Hoy he entrado muy tarde al blog y me quiero excusar. Ayer tomé una pastilla contra el dolor de cabeza que me hizo un efecto preocupante; cené con la sensación de que si no comía algo contundente y rápido podía sufrir un desvanecimiento. Con esa ansiedad comí, y luego caí en un sueño violento, arrebatador. Hasta las seis de la mañana. A esa hora desperté, pero decidí seguir en la cama, descansando, y me dormí de nuevo, hasta la hora límite en que debía levantarme, ducharme, desayunar, salir a la calle, porque tenía una intervención en la radio. Y no me dio tiempo de escribir el blog. Me sentí en falta toda la mañana. A cambio, les cuento lo que sucedió en esas horas en que suelo estar ya con ustedes. Fui a la radio; tuve allí, con Montse Domínguez, una charla muy interesante con Francisco González Ledesma, un escritor cuya historia (y cuyas historias) me fascinan; ahora acaba de publicar, con seudónimo, en Destino, su libro El candidato de Dios, que Montse ha leído ya y que considera inquietante. Luego fui a tomar un café con el escritor cubano, exiliado en México, Eliseo Alberto, con quien he publicado hoy una entrevista en El País. En esa entrevista Eliseo me cuenta su teoría: Dios creó el mundo para escuchar a Mozart. Le fui a buscar, le llevé a un café muy grato, casi argentino, un viejo café, el Café del Real. Y desde que entramos en el café, después de saludar a la dependiente, una chica zamorana, de Sanabria, de nombre Mercedes, nos dispusimos a charlar, de literatura, de poesía, de la vida que nos ha juntado tantas veces. Pedimos café, agua, descafeínado, y en medio de la música que sonaba como una caricia de verano él me estuvo recitando versos famosos o inencontrables, yo le conté algunos poemas al revés (La cionca del tarapi, por ejemplo) o algunos versos de Celaya y de Cremer sobre la bebida ("Ahora comprendo por qué bebe Novais", "Dios, qué vida, da rabia beber sin alegría") y así estuvimos ensimismados, como dos lectores reencontrándose, cuando de pronto, en medio de aquel bar tranquilo y de las atenciones de Mercedes, comenzó a sonar el concierto número 40 de Mozart. ¿Y eso?, me pregunté en alto. Y Eliseo, guiñando un ojo, sorbiendo su gramo de café, explicó: "Es que Dios debe estar por aquí, escuchando a Mozart. ¿O te crees que él sale sin ordenar que le pongan su Mozart?". Luego fui a la feria del libro, pero esa ya es otra historia, y ahora he venido a casa; aquí me han contado que José Bono ha hecho que un veterano de la República oculte la insignia de aquella España. Pues qué estupidez la del presidente del Congreso, qué oportunidad ha perdido para mostrar respeto para lo que fue la ilusión de una vida.