El mar ha estado siempre encrespado y el viento no ha cesado hasta hoy en el Médano durante todo el mes de agosto. Hoy, 1 de septiembre, cuando se inicia el abismo del otoño y ya la sombra susituye al sol en las esquinas de las geografías y de los mapas, el viento se ha calmado, y me he asomado para ver cómo está el mar, y veo que sigue su lucha angustiosa por golpear la orilla como si trajera una noticia. En otro lado del mundo, un día como hoy hace tres años se fabricaba la horrible tragedia del Katrina, que asoló Nueva Orleáns. Ahora se llama Gustav y amenaza con hacer lo mismo sobre los mismos lugraes, aunque las noticias de la radio dicen que ese huracán está dejando a un lado Nueva Orleáns y asolará lugares cercanos pero no tan poblados. Esta atmósfera de final y de desolación que llega con el 1 de septiembre me ha traído a la memoria una película, Los pianos mecánicos, que fue célebre y que reproducía, a partir de una novela de Heny-François Rey, la melancolía del final de las vacaciones y del comienzo del otoño en la Costa Brava. Tengo un vago recuerdo del filme, que dirigió Juan Antonio Bardem; el viento comenzaba su labor y acudía al lugar para devastar todo lo que hallaba a su paso, y las calles y las playas se quedaban vacías y tristes, como si hubiera pasado sobre la alegría y sobre el sol un huracán que también era el huracán de los sentimientos oscurecidos. Muchos años después vi en Asuán a Melina Mercouri, que era la protagonista de la película; pusieron un sirtaki y la contemplé bailando, con una copa en la mano, feliz y vieja, mirada con complacencia por su marido, Jules Dassin, que parecía un caballero que vendiera chalets en Egipto o en Corfú. Ahora cada vez que viene septiembre y hace viento o se despueblan las playas me la imagino a ella en esa película bailando el sirtaki con una copa en la mano, pero en Asuán. Y yo estoy en el Médano, a punto de meter los libros en la maleta. Les dejo con una frase de Robertson Davies, leída anoche, en la última noche de agosto: "La vanidad es perfectamente admisible en un artista. Yo personalmente no daría ni un comino por un artista que carezca de vanidad, pero lo que yo respeto es la vanidad honesta y sincera. La falsa modestia, la humildad exagerada, las zalameras y aburguesadas afirmaciones de respetabilidad, de ser buen marido y mejor padre, de pagar las deudas a tiempo, etcétera, hacen que las Confidences sean tan duras de tragar". Se refiere Davies a Confidences d´un prestidigitateur, de Houidini, a quien dedica su libro El mundo de los prodigios, que estoy leyendo (Libros del Asteroide). Hace muchos años mi amigo Ramón Buenaventura me habló mucho y muy bien de Davies. Tenía toda la razón. Un escritor grande. La traducción es de Manuel Martínez-Lage.