Este es un ordenador, más grande, más sensible y más luminoso, a ver qué tal me sale escribir aquí, hasta que regrese a mi propio aparato el teclado que se llevó Juan Saavedra. A mediodía estuve ayer en la recepción que da el Rey a los escritores con motivo de la entrega del Cervantes; había muchísima gente, alrededor de una mesa larguísima. Lo cuento hoy en Gente, de El país, y ahí relato una anécdota sobre Gelman y el Rey, hablando del circo Price. Después, al atardecer, se produjo la tragedia de la jornada, mitigada tan solo porque la contemplé en la compañía de unos buenos amigos, Mariam y Ulises, los editores de Artemisa, y Martín Rivero, el periodista que dirige en Canarias una empresa de comunicación cultural que siempre está alerta. Los editores me trajeron un libro de Víctor Álamo de la Rosa, un tinerfeño que ya ha publicado en España, en Francia y en otros países. Su nuevo libro es Terramores, una novela en la que muestra un pulso muy especial, muy intenso y muy innovador. Estense atentos y estense atentos a los libros de Artemisa, que hasta el momento han publicado excelentes obras clásicas y modernas con una factura que los iguala por encima a los de los mejores editores de este país. Sólo han cometido un error, y bien que lo siento, aunque aquí no voy a revelar ahora la naturaleza de ese error. Hablando del libro de Álamo: me parece que está en una tradición literaria, entrañada y cosmopolita, que tiene que ver con la obra, por ejemplo, de Rafael Arozarena, y que tan importante es en el sustrato de la literatura de las islas. Después del desastre de la noche, ocurrido en Manchester y ahora no recuerdo exactamente qué pasó, encontrarme con ese libro y comenzar a leerlo me pareció una compensación suficiente como para recuperar el equilibrio de la esperanza en la vida.