Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Palabras de amor

Por: | 30 de septiembre de 2007

Este documento que adjunto es uno de los mensajes mas gratos que he recibido desde que hago este blog. Me lo ha mandado Jaume. Me recuerda un acto memorable y también es lo que podriamos llamar la banda sonora de un momento largo de nuestras vidas. Quede ahí como homenje a las palabras y al amor.

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As de picas

Por: | 30 de septiembre de 2007

Teníamos que ver el partido del Barça Julio Llamazares y yo y para eso tuvimos que dejar la literatura e irnos de bares. Estuvimos en un bar muy honesto, Correos, donde vimos la primera parte de la exhibición de Henry, que demostró que en el nuevo Barça él es la autoridad y Messi es la sorpresa. Alllío tomamos mvino, él tomó Rijo y yo tomé Moriles, y después nos encontramos en la calle, con Aurelio Martín, un gran periodista segoviano, que lleva aquí la corresponsalía de EL PAIS. Nos llevó hasta el As de Picas, que es un excelente bar de tapas, donde casualmente trabaja su hijo, que estudia Fotografía y tiene 22 años. Por el camino nos encontramos con el escritor británico Hanif Kureishi. Yo había comprado por la tarde su libro Mi oído en su corazón, sobre su padre, y se llevó una sorpresa cuando lo saqué de una bolsa para que me lo firmara. En el As de Picas tomamos torta del Casar y jamón serrano, y creo que Julio comió algo más, aunque yo repetí de la torta, fantástica. El partido, pues ya lo vieron los que lo hayan visto. El Barça está jugando de manera fantástica, como si se lo supiera de memoria. Después de ver el partido nos fuimos a la plaza Mayor, a La Concepción, donde si no, y allí estaba Cristina Fuentes, factotum del Hay, la mujer que más trabaja en esta organización bien engrasada que es el principal festival literario del mundo; había algunos escritores, como los colombianos Juan Gabriel Vasquez y Fernando Gaitán, y allí nos quedamos un rato; luego apareció Manuel Rivas, con su mujer, Isa, y Julio y yo le dimos a Manolo El lápiz del carpintero para que nos lo firmara. Luego se sentaron ellos solos, en un rincón, y yo le dije a Cristina que para mi son los mejores de su generación, los que están más cerca --con Antonio Muñoz Molina-- de mi concepto poético de ver y de escribir la literatura. Fue un rato muy grato, muy feliz, y después me vine al hotel, donde esta mañana no me funcionaba el wi fi, de modo que estoy escribiendo en un sitio público, sentado en el banco más incómodo de Segovia. ¿Me permiten que acabe aquí?

Ah, Belkis, llama. Voy a Caracas el miércoles.

Entre escritores

Por: | 29 de septiembre de 2007

A mucha gente le resulta fascinante que algunas personas, como yo mismo, ande siempre entre escritores. Con mis respetos para los escritores, y para los que creen que son fascinantes, debo decir que es mejor estar entre libros. Los libros son la condensación de los pensamientos y los latidos sentimentales de los escritores; pero ellos mismos, los seres humanos que escriben, como los seres humanos que pintan o componen, son gente como otra cualquiera, con sus egos bien desarrollados, algunas veces desmesurados, con sus manías y con sus insoportables levedades. Hay de todo, naturalmente, pero de eso hay también, y a veces aflora, y cómo aflora. Hoy voy a estar entre escritores, en Segovia, en el Festival Hay. Tengo mañana un diálogo con Julio Llamazares, que es, además de un gran escritor, el autor de La lluvia amarilla, uno de los libros más apasionantes, duraderos e íntimos que conozco, un buen amigo mío; a veces vemos el fútbol juntos; vi nacer a su hijo Julito, del que tengo una fotografía aquí, al lado de mi escritorio; de modo que tengo por él un gran afecto, como por otros de los que hoy me encontraré en Segovia. Nuestro diálogo será mañana, a las doce de la mañana, si no estoy equivocado, que últimamente equivoco todas mis citas. Este mediodía, a las doce, estaré en el encuentro de mi director, Javier Moreno, con el director del Guardian británico, Alan Rusbriger; hablarán de periodismo, claro, y a mi ese es el asunto que más me importa en la vida. Escucharé por la tarde a escritores diversos, espero aprender de ellos y contárselo a ustedes, y después veré el partido del Barça. También procuraré descansar, porque he tenido una semana muy intensa. Ah, y me llevo un pen drive con el libro que estoy escribiendo. Siempre que hago un viaje, aunque sea a Segovia, me parece que hago un viaje a la eternidad. Y corto ya, que me tengo que hacer la maletita. Lean hoy en EL PAIS la entrevista que le hice a Caballero Bonald; les va a interesar, me parece. Adiós (pero no se lo tomen literalmente).

El coche de los suecos

Por: | 28 de septiembre de 2007

En mi barrio no había periódicos, ni libros, ni juguetes. Recuerdo vagamente una pelota de goma, pequeña, roja, que estaba perdida en medio del tejado del garage --lo llamábamos el salón-- de la casa; jamás pude llegar a ella, pero siempre me excitó verla. Estaba allí, roja, perfecta, en medio de aquellas tejas que estaban allí como un homenaje a la vieja arquitectura de los pueblos; el tejado desapareció; allí ahora hay una azotea que se prolonga con la azotea de la casa, donde mi sobrino Ramón, que es mecánico y asiste a este blog a diario, según me dice, tiene a su perro, Starkie, que se parece a Rita, la perra que mi hija se encontró en la playa en el año 2000, me parece. Y no había juguetes; mi hermano Paco me hizo una vez un coche de vergas (alambres dicen los peninsulares), y durante dos o tres años lo pintaba de nuevo para que pareciera que tenía un juguete nuevo. Cuando cumplí siete años, y tenía uso de razón como para disfrutarlo, los suecos que vivían al lado de casa me regalaron un cochecito de cuerda, de color rojo también; lo tengo nítido en mi memoria; yo estaba sentado en el arco de frutas que mi madre fabricaba cada año para entronizarme allí --era una tradición, eso se hacía al menos en mi pueblo-- y vinieron los suecos con su cochecito, en mi cumpleaños o en el día de san Juan, ahora no lo recuerdo bien. Ayer, entre las muchas felicitaciones, y sobre todo las de este blog, que fueron muy gratas --gracias, Amstrong, me gustó muchísimo esa fotografía-- y muy abundantes, recibí un mensaje de Tamara, la niña que me trajo el cochecito y que ahora vive en Malmoe y es una gran pintora; entonces, cuando recibí el mensaje, conté en la mesa, donde estaban mi familia y la familia de Mario Vargas Llosa, con quien había tenido una charla en la Fundación March, esa historia, y me di cuenta de que es una de las historias más bellas y sencillas de mi vida. Y quise compartirla con ustedes.

Ah, tengo un amigo a quien le gusta que cuente cosas prácticas. Pues la cena fue en el restaurante Astrud y Gaston, alta cocina peruana, grato lugar, hablamos muchísimo, ¡yo hablé demasiado! Al final comprobamos que había llegado el otoño, y que no había taxis. Finalmente llegaron y nosotros volvimos a casa después de un día agitado y hermoso que empezó con unos regalos que me hizo mi mujer. Unos lápices, una radio, camisas. Por la tarde recibí otros regalos de compañeros y compañeras a los que la vida han convertido en grandes amigos y amigas. Ahora es viernes, como antiguamente.

Resumen de lo publicado

Por: | 27 de septiembre de 2007

Me gusta escribir en el blog.

Leo todos los comentarios, cada día; me gustaría responder, todo el rato, pero me echarían del trabajo por andar distraído haciendo durante el día cosas que tendría que hacer durante la noche, o de madrugada.

Gracias al blog he descubierto a mucha gente muy interesante, muy responsable y mul culta; y a mucha gente muy alegre.

Me gusta la gente alegre, aquella que te propone una solución antes que un problema. Pero entiendo que haya gente triste o entristecida; no me gusta la gente resabiada, o intrigante, o innoble.

Cuando la gente entra a insultar aquí me siento extrañado, perplejo; a veces los blogueros se enfadan por eso, porque algunos entren a insultar; yo no sé enfadarme, francamente; me enfado y en seguida me arrepiento de haberme enfadado.

Algunos dicen que ese es un síntoma de inmadurez. Será. No me gustan los caracteres secos; me gusta estar con amigos. Y no tengo muchos amigos. Tener amigos es una bendición, pero es difícil hacer amigos; se tienen que dar muchas condiciones. Me gustaría que ustedes hablaran de eso, de la amistad, de qué es la amistad, cómo se hace, cómo se conserva. Hablar de las cosas ayuda a comprenderlas; esa es la base de la escritura, para eso sirvfe: para darse a entender.

Mi maestro Emilio Lledó está escribiendo un libro sobre la amistad. Ya va por mil folios, por lo menos.

Me gusta que a la gente le vaya bien. ¿Enemigos? Supongo que los tengo, cómo no los voy a tener. Imagino que a algunos me los merezco. Como siempre pasa, uno cree no haber ofendido a nadie, pero seguramente he ofendido a mucha gente.

No me gusta ofender. Cuando creo haber ofendido, o me lo dicen, procuro pedir perdón de inmediato.

Ahora estoy bastante preocupado porque creo haber ofendido a alguien pero todavía no sé en qué, y eso me quita el sueño muchas veces.

Me gusta hacer feliz a la gente, si puedo.

Cuando escribo procuro que sea siempre con mi experiencia detrás, y a veces no cuento cosas porque aún no sé contarlas.

Lo que más me gustó siempre en la vida fue el periodismo.

Ejercerlo me ha permitido ser la persona que soy.

Es decir, la que acabo de decirles que soy, más o menos.

Hay un verso de Federico García Lorca que siempre, en algún momento del día, es como si fuera para mí: "En esta hora de la tarde qué raro que me llame Federico".

Y creo, como Pablo Neruda, que el destino del hombre es amar y despedirse.

Así que adiós.

¡Ya, coño, Juanito!

Por: | 26 de septiembre de 2007

Hoy les iba a escribir de algo que me pasó uno de estos días y que me recordó una antigua anécdota de mi vida social. Bueno, lo voy a contar y luego diré qué me cambió el paso del tema de hoy. Hace algunos años invité a cenar a unas amigas en Santa Cruz de Tenerife; al principio de la cena una de las chicas me preguntó:

--Juan, ¿tú eres homosexual?

--La verdad es que no lo soy, le respondí, pero pude haberlo sido.

Le conté que tenía y tengo muchísimos amigos homosexuales; de hecho, le dije, casi todos mis amigos son homosexuales, pero yo no lo soy, aunque imagino que lo pudiera haber sido. Por si acaso yo siguiera avanzando en las explicaciones, ella me atajó:

--Ah, a mi me lo dijeron.

Con ese argumento tan poderoso --ah, a mi me lo dijeron-- cualquier argumento sobre lo que yo sé de primerísima mano no valía nada.

Pues uno de estos días me sucedió algo similar. Alguien dijo o escribió una información que yo sabía que era falaz, sobre un asunto que no era personal y que ahora no viene al caso, y se lo hice saber a la persona responsable de transmitir esa falsedad. La respuesta que obtuve se parecía como un huevo a otro a aquella que obtuve aquella noche: Ah, a mi me lo dijeron, que es un argumento universal y disuasorio, una especie de pared que se le pone a la razón para que ésta deje de existir.

Iba a escribir de eso, y de la exclusiva verdaderamente importante y reveladora que hace hoy en EL PAIS Ernesto Ekaiser sobre la vanidad de vanjidades del Gobierno de Aznar, y de hecho en medio de mi insomnio de hoy (no suelo tenerlo, pero anoche tomé manzanilla, mientras le hacía una entrevista a Arturo Pérez-Reverte, y la manzanilla me divierte pero luego me pasa factura) lo elaboré mentalmente, como si la estuviera escribiendo; pero esta mañana, después de las ciruelas y del yogur y del té verde, me senté ante el ordenador y descubrí una firma, Ana Padorno, entre los que escribieron ayer en el blog; introdujo su post en mi entrada La condición humana, y me ha emocionado hasta hacer cambiar el paso del día o de los días.

Ana Padorno es hija de Manuel Padorno, un gran amigo mío, un poeta extraordinario (ahora acaba de publicar Tusquets su Edenia), que falleció hace unos años, de forma repentina, cuando preparaba en Madrid un recital de poetas canarios en el Jardín Botánico. Padorno fue mi editor, el editor de mis primeras novelas, y a pesar de ello era un hombre inteligente, vital, generosísimo; había cambiado el curso de los días y de las noches, cenaba de día y almorzaba de noche, y desayunaba cuando soñaba; su casa era un templo de los libros y de la vida, siempre estaba a punto de ser feliz, como mi padre, y siempre estaba soñando, creyendo que todo podría ser bello y bueno y duradero.

En ese post Ana nos recuerda que su padre hubiera cumplido años el 30 de septiembre. Cuando él me llamaba me saludaba siempre así: "¡Ya, coño, Juanito!", y ella lo recuerda; es un saludo muy canario, muy entrañado en el lenguaje coloquial de la calle en Las Palmas, donde volvió a vivir con su mujer, la inseparable Josefina Betancor (Taller de Ediciones JB se llamó la editorial que tuvieron); tenía una casa en Las Canteras, bellísima, abierta al sol y a la claridad de la vida del mar.

Ese post de Ana me ha animado el día, lo ha llenado de sentimiento íntimo, interno, verdadero.

Les iba a hablar también de mi almuerzo con Julio Llamazares, un encuentro gratísimo en una sidrería donde hemos barajado tantos temas que parecíamos escolares haciendo planes, o de la conferencia, verdaderamente magistral, de Mario Vargas Llosa en la Fundac ión March, o de lo que hablé con Pérez-Reverte acerca de la colección de bolsillo en la que ahora van apareciendo todos sus libros, o de la tertulia que la casualidad me puso enfrente y que conjuntó a Ana Botella con Sáenz de Buruagua en la cadena amiga, Telemadrid...

Pero apareció el post de Ana Padorno y yo escuché nítido, en mi alma, ese grito de paz y de amistad con el que Manolo me recibía al teléfono, un número que mi memoria sigue registrando como si le fuera a llamar mañana mismo...

¡Ya coño, Juanito!

Tengo verdadero interés en saber qué es ser de izquierdas hoy

Por: | 25 de septiembre de 2007

Acabo de escuchar que el obispo de Ibiza se sale con la suya y se descuelga la exposición Vamos a Ibiza que había organizado el Museo de Arte Contemporáneo de la isla balear. El obispo se había empeñado en ver una imagen hiriente en un cuadro del holandés Ivo Hendriks y apeló al sentimiento de los católicos para mostrarse ofendido. Elena Ruiz Sastre, la directora del museo, dijo el domingo en EL PAIS que el obispo quería parar el arte. Lo ha conseguido. Es lamentable que la Iglesia siga parando el arte y lo que se le ponga por delante, y que la sociedad civil no logre impedirlo.

Seguiremos hablando de ese caso, pero hoy tengo verdadero interés en proponerles una reflexión en forma de encuesta. La idea es que ustedes digan qué les parece que es ser de izquierdas hoy. Se aceptan todas las aportaciones, las más variadas y las más imaginativas. ¿El propósito? Aclararme yo mismo, cada día tengo más oscuro qué es ser de izquierdas, y seguro que entre todos hallamos una respuesta, o mil.

Adolfo Suárez

Por: | 24 de septiembre de 2007

Luis Herrero publicó la pasada semana en El Mundo un capítulo de su libro Los que le llamamos Adolfo, sobre el ex presidente del Gobierno, aquejado ahora de una grave enfermedad, el alzheimer. En ese capítulo del libro, que presenta hoy, le hace decir a Suárez denuestos de diverso calibre contra el Rey Juan Carlos. Sorprendía la virulencia y sorprendía la oportunidad en que éstas se ponían en su boca, cuando, desgraciadamente, Suárez ya no puede decir nada, ni para ratificar ni para rectificar, y en ningún caso consta, ni constó en el pasado, que las relaciones de la Monarquía con el ex presidente fueran como se dice aquí. Se decía, por ejemplo, que Suárez le había dicho al periodista, hijo de un íntimo amigo, ese sí, y valedor, le iba a pedir al Rey que abdicara. El tono general del capítulo soliviantaba por muchas razones. Ayer, en el mismo periódico, el hijo de Suárez, Adolfo Suárez Illana, replicó con un artículo rabioso lo que él considera falacias y mentiras del periodista que ha escrito ese nuevo título sobre el primer presidente de la democracia. El tono del artículo, su sensibilidad herida, me reconfortó, cerró la herida que había producido ese texto anterior. En un tiempo en que las plañideras patriotas se preocupan porque en Gerona se insulte a la Monarquía, y se presente este hecho como la expresión de que en España crece un movimiento antimonárquico, Los que llamamos Adolfo contiene una trilita que alguien tenía que poner en su sitio, y me alegro que lo haya hecho Adolfo Suárez Illana.

El hombre que fue una isla

Por: | 23 de septiembre de 2007

Ahora se cumplen quince años desde que murió César Manrique en su isla, Lanzarote. Era a mediodía, salió de la Fundación que lleva su nombre, donde fue su casa, en Tahiche. En una curva que él mismo había diseñado un automóvil que venía por la carretera general arremetió contra el suyo y César murió prácticamente en el acto. Era la época de la Expo de Sevilla, en la que él había tenido o iba a tener una participación. La noticia de su muerte nos llenó de estupor a todos, a sus amigos, entre los que tuve la satisfacción de encontrarme, y a todo el mundo que le conoció o que supo de su obra. Cuando Lanzarote no era sino un peñasco inventó, con Pepín Ramírez, el presidente del Cabildo, padre de Pepejuan, que ahora preside la fundación de César, que la isla podría ser una atracción mundial. Para ello tenía las armas de la naturaleza; la belleza natural de Lanzarote pasó a ser, en sus manos, una obra de arte, su mejor obra de arte; defendió la pureza de la isla, lloró cuando la atacaron los especuladores, su ambición era trasladar a todo el mundo su amor por Lanzarote. Viví en su casa en distintos periodos de su vida y de la mía; en Tahiche él era aún un hombre joven, pletórico, que se levantaba a trabajar desde la madrugada, y desayunaba higos de pico en la cocina diáfana de su casa, hecha entre volcanes, una casa con una fuerza interior enorme, la recuerdo roja y a veces tranquila, pero siempre vibrando con las vibraciones de César. En Haría, su última casa, ya César era un hombre más melancólico, acaso más maduro, deseoso de profundizar en su concepto de la amistad y de la creatividad. Ahora cuando regreso a Lanzarote siento el vacío inmenso de no encontrarle. Ahora que hace quince años de su ausencia quiero rendirle a él el homenaje que siempre me inspira la gente que usa su fuerza para darla a los otros. Él se la dio a los otros, y a una isla. La están destrozando en su ausencia, pero queda en el aire, sigue ahí, la fuerza noble que él le dio.

Memorias de un señor bajito

Por: | 22 de septiembre de 2007

La primera línea de esta entrada de hoy es para decirles a ustedes que vayan esta misma mañana a la librería a comprar la reedición, revisada, refrescada, de Memorias de un señor bajito, de Rafael Azcona. Lo ha editado Pepitas de calabaza, y en origen fue la recopilación de textos que el maestro (que "tuvimos la inmensa fortuna de que naciera en Logroño", se dice en la solapa) publicó en La Codorniz en los años cincuenta. Es un libro divertidísimo y feliz, como Azcona; es la historia, en efecto, de un señor bajito que transita por la vida soprendiéndose de la tontería humana pero tratándola como si ésta fuera tan inevitable como el aire o como las musarañas que lo pueblan. Tiene el sentido del humor (es decir, la calida del humor) de la obra general de Azcona, y también la ternura descreída que a veces puebla sus películas. Es un libro breve (pero grande) que se lee con la velocidad del rayo y con la saludable sonrisa que Azcona regala a diario a sus numerosos amigos devotos entre los cuales yo tengo la inmensa fortuna de encontrarme. Conozco a Azcona desde hace doce años, personalmente; llegué a él pensando que era hosco y lejano, misántropo, y me llevé la sorpresa de un caracter abierto, sano, profundo y airoso, como creía Jorge Guillén que debían ser la vida y las personas. Le frecuento desde entonces, practicamos una tertulia (en la que está, por ejemplo, José Luis García Sánchez, que hoy cumple años, por cierto) que él dirige con mano maestra, aunque todavía no ha conseguido romper la barrera sexual que imponen Manuel Vicent y Ángel Sánchez Harguindey, que son del sector de las tertulias de hombres, para mi desesperación y estoy seguro que para la de Azcona. Es la persona más educada que conozco, y la más divertida. Este libro le retrata como escritor de la estirpe de Miguel Mihura. Es de la estatura de los grandes pero se comporta como un hombre de una sencillez emocionante. Le suelo llamar los sábados. Pues esta es la llamada de hoy.

El País

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