Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Entrada y salida de viajeros

Por: | 12 de agosto de 2008

En la vida lo importante es encontrar una mirada, unas miradas, una mirada que guíe la tuya, unas miradas que guíen la tuya. Una de las miradas que guió mi vida, y lo digo cada vez que alguien me pregunta por la gente que influyó en mi manera de estar, en mi forma de ser, es Domingo Pérez Minik. Fue un hombre dignísimo, un autodidacta sabio que condujo de forma ejemplar su vida difícil de posguerra, siempre al rojo vivo, como decía él. Su actitud intelectual, política, está en muchos de sus artículos y en algunos de sus libros; ahí se muestra como un cosmopolita rabioso, como un contemporáneo de la modernidad, allí donde ésta se encontrara, en las pinturas, en la música, en la literatura, en la política. Ya les conté el otro día la emoción que me había producido que se reeditara uno de esos libros, Entrada y salida de viajeros, en el que él muestra, también al rojo vivo, su satisfacción por encontrarse con esos extranjeros que él consideraba fundamentales para alimentar el modo de ser abierto y no absorto de los canarios. Ayer me llegó ese libro, en el que laten --otra vez-- Bertrand Russell, Breton, Dürrenmatt, extranjeros y también españoles que pisaron Tenerife y a los que él conoció y trató. La portada del libro, editado por Cajacanarias, en la biblioteca Pérez Minik, es de Jaime y Carlos Schwartz, y la preside una fotografía que Carlos le hizo a don Domingo en los muelles de Santa Cruz poco tiempo antes de que su salud ya se quebrara del todo y muriera en 1989. Y la edición ha estado a cargo de Daniel Duque. Ahí, en la foto, se ve a don Domingo, y en ese momento, lo recuerdo, está explicándole a Julio Pérez, que era la autoridad portuaria de entonces, las señales y todo lo que sabía de la vida en el Puerto, de los barcos y, de nuevo, de los extranjeros, de su salida y entrada de viajeros. Me llegó un ejemplar, el libro no sale, me parece, hasta octubre, pero quería dejar constancia aquí de mi alegría íntima, de mi satisfacción por recibirlo y por tenerlo ahora en las manos. Casualmente iba por la orilla del mar, lo llevaba conmigo y me encontré con Julio Pérez, y en la cara con la que lo tomó en sus manos advertí cuánto significaban para él el hombre y aquel momento.

El diario de un adolescente

Por: | 11 de agosto de 2008

Sigo el diario Me cago en mis viejos en la Revista de Verano de El País, y sigo los comentarios que lo apostillan en elpais.com. Y debo decir que a mi me va gustando esta controvertida aportación; es una escritura desgarrada e incómoda, porque a muchos retrata retrospectivamente, y como todo espejo de la actualidad o del pasado escuece porque nosotros mismos, cualquiera, pudo hacerla en la edad correspondiente y a lo mejor no se atrevió ni se atreve. Cuando empezó a publicarse yo recordé, como una muestra distinta pero como una muestra del retrato del adolescente de entonces, un diario, El diario de Daniel, de Michel Quoist, que yo leí con avidez en los años 60 y que seguramente era una ñoña declaración de lo que los chicos entonces sentíamos sobre la vida cotidiana. Claro que entonces cualquier reflexión adolescente tenía que ver con la abundancia religiosa de la época, y en efecto aquel diario de Quoist servía a la fe y a sus controversias, y eso ahora ni se estila ni importa tanto. La religión aquí es el entorno y lo que éste manda, y como los chicos se enfrentan a él, y este diario de Carlos Cay (o quien sea, porque la evidencia dice que es un seudónimo) responde al esquema existencial de este instante mismo de la sociedad y de las casas. El texto ha ido subiendo en su manera de interpretar el mundo, ese mundo en concreto, de encierros y de silencios, y de cabreos encerrados, y yo creo que leerlo a diario a veces puede obligar a una sonrisa pero a veces muestra una mueca a la que nadie puede mostrarse indiferente. Es la expresión de un existencialismo adolescente, desgarrado e irónico, una tachadura en la cara de la sociedad que ampara y desprecia al mismo tiempo. Ah, por cierto, ayer no comentamos (o casi no comentamos) la iniciativa de El País Semanal: los cien libros que cambiaron nuestras vidas; sería bueno que hoy hiciéramos nuestra propia lista, que ayer inició me parece que Tomás García. Yo avanzo un libro que sigue estando en todos mis viajes, El extranjero, de Albert Camus. En todos mis viajes y en toda mi vida.

Éramos mejores por carta

Por: | 10 de agosto de 2008

En La amigdalitis de Tarzán Alfredo Bryce Echenique escribe dos frases memorables, una es suya y otra es de Ernest Hemingway, cuyo libro Fiesta he rescatado ahora de mis libros de cuando era chico. La frase de Hemingway la he citado aquí, o quizá en otro sitio, alguna vez. "Conoció la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una mañana". Es posible que el fraseo sea ligeramente distinto, quizá alguno se lo sepa mejor, Adsuar posiblemente, o algún otro lector de Alfredo o de Hemingway. Y la otra frase, ésta sí de Bryce Echenique es esa que sirve de título a la entrada de hoy: "Éramos mejores por carta". Anoche estuve leyendo la correspondencia entre Herman Hesse y Thomas Mann, publicada en España por el gran Mario Muchnick; en el prólogo, el ya desaparecido José María Carandell habla de la importancia que ha tenido en Alemania, y en gran parte del mundo, la correspondencia entre intelectuales, y que ésta entre los dos gigantes, el solitario y el mundano, es una joya que representa esta actitud de los corresponsales que se toman en serio las cartas. La entrada en el universo de la escritura de métodos más veloces de comunicación, como el teléfono o el correo electrónico, han roto esa virtud de la comunicación detenida, literaria o simplemente elaborada. El blog podría ser una nueva forma de comunicación, pero ahí también somos veloces, como si tuviéramos que subrayar o tachar más que comentar o más que prolongar. La correspondencia es una prolongación de lo que dice el otro, y hacía a la gente esencial, honda, expectante ante la idea que le fuera a venir luego. Éramos mejores por carta. Yo pienso que sí.

Vino Rita, la perra, anoche; la trajeron Eva y Carlos, su primo. Rita nació en esta playa cuyo sonido escucho ahora; nació en enero; yo estaba escribiendo sobre la perra de Juan Carlos Onetti, la Biche, y de pronto escucho que la madre le dice a Eva: "¿Dónde vas con esa perra?" Eva la llamó Rita; se fue siendo un puño, en un avión, y anoche la han traído dormida y hambrienta. Ahora la voy a sacar a caminar, a que conozca el salitre en el que se hizo.

Un trabajo de chinos

Por: | 09 de agosto de 2008

Sabemos poco de los chinos, y ayer nos obligaron a saber de ellos a toneladas. Yo no pensaba ver los Juegos Olímpicos, porque la masificación mediática del deporte, desde los tres tenores del tenis a los grandes espectáculos olímpicos, siempre me han dejado frío, indiferente. Pero el periódico me pidió que mirara la tele estos fines de semana de agosto, y ayer era obligatorio mirar los Juegos, su inauguración. Me pareció un espectáculo portentoso; me dio igual el desfile, eso no tiene interés ninguno, y a veces incluso me pareció chabacano; no se puede estar desfilando en una ocasión así y hablando por el móvil, eso me parece insoportable. Pero la ceremonia, ese despliegue de medios y de personas, esa precisión entusiasta e irrefrenable, me pareció que ofreció un nuevo invento de los chinos: el invento de la perfección. La calidad artística del monumento vivo que crearon pone el listón altísimo para cualquier comunidad que aborde ahora un acontecimiento similar. El final, con ese atleta caminando en el aire, me parece que se identifica como una metáfora de lo que China quiere ser, está siendo, en el mundo: vuela, y cada día vuela más alto. Claro, tiene plomo en las alas, mantiene la pena de muerte, practica la censura civil y política, crea todavía cárceles para los que se oponen a la manera oficial (y única) de ver las cosas. Y si son capaces de hacer aquellas maravillas, ¿cómo son capaces de estas aberraciones? Pero, en fin, subrayemos lo primero y admiremos este verdadero trabajo de chinos. ¿Lo veré hoy? Obligado a ver la tele, quizá tenga que volver a los Olímpicos, porque ¿qué otra cosa hay?

Malas noticias, noticias

Por: | 08 de agosto de 2008

En este amanecer canario recibo la mala noticia de que ha muerto en México la madre de Ángeles Mastretta; doña Ángeles. Era una mujer vital y risueña, tenía los ojos siempre prestos a la risa y a la pregunta. La recuerdo de una larga noche de rancheras en Madrid, tan lejos de la Puebla de su alma, y en esa noche desplegó su sensatez y su risa para convertir aquella jornada, con su hija Ángeles, en una ocasión tierna, tranquila, feliz, extraordinaria.

Y ayer a mediodía supe que había muerto el gran fotógrafo Paco Ontañón; hice con él muchos trabajos; era interior, educado, sentimental; llevaba en su equipaje tal cantidad de pastillas que necesitaba una maleta para las cámaras y una maleta para las pastillas. Una vez le encargaron una foto del escritor Manuel de Lope, para una entrevista que le hice, para El País Semanal. Lo retrató ante un enorme bocadillo de chorizo; siempre lo recuerdo pensando qué debían tener delante los retratados; no era una tarea sencilla, era su tarea, la tarea de un artista de la simbología; para él las fotos debían ser siempre metáforas permanentes de la vida, y tenían que durar, y fue un retratista psicológico, un escritor de la cámara.

Dos malas noticias. Aliviadas tan solo por la brisa del Puerto, por el reencuentro con algunos buenos amigos, y por la buenísima noticia que me dio Álvaro Marcos, de La Caja Literaria, que va a reeditar un libro ya inencontrable de Domingo Pérez Minik, Entrada y salida de viajeros. Lo espero con verdadera ansiedad, igual que espero la película La calma, cuyo guión me entregó ayer también su director, Miguel García Morales. Y, además, revisando unas cajas de libros que me llegaron ayer de Madrid, volví a encontrar un librito fantástico y que creía perdido: El revés y el derecho, de Albert Camus.

En ese libro hay una frase que he grabado entre las frases que me gustaría que sirvieran de recordatorio en mi vida. "El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento".

A estas alturas del blog no sé si será bueno pedir a los amigos que entran en él y se acogen al comentario diario que repriman las descalificaciones. Esto, este blog, se hizo para hablar con calma, de la cultura, de la vida, de los sucesos cotidianos; no es un lugar de examen ni de recriminación, ni es un patio donde el que más grita o más amenaza gane ninguna apuesta; no se hizo para eso, y no quiere ser eso, ni en invierno, ni en verano, ni hoy ni mañana; si no existe la calma no existe la conversación, y si la conversación chirría deja de interesar. Al menos, me deja de interesar a mi. 

Las piedras de Famara

Por: | 07 de agosto de 2008

Cuando fueron a verme a Famara Elena Sánchez y Pedro Pablo Mansilla estuvimos recorriendo la playa como si alguien nos estuviera esperando en las respectivas esquinas, y a la mitad del camino hallamos una piedra pequeña, redonda, negra azabache como el reflejo del fondo del mar, una piedra perfecta, la piedra del mar y del sol. La agarré, la situé a mi derecha en la mesa del restaurante donde nos comimos unas cabrillas que no eran del día. Cuando nos levantamos olvidé la piedra, y descubrí el vacío un rato después, cuando la piedra seguramente había entrado a formar parte de los desperdicios del día. Ayer, antes de volver, recogí tres piedras similares, y las llevé a mi apartamento, donde luego me iban a recoger dos amigos, la librera Lourdes y Carlos, el hermano de César Manrique. Hice el equipaje, metí dos de las tres piedras en la maleta y me dispuse a salir en busca de un bar donde deberíamos tomar café o cerveza, y lo hicimos, paramos en el bar de Carlos, El Risco, y después seguimos camino, entre conversaciones sobre libros, aventuras y países, hasta la casa de Pilar del Río y de José Saramago, a devolver el libro de César Escrito en el fuego que había tomado de su biblioteca. José me estuvo hablando del color violeta que en 1991 vio en el aire de Famara y Pilar me estuvo mostrando algunos recortes de sus actividades como presidenta de la Fundación José Saramago, y luego me invitó a un bacalao fantástico, acompañado de verduras que yo regué (oh sacrilegio) con vinagre y con aceite. El bacalao estaba exquisito, y debo decir que mi manía de añadir vinagre al aceite siempre me ha dado satisfacciones. Y me fui al aeropuerto, con mi equipaje, mis libros y mis piedras de recuerdo. Cuando quise pasar por el control de los equipajes las dichosas piedras, éstas llamaron la atención de la aduanera y me fueron requisadas y depositadas en el contenedor de Nunca Jamás. Así que llegué a Tenerife, y a mi pueblo, donde estoy ahora, sin esas reliquias que quería tener en mi mesa como un recuerdo sólido, verdaderamente pétreo, de mi inolvidable estancia en Famara. Por la noche cené con mi familia en un restaurante que se llama La Flor, donde al fin encontré pescado fresco y el sosiego de estar con la familia. Ahora escribo frente al valle, antes de recorrer mi pueblo desde el Taoro, que fue el lugar de mis fugas.

La puerta de la sal

Por: | 06 de agosto de 2008

Dominado aun por los vapores del sueño, ayer por la mañana me recorrí la playa como si fuera la última vez que la paseaba. Luego vinieron mis amigos Elena y Pedro Pablo y nos volvimos a recorrer la playa para descubrírsela a ellos, y ellos me la terminaron descubriendo; fuimos hasta el rincón último, allí donde da la vuelta el aire, debajo de los enormes riscos que le confieren a este lugar, Famara, el misterio que no sólo tienen las playas sino los sueños. Luego nos propusimos la ardua tarea de buscar pescado fresco junto al mar, y aunque no lo conseguimos engañamos nuestros sentidos gracias a la poderosa presencia de una playa que te atrapa al llegar como una presencia y como una ausencia al mismo tiempo. Al atardecer me vino a recoger Eduardo Manrique, pintor y escultor, sobrino de César, a quien yo conocí hace tiempo y con quien compartí la energía inolvidable de su tío. Eduardo me llevó hasta Las Salinas del Janubio, donde aún hoy se practica la artesanía de la sal; allí estaban esos cuadrados perfectos que constituyen las salinas, expuestas al sol y al mar, construyendo a solas la sal gorda que luego parece hielo salado en las casas. Aquí el espectáculo de la sal es una de las múltiples diferencias de Lanzarote. Eduardo ha diseñado y ha ejecutado la puerta de Las Salinas del Janubio; lo ha hecho con su estilo geométrico, y ha convocado a ese diseño los cuadrados de la sal, las formas de los barcos, la sinuosa exigencia de los peces, y ha hecho que se encuentren en el diseño de una sola puerta muchas de las imágenes que uno se lleva en la memoria como si fueran los símbolos de Lanzarote. Es la puerta de la sal, así me parece que la debe titular cuando ya la dé por concluida. Paseamos antes y después por esta tierra de lava y de arena, y cruzamos gracias al sol decadente de la noche por un paisaje que parecía provenir de un sueño prehistórico. Al final me llevó a cenar a un restaurante, La Casona de Yaiza, que está hecho en una de esas espléndidas casas de Lanzarote que la labor del hombre --y sobre todo de César Manrique-- impidió que cayera, como ha ocurrido en tantos lugares de Canarias, bajo la inclemencia de la piqueta. Cuando nos íbamos se fue la luz en toda la isla, y yo entré a oscuras en este apartamento al que esta misma mañana diré adiós como si le dijera adiós al aposento del silencio. Debió volver la luz de madrugada, pero fue un espectáculo, el apagón total, que me retrotrajo a tiempos no distantes de las islas; a Famara, me contó Eduardo, llegó la luz a mediados de los 70, o sea que no hace tanto que aquí caminábamos a tientas por las noches. A mi me salvó el móvil, con él abrí la casa. Para algo sirve, ya ven.

Pilar del Río en la Biblioteca de Saramago

Por: | 05 de agosto de 2008

En Lanzarote. Al llegar fui a la fundación César Manrique, allí donde vivió aquel hombre creativo, jovial y cabreado con la evidencia de que se estaban cargando las islas Canarias con una especulación que sigue sin cesar, y sin César; ir a la fundación me trae melancolía y energía, la que César tenía y la que sigue residiendo allí, animando la gestión de Pepe Juan Ramírez y de Fernando Gómez Aguilera. Me compré tres camisetas para el verano, vi desde allí la lava clara y el cielo claro y el mar lejano que César miraba al amanecer y luego me fui a casa de Pilar del Río y de Saramago, una visita que siempre hago, cuando voy a Lanzarote, como un rito que además está compuesto de muchos ritos. Muchas veces he llegado cansado del camino y entonces ellos me han ofrecido una habitación y una ducha. Y ayer tenía hambre y pedí una manzana. José estaba desayunando, una tostada con aceite, y café con leche, y me miró con su cara de coña: "¿Y no te quieres dar una ducha?" No, sólo quería una manzana. Me había recibido Pilar en la biblioteca; le pregunté quién mantenía ese orden extraordinario, que se convierte en belleza en una biblioteca. Le pedí un libro, y la eficiencia de Saro y de Javier, que trabajan en ese recinto preciso y espléndido, lo encontraron sin demora: Escrito en el fuego, de César Manrique, con prólogo de Lázaro Santana, que está agotado. Aquí lo tengo, a mi lado, latiendo como latía la voz de César. Luego volvimos a la cocina. Pilar me contó los proyectos de la fundación Saramago, de la que es presidenta. Y me mostró la foto de la Casa de los Bicos, en Lisboa, que será la sede grande de esta institución que recoge y difunde la obra del autor de Ensayo sobre la ceguera y sobre lo que le importa a su literatura. Saramago está a punto de terminar su nueva novela, El viaje del elefante. En ese momento terminaba su desayuno rodeado de sus perros, Boli y Camoens, que ladraban a la mañana y a los visitantes mientras yo lavaba la manzana y calmaba el hambre antes de seguir viaje con mi amigo Pedro Peris, el fotógrafo. Ahora estoy frente al mar, escribiendo, y cuando acabe de escribir iré a caminar por la playa de la que ayer estuve oyendo tantas cosas. Ah, Pedro le regaló a Saramago una bella fotografía, un faro en Bajamar. El maestro la miró un rato, y luego volvió a su desayuno, con la parsimonia con la que mira.

Por cierto, el Carlos A. Scwartz de que se habló ayer es arquitecto y fotógrafo. El otro se llama Carlos Schwartz es escritor y periodista, y argentino.

La primera película

Por: | 04 de agosto de 2008

A mediodía estuve con Carlos A. Schwartz, arquitecto, fotógrafo, comiendo salmonetes frescos (yo, él se tomó una aceituna) y hablando de nuestra tierra, de la necesidad de elevar el nivel de exigencia cultural, es decir, política, y por la tarde, después de caminar por las veredas y comprobar que el exceso de construcción ha esquilmado el Médano en lo que le es más propio, su estructura ósea, sus montañitas y sus montañas, su vegetación extraña, desértica y aguerrida, me encontré con Natalia Guillén, periodista y maestra, y con Miguel García Morales, cineasta. Natalia me contó sus proyectos, algunos de los cuales dependen de unos exámenes que le acaban de hacer, y de los que seguro que saldrá con bien, como decimos aquí, y Miguel nos contó la preparación de su primera película; lo tiene todo listo, se desarrollará aquí y en París, junto al Teide y sus aledaños, y tiene que ver con la salvaje calma que habita dentro de toda historia humana. Tiene ahora la pulsión absoluta de la novedad, está como un chiquillo (lo es) con los zapatos nuevos; le sobra timidez (aun no resume en público lo que tiene dentro, pero lo hará, será un gran cineasta, oirán ustedes de él), y también le sobra talento. Pedro González, el gran pintor, le llama de coña Orson Welles, pero un día la coña de Pedro será una premonición, porque por ahí viene un muchacho con muchas cosas que decir, que se añadirá a otros isleños que ya tienen mucho que decir y que lo están diciendo. Al volver a casa, después de haberme comido una pizza muy finita, me puse a transcribir una entrevista que me falta por entregar y fue entonces cuando me llamaron del periódico. Ha muerto el autor de Archipiélago Gulag. Y sobre él escribí el texto que ustedes ahora podrán ver, si quieren, en la web de elpais.com. Luego estuve viendo un rato del Barça: un rato del Barça es mucho. Qué equipo. Que se preparen. Y ahora me voy a Lanzarote, a seguir mi periplo de playas, que ahí acaba, en la tierra de César. Por cierto, me llevo algún artilugio para conectarme a Internet. Si no puedo conectarme les procuraría avisar.

Padorno y el mar

Por: | 03 de agosto de 2008

Tengo en casa los nueve cuadros (para Manuel Padorno el nueve, como para Dante, era un número cabalístico, especial) que el poeta de Edenia tituló Capilla atlántica. Rodean el cuarto donde duermo y trabajo, y me reciben siempre que vuelvo junto al mar con la vitalidad onírica y mental que adornó y profundizó en la vida de este escritor, editor, agitador que nos dejó en 2002, después de una activísima vida interior y, últimamente, de una activísima vida exterior. Manuel organizó actividades, participó en ellas, se juntó con gente, vivió en los bares de los billares y en las madrugadas de las playas. Recuerdo cuando cumplió sesenta años, yo le dediqué un artículo en La Provincia, "Ño, Manolo", celebrando la vitalidad de Padorno a esa edad a la que llegaba luchando siempre contra el tiempo, dándole la vuelta, rompiéndolo, cenando por la mañana y desayunando por la noche, diagramando libros e imaginando mares debajo del mar en cuya casa habitaba. Hoy por la mañana quisiera dedicarle esta atmósfera de mar bravío que ayer hizo de El Médano un extraño, insólito espectáculo: el mar rebasando las compuertas que lo mantienen a raya, diciéndole a la población que él está ahí, que no se duerme. El mar es como la poesía, siempre presente, parece dormido y siempre vuelve. Viajo siempre con un libro de Padorno, leo su poesía cada vez que puedo, y le recuerdo como le recuerdo ahora. ¿Y qué libros leen ustedes para reconciliar el sueño con la vida?

El País

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