Ayer hice el viaje al Teide; se habían disipado todas las nubes y aquella visión majestuosa del volcán, de Las Cañadas y del aire era magnífica, reiteradamente inolvidable. Molesta, sin duda, esa raya que traza el teleférico, construido en los años del franquismo, y presente como una mácula en un paisaje que ha conseguido permanecer inalterado y bellísimo, intenso, a pesar de que en la zona del Portillo ha habido abundantes construcciones, no siempre respetuosas con el tono que requeriría un espacio de esta consistencia y de este misterio. Al llegar al Médano quise ir a la orilla de la playa menuda, rústica y descuidada que hay ante mi casa; había bajado la marea, y me gusta ver allí los charcos, el tono de las piedras cuando atardece y se vuelven de oro y de plata las aguas chiquitas que van y vienen en los charcos. Hay una roca que tiene la forma de una mano, que yo llamo la mano de Chillida, ante la que me gusta estar en un rato. Mientras lo hacía ayer sentí que me estaba despidiendo de agosto y del verano, y sentí el aire melancólico y febril del viento en la playa como una mano que cerraba definitivamente la ilusión con la que siempre se abre el verano, la ilusión de que el sol, el tiempo y la vida que se hace junto al mar le dan a la existencia un aire detenido y eterno. No es así, viene septiembre, como si volviéramos al examen. Volví a casa, abrí el ordenador, y ahí me enteré de que había muerto, ya muy anciano, Vicente Marco, el creador de Carrusel Deportivo, el programa con el que yo empecé a sentir que quizá podría ser, algún día, un periodista. Tenía un tono mesurado y respetuoso, estaba muy atento a lo que le decían siempre sus compañeros, y me gustaba escuchar esa serenidad suya como si fuera un oasis entre los gritos de los goles. Le vi en una feria del libro, en Madrid, hace algunos años; ya estaba muy mal. Fue un maestro de periodistas deportivos, le debemos gratitud. Y ahora bate el viento ahí afuera como si multiplicara su adiós al mes y al mar, al final de un mes que ha sido dramático y difícil, y que será inolvidable por eso, desgraciadamente, porque este mes una raya negra cruzó la vida de muchísima gente que, de ida o de vuelta, caminaba hacia una ilusión que no se va a repetir jamás otra vez.