En la serie sobre maestros del periodismo que estoy haciendo para EL PAÍS (ya se han publicado las conversaciones con Ben Bradlee, del Washington Post, y Jean Daniel, de Le Nouvel Observateur) me tocó el último jueves hablar con Eugenio Scalfari, el que fue fundador y director de La Repubblica de Italia. Me acompañó en la entrevista Mónica Andrade, de EL PAÍS en Roma, por si se me atravesaba el italiano, y me ayudó muchísimo; y sobre todo me ayudó (como Bárbara Celis, de EL PAÍS en Nueva York, en la conversación con Harold Evans, que se publicará este domingo en Domingo) a ser testigo de la raíz del entusiasmo con el que estos veteranos del periodismo se siguen refiriendo a este oficio. Evans buscaba con el afán de un chiquillo ejemplos del diseño actual de los diarios, y Scalfari me cantaba los titulares tal como él hacía cuando decidía cómo presentar las noticias en su periódico. A los dos les pesa físicamente la edad, eso es obvio, pero ambos mostraban el extraño vigor que este oficio depara a aquellos que lo abrazan como si fuera un raro tesoro. Ser periodista es algo que puede ser todo el mundo, pero a cada uno el oficio lo agarra de un modo diferente, y si te agarra como a ellos ya estás listo, eres periodista toda la vida, y cuando cumplas 84 años, como Scalfari, seguirás cantando titulares a ver cómo suenan en la portada de tu periódico. Ha sido un enorme honor hablar con ellos, sentir con ellos el orgullo raro de este oficio que Scalfari llama cruel por las razones que ustedes leerán cuando aparezca la entrevista, tampoco es cuestión de que ahora destripe la serie, ¿no les parece? Por cierto, no sé si están siguiendo ustedes la interesantísima serie que publica EL PAÍS sobre el espionaje al que un consejero de Esperanza Aguirre somete a amigos y a enemigos. Tanto el consejero como la presidenta dicen ahora que el periódico publica estas informaciones porque quiere tapar las declaraciones de Solbes (también a EL PAÍS) sobre el negro panorama económico. Si ustedes me disculpan el corporativismo que quizá se trasluce de esta afirmación, diría que ambas reacciones, la del consejero y la de la presidenta, se parecen al cinismo como una castaña a otra castaña. Pero uno ya está acostumbrado: no importa el mensaje, lo importante es derribar al mensajero. En esas cacerías Esperanza Aguirre es una experta. Pero enfrente tiene al periodismo, con titulares cantados o no; ella contrarresta con la silenciosa ayuda de los suyos, y también de los suyos periodísticos, que son legión.