Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Encontrarse con la gente

Por: | 10 de noviembre de 2008

Íbamos mi amigo Carlos A. Schwartz, arquitecto, fotógrafo, por Amsterdam, al atardecer, cuando Carlos se encontró con Julio Cortázar. Carlos es tan grande como lo fue Cortázar, así que lo advirtió en medio del gentío, cerca de la Bolsa de Amsterdam. Entonces me avisó --"Juan, ¡Julio Cortázar!"-- y nos acercamos a él; ya habíamos leído Rayuela y otras novelas suyas, y muchos de sus cuentos, y además yo llevaba su dirección en París, para llamarle cuando estuviera allí. Carlos hacía fotos siempre, pero en ese momento la emoción de encontrarnos con el maestro le inhibió la compulsiva manía de retratar, así que de ese encuentro tan especial para nosotros no hay ningún documento gráfico. Pero estuvimos hablando con Cortázar, nos pareció un tipo cercano y cordial, muy interesado por nuestro origen canario y muy divertido cuando supo que uno de nosotros se llamaba como el compañero de Martín Fierro. Algunas semanas después le llamé en París; tenía su dirección, no tenía su teléfono; yo me estaba quedando en la casa de mi amigo Emilio Sánchez-Ortiz, y desde su teléfono negro, de baquelita, de la place Clichy hice esa llamada, poco después de habernos comido un cordero que había preparado Emilio magistralmente; primero busqué el número de la calle, el 3 de la rue l´Eperon, y después me puse a buscar su nombre, que no estaba en la guía. Así que decidí llamar a todos los abonados, comenzando por la mitad, el número de un señor Dupont, médico interno de hospital, eso es lo que decía. Marqué el número correspondiente, pregunté en francés por Cortázar, y en francés me contestó Cortázar: "Moi meme". Es una de las grandes coincidencias que me pasaron con él en mi vida. La última, hace unos años: comía en un restaurante de la place de Saint Andre des Arts, y salí a hablar por teléfono, después de haber hablado de Neruda, de Cortázar, de García Márquez, de Vargas Llosa, habituales de aquel restaurante donde habíamos cenado; cuando levanté la vista y me fijé en la calle donde estábamos vi que era la rue L´Eperon, que confluye en la citada plaza.

¿Y esto a qué venía? A lo que decíamos el otro día: encontrarse con la gente y hablar con ella no debe ser tan complicado. Yo lo he hecho toda mi vida, y eso me ha deparado hermosos encuentros y bellísimos recuerdos.

La librería

Por: | 09 de noviembre de 2008

En La Librería Rafael Alberti compré ayer algunos libros --dos de Le Clezio, el nuevo Nobel, por ejemplo-- y pagué parte de la deuda; es mi librería, allí me siento bien, me fían, me tratan como en las viejas librerías, me aconsejan, me desaconsejan, atienden (o eso dicen) mis consejos, me guardan libros improbables, y a veces incluso me regalan libros que aman Lola, Santi o Miguel, los libreros. Ayer no estaba Lola, Lola Larumbe, la librera mayor, así que estuve con Santi y con Miguel, hablando de libros, y del momento actual, y los retraté al pie de la mesa de novedades, mirando un libro de Cuentos europeos de Doris Lessing. Ellos dicen que la crisis económica que se vive no se percibe aun en la venta de libros, o al menos no la sienten allí; decía George Steiner (por cierto, allí tienen todos sus libros, yo los he comprado) que en tiempos de crisis la gente tiende a ser más exigente con la cultura, quiere más calidad, más reflexión, más exigencia. Si fuera así, esta excelente librería (no me rebajan la deuda porque los elogie) y otras muchas que hay en Madrid y en toda España estarían en un buen momento, en contraste con el momento que nos domina. Ojalá. Recorrí las estanterías, busqué libros de ensayo, de poesía, pero finalmente sólo compré cuatro libros, una marca muy baja para lo que yo suelo comprar cuando me veo con libros y con tiempo por delante. O sea que ellos no notan la crisis pero algo hay de la crisis que te impide gastar más de lo que debes en un sábado soleado de otoño. Ahora hace mucho sol, pero mi termómetro marca en Madrid los ocho grados, debo preparar un cordero, y pienso en eso cuando en la radio, en la Ser, Montse Domínguez habla con un pastor que ha descubierto, Eugenio, de Robledillo, Valladolid, y que le habla de todo, y también de cómo la crisis afecta a la venta de corderos. En algo ha contribuido hoy mi familia a su negocio, porque para que yo prepare un almuerzo de cordero han comprado cuatro patas, dos grandes y dos chicas. Ah, y mi amigo Miguel García Morales, que a veces escribe en este blog, acaba de ganar el festival de documentales de Guía de Isora, Miradas Doc, por su trabajo con la obra y la figura del artista surrealista canario (grancanario) Juan Ismael. Una gran alegría: Miguel junta a su laboriosidad, el genio y el entusiasmo. Los amigos lo llaman como lo llama Pedro González, el pintor: el Welles canario, y él se ruboriza pero no se lo toma en serio. Tiene menos de treinta años, mucho camino por recorrer y una hija que se llama Lucía como la patrona de Suecia.

Libros

En la casa del saber

Por: | 08 de noviembre de 2008

Don Emilio Lledó tiene libros por toda la casa, y en la cocina tiene un pequeño cuaderno en los que dibuja lo que se le va ocurriendo mientras cena. En un cuarto, donde tiene además la cuna de la nieta que de vez en cuando le viene a visitar, tiene los numerosos apuntes del libro en el que trabaja, Filía, en otro escritorio tiene prólogos en los que trabaja, en otro sitio tiene una historia de la filosofía que revisa, y así sucesivamente. Libros por todas partes, y libros en las largas, envidiables estanterías. Es mi maestro; el otro fue don Domingo Pérez Minik, el inteligente, veloz, curioso intelectual que se hizo a sí mismo en Tenerife y que estuvo toda su vida pendiente del mundo y del alma que se iba haciendo en el mundo. Fruto de esa curiosidad por la gente y por lo que pensaba la gente fue su libro Entrada y salida de viajeros, cuya nueva edición, preparada por Daniel Duque, que fue alumno también de don Emilio en La Laguna, se presentó esta semana en Santa Cruz de Tenerife. Y anoche le fui a llevar ese libro, precisamente, a don Emilio. La edición es de la Caja de Ahorros de Canarias, en la Biblioteca Pérez Minik, y lleva en la portada una foto de Carlos A. Schwartz: don Domingo en el muelle de Santa Cruz, en una excursión memorable a la que le invitó Julio Pérez, entonces presidente de la Junta del Puerto. Ahí está don Domingo, desgreñado y vital, interesado por todo. A don Emilio le gustó mucho recibir el libro del maestro, que también fue su amigo. Y allí estuvimos hablando de los viejos y de los nuevos tiempos; del saber, de cómo saber, y de cómo leer, y de cómo aprender. Va a tener pronto un coloquio público, que se titulará Aprender a aprender. Buscó en un libro de poemas de Brecht, a quien lee constantemente, y ahí está la expresión, aprender a aprender. Y estuvimos hablando también de la memoria histórica, y de esta estrambótica decisión de la Audiencia de paralizar la exhumación de restos de represaliados de la guerra civil. Le animé a escribir sobre ello; su gran asunto es la memoria, y la memoria española tiene en esa parte de la historia, la guerra civil y la oscura posguerra, una de sus heridas más graves, más terriblemente prolongadas. Y me fui. Cuando llegué a casa sonó en el móvil la noticia de que Zapatero estará en Washington. Se acabó Bush, y se acabó su larga regañina al presidente español por la guerra de Irak. Y luego se supo que Zapatero estuvo hablando con Obama. Bueno, pues también se acabarán las bromas (a pesar de una desgraciada crónica de Abc) con las relaciones, obligadamente buenas, entre ambos países. ¿Lo de Abc? Precipitó una crónica diciendo que Obama obviaba a Zapatero. Pues no lo obvió, y levantó la crónica en la que lo decía en su primera edición.

Emiliolledo

Julio y Alejandro

Por: | 07 de noviembre de 2008

Ayer por la tarde estuve en el Círculo de Bellas Artes de Madrid escuchando a Julio Llamazares y a Alejandro Gándara hablando del libro de este último, El día de hoy, que acaba de publicar Alfaguara; el local estaba abarrotado de gente muy joven, y no sé si porque Gándara es y ha sido maestro de letras de numerosos jóvenes, y lo sigue siendo, desde sus sucesivas iniciativas didácticas dedicadas a los jóvenes que quieren ser literatos. Lo cierto es que aquello estaba lleno, y para mí, además, estaba lleno de evocaciones. Alejandro trabajó en  El País durante algunos años, en el suplemento de Libros que entonces hacíamos, y que aun se llamaba, creo recordar, Arte y Pensamiento. Antes de ese trabajo había sido atleta, y después se hizo novelista, y profesor de estudiantes que querían ser, como digo, escritores como él. Y antes de conocerle, hace veinticuatro años, leí su novela La media distancia, que había tenido un premio canario y que había sido publicada, entonces también, por Alfaguara, editorial a la que ahora ha regresado después de publicar con otros sellos en años sucesivos. Y cuando leí La media distancia le llamé por teléfono. Recuerdo perfectamente la luz, el sitio, el color del teléfono, lo que había sobre la mesa. De esa llamada lo recuerdo casi todo. A veces sucede que de hechos determinados de tu vida, y no porque hayan sido trascendentales, lo recuerdas todo, hasta los más mínimos detalles, la casa en la que estabas, cómo entraba la luz por la ventana, algunos de los contenidos de la conversación, etcétera. Lo que me sorprendió anoche es que Julio contó qué había pasado con su propia lectura de La media distancia. Terminó de leerla, dijo, y tuvo el impulso de llamarle, y le llamó. Esto no es tan común: terminar un libro, tener el impulso de llamar a un autor que no conoces, y llamarle. Le sucedió a Julio y me sucedió a mi, en tiempos similares, y por impulsos iguales. Alejandro dijo recordar el primer encuentro con Julio, "llevabas un Polo rojo". Jamás tuvo Julio un polo rojo. Bueno, pero se encontraron y Julio tenía coche, no hay que recordarlo bien todo. En todo caso, luego de aquel primitivo encuentro telefónico yo trabajé con Gándara, en El país, cuando él era un chiquillo, y Julio le proporcionó, por su parte, uno de sus primeros trabajos relacionados con el periodismo, en la revista televisiva Encuentros con las Letras. Ellos estuvieron hablando allá arriba de ese trabajo y de aquel encuentro que les proporcionó la lectura (y del dichoso Polo rojo, que no era un suéter, sino un coche). Yo no decía nada, claro, yo estaba entre los jóvenes (y los veteranos, también había veteranos) que les escuchaban, y lo pasé muy bien, me reí mucho. Y llegué a casa luego recordando aquel momento: terminas de leer un libro, te ha gustado, incluso te ha extrañado que te gustara tanto, descuelgas el teléfono, obtienes el número, llamas... Pequeñas anécdotas que luego el tiempo te devuelve como si hubieran ocurrido el día de hoy. Ahora, por cierto, habrá que leer El día de hoy. Por lo que contaron, es un libro que puede ayudar a entender la crisis (y no sólo esta crisis).

Alguna vez he utilizado aquí ese verso de José Luis Pernas, "comprendo entonces que hay que buscarse una esperanza para seguir viviendo". Obama es ahora la esperanza; pasa en la vida y pasa en el mundo: cuando hay una crisis personal, el ser humano se agarra a cualquier brasa, y cuando hay una crisis mundial, como la que vivimos, cualquier brasa es útil. Obama es una brasa; viene en un momento en que los valores, y la esperanza que éstos producen, están devaluados, inquietantemente devaluados, y su discurso parece nuevo, o por lo menos es viejo pero renovado, apela a sueños que parecían ya enterrados, en un universo neoconservador que decidió abolir la solidaridad y entronizar el mercado a ultranza. En los años 60, y hasta el 68, nuestra generación miró a Cuba y a la revolución latinoamericana que duró hasta 1973, con la llegada de Pinochet a Chile, como si ese fuera el espejo de un futuro que, a lo mejor, iba a cambiar el mundo. El mundo no cambió, y Cuba terminó siendo una decepción para muchos, y para mi también; fue un desencanto que dura hasta hoy. Obama constituye hoy una esperanza. Es legítimo agarrarse a ello, y esperar, esperar que la vida sea mejor, y Estados Unidos es como la calefacción del mundo. Si allí hace frío acá nos helamos. Es así. Por eso Obama no sólo es el presidente norteamericano, el sucesor de Bush, sino que es una estrella que le nace al resto del universo, después de años de penuria. Pernas lo dijo: es necesario buscarse una esperanza para seguir viviendo.

El cambio de siglo y los ladridos de Rita

Por: | 05 de noviembre de 2008

El siglo cambió anoche de tiempo y estimuló un aviso que ahora tiene a Obama como metáfora. Mientras eso ocurría Rita saludaba a los que iban llegando a la casa, para ver el desarrollo electoral norteamericano, ladrando como jamás la había visto.   Durante el partido del Barça, que fue malo y preocupante, Rita se mantuvo dócil e incluso tolerante con los goles y con los timbres, pero cuando se iniciaron las retransmisiones su nerviosismo subió de grado, y se incrementaba con cada ingreso en la casa.

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Derechos del porvenir

Por: | 04 de noviembre de 2008

1. Todo ser humano tiene derecho a ser suspicaz.

2. Todo ser humano es suceptible de ser mejor. O peor.

3. Los seres humanos tienen derecho a la felicidad, y a ganársela.

4. El ser humano hembra tiene derecho a ser igual que el ser humano macho. Y viceversa.

5. Los seres humanos tienen derecho a saber qué leen.

6. Y a saber qué ven, y qué escuchan. Tienen derecho a evitar ruidos, o boludeces.

7. Todos tenemos derecho a la paz; la guerra está prohibida.

8. El ser humano es por definición un loco para el hombre; pero un lobo ya mordido.

9. Todo el que detenta un derecho tiene un deber.

10. Todos los seres humanos tenemos derecho a volver a ser inocentes.

La soledad de la orquesta

Por: | 04 de noviembre de 2008

Esta mañana, de vuelta de un coloquio con Teddy Bautista, el presidente ejecutivo de la Sgae, y cuando enfilaba la calle de Alcalá para venir al periódico, me encontré con una orquesta municipal, que actuaba ante el despacho del alcalde Gallardón, en el paseo del Prado. Le pedí al taxista que se parara e hice una fotografía que he intentado enviar a Rosa; entre coches, se veía al fondo la orquesta, su director lanzando sus brazos al aire para desatar una música determinada, y alrededor una soledad absoluta, la increíble soledad que el asfalto le confiere a las ciudades. No escuché ningún acorde, en aquella atmósfera de coches y de urgencia, cuando en Madrid son las diez y media de la mañana y casi todo lo que suena es equivalente a la sonata para despedirse de casi todo, aquella acción solitaria de la banda parecía el grito mudo de un superviviente, pugnando por hacerse oír en el eco de un barranco. Llegué al periódico, abrí el teclado, y no sé por qué extraña razón empezó a sonar la música que no escuché cuando hice la fotografía. Y empecé a pensar en la soledad como la compañía de todo creador, y en esa soledad magnificada del director de orquesta en medio del asfalto y de la mañana. Banda

La mirada de Gonzalo Suárez cae sobre Guía de Isora

Por: | 03 de noviembre de 2008

Tuve oportunidad ayer de contarle a la gente que va al Festival Miradas Doc, de Guía de Isora, cuánto admiro a Gonzalo Suárez, y decirlo con él al lado. Gonzalo Suárez, el autor de Ditirambo, con la que se cambió la mirada del cine moderno en España, es unos de los grandes escritores de este país, cuyo azaroso comienzo en la literatura tiene su raíz en el periodismo, y más concretamente en el periodismo deportivo. Ahora es ya un maestro de la ficción, admirable creador de un mundo propio, insólito, dotado de una imaginación que confunde la realidad con los sueños. En su mirada está esa dualidad, y en su manera de reírse del mundo y de sus solmenidades. Muchos le leíamos en Dicen, la revista de fútbol que se hacía en Barcelona en los años sesenta, así que yo era un adolescente cuando me aficioné a su firma, que entonces era un seudónimo, Martín Girard. Era un periodismo distinto, literariamente arriesgado, y periodísticamente impecable, porque cumplía todas las reglas al tiempo que las rompía. Un día, lo contó anoche, se plantó ante el presidente del Inter de Milán, para el que trabajó en la época de Helenio Herrera, el genial entrenador, su padrastro, y le dijo que quería hacer cine y dejarse de periodismos y de informes futbolísticos, e incluso despreció un trabajo de enorme consecuencia económica que aquel patrón italiano tenía dispuesto para él. Ahí empezó a ser otro, y a ser tan solo Gonzalo Suárez, este personaje al que yo seguía como un fan desde mi adolescencia. Ahora acaban de hacerle un homenaje en la Seminci de Valladolid por toda su obra, que es grande, arriesgada, personal y extraña, profunda, una mirada rabiosamente independiente sobre la ficción y sobre la época (y las épocas), y a mi me cupo el honor de hacerle una larga entrevista que figura en el libro que el citado festival le ha dedicado. Pues ahora ha venido con su mujer, Helène, su compañera de toda la vida, y de todas sus correrías vocacionales, a hablar con Aurelio Carnero, gran impulsor del festival y del cine en Canarias, y conmigo, a este festival Miradas Doc que desde hace tres años se celebra con creciente éxito en Guía de Isora, la capital del sur de Tenerife, un lugar cuyo alcalde, Pedro Martín, quiere convertir en una referencia cultural que le quite a esta zona de la isla el aire de los dos monocultivos, la agricultura y el turismo. El festival lo dirige un poeta, Alejandro Krawietz, un miembro muy inteligente y versátil, silencioso y profundo, de esa nueva generación de canarios de la que hablábamos ayer, y trata de profundizar, con el concurso de documentalistas de todo el mundo, en la actividad de los cineastas que miran la realidad para dar una visión completa del acontecer humano, desde el sufrimiento a la felicidad. Setecientas películas compiten, y han tenido que seleccionar entre mil. Es una iniciativa extraña en una tierra en la que a veces sólo hay tiempo para carnavales, y es una ocasión de encuentro insólito entre cineastas de muchas nacionalidades que aquí reproducen un sueño que fue de la gente de la época republicana en las islas, la cultura se hace juntándose con aquellos que no hablan nuestro idioma pero que tienen una mirada que puede complementar la nuestra. Gonzalo Suárez vino a consolidar ese espíritu, y yo me sentí ayer muy feliz de sentarme a su lado, a escucharle y a hablar con él. Mientras hablábamos vino Javier Rioyo, que nos ayudó a adentrarnos en el mundo diverso de Gonzalo Duárez, y del documental, en el que él se ha convertido en un verdadero maestro. Antes, mientras nos tomábamos una pizza, le dije a Gonzalo que posara, y el resultado es esa fotografía que le he mandado a Rosa y que espero que no haya salido borrosa. Gonzalo miró a la cámara, desafiante, serio, así queél que ustedes ven es el Gonzalo que quiso ser en ese instante. De resto es un homnbre sonriente y jovial, divertidísimo, como se ve en su escritura, y en muchas facetas de su cine. Y ya me vuelvo; antes he pasado por El Médano, donde dormí anoche, para ver esta mañana el amanecer, que ha sido espectacular. El mar está tranquilo, la casa está llena de maderas, porque me han hecho un nuevo escritorio que está por aquí todavía desparramado, y el sol ya calienta como si fuera verano y el mediodía.

Gonzalosuarez

Una generación nueva

Por: | 02 de noviembre de 2008

He venido de Fuencaliente con una estimulante sensación, tras escuchar a jóvenes profesionales, creadores o gestores, canarios y peninsulares, hablar sobre lo que debería ser hoy la gestión de la cultura, y la cultura misma, entre nosotros, cómo debe servir a la sociedad y cómo debe dejar de ser manipulada en función de los compromisos (en el sentido más mezquino de la palabra) de los políticos que usan ese vehículo, la cultura, para pagar favores o para solicitar votos. Fue la que escuché una conversación múltiple e interesante, nadie dijo una palabra más alta que otra, los diálogos se desarrollaron en una armonía crítica muy favorable a las conclusiones tranquilas, y la atmósfera que viví fue la de un seminario de alta calidad protagonizado por gente que tiene (como dice Juan Cueto) la mirada distraída y no se anda, como dicen en América, con boludeces. Son gente de entre treinta y cincuenta años, en general mucho más jóvenes que yo, y aunque nunca me sentí ajeno a ellos sé que ellos tampoco están allí, o están en la vida, para mirar por encima del hombro a los que ya nos vamos quedando con la mirada emblanquecida por las canas. La verdadera convergencia es la de la fuerza con la experiencia, y la fuerza y la experiencia no tienen edad sino palabras, conceptos, ideas, y ahí viene una idea nueva, un concepto nuevo, basado en el diálogo y en la crítica que abundó en Fuencaliente y que a mi me ha llenado de esperanza y de entusiasmo. Para celebrarlo, le mando a Rosa una foto del horizonte canario desde uno de los paisajes de mi adolescencia, Guía de Isora y sus plataneras; aquí estoy, para el festival Miradas Dos, de documentales, en el que hoy interviene Gonzalo Suárez. Anoche cené con él ante este paisaje; me trajo su libro de aforismos. Mañana hablamos de eso.

La última letra hoy es para los amigos que ayer hablaron aquí de los premios literarios: para que un jurado lea 700 novelas tendría que estar leyendo tres años y doscientos diez días, según los cálculos más optimistas. Lo habitual es que varios jurados anónimos lean, según un criterio que ya se tiene contrastado, y seleccionen un número determinado de libros que luego lee el jurado que aparece en público. En el caso del premio al que hemos aludido, encuentro de una enorme injusticia para los jurados, para aquellos y para estos, cualquier sombra de sospecha. Alena, ningún premiado del premio Clarín era conocido, ninguna novela llegó marcada por ninguna recomendación. Lamento que la realidad sea más modesta que el sobreentendido.

El País

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