Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

When All the Saints Are Marching In

Por: | 20 de junio de 2008

A la vuelta de Santander me tocó detrás de un hombre que iba silbando una melodía que al final del viaje descubrí que era esa, When All the Saints Are Marching In. Debió escucharla en algún lugar antes del viaje, y la repitió sin cesar durante todo el trayecto. Y aun al final, cuando subía por las escaleras mecánicas, camino de la salida, observé que seguía silbando el dichoso tarareo. Durante una parte del trayecto la reiteración de la música me pareció verdaderamente sofocante, insoportable; estuve a punto de tocarle en el hombro, como se hace con los que roncan, pero me mantuve tranquilo, desesperado pero tranquilo, hasta que vino hasta mi asiento Ana Pastor, del PP, que venía de Santander, y con la que había almorzado. Me traía un pequeño libro de Alejandro Zambra, un jovencísimo autor chileno. El libro, muy breve, menos de cien páginas, se titula Bonsai, ha sido publicado por Anagrama y constituye una extraordinaria mezcla de historia de amor y originalísimo estilo literario. Me quedé dentro del libro el resto del trayecto y sólo me acordé del hombre y de su persistente silbido cuando el avión iba a aterrizar, que fue cuando yo mismo terminé de leer el delicioso regalo de Ana Pastor. La literatura sirve para silenciar al mundo, mientras escucha el mundo que te interesa. Entre otras cosas.

Puente sobre aguas turbulentas

Por: | 19 de junio de 2008

La primera vez que vine a Santander, donde estoy ahora, me metí en la playa y cuando puse un pie en la orilla y el mar ya fue un amigo reencontrado comenzó a escucharse en toda la espléndida bahía que se forma alrededor de la arena el Puente sobre aguas turbulentas de Simon y Garfunkel. Muchos años después de aquel primer viaje, regresé al Sardinero, era un día turbulento, o al menos frío, y me quedé en las escalinatas de un bar, mirando hacia el horizonte, añorando aquella arena diluida y húmeda que había pisado tantos años antes, en el mismo lugar, acaso por los mismos días de aquel tiempo largamente pasado. Y comenzó a sonar, como si fuera un guiño de la coincidencia, otra vez, la misma melodía; el tiempo se paró un rato, anoté en un bloc el resultado del azar, y pensé que acaso la casualidad me quería enviar algún mensaje que pasó volando. Ahora estoy al lado del Sardinero, me voy a comprar un bañador, voy a aprovechar que hace un día magnífico en Cantabria e intentaré meterme otra vez en la playa y en el mar. No creo que suene esa canción otra vez, pero en el alma, o sea, en la memoria, siempre suenan las canciones que alguna vez fueron algo para nosotros, como una mano que te salva, con sus propias palabras, de las palabras esquivas. Luego haré una entrevista y más tarde volveré a Madrid, después de unos días en que la literatura ha sido como un mar inmenso y dos cuadernos llenos, que se van conmigo. Escribo en el vestíbulo de un hotel, escucho voces apresuradas; la vida comienza en Santander, a mi lado reside un café y se aburre un vaso de agua, mientras dos móviles silentes tratan de encontrarme sitio en el día que ya lleva unas horas despierto.

Me salió un poco cursi, o mucho, pero todo es verdadero.

La chica de la gorra

Por: | 18 de junio de 2008

Había anoche, entre los escritores que asisten a las jornadas Lecciones y Maestros en Santillana del Mar que vieron el partido Francia-Italia, muchos más seguidores de Francia que de Italia. Dos de los protagonistas de estas jornadas, Mario Vargas Llosa y Javier Marías, representaban la pasión por un país o por otro(Marías, por Italia, Vargas, por Francia). No había ninguna mujer, hasta que apareció Nancy Landelius, la esposa de Peter Landelius, traductor de Mario al sueco, diplomático y escritor. Y después vinieron otras mujeres, pero más bien a observar cómo se comportan los hombres, todos los hombres, mirando un partido de fútbol que a mirar el partido. Una de esas mujeres fue Mercedes Abad, escritora, cuyo último libro de relatos se titula El vecino de abajo. Ella está aquí, tocada con una gorrita que lleva esta inscripción, que parece de Salvador Dalí: Tete de genie. Se parece un poco a Carmen Martín Gaite, que llevaba gorritas así, y así la retrató ayer Pablo Hojas hablando con Javier Marías, y la foto aparece hoy en El País, ustedes la pueden ver. Ahí aparece como "una admiradora" del escritor, y lo es, claro; como lo es Gabi Martínez. Pero éste no iba con gorrita al acto de ayer, sino con emoción. Yo lo vi llorar, aún tenía lágrimas cuando terminó de hablar Marías, y le pregunté qué le había pasado. Se había emocionado, le pareció extraordinario lo que escuchó, y lloró, como en las pelíclas de antes. Lo registro porque no es común que alguien llore ahora escuchando o leyendo literatura. O a lo mejor es común y yo no me he enterado. Ahora me voy a escuchar a Arturo Pérez-Reverte, con el que concluyen estas jornadas. Lo presenta Pozuelo Yvancos, y luego habrá un coloquio que dirigirá mi compañera Rosa Junquera. Esta tarde los tres escritores de este ciclo tendrán un coloquio en la Menéndez Pelayo, en Santander, casi al tiempo que España se prepara para jugar contra los griegos. Para nada, ya está clasificada.

Los tres mosqueteros

Por: | 17 de junio de 2008

Mario Vargas Llosa le enseñaba esta mañana a Arturo Pérez-Reverte en el desayuno, en Santillana del Mar, la foto que El País publica en primera, en la que aparecen ellos dos con Javier Marís; los tres son protagonistas de las jornadas Lecciones y Maestros que se celebran aquí y a Mario la foto de Pablo Hojas, que es el fotógrafo juvenil e histórico de El País en Cantabria desde que empezó el periódico, se le antojó que se parecía a la de los tres mosqueteros "malos". La foto, que se complementa con un espléndido reportaje gráfico de Pablo, es un primer plano muy sugestivo, en el que los tres autores muestran una seriedad recia, como de campesinos que acaban de ver cómo se ha arrasado su cosecha, o cómo ha devastado el fuego un bosque que cuidaban. Parece, por otra parte, la foto de tres emigrantes que están recibiendo la orden de expulsión, o la de tres escritores que están a punto de ser sometidos a un tribunal de lectores. Es, en puridad, una foto de después de almuerzo; Pablo había decidido dejar las jornadas, volver a su laboratorio, pero decidió esperar, e hizo esa foto cuando ya los tres escritores se iban a a descansar, o a pasear, a pensar en otra cosa que en estos coloquios en los que han de estar alerta ante tanto lector y tanto crítico y tanto periodista que quiere saber de ellos incluso lo que ellos no saben de ellos mismos. En ese instante en que ya están relajados, tranquilos, Pablo los sometió a la tensión de mirar, y ese, ese aire de mosqueteros malos como dice Vargas Llosa, es el que asoma en su rostro. La fotografía es esperar. Esperando consiguió Pablo esos rostros, y alcanzó la primera de El País. Le vi cuando venía a escribir el blog en la Torre de Don Borja, y lo vi tan feliz de su foto que quise contarle a ustedes cómo es la satisfacción de un fotógrafo cuando ya lo hizo.

Juan Manuel

Por: | 16 de junio de 2008

La noticia de la muerte abrupta del poeta y periodista Juan Manuel González, que trabajó en la agencia Efe, cubrió ainnumerables acontecimientos literarios, ganó otros tantos premios, y era una promesa ascendente de la literatura de su generación, ha llenado de zozobra a quienes le conocimos, unos de cerca y otros de vez en cuando, en el tiempo interrumpido que marca la dinámica del periodismo y la literatura. Me avisó del triste suceso el corresponsal de El País en Segovia, Aurelio Martín; y lo primero que llegó a mi mente fue la última vez que vi a Juan Manuel, en Madrid, en una oficina administrativa de la Seguridad Social. Los dos resolvíamos asuntos relacionados con nuestra afiliación a la Asociación de la Prensa; yo estaba bajo una depresión aguda, propiciada porm el día gris, el asma, el invierno feroz de una ciudad que además vivía esa jornada azotada poor una inclemente ventolera. Cuando vi a Juan Manuel le saludé, le pregunté cómo estaba, y él me contó su decaimiento. Yo le estuve animando, traté de contarle cómo podía uno levantarse de sus propias miserias y tener algún día, pronto, seguro, una vida nueva, mejor, resplandeciente. Le di el teléfono de un médico, él lo tomó, hablamos un rato de libros, de periodismo, de la vida, a la que él en ese momento tenía muy poco aprecio, me lo dijo. Luego ganó un premio, creo, y pensé que su vida se podía haber encarrilado. Lo que supe de él ayer, final, terrible, me dejó la tremenda impresión del desasosiego. Ahora estoy en Santillana del Mar, escuchando a escritores (Vargas Llosa, Marías, Pérez-Reverte) y recuerdo con la desilusión de las despedidas la tremenda vocación que sentía Juan Manuel por la escritura. Ahora ya él es pasado en sí mismo; quedan sus libros, ahí está su página web contando a diario, y ya sin continuidad, todo lo que hizo. Qué terrible noticia, qué honda impresión.

Esta tarde, en torno a las seis, empezaré a publicar en elpais.com unas crónicas sobre este acontecimiento que me ha traído a Santillana del Mar. En mi alma siento que cuando muere un periodista uno debe dedicarle el esfuerzo de seguir siendo periodista.

El Cigala

Por: | 15 de junio de 2008

Hoy aparece con El País el último disco de Diego El Cigala, Dos lágrimas. Es un acontecimiento, en la discografía y en la prensa; que yo sepa, nunca antes se había publicado en España un disco inédito con un periódico, y esta es la primera vez. Pero ese es un dato que tiene un mero interés estadístico; lo cierto es que el disco es extraordinario, para mi gusto, para el gusto de muchos que lo han escuchado ya. Esta tarde, en La Feria del Libro, y este es el último acto asociado a la feria, que termina hoy, Diego hablará de ese disco, en una conversación con su compañero Andrés Calamaro que coordinaremos mi compañero Iker Seisdedos y yo mismo. He colaborado con entusiasmo y ganas en este proyecto, y esto me ha permitido conocer a Diego, de quien he hablado aquí ya alguna vez. Es un hombre cercano, risueño, hondo, su música, y su voz, se parecen a su actitud; el disco está lleno de esa sensibilidad que rasga; dice Paco de Lucía, en el libro-disco, que Cigala tiene voz de caramelo. Es una metáfora que incluye la suposición de que ese caramelo, en este caso, tiene el sabor de ron, porque aquí, en Dos lágrimas, hace viajar su sentimiento de músico a la Cuba de la que nace casi toda la música, el flamenco también. El disco envuelve como un abrazo; yo estoy muy feliz de haber colaborado en él, es como haber entrado en una playa limpia un mediodía de muchísimo calor. Nos vemos esta tarde, si van a la feria, hablando con Diego y con Calamaro.

Dios escucha a Mozart en la plaza de Oriente

Por: | 14 de junio de 2008

Hoy he entrado muy tarde al blog y me quiero excusar. Ayer tomé una pastilla contra el dolor de cabeza que me hizo un efecto preocupante; cené con la sensación de que si no comía algo contundente y rápido podía sufrir un desvanecimiento. Con esa ansiedad comí, y luego caí en un sueño violento, arrebatador. Hasta las seis de la mañana. A esa hora desperté, pero decidí seguir en la cama, descansando, y me dormí de nuevo, hasta la hora límite en que debía levantarme, ducharme, desayunar, salir a la calle, porque tenía una intervención en la radio. Y no me dio tiempo de escribir el blog. Me sentí en falta toda la mañana. A cambio, les cuento lo que sucedió en esas horas en que suelo estar ya con ustedes. Fui a la radio; tuve allí, con Montse Domínguez, una charla muy interesante con Francisco González Ledesma, un escritor cuya historia (y cuyas historias) me fascinan; ahora acaba de publicar, con seudónimo, en Destino, su libro El candidato de Dios, que Montse ha leído ya y que considera inquietante. Luego fui a tomar un café con el escritor cubano, exiliado en México, Eliseo Alberto, con quien he publicado hoy una entrevista en El País. En esa entrevista Eliseo me cuenta su teoría: Dios creó el mundo para escuchar a Mozart. Le fui a buscar, le llevé a un café muy grato, casi argentino, un viejo café, el Café del Real. Y desde que entramos en el café, después de saludar a la dependiente, una chica zamorana, de Sanabria, de nombre Mercedes, nos dispusimos a charlar, de literatura, de poesía, de la vida que nos ha juntado tantas veces. Pedimos café, agua, descafeínado, y en medio de la música que sonaba como una caricia de verano él me estuvo recitando versos famosos o inencontrables, yo le conté algunos poemas al revés (La cionca del tarapi, por ejemplo) o algunos versos de Celaya y de Cremer sobre la bebida ("Ahora comprendo por qué bebe Novais", "Dios, qué vida, da rabia beber sin alegría") y así estuvimos ensimismados, como dos lectores reencontrándose, cuando de pronto, en medio de aquel bar tranquilo y de las atenciones de Mercedes, comenzó a sonar el concierto número 40 de Mozart. ¿Y eso?, me pregunté en alto. Y Eliseo, guiñando un ojo, sorbiendo su gramo de café, explicó: "Es que Dios debe estar por aquí, escuchando a Mozart. ¿O te crees que él sale sin ordenar que le pongan su Mozart?". Luego fui a la feria del libro, pero esa ya es otra historia, y ahora he venido a casa; aquí me han contado que José Bono ha hecho que un veterano de la República oculte la insignia de aquella España. Pues qué estupidez la del presidente del Congreso, qué oportunidad ha perdido para mostrar respeto para lo que fue la ilusión de una vida.

Humildad y Picasso

Por: | 13 de junio de 2008

Cuentan que Jacqueline, la última mujer de Pablo Picasso, un gran egocéntrico al que la vida le permitió practicar el grado cero de la humildad, padecía frecuentes, dolorosas migrañas. Una de esas noches en que el sufrimiento le resultaba insoportable, Jacqueline pidió ayuda al pintor, que dormía en una habitación contigua. No era fácil despertarle, porque el sueño del genio era intocable, como sus cuadros o como sus manías. Ella quería, sobre todo, cambiar de cama, encontrar un aposento más duro que le facilitara el descanso o que por lo menos le permitiera sentir que reposaba su cuerpo sobre una nueva geografía. El pintor se levantó, de buen grado, fue hasta su estudio, agarró un bastidor en el que ya había pintado un lienzo, recogió también el cuadro, y con esos materiales fabricó rápidamente una cama nueva en la que Jacqueline encontró alivio. Ayer, al salir del periódico, me encontré con mi amigo Luis R. Aizpeolea, y con él estuve hablando de la soberbia de alguna gente, políticos o artistas, o en general de la gente pública, y yo le dije que hasta los genios tendrían que expresar algún instante de humildad, era saludable para ellos, era un alivio para quienes les tratan. Y entonces se me ocurrió contarle esta anécdota que refleja un rasgo, uno al menos, de humildad de un genio que se distinguió, a la vez, por la simpatía y por la soberbia. Pero esa noche le hizo una cama a Jacqueline con su propia obra y con sus propias manos.

El tiempo

Por: | 12 de junio de 2008

Hace años le escuché a Rosa Regás decir que el tiempo había que comprarlo; existía, estaba por ahí, pero como no disponíamos de él había que comprarlo. Hay una época, quizá en torno a los cuarenta años, en que uno cree disponer aún de todo el tiempo, como si la eternidad estuviera delante aun, como cuando vivíamos en la adolescencia. Luego empiezan los desastres, el tiempo se va diluyendo, y ya queda sólo el tiempo del día que queda por delante. El tiempo que queda de aquí al día, que decía Cervantes. La evidencia de que ya no queda tanto tiempo, de que uno está acosado por los días y por las noches, y que éstas ya son las que son, no se pueden estirar más, son los libros que se acumulan en las mesas, en las mesillas y en los sillones; los libros incesantes, los que vienen y son apetitosos, los que compras por si hubiera tiempo, los libros de poesía, los de ensayo, la escritura florida o la escritura herida, la escritura superficial o la escritura honda. La palabra nos sana o nos hunde, pero es la palabra escrita la que nos envía ese mensaje del tiempo acabado o del tiempo inacabable, la palabra silenciosa, la que va hablando cuando tú también estás en silencio, la palabra leída. Encima de mi mesa hay ahora papeles, libros, notas de otro tiempo, proyectos que reposan como si la vida fuera eterna. Y ahora, esta mañana, cuando amanece sobre Madrid la espesa neblina de la indecisa primavera, lo que debiera hacer es leer poesía para ganar tiempo, pero me acucia la vida exterior, he de buscar una camisa, una corbata, bajar hacia un taxi, y luego hablar, hablar, hablar, hasta que de nuevo, esta noche, el guiño silencioso de los sueños me reclame a descansar de un día más, hasta mañana.

Y mientras nuestro amigo Mariano abre una librería, La Clandestina. Mariano, no dudes en hacer propaganda aquí: la dirección de la librería, el teléfono. Y si no, envialo a mi direccion de mail. Le haremos propaganda, claro que sí. Es una noticia que aparezca una nueva librería. Una buena noticia.

Los camioneros

Por: | 11 de junio de 2008

Mientras se preparaba el espectáculo que tanta satisfacción le dio a la afición futbolística española en la Eurocopa, se produjo un dramático accidente en la provincia de Granada a consecuencia del cual murió uno de los piqueteros de la huelga de los camiones. Una noticia terrible con la que hoy amanecen los diarios, subrayando la gravedad en la que entra el conflicto. Es un conflicto que afecta a todos los sectores de la sociedad, impide la circulación normal en las ciudades y en las comarcas, y se está enquistando. La dureza de las posiciones y las dificultades burocráticas para alcanzar un acuerdo (que no depende estrictamente de España, sino de las normas europeas) estaba complicando las cosas; aquel accidente mortal ha venido a agravar la situación, que genera una enorme inquietud en la gente. Mientras se desgranaban ayer los efectos de la huelga en las posibilidades del consumo pensé en los tiempos en que se producía la misma escasez en España o en otros países. Nada, excepto la guerra, puede desatar tanto miedo como la penuria, y son símbolos de penuria los que subrayan estos días las noticias. De pronto aquello que no se sabía que se llamaba crisis se manifiesta con todas las metáforas de las crisis. Incluidas las terribles metáforas que manifiesta el tremendo suceso de Granada. Ahora se trata de esperar que la espiral iniciada halle en el camino una mano de sensatez.

El País

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