Este es un párrafo de La carretera, la muy celebrada obra de Cormac McCarthy, editada en España por Mondadori:
"El acero estaba gris y erosionado por la sal pero pudo distinguir la inscripción en letras doradas. Pájaro de Esperanza. Tenerife. Dos pescantes vacíos de botes salvavidas".
Es una novela sin nombres propios, una excursión al vacío desde el vacío de una devastación. Y, de pronto, ahí, inscrito en el nombre de un barco que ya no viaja, el nombre de la isla. Produce impresión.
En 1492, de Vangelis, en algún libro de Gabriel García Márquez, aquí y allá me encuentro con frecuencia el nombre de la isla, como un referente geográfico o como un lugar poético; ahí, en ese libro tan oscuro, tan gris, tan perturbador, la presencia de Tenerife me produjo el escalofrío de la inquietud, por lo insólito; es, me parece, el único lugar que se nombra en esta novela de lugares devastados.
Último día en la isla; esta tarde vuelvo a Madrid. Se produce, en el contacto con este mar, una especie de melancolía feliz, feliz y preguntona; ahora iré al norte, hacia el Puerto de la Cruz, por la tarde pasaré por Bajamar, y finalmente me meteré en un avión y la vida luego éstará diez o veinte grados por debajo de donde la dejaré esta tarde.
Ah, ayer algún bloguero se preguntó qué hacía yo contestando durante el día los comentarios de los colegas que entraban a hacer comentarios. Me pareció una pregunta interesante e incluso pertinente, por eso la contesto. Me pareció que debía hacerlo, responder; por la mañana me dije: hoy a responder aquellas cuestiones que tengan que ver con la materia que estoy tratando, debo hacerlo. Luego esa pregunta del amigo bloguero, qué hace usted ahí, hombre, en lugar de estar haciendo algo de provecho, me hizo pensar: ¿no pensarán que soy un intruso? ¿Qué piensan ustedes que debí haber hecho?