En la vida lo importante es encontrar una mirada, unas miradas, una mirada que guíe la tuya, unas miradas que guíen la tuya. Una de las miradas que guió mi vida, y lo digo cada vez que alguien me pregunta por la gente que influyó en mi manera de estar, en mi forma de ser, es Domingo Pérez Minik. Fue un hombre dignísimo, un autodidacta sabio que condujo de forma ejemplar su vida difícil de posguerra, siempre al rojo vivo, como decía él. Su actitud intelectual, política, está en muchos de sus artículos y en algunos de sus libros; ahí se muestra como un cosmopolita rabioso, como un contemporáneo de la modernidad, allí donde ésta se encontrara, en las pinturas, en la música, en la literatura, en la política. Ya les conté el otro día la emoción que me había producido que se reeditara uno de esos libros, Entrada y salida de viajeros, en el que él muestra, también al rojo vivo, su satisfacción por encontrarse con esos extranjeros que él consideraba fundamentales para alimentar el modo de ser abierto y no absorto de los canarios. Ayer me llegó ese libro, en el que laten --otra vez-- Bertrand Russell, Breton, Dürrenmatt, extranjeros y también españoles que pisaron Tenerife y a los que él conoció y trató. La portada del libro, editado por Cajacanarias, en la biblioteca Pérez Minik, es de Jaime y Carlos Schwartz, y la preside una fotografía que Carlos le hizo a don Domingo en los muelles de Santa Cruz poco tiempo antes de que su salud ya se quebrara del todo y muriera en 1989. Y la edición ha estado a cargo de Daniel Duque. Ahí, en la foto, se ve a don Domingo, y en ese momento, lo recuerdo, está explicándole a Julio Pérez, que era la autoridad portuaria de entonces, las señales y todo lo que sabía de la vida en el Puerto, de los barcos y, de nuevo, de los extranjeros, de su salida y entrada de viajeros. Me llegó un ejemplar, el libro no sale, me parece, hasta octubre, pero quería dejar constancia aquí de mi alegría íntima, de mi satisfacción por recibirlo y por tenerlo ahora en las manos. Casualmente iba por la orilla del mar, lo llevaba conmigo y me encontré con Julio Pérez, y en la cara con la que lo tomó en sus manos advertí cuánto significaban para él el hombre y aquel momento.