El libro de Domingo Pérez Minik del que hablaba aquí el otro día, Entrada y salida de viajeros, concluye, en la edición que está a punto de aparecer, con sus encuentros con Juan Marichal, el tinerfeño de 1922 que mejor ha estudiado las figuras políticas más notables de la España de la República, Juan Negrín y Manuel Azaña. A él se deben la reivindicación del político grancanario y la edición de las obras del último presidente de la República, además de otros estudios sobre el pensamiento y la literatura hispanoamericana. Marichal vivió el inicio de la guerra en Madrid, en el barrio de Chamberí, y en seguida su familia y él hicieron el calvario del destierro, primero hacia la España republicana, y luego hacia América, Puerto Rico, México, Estados Unidos... Yo le conocí con Pérez Minik y sus amigos de generación en el aeropuerto de Los Rodeos, creo que en 1968. Don Juan era ya entonces un intelectual dubitativo pero firme, un hombre muy interesado en la creación poética y en la creación literaria como elemento fundamental para entender la psicología de los pueblos y de los hombres. En el momento en que yo lo conocí acababa de ser nombrado director del departamento de Lenguas Románicas de la Universidad de Harvard, y venía a la isla, con Solita Salinas, su mujer, para reencontrarse con parientes y con amigos. Fui testigo del recibimiento; allí estaban, con Pérez Minik, José Arozena, Pedro García Cabrera, Eduardo Westerdahl..., el núcleo duro de aquella generación republicana cuya obra no ha sido igualada por las generaciones posteriores. Ojeando esta mañana el capítulo que don Domingo le dedica a Marichal en su libro, y Marichal es ahí, en el libro, el único superviviente de la nómina, con Carlos Orosa, estuve reflexionando sobre algunos de los elementos de aquella generación. Pienso que el principal, el que los unió del todo, el que hizo de amalgama, fue el sentimiento de amistad, la ausencia incluso de la envidia razonable, la permanencia en el afecto por encima de la discrepancia, el olvido de la inquina como factor de recuerdo; la alegría de aquella gente por el éxito de Marichal, por su reciente nombramiento, por lo que este hombre significaba, y significa, en el ámbito de los estudios hispánicos, políticos y literarios, es un ejemplo mayor de la profundidad de ese afecto. La amistad es como una línea de manos que no acaba, y si acaba es que alguien le cortó el resuello a la ansiedad de tener al otro como un cordón y como una referencia. La amistad es una gimnasia, decía don Domingo, pero no se puede hacer a solas. Ahora don Juan va a ser homenajeado en México, donde vive con su hijo Carlos y con su familia, lamentablemente Solita murió el otoño pasado, por la embajada española, cuyo titular le va a entregar la medalla de oro de Isabel la Católica, por todo lo que ha hecho por la cultura de la que viene. Y la cultura de la que viene no es exactamente la cultura española, sino la cultura de todos los que hablamos o leemos, o creamos, en español. Se hubiera alegrado don Domingo mucho de este homenaje, y se alegran sin duda mucho los que creen que la amistad subraya el éxito; aquella gente se hizo, en España, en Canarias, en medio de enormes dificultades, buscando la razón del futuro en la sinrazón del pasado. Han pasado los años, y aquella búsqueda interrumpida sigue suspendida en el aire.
Miriam Cabrera-Infante me pide desde Londres una foto de Rita. ¡Es que no sé poner fotos en el blog! Pediré ayuda. Alguien lo hará por mi.