Rita. Hay algún amigo mío que me asegura que entra en el blog para conocer las peripecias de Rita, la perra que mi hija se encontró en el Médano en enero de 2001. La perra estaba abandonada en la playa, tenía un mes, o algo así, y ella la llevó a casa; cuando la madre le gritó "¿Dónde vas con esa perra?" yo estaba en mi cuarto escribiendo precisamente de la perra de Onetti. Coincidencias aparte, lo cierto es que Rita, que pasó por un periodo de violenta inadaptación, y que una vez me enseñó los dientes mientras yo trataba de quitarle un trozo de carne que había robado de un poyo (los peninsulares dicen encimera), ha terminado siendo un ser fundamental en nuestras vidas, y hablamos de ella con alegría cuando toca y de preocupación cuando Eva no sabe cómo compaginar su cuidado con su trabajo. Y le tenemos un afecto sin fondo, real, da alegría, es alegre y generosa, y está siempre feliz de vernos, y en mi caso esa alegría me reconforta mucho cuando regreso de la calle, del trabajo y de las tribulaciones melancólicas a las que conducen los esfuerzos inútiles. Por eso, por ese afecto, el otro día se me encogió el corazón en Buenos Aires, en la avenida del Libertador, cuando vimos una perra idéntica a Rita que caminaba, asustada y cansada, ya envejecida, huidiza; la llamé, quise acariciarla, y sólo pude fotografiarla huyendo, como si estuviera abandonada desde hace años en estas calles en las que los coches son despiadados con los peatones, imagínense qué no serán con los perros. Ahí, en mi cámara, quedó esta otra Rita, o Rita misma de mayor en Buenos Aires. Da escalofríos pensar en la soledad, también, de los perros.
Libros. Fui a mediodía a San Isidro, a la Villa Ocampo, suntuoso lugar de más de medio siglo de cultura en Argentina. Allí vivió Victoria Ocampo, desde allí irradió su influencia, a partir de una revista y de una editorial, Sur, que concitó en torno a ella a escritores extraordinarios cuya voz hizo el siglo veinte, desde Borges y Bioy a Ortega y Gassett, desde Octavio Paz a Lorca. Drieu de la Rochelle dijo de ella que era la vaca más bella de la Pampa. Por aquí, por esta villa espléndida que se conserva como un museo (y también como un restaurante, aunque mediocre, seguro que Victoria comía mejor que en este restaurante), pasó también Albert Camus, y Neruda, e incluso Saint Exupery, que en un tiempo muy feliz de su vida fue aviador en Argentina. Ahora hay abierta en la Villa Ocampo una impresionante exposición de ese trozo de la existencia del aviador de El principito, que amaba los desiertos y que consideraba que Buenos Aires tenía también el aire de un desierto. Es curioso: estaba leyendo estos días unas conversaciones de Oswaldo Ferrara con Borges y hay un episodio de esa charla en la que hablan precisamente de eso, de que Buenos Aires es un desierto horizontal, y uno de los dos le atribuye a Drieu esa frase. Y de pronto me tropiezo con la frase de Exupery, que es a quien debió escuchársela Borges. En fin, cosas de la casualidad.
Después de la Villa Ocampo fui a la librería Cúspide, a asistir a la realización de una espléndida idea: el periodista y escritor Jorge Fernández, el autor de Mamá, dirigía un diálogo con diecisiete escritores argentinos, uno tras otro, desde las cinco de la tarde, una maratón insólita que incluía poetas, ensayistas, novelistas, filósofos, e historiadores, y a todos los iba entrevistando Jorge durante quince minutos con la soltura de un juvenil que tuviera toda la energía (y toda la información), y todos los escritores, a su manera, fueron dando una idea cabal no sólo de su obra sino de lo que es hoy Argentina desde el punto de vista creativo e intelectual. Estuve escuchando con muchísima atención a Claudia Piñeiro, no sólo porque es autora de la editorial que contribuí a hacer, Alfaguara, sino porque es un nuevo fenómeno literario, que aúna la capacidad de contar con la indagación en su sociedad. A mi alrededor mucha gente está leyendo Tuya o Elena sabe o Las viudas de los jueves, y cuando mucha gente está leyendo a una autora algo pasa. Pues allí estaba Claudia hablando con Jorge, y yo escuchándola con mi amigo y colega Juan Martini y con el dibujante Rep, que es también mi amigo, y con Malena, una niña de seis meses en su cochecito, y con Julia Salzman y con Augusto di Marco y con Mariana, que prepara acá un gran festival literario en el Malba, y se muerde las uñas de entusiasmo y de nerviosismo, y con más de trescientas personas que sacrificaban el sol y la siesta para escuchar hablar de literatura en medio de una librería grande y abigarrada en la que los libros son el sonido. Y si alguien me preguntara qué es Argentina diría que es eso también, un gentío leyendo, leyendo sin descanso, y escribiendo.
Luego fui a entrevistar a Tomás Eloy Martínez, sobre periodismo; él es uno de los grandes periodistas de lengua española, y un novelista extraordinario, que acá acaba de publicar ahora Purgatorio. Pero de esa entrevista, que culminó con una cena en La Brigada, les hablaré a su debido tiempo. Ahora me voy al Tigre y es posible que esta noche me vaya a ver Menos dos, la obra teatral que junta a José Sacristán con Héctor Alterio.
Este blog. Me levanto muy temprano, habitualmente. Ahora hay con respecto al horario peninsular español cinco horas de diferencia, así que hoy he entrado más tarde a este blog, que es lo primero que hago al despertar. Supone un esfuerzo: recopilar datos, tratar de incluir alguna fotografía, tratar de ser sincero y, en lo que pueda, profundo, serio pero no circunspecto, profesional. Ayer había incluido algunas reflexiones que me importan y preocupan, sobre Internet, por ejemplo, y de las que luego estuve hablando por la noche con Tomás Eloy Martínez, porque son preocupaciones que él tiene. Y también incluí una bella fotografía de Rafael Azcona con su hijo. Y por la noche vine a ver cómo había ido el blog, qué comentarios había suscitado. Y me produjo mucho desconsuelo ver el lodazal en el que muchos comentarios lo habían convertido. No sé, francamente, si vale mucho la pena que uno se levante temprano para esto. Francamente no sé si seguir, amigos.