Imagino cómo serían los viajes antiguos; ahora estoy haciendo mi maleta, dentro estoy metiendo lo que juzgo necesario para pasar doce días, o quizá más, fuera de mi casa; y uno empieza a introducir elementos domésticos, libros, material de escritorio, etcétera, como si se fuera a ir para siempre, o como si se fuera a trasladar por entero a otra vida, y no sólo a otra ciudad. El avión sale a mediodía, he guardado esta mañana para hacer la maleta, y ya está casi hecha; sin embargo, mi cuerpo y mi ánimo me van diciendo que aún queda tiempo, que no es preciso ducharse aún, que quedan horas para el viaje, que calma. El cuerpo siempre está hablando, y cuando no habla el ánimo el cuerpo toma su relevo. Llevo libros, claro, muchos libros; luego me daré cuenta de que eran demasiados, pero si no llevo libros, si no acumulo, es como si viajara solo. Las palabras, y en este caso las palabras ajenas, constituyen un abrazo raro, como una fotografía que uno llevara estampada en lo más claro de una carpeta escolar. En fin. Un viaje largo. Ayer tarde me encontré en la calle a Juan Gabriel Vasquez, y a su esposa, Mariana, que iban al periódico, de visita. Vasquez es un escritor excelente, un gran novelista; colombiano. Ella es periodista, lleva la prensa de Belacqua, una editorial fantástica que acaba de publicar ahora una colección de entrevistas fabulosas de Lawrence Grobel a escritores norteamericanos. Les ínvité a mi cuarto, en el periódico, y allí les fotografié, a Juan Gabriel ante mi propio ordenador, porque él estaba arreglando unas cosas de su correo para trasladarme a mi una información; y están Mariana y Winston Manrique, un querido compañero de El País, de Babelia. Por la noche cené con un gran periodista, Jon Lee Anderson, con mi hija Eva y con Jan Martínez Ahrens, subdirector de El País, responsable de la edición del Domingo. Hablamos de periodismo, de política, de viajes, e hicimos un recorrido entusiasta por la vida, por lo que ésta nos enseña si estamos atentos; Jon es un pozo de experiencia, y por tanto de sabiduría. En la conversación surgió una referencia a Ferrán Gallego, cuya presencia atenta y honda en este blog agradecemos todos mucho. Cenamos jamón, calamares, tomamos manzanilla, como si estuviéramos en Andalucía, donde Jon vive parte de su tiempo. Y, en fin, luego me vine a casa, con ganas de que aquella conversación de la cena hubiera durado por lo menos hasta el momento en que sale el vuelo. Pero las cosas acaban, como los helados de los niños.