Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Terramores

Por: | 30 de abril de 2008

Este es un ordenador, más grande, más sensible y más luminoso, a ver qué tal me sale escribir aquí, hasta que regrese a mi propio aparato el teclado que se llevó Juan Saavedra. A mediodía estuve ayer en la recepción que da el Rey a los escritores con motivo de la entrega del Cervantes; había muchísima gente, alrededor de una mesa larguísima. Lo cuento hoy en Gente, de El país, y ahí relato una anécdota sobre Gelman y el Rey, hablando del circo Price. Después, al atardecer, se produjo la tragedia de la jornada, mitigada tan solo porque la contemplé en la compañía de unos buenos amigos, Mariam y Ulises, los editores de Artemisa, y Martín Rivero, el periodista que dirige en Canarias una empresa de comunicación cultural que siempre está alerta. Los editores me trajeron un libro de Víctor Álamo de la Rosa, un tinerfeño que ya ha publicado en España, en Francia y en otros países. Su nuevo libro es Terramores, una novela en la que muestra un pulso muy especial, muy intenso y muy innovador. Estense atentos y estense atentos a los libros de Artemisa, que hasta el momento han publicado excelentes obras clásicas y modernas con una factura que los iguala por encima a los de los mejores editores de este país. Sólo han cometido un error, y bien que lo siento, aunque aquí no voy a revelar ahora la naturaleza de ese error. Hablando del libro de Álamo: me parece que está en una tradición literaria, entrañada y cosmopolita, que tiene que ver con la obra, por ejemplo, de Rafael Arozarena, y que tan importante es en el sustrato de la literatura de las islas. Después del desastre de la noche, ocurrido en Manchester y ahora no recuerdo exactamente qué pasó, encontrarme con ese libro y comenzar a leerlo me pareció una compensación suficiente como para recuperar el equilibrio de la esperanza en la vida.

Saavedra se llevó el teclado

Por: | 29 de abril de 2008

Juan Saavedra, mi amigo informático, vino a casa ayer tarde, desenchufó el ordenador y se llevó el teclado, e interrumpió abruptamente una costumbre; por la noche, ante la mesa donde solía utilizar el dichoso aparato, había el vacío de la madera, y esta mañana, al despertar, ese vacío reiterado que ya está instalado ahí hasta que Saavedra regrese con su teclado me devolvió la sensación de la noche. El teclado se desgastó definitivamente; donde antes había una a hay ahora un vacío, que se repite en la t y en la m y en la n, e incluso los signos de puntuación, sobre todo la coma, han pasado a mejor vida. No había otro remedio que reparar el daño de tantos años tecleando los mismos signos, escribiendo acaso palabras iguales que, juntas, conforman las palabras que se me han ido ocurriendo a medida que han pasado los tiempos y las edades y las personas y las alegrías y los dolores. Es el teclado de este blog y de mi escritura, como si fuera la pequeña seña de identidad que a uno le comunica con la loca algarabía de la que hablaba Gardel en su tango. Se ha ido el teclado, y se han quedado los pájaros cantando, que diría Juan Ramón. Así que escribo en un teclado de Radio Nacional, mientras espero que me convoquen a una tertulia. Para decir más palabras, en este caso al aire, como los pájaros.

La Gomera

Por: | 28 de abril de 2008

El incendio de La Gomera nos produce a todos un escalofrío; la memoria devuelve el incendio más dramático, aquel que en los albores de la transición democrática acabó con la vida, entre otros, de un gran amigo, Francisco Afonso, alcalde de mi pueblo y luego gobernador civil de Tenerife, desplazado allí para digir las operaciones contra el fuego. Y siempre que hay fuego en nuestra tierra, y precisamente ahí, en La Gomera, cerca del Garajonay, en los montes más bellos de Canarias, de los montes más bellos del mundo, aquella memoria se activa, con su dramatismo y su tristeza. Anoche escuché hablar en la radio a Salvador García Llanos, que también fue alcalde de mi pueblo y que ahora es delegado del Gobierno en las islas, y que es uno de los alumnos de aquel Francisco Afonso tan enraizado en la gratitud y en el recuerdo de los que disfrutamos de chicos de su amistad cercana, generosa, abierta y risueña. Así que estos días de incendios tan graves en La Gomera no sólo andan por mi cabeza las desgracias físicas que está produciendo el fuego sino la devastadora evidencia de que todo lo que pasa nos devuelve notas graves, imborrables, de lo que ya pasó. La Gomera es una isla bellísima, ubérrima en ese cogollo verde que tiene al centro, y luego es desértica, dominada por barrancos hondos, secos y mareantes; este último verano hice, durante el mes de agosto, una excursión por esos parajes que ahora se queman; muchas veces parecía que estábamos en los montes nórdicos, las nubes cruzaban los cristales del coche y de vez en cuando una lluvia muy fina caía sobre la tierra alimentando la impresión de que habíamos ingresado en el centro mismo del invierno. Eso es lo que se está quemando, como si se quemara de pronto el verde profundo de La Gomera. Ojalá hoy se acabe la incertidumbre y amanezca otra vez el verde sobre el fuego.

Una tarde mágica en Vallecas

Por: | 27 de abril de 2008

La voz humana y la poesía de Rosalía de Castro depararon ayer una tarde mágica en Vallecas gracias a Luz Casal y a Luisa Castro, dos poetas hondas, las cicatrices de cuya experiencia tanto tienen que ver con la escritora gallega. Hablaron de Rosalía en un acto de La Calle del Libro de Vallecas, a la que El País, y por eso me invitaron, prestó su colaboración. Mi compañera Lula Gómez cuenta hoy muy bien en el periódico la ocasión que tuvimos, y a mi me gustaría señalar mi especial emoción escuchándolas hablar a las dos, a Luisa con su conocimiento minucioso, interior, de Rosalía, y oyendo cantar, y tararear, y recitar, a Luz Casal esa Negra sombra que en momentos graves de la vida se asoma, lo decían las dos, no sólo como una canción de la muerte sino como una canción de la vida. Hubo un momento mágico, cuando Luz fue recitando en castellano la canción cantada en gallego; fue una tarde de una enorme delicadeza; duró una hora, a la salida algunos me dijeron que les supo a poco. Y a mi me supo como saben los poemas, la duración exacta, la emoción verdadera, arrancada como del puño de un niño que te regala una moneda a la que él le da un valor infinito.

Ah, por cierto. Observé ayer que vuelven los insultos al blog. Debo advertir que no los tolero ni cuando se hacen para defenderme. Insultos, no, jamás, y lucharé siempre para que desaparezcan. Y si no, pues desaparece el blog, que tampoco cuesta tanto.

Un día de verano

Por: | 26 de abril de 2008

Ayer fue un día de verano. Como escribía Ángel González de los días, y lo fue durante todo el día. Olía la ciudad, Madrid, a ese momento en que se congelan la claridad y el sol, y se siente por dentro esa armonía chiquita que se parece a una lejana felicidad. La mancha del día fue mi obligada ausencia de una reunión con muchachos de Granadilla de Abona, en Tenerife, para hablar de la lectura. Fue imposible el viaje, y espero que mis amigos allí lo hayan entendido. Era un viaje al verano, también, pero la salud no acompaña, y un viaje en avión como el que debía emprender, ida y vuelta en el mismo día, me fue desaconsejado por el médico y por la fisioterapeuta. A mediodía estuve en la inauguración de la exposición del 2 de mayo que ha creado Arturo Pérez-Reverte en el Canal de Isabel II. Es como un gran reportaje de aquel día, que se inicia con la invasión napoleónica y concluye con esa impresionante visión que Goya nos dio del desastre. El recorrido es impresionante, muy bien trabado narrativamente, y está festoneado de testimonios artísticos, históricos, humanos y literarios que permitirán a los espectadores, sobre todo a los estudiantes, acercarse a un momento congelado de la historia que fue a la vez un drama y un orgullo de reacción popular, que concluyó con una actitud que el propio Napoleón glosó con la admiración que le produjo la actitud del pueblo al que quiso ver claudicar. Seguí la comitiva oficial, presidida por Esperanza Aguirre, a la que vi como siempre, feliz y contenta con ella misma y con las controversias que ha creado últimamente. A la hora de las despedidas de las autoridades que la acompañaron la escuché decir a un empresario que patrocinó la muestra: "No me olvidaré de lo tuyo", y se me quedó esa frase grabada como una de esas frases que se dicen tanto en la vida común, en la política y en muchas actividades humanas. "No me olvidaré de lo tuyo". Qué hay dentro de ese gesto de memoria voluntario. Qué será lo suyo, qué será lo tuyo, qué será lo mío. Cuando acabó el recorrido por la muestra, que les recomiendo que hagan, tuve una hora libre, que es acaso lo que me dio la sensación del verano, y paseé hasta donde me pudiera comprar unos zapatos nuevos. Y me los compré, así que me fui del mediodía como hombre con zapatos nuevos. En el periódico, por la tarde, tuvimos una reunión en una planta donde nos reuníamos hace muchos años, cuando empezó El País, y les dije a los compañeros que por un instante sentí volver a mi ánimo esa felicidad chiquita, veraniega, que había sentido muchas veces en aquellos años en que todo parecía ser todavía propio del verano ese que Jaime Gil de Biedma retrató quieto y acabándose. Ahora hace una mañana veraniega otra vez, pero esta pierna me dice que no es el verano del todo... todavía.

El sueño vence al isleño

Por: | 25 de abril de 2008

Al fin dormí, todo seguido, desde las once de la noche hasta las siete de la mañana, enteramente; hubo una fisura en torno a las seis de la mañana, pero el sueño al fin venció al isleño. En mi primer libro había una broma, en la página siete: "El sueño vence al isleño". Un amigo, el pintor José Luis Toribio, se puso a leer el original en la cama, y se durmió justo en esa línea, el sueño vence al isleño, que ya se convirtió en una broma entre nosotros. Así que me venció el sueño, al fin; fue después de un viaje a Fuenlabrada, con Celine Rodríguez, que quiso que fuera al Centro Cultural Tomás y Valiente a hablar con los amigos de aquella extraordinaria biblioteca, cuyo nombre me evoca a una de las personalidades más trascendendentes de la historia de la dignidad española. Un hombre, Tomás y Valiente, al que tan bien le vendría esa expresión de Pessoa que cita tanto José Saramago como idea de su vida: "Para ser grande hay que ser entero". La conversación fue muy agradable, me hicieron preguntas muy pertinentes sobre la literatura y sobre la vida, y me sentí en todo momento como si sobre mi cuerpo no pesara una noche entera de insomnio en Lisboa. Apunté algunas cosas de las que se dijeron, y subrayé esta que dijo Rufino, uno de los lectores, que es además trranseúnte frecuente de este blog. Dijo Rufino, que es de 1933: "Si en la posguerra me hubieran dado tanta formación como hambre a estas alturas hubiera sido Premio Nobel". Volvimos luego al centro de Madrid, y al sueño. Lo que no he podido hacer es el viaje a Tenerife, a hablar con los chicos de Granadilla sobre la lectura. Me hacía mucha ilusión, es mi otro pueblo; me han dicho el médico y la fisioterapeuta que si sigo cogiendo aviones mientras me curo un día se cansará de mi hasta el dolor. Me sustituirá un buen amigo, Juan Manuel Bethencourt, director de Diario de Avisos, que es mejor lector que yo. Iré al Médano y a Granadilla, discúlpenme ahora aquellos a los que haya defraudado. El cuerpo es terrible: sólo te da respuestas negativas en un momento de la vida.

¿Y por qué no viajamos más a Lisboa?

Por: | 24 de abril de 2008

Vine a Lisboa esta mañana enviado por el periódico para cubrir la inauguración de la exposición sobre la vida de José Saramago; la exposición ya se había hecho, con mano maestra (de Fernando Gómez Aguilera, de la Fundación César Manrique) en la sede lanzaroteña de la fundación que abrió en 1992 el artista canario más vital de la historia. Saramago llegó allí, a Lanzarote, un año después de la muerte de César, y no supo de su propia voz de la alegría casi lorquiana, y rabiosa, del hombre que le dio la vuelta al aire de la isla hasta convertirla en una obra de arte en sí misma. Fernando montó la exposición, y ayer, en Lisboa, en el Palacio de Ajuda, él, y el presidente de la fundación, Pepe Juan Ramírez, recogían los parabienes portugueses: pocas veces un autor habrá encontrado un mejor reconocimiento a lo que junta su escritura con su vida, y ese hombre es Saramago, además agasajado ahora por su pueblo. Antes de ir a la casa de Saramago, donde hice la entrevista que ustedes pueden leer hoy en El País, estuve en la exposición, la vi hacerse, y me volví a maravillar de esa orfebrería respetuosa que ha marcado un hito en la imaginería contemporánea en cuanto a muestras artísticas se refiere. En la casa de José y de Pilar del Río, que tan decisiva es en la vida, y lo es ya en la fundación Saramago que preside, comí con ellos un bacalao con aceite que me resultó maravilloso; y comimos un potaje que parecía canario, y una manga que parecía de La Gomera... El café, que a esta hora de la madrugada sigue haciendo estragos en mi sueño, o en mi falta de sueño, debía ser brasileño. Después de la comida nos sentamos, uno frente a otro, yo en el ordenador y él sentado en un sillón, frente a mi. Le fui preguntando y él me fue respondiendo, y yo fui anotando como un notario. El resultado lo tienen ustedes ahí. Mientras yo lo registraba sentí el escalofrío de la autenticidad y de la vida, la que se derrama y de la que queda, lo que queda de nuestra memoria cuando el dolor ya se ha vencido pero queda en nosotros la perplejidad de haberlo sufrido sin saber que lo estaba sufriendo. En la exposición hubo discursos, claro; Saramago recordó ese motto de Pessoa sobre la grandeza y la entereza, que figura también en la nota que he escrito para El País. Y después la gente entró a ver la muestra como quien sacude las hojas de un libro. En un claro de aquel bosque me fui con mi compañero Miguel Gil y su mujer Sara y con otros amigos a ver el partido del Barça. Superado el disgusto del penalty, que por fortuna fue un fiasco de Cristiano Ronaldo, lo mejor fue que el Barça jugó razonablemente bien, y que la compañía, ante un paisaje lisboeta que hoy está en mi retina como un regalo, fue espléndida, una maravilla de día en la celebración de un hombre que se sometió al regreso con la alegría de haber recuperado el abrazo de la vida. Saramago, pues: ahí lo tienen ustedes, tan feliz, tan bien acompañado (por Pilar, sobre todo) y tan campante. Y Lisboa, esa maravilla que una mano, acaso la niebla de España, mantiene oculta como un tesoro. Vengan, verán la exposición también. Vale la pena. Por cierto, ahora que me acuerdo: esa frase, Vale la pena, la dice habitualmente Saramago. Pues vale la pena.

El médico

Por: | 23 de abril de 2008

Ayer murió Rafael Lozano, el médico. Fue mi médico, el médico de mucha gente; hace muchos años me lo recomendó Juan José Millás. Era un médico internista, basaba su ciencia en la paciencia, en el conocimiento y en la palabra. Su juicio era noble y tranquilo; tenía en cuenta a la gente por lo que le iba diciendo, y al final emitía su diagnóstico dubitativo, respetuoso, hasta que llegaba no sólo al diagnóstico de la enfermedad, o del padecimiento, sino de la vida misma. En muchos momentos de mi vida me animó a seguir, a pesar de las cuestas, y esa experiencia me llevó a recomendárselo a muchísima gente, que ya fueron amigos del doctor Lozano. Hoy he escrito en El País un artículo sobre él, insuficiente: para escribir de Lozano habría que juntar las experiencias de lo que le han tratado, y no sería un artículo sino una enciclopedia; mientras estuve allí llegaron algunas personas --el ministro Sebastián, el doctor Diego Reverte, muchísima gente-- que vivió la ciencia de la medicina, y de la vida, conociendo cómo la veía el doctor Lozano, y de todos ellos obtuve una opinión o una experiencia que acrecientan el valor de lo que yo ya conocía. Le puse en contacto con gente como Onetti, Marsillach o Marichal cuando en momentos de estas tres personas se hacía que alguien como él les ayudara a hallar un rumbo dentro de los misterios de su dolor. Y siempre volvieron de ese encuentro reconfortados, como si hubieran hallado la luz en el túnel. Este hombre era una luz que ahora se nos ha apagado. Se apagan las luces; quedan encendidas en el alma, lo decía hoy con palabras del doctor Toledo y ahí queda la expresión, la luz siempre agoniza, es decir, lucha para quedarse. Queda la luz del doctor Lozano en muchos de los que le disfrutamos vivo. Y queda en sus hijos y en su gente, eso se ve, la luz siempre se ve en la gente.

La burla de Esperanza

Por: | 22 de abril de 2008

Esperanza Aguirre fue anoche a 59 segundos de Televisión Española a burlarse de Mariano Rajoy, de los periodistas que estaban allí y de los telespectadores; su actitud fue de un estudiado cinismo; montó su discurso --lo monta-- sobre tres o cuatro lugares comunes que se parecen a los lugares comunes de los que le tocan el tambor. El show que se ha montado, y que ahora ha conseguido una increíble complicidad mediática, esconde detrás la nada más absoluta. No dijo ni una sola idea, dijo jugar a las cuartas pero en realidad utilizó los mecanismos del trilero, y cuando un periodista --Angel Expósito, de Abc-- echó de menos que no hubiera habido ninguna idea en circulación, ella se agarró a una: "Eso, háblenme del Gobierno". Ella quería eso: hablar del Gobierno, esa era su idea; ella dio por acabado a Mariano Rajoy el día después de la derrota de éste, y desde entonces su pasión sería hablar del Gobierno. Como si ya fuera líder, lideresa, de la oposición. Decepcionante pérdida de tiempo, de los que estaban en el debate, de los que lo vimos. De ella no, ella lo que quiere es pantalla. Para burlarse de la pantalla. Esta noche tendrá pantalla, su pantalla; ahí, en Telemadrid, es donde ahora la arroparán para que siga jugando a las cartas. Una burla siempre es una vergüenza, y anoche mucha gente debió sentirse avergonzado del nivel al que Esperanza Aguirre ha hecho descender la naturaleza de su ambición.

El mundo sigue

Por: | 21 de abril de 2008

El mundo sigue. Ayer noche, baldado aún, acaso porque el tiempo no acompaña en el proceso de recuperación de este mal que aqueja a mi espalda, decidí leer a Gelman y ver una película. De Gelman tenemos que hablar esta noche en la Casa de América, con Horacio Verbistky y con Juan Carlos Algañaraz, argentinos ambos, buenos conocedores de la obra --que es la vida-- del último ganador del Cervantes. El nuevo libro de Juan, Mundar, es un ensayo sobre el mundo, un monumento de destreza poética y de dolor humano. Lo subrayé hasta la extenuación, preparando el acto de esta tarde, en el que me han pedido que actúe como moderador. Y cuando esta mañana miré la invitación me di cuenta de que no estábamos convocados a hablar de poesía, sino de prosa. Bueno, ya está leído: la poesía es la mejor prosa del mundo, y en el caso de Gelman poesía y prosa nacen de la misma rabia interior, de una misma historia: la perplejidad que, como no se puede explicar en silencio, se convierte en palabra. Después de ese ejercicio de lectura me eché en un camastro a ver El mundo sigue, de Fernando Fernán-Gómez, del año 1963. Una obra maestra de dirección, de actuación. La puso TCM, en los canales digitales, en la sección Diego Galán Invita; Diego llevó para hablar de la película a Emma Cohen, la compañera de Fernando durante 37 años. La conversación fue extraordinaria, honda, diferente, muy cándida; y la película es un puñetazo en el estómago que nos sigue dando aquella mezquina posguerra que nació de lo peor, la más mezquina de las guerras. Si pueden, véanla. Fernando lo merece, lo merece el cine.

El País

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