No suelo hablar aquí de algunas cosas; por ejemplo, no hablo de lo que se habla mucho, o quizá tanto como para no necesitar (a mi juicio) más subrayados; de lo que hago por esos mundos (hablo de donde voy, pero no digo qué hago, y no lo digo porque generalmente es algo que luego saldrá en el periódico...) De algunas cosas no hablo tampoco, o porque no sé o porque no lo he visto, o porque ya lo hacen otros, y sin duda mucho mejor. De algo de lo que no les hablé fue de mis conversaciones para la serie que comienza a publicarse mañana en EL PAÍS, con periodistas reputados de Europa y de América. Estuve en Washington con Ben Bradlee, el mítico director del Washington Post cuando ocurrió el caso Watergate, que cambió el modo de relacionar a la prensa con el poder, y que puso a Nixon contra las cuerdas. Este domingo, en Domingo, el periódico publica esa conversación. Espero que ustedes la lean y me la comenten; este es un momento crucial para el periodismo, desde el punto de vista industrial y desde el punto de vista de los contenidos; generaciones nuevas de periodistas están abordando un oficio que hasta hace nada se hacía con los mismos instrumentos que había en el siglo XIX, y ahora estamos en una situación nueva, inédita, asombrosamente distinta. ¿Cómo se juntan, en nuestro oficio, el pasado y el presente, que ya se llama futuro? Esos son algunos de los asuntos que hay que abordar para entender qué nos pasa a los periodistas de ayer y de hoy, y de mañana, y nada mejor que acudir a la experiencia para saber de qué se trata. En fin, ustedes verán. MIentras tanto, y ya que hablamos de periodismo, no olviden leer a Ibargüengoitia, si no lo han leído ya, y háganse con Diario de Berlín, de William Shirer, escrito entre 1934 (empieza en Lloret de Mar), en medio de una situación difícil, caótica, a la que él se enfrentó como un periodista clarividente. Les dejo una frase: "Pero dejad el poder en manos de hombrecillos y pueden convertirse en peligrosos". Vale también para los periodistas, sin duda.
Por cierto. María Luisa Capella, la esposa del poeta Tomás Segovia, me ha enviado la foto de las nietas del escritor en el Retiro. Nunca habían visto nevar; nacieron en México, viven acá; y ayer se encontraron ese espectáculo maravilloso que veían por primera vez. Mientras la clase política (y periodística) buscaba culpas, ellas se solazaban ante el mejor espectáculo que hemos visto en Madrid desde los tres goles de Messi al menos.