene el periodismo: contarle a la gente, con las palabras de la gente, lo que le está sucediendo a las personas que son víctimas del desastre.

Dentro de las tragedias, como dentro de la vida, hay un pequeño sí: dice Emilio Lledó que dentro de todo no hay un pequeño sí. La tragedia es el No, el No más grande que depara la naturaleza, el desastre que nadie puede detener; el Sí es la capacidad que tiene el hombre para ayudar al otro mientras se derrumba o se resquebraja o se rompen la vida o la esperanza.

El terremoto de Perú

Por: | 16 de agosto de 2007

Impresionante el terremoto de Perú. Dos minutos de incertidumbre y de destrucción en muchas de las ciudades, incluida Lima, donde hay más edificios altos que en todo Perú. He hablado con una amiga que tiene allí a su familia y me ha contado el horror que también se siente en la distancia: no funcionan los teléfonos, no hay certidumbre sobre las noticias que dan las radios, los periódicos, las televisiones o internet, y lo que es un drama global, enorme, en el que está implicado un país entero, se convierte en dramas multiplicados por todos y cada uno de los habitantes que viven allí y de los parientes que no pueden contactar con ellos. Un horror sentido de distinta manera, en directo y desde fuera, por millones de personas. Basta que conozcas y aprecias a una para que el drama sea también tuyo. Y aunque no conozcas a nadie, el drama humano alcanza en el alma dimensiones extraordinarias; la solidaridad es un gen espontáneo, nace, a veces se llama compasión, que es una palabra que no tiene buena prensa, pero compasión o solidaridad o afecto, todo es lo mismo y hoy se concentra a favor de Perú.

Cuando conocemos de lejos las noticias nos parecen noticias menos graves, porque son ajenas, porque no nos afectan; en cuanto se van acercando, en cuanto vas conociendo a personas que están afectadas por la desgracia, la noticia va adquiriendo un matiz personal, trágico, no sabes qué hacer para consolarles o para darles luz o para tranquilizarles.

Seguro que ustedes conocen a muchos peruanos o son peruanos ustedes mismos; inmediatamente que supe la noticia me vinieron a la mente muchos de los peruanos que conocí en mis viajes o que conozco de España, y sus rostros se me vinieron, uno a uno, a la mente, y en ellos he pensado aunque estuvieron haciendo otras cosas, el desayuno, por ejemplo; aunque hubiera estado mirando las noticias u oyéndolas, aunque hubiera estado también horrorizado por el horrísono drama de Irak que no cesa, Perú ha estado, como para César Vallejo España, en el corazón de mi preocupación y de mi mirada.

Les iba a escribir de ese festival "¿Hay alguien ahí?" que celebramos ayer aquí y que tan excelente respuesta tuvo por parte de ustedes, pero yo creo que hoy tenemos que hablar de Perú, con la emoción de la solidaridad y del ánimo. Ya hablaremos de otras soledades y de otras fiestas.

¿Hay alguien ahí?

Por: | 15 de agosto de 2007

Hoy es el día más solitario del año, una especie de parteaguas del verano, cuando comienza a fraguarse en el espíritu la melancolía del regreso, el final de las historias de amor, el inicio desesperante de las historias que van a concluir pero que llevan tiempo deshaciéndose; el sol mismo comienza a bajar más tarde y ya tienes que desayunar entre las brumas que él hace sonoras.

En un día como hoy, en el trajín sordo de las idas y en el trajín entusiasmado de las venidas, es muy probable que ahí, donde ustedes reciben el impacto, sordo o sonoro, alegre o melancólico, útil o inútil, eficaz o ineficiente, de este blog, es muy probale, digo, que ahí no haya ni Dios.

Quisiera comprobarlo. A veces empiezo a escribir, generalmente por las mañanas, y hago como cuando doy conferencias o charlas, o cuando presento libros: me dirijo a una sola persona, a alguien del auditorio en cuyo rostro vea propensión a entenderme o incluso a quererme, alguien que muestra en su cara el contento de estar oyendo; pues eso hago a veces en el blog: me imagino a uno de ustedes, lo singularizo entre los que habitualmente vienen a leerme, y le cuento a ese y no a los otros, pero todos son ese a que me refiero, lo que esa mañana ha rondado por mi mente.

Esta vez me he querido dirigir a todos, a ver si hay alguien ahí, en qué están pensando, qué es lo que les preocupa en el día de hoy, qué les hace felices o desdichados, qué les acaba de ocurrir que ustedes crean oportuno que se sepa. Las noticias son también las pequeñas noticias; como saben ustedes, los que lo sepan, el otro día me herí en un pie; mucha gente me ha preguntado cómo fue; en una ocasión, en la fiesta de un amigo, escribí un papel con todos los detalles, para no contarlo más. Qué interés tenía el asunto, escaso. Pero la gente quería saber. De esas pequeñas noticias, que desatan otras pequeñas conversaciones, está hecha la vida.

Así que conversemos de lo que hoy les pase. Y conversemos todos. Lo que quisiera saber, de veras, es si hay alguien ahí tal día como hoy, si no estoy yo aquí solo, frente al mar, largándoles una charla a la que no vino ni Dios.

Manu en la contraportada

Por: | 14 de agosto de 2007

Coexisten hoy en la contraportada de EL PAIS impreso tres periodistas, Juan Jesús Aznárez, uno de nuestros más experimentados y brillantes reporteros, Raúl Conde, joven redactor de 26 años en La Nueva Alcarria, y Manu Leguineche, de quien no hace falta decir nada para que sepamos quien es. Anoche estuve cenando aquí, en El Jable, en San Isidro, a dos pasos (¡pasos que ya puedo dar sin ayudas, ya me quitaron los puntos!) de El Médano, con un joven periodista al que acaban de confiarle una misión muy importante. Mientras se fue sucediendo la cena me fue subiendo la adrenalina del periodismo, y fui subiendo tanto en mi entusiasmo que estuve a punto de creer que era otra vez un joven periodista, como Raúl Conde, tratando de entrar por primera vez en la Redacción de un periódico. Ver esta mañana a Manu con aquellos colegas, hablando de periodismo desde la perspectiva del consagrado, parece ahora el rizo de aquella conversación de anoche.

Manu es la identificación personal del periodista; anoche recreaba con este amigo con quien cené la famosa frase de Scalfari, "periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente"; el periodista no es una wikipedia, sino un espejo al borde de un camino, en medio de una plaza, en una riada, en pleno vuelo, en las orillas de una playa, en un estadio de fútbol; allí donde hay gente y voz y miradas y disgusto y alegría hay posibilidad de hacer periodismo. Eso ha hecho Manu, desde que era un chiquillo; ahora nos parece, porque le vemos con 66 años y manifestando las mismas convicciones y las mismas pasiones que tuvo entonces, que siempre tuvo esta edad, o más o menos, pero lo cierto es que en cuanto tuvo posibilidad de vuelo Manu renunció a todos los parabienes y ditirambos (esa palabra que él no quiere que caiga sobre él, según Aznárez) de la mesa de Redacción, y aunque emprendió aventuras de estar sentado (Colpisa, Fax Press), siempre anduvo por el mismo, recorriendo el mundo, escuchando a la gente, contándole a la gente lo que pasaba en otra parte o en la oscuridad. Para mi que Manu fue el inventor de Internet y del móvil, porque desde cualquier sitio siempre hizo periodismo y siempre han llegado a tiempo a las redacciones su crónica, su reportaje, su apreciación, su encuentro, su entrevista.

De modo que es un periodista de cuerpo entero porque ha aplicado a la tarea un instrumento que no se fabrica en las escuelas o en las facultades sino en el alma, el instrumento del entusiasmo. Sin entusiasmo no hay periodismo, sin ganas de hacerlo no hay periodismo, y muchas veces cuando ustedes vean en un periódico que algo que pudo haber sido brillante es tan solo correcto es que le ha faltado entusiasmo, ganas de hacerlo, de implicarse, al periodista que lo firma (o que no lo firma).

Pensaba esto último ayer, antes de la cena, leyendo el reportaje sobre el orgullo de ser el epicentro (del terremoto) de Natalia Junquera, en EL PAIS. Lo que pudo haber sido una crónica correcta o administrativa del suceso, en el centro mismo donde aquel se produjo, se convirtió en las manos de la periodista en una gran crónica humana de cómo se vivió el hecho, desde dentro, casi desde la cama (y de hecho hay alguna escena de cama en el reportaje) de los protagonistas, y también desde el cuarto de baño. Búsquenlo en el archivo, y por cierto busquen también la primera entrega que hizo Francisco Peregil de su viaje por Colombia.

Esa es la influencia del entusiasmo en el periodismo; donde está se nota. Hace unos meses, cuando empezaba a dejar de hacer frío, fui con Luis Magán (el fotógrafo de Bergman) a ver a Manu, para entrevistarle; estuvo espléndido, profundo, un poco rabioso. Verle el otro día en la televisión, hablando de sus pesquisas de los desaparecidos de la posguerra civil, y verle ahora compartiendo opiniones con un veterano como Aznárez y con un joven como Conde me ha despertado la envidia de no haber estado allí con ellos. Pero he estado, para eso está el periodismo; he estado ayer en el epicentro y he estado hoy con Manu en Brihuega. Para eso están los periódicos, para que te lleven a todas partes.

Una nota para Paty: Fernando Marías es un excelente escritor, pero ni eso ni su apellido le hacen hermano de Javier Marías.

Hay que buscarse una esperanza para seguir viviendo

Por: | 13 de agosto de 2007

Cuando empecé a vivir fuera y solo me empecé a buscar apoyos, sentimentales, literarios, que me permitieran mitigar esa lejanía y esa soledad, que se hace sólida sobre todo cuando uno se va a dormir. Kafka decía que despertarse es el momento más arriesgado del día; en ciertos momentos tratar de dormir, el momento de dormir, es el instante más arriesgado del día; ahí te esperan los fantasmas, lo que hiciste y lo que no hiciste, la maldad que sufriste o la maldad que hiciste.

Así pues, en esa época me enfrasqué en escritores pero también en escritores-filósofos, como Camus, Sartre, Kierkegaard o Unamuno; los escribía subrayando, que es una manera de apropiarse de los escritos de otros. Y entre todas las frases que subrayé hay una que me parece una norma de estilo, una declaración de principios al tiempo que un propósito, y es la que escribe Albert Camus (tan citado ayer aquí a propósito de Tabarca) en su librito El revés y el derecho. Decía: "El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento".

Es curioso, en este cúmulo de coincidencias que he atraído toda mi vida esta es una de ellas. Encontré esa frase de Camus cuando ya estudiaba en la Universidad, vivía en el Colegio Mayor San Fernando de La Laguna y ya había leído mucho de Camus, e incluso lo había reescrito, por así decirlo. Pues un día, cuando aún estaba en Preuniversitario, me senté a la mesa del salón de mi casa y empecé un ensayo sobre Camus del que recuerdo tan solo el título: "Sobre la obra de Camus hay mucho sol".

De Camus es otra frase fabulosa, que está en un momento crucial de El extranjero, cuando Mersault dispara, y dice: "Comprendí entonces que había roto la armonía del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz". Releyendo el otro día El extranjero para un trabajo literario que me pidieron en El País, y que imagino que saldrá antes de que acabe agosto, me encontré con la continuación de la frase, que es aún más poderosa, y más dramática.

Pero entre las frases que encontré en aquellos momentos de soledad que acudían conmigo al instante crucial de la duermevela hay una del poeta grancanario José Luis Pernas y que desde entonces está en todos mis libros, en todos: "Comprendo entonces que hay que buscarse una esperanza para seguir viviendo".

En mi memoria ese verso de Pernas prácticamente comienza igual que la frase de Camus. Seguro que alguno de ustedes se la sabe mejor y hoy, aparte de enviar aquí las frases que les han ido haciendo, me envían el poema entero de Pernas.

El País

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