Al Internet. Por razones que sólo saben unos cuantos, pero que sobre todo conoce mi hija Eva, tengo recortado en casa, y enmarcado, un artículo del profesor e investigador Manuel Castells, publicado en El País en 1996. Se titula así, "¡Al Internet!", y era una incitación a que todo el mundo se subiera a aquel tren que estaba saliendo de su excitante punto de partida. Han pasado doce años y el cambio al que Internet ha sometido al mundo ha sido tan brutal que todavía no se ha parado nadie a pensar que el fanatismo a favor es tan dañino como el fanatismo en contra. Es un juguete demasiado preciado, un instrumento demasiado precioso, como para no suscitar una admiración sin límites que no deja ver el bosque. Un árbol inmenso y admirable, sin duda. Pero existen ramas del bosque sobre las que conviene discutir. Lo que he observado es que quien discute desde el punto de vista de la prevención (cuidado, es un buen instrumento, pero todavía necesita inmensas correciones) es tachado de inmediato de viejo que no quiere el progreso. Estoy en México, en el inicio del homenaje que distintas entidades nacionales mexicanas dedican al novelista Carlos Fuentes por sus 80 años; y como el escritor homenajeado no quiere que se hable de él en las mesas redondas que se han organizado, los convocados a esos concilios hablan de las distintas artes que el propio Fuentes ha cultivado. Entre otras, y esto fue ayer, el arte de informar. Estuve en la primera de las dos mesas, y me quedé muy interesado por las posiciones que adoptaron dos veteranos (sí, qué pasa, ¿no se puede ser veterano y hablar?) periodistas, Alan Riding, que fue corresponsal cultural del New York Times, y Sergio Bata, columnista mexicano en Los Angeles Times. Ambos hablaron del deterioro de la información, y expresaron sus temores sobre la (mala) utilización de Internet como instrumento, que está dejando que supuestas informaciones disfrazadas de rumores, trufadas de datos que luego resultan falsos, estén tomando carta de naturaleza. Bata citó una frase que a mi me suena y que resume mi propia posición al respecto, valga la presunción: "Si no hubiera periódicos de referencia que nutran la red, ésta sería una letrina". No la dijo un viejo, ni la dijo un reaccionario contrario a Internet; la dijo el presidente de Google, y no hace mucho. Yo dije hace poco en Argentina que si no se pone remedio a la mala utilización del instrumento Internet, la red un día sería un lodazal. Y mis amigos de los medios de Internet casi me matan. Espero que el refresco de esta reflexión de tan alta autoridad me saque al menos del purgatorio. Y Alan Riding dijo algo que está en el frontispicio de este blog de hoy: los medios cada vez son más rápidos y más sofisticados; este y todos los medios, y la información es cada día un bombardeo más persistente y más fugaz, pero el mensaje es cada vez más banal. Es un asunto que me mueve mucho a la reflexión, en la que quiero que me acompañen sin prejuicios ni anatemas.
Y el arte de editar. Y por la tarde estuve en otra mesa, y en esta no sólo escuché, con mucha atención, sino que además tuve la oportunidad de hablar. Hablaron mis compañeros Sealtiel Alatriste, Basilio Baltasar, Marisol Schultz, Bill Swainson, Consuelo Saizar, Paolo Rocco, todos ellos editores activos o durmientes, como quien les escribe, y tuvimos un moderador excelente, el gran periodista argentino Claudio Escribano, lo suficientemente veterano como para ser muy moderno. Hicimos el coloquio en la Librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica, en el barrio de la Condesa. Una librería emocionante, extraordinaria, que llevó mi memoria sentimental, y editorial, a Isabel de Polanco, fallecida en marzo, y campeona del entusiasmo por las grandes librerías, por estas librerías iberoamericanas que mantienen viva la llama de una literatuira excepcional que siempre renueva a sus lectores, y que constituye al tiempo un espacio y un homenaje al libro. En ese clima hablamos del futuro de la edición, ante un auditorio que se fue nutriendo, y en el que distinguí a Tomás Eloy Martínez, a Sergio Ramírez y a mi antiguo compañero Fernando Esteves, que por muchas razones encarna para mi el entusiasmo de editar, desde que le conocí cuando él tenía 25 años y yo creía que éramos todos inmortales (aún). Fueron intervenciones muy interesantes de las que yo destacaría una reflexión: los problemas de banalidad que sufre la sociedad están atacando también al mundo del libro, como no podría ser de otra manera; George Steiner decía, en una entrevista reciente que tuve la satisfacción de hacerle para El País Semanal, que en tiempos de crisis la gente regresa a la exigencia de la calidad. Ojalá sea esto cierto y en seguida. Como primera providencia, tenemos esa librería que tanto éxito está teniendo aquí y que tanto hubiera hecho feliz a gente como nuestra inolvidable Isabel.
Atención, la amistad. Intento escribir un texto sobre la amistad. Seguro que ustedes me ayudan a buscar documentación, experiencias, etcétera. Les agradezco de antemano que puedan echarme una mano en la tarea.