Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Mañana no será lo que Dios quiera

Por: | 31 de mayo de 2009

Mañana no será lo que Dios quiera es el título de la biografía novelada del poeta Ángel González escrita por Luis García Montero, su amigo. La presentamos anoche en la Feria del Libro de Madrid, con Joaquín Sabina. En el acto, celebrado en la carpa que tiene el nombre de Carmen Martín Gaite, hubo muchísima gente; en primera fila estaba la compañera de Ángel, Susana Rivera, que acababa de llegar de Estados Unidos, donde enseña literatura. Sabina leyó un texto en el que dice algo que refleja muy bien la relación que todos los (más) jóvenes teníamos con Ángel: era un maestro casi padre. Pero a alguna hora de la noche aquel ser pudoro y silencioso dejaba de ser padre para ser hermano y casi hijo. La portada del libro, que ha editado Alfaguara, editorial a la que pertenecí, reproduce una foto del Ángel niño, o hijo, que, como también señaló Joaquín, se parece muchísimo a la imagen del niño en la película de Charles Chaplin El Chico. Ahí está Ángel con su gorra ladeada, y su sonrisa confiada, su mentón corto (del que tanto habla Luis en su biografía-novela, y que fue la causa de que Ángel siempre llevara barba), y el brazo derecho aguantando un buen fajo de periódicos. ¿Cómo consiguió Luis vencer el pudor de Ángel para que éste le contara parte de su vida, al menos hasta 1951? Fue una tarea constante, que refleja por una parte la voluntad de saber del entrevistador y la amistad que le unía al entrevistado. Ángel quiso contar tan solo hasta 1951, que es la fecha en que vino a Madrid, a abrirse un camino más abierto que el que le esperaba, hacia atrás y hacia adelante, en Oviedo, su tierra natal. Contar ese periodo es en cierto modo contar la raíz de toda la poesía de Ángel González, pues antes de la guerra, durante la guerra y en la terrible posguerra se hicieron el miedo, la extrañeza, la desconfianza, y también la ironía desencantada que cubre de arriba abajo la poesía del autor de Palabra sobre palabra. Decía anoche García Montero que en la realidad presente Ángel vivía el pasado, y este libro se convierte por ello en una especie de caja negra de la literatura, de la ética y de la estética, del poeta. Le pregunté a Joaquín Sabina si ya sabía qué había detrás de los pudores de Ángel, y dijo que él había advertido, a partir de este libro, que que lo había era un subterráneo de objetos valiosos. Luis se declaró heredero de su poesía. ¿Y qué es su poesía, de donde viene? Es la poesía que refleja la relación del yo con el mundo; y en cuanto a la segunda pregunta: viene de Machado y de Juan Ramón. Fue un diálogo interesante que terminamos cuando ya había pasado la tormenta cuyo ruido de agua había marcado toda la conversación como un fondo musical de guitarras rotas o desafinadas. Hoy hace un día espléndido, por cierto; iré también a la feria, pero no tendré acto alguno. Procuraré ir por donde  no cae el polen.

Estuvo ayer Javier Cercas hablando con los suscriptores de EL PAÍS en la sede del periódico. Javier nació en 1962 y ha rejuvenecido; mantiene su energía, la que mostraba cuando publicó Soldados de Salamina y empezó a comerse el mundo, y a rodearse de lectores, y mantiene el entusiasmo con que habla de la literatura y de la vida. Pero ha ganado en asentamiento, ha madurado hacia adentro, y es, como siempre, y ahora más, muy gozoso escucharle hablar de literatura. Tenía en las manos (tiene en las manos) un libro polémico, Anatomía de un instante (Mondadori), su retrato del 23F, y siendo este un libro de contenido polémico, sobre el que mucha gente puede arrojar otras versiones, lo que nadie puede negar, nadie, es que ha construido un artefacto literario de una enorme envergadura, de una precisiónj literaria magnífica. Y aunque tenía ese libro entre las manos, los suscriptores y él optaron por hablar, fundamentalmente, de literatura y no de historia, de periodismo y no de sucesos, y eso enriqueció el conocimiento que todos queríamos del escritor. Uno de los suscriptores le dijo que creía en la literatura como instrumento para cambiar el mundo (como cree nuestro admirado Mario Vargas Llosa: nuestro, de Javier y mío, al menos), y Cercas sacó de su memoria esta espléndida frase de Franz Kafka sobre el valor de los libros: son "hachazos que rompen el mar de hielo que tenemos en nuestro interior". A Cercas le pareció ingenuo su inicio como lector, porque comenzó con Miguel de Unamuno. Discrepé. Unamuno es el gran escritor para iniciar en el conocimiento del valor de la literatura como instrumento para cambiar el mundo. Nada polariza más el espíritu, nada lo confunde más y lo estimula, como Miguel de Unamuno. Citó otros libros, como Rayuela de Julio Cortázar y Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, novelas en las que quiso vivir eternamente, y novelas en las que muchos quisimos hacer nuestra casa, y acaso seguimos viviendo en ellas. Hablamos de periodismo, claro; él contó su emoción (reciente) de vivir un día entero en EL PAÍS, viendo cómo se hacía el periódico, asistiendo a este milagro (lo dijo él) de cumplir la tarea ímproba de rellenar tantas páginas con tanta coherencia. Le preguntaron qué libro recomendaría ahora, y respondió lo mismo que a los que le preguntaron en el chat que sostuvo en elpais.com: El legado de Humboldt, de Saul Bellow. Mi imaginación se fue hacia el rostro de Bellow en un viejo filme de la televisión británica, el Nobel estaba bajo un puente de Chicago, hablando sin pestañear... La literatura es eso, escuchar o leer y dejar que la imaginación vaya haciendo su propia película. Luego nos fuimos a tomar una cerveza, que en el caso de Eva, la compañera de Mondadori que estaba con nosotros, fue una cerveza, como en el caso de Javier, y en el mío fue una manzanilla de Sanlúcar, porque yo sólo tomo cerveza de mi tierra cuando estoy en mi tierra, a ser posible cerveza Dorada que me recuerda tanto los años mejores de la juventud cuando empecé a tomar cerveza como si empezara a descubrir que el trigo se bebe. Y basta, que me estoy enrollando demasiado para el día tan hermoso que hace. Y ahora me voy a leer un libro como un hachazo que rompa el mar de hielo que tengo en mi interior.

El tono

Por: | 29 de mayo de 2009

Sé que esta reflexión que voy a hacer aquí ahora no servirá de nada, pero de ella procede muchas veces mi melancolía bloguera. La melancolía viene muchas veces de la perplejidad sin futuro; cuando no sabes por qué ocurren las cosas, te sumes en la melancolía, que es la consecuencia del esfuerzo inútil. No entiendo nunca cómo el desacuerdo entre comentaristas lleva a algunos de éstos al insulto, a la descalificación de grueso calibre; cuando me dicen que esto sucede en todos los blogs, que no hay que preocuparse por ello, ni siquiera intervenir para moderar, siento la misma perplejidad: cómo es posible aceptar como normal lo que simplemente es habitual. Respeto muchísimo las opiniones de la gente, y daría lo que fuera por ayudar a cualquiera a expresarse, y respeto al tiempo los viejos códigos del diálogo y de la discrepancia. Abomino de los insultos y de las descalificaciones hechas con las armas del desprecio y del odio. Y por tanto no acepto, ni aquí ni en ningún sitio, el tono burlón con el que se tratan las opiniones con las que discrepemos. Entiendo que lo habitual ahora sea lo otro, porque es lo que padece hoy la sociedad, pero lucharé siempre contra eso. Aunque me aconsejen que mantenga silencio sobre ese tono que deploro.

Y me gustaría sacar a relucir hoy aquí el tema del que más se habla esta mañana: la intervención de algunos importantes jefes de la Iglesia comparando las violaciones con el aborto, o comparando lo que ha ocurrido con los curas de Irlanda con el aborto. A mi me han parecido comparaciones muy desafortunadas, que me han dejado perplejo. Últimamente todo me deja perplejo, incluso el polen de la primavera. Hoy se abre la Feria del Libro de Madrid. Estaré mañana y el domingo; el sábado se presenta el libro de Luis García Montero sobre Ángel González. Allí estaremos. Estuve ayer en Oviedo, hermoso viaje, hablé de periodismo con los chicos, que tienen la edad que yo tuve cuando decidí que esta era mi vocación, contar, saber para contar. Aun sigue siendo, casi cincuenta años después, que se dice pronto.

Campeones

Por: | 27 de mayo de 2009

No me gusta la palabra, pero sí el sentimiento: campeones.

Me alegra por el fútbol sereno.

Por el fútbol bello.

Por el fútbol alegre.

Por la humildad.

Por la capacidad de reacción.

Por el trabajo colectivo.

Por la falta de arrogancia.

Por la belleza de los goles.

Por Iniesta.

Por Pep Guardiola.

Por la historia.

Y por los que sufrimos la derrota de Berna.

Una gran noche que me recuerda los mejores momentos de la afición al fútbol, que ha atravesado la vida de miles y miles de seres humanos cuya alegría es también la alegría del fútbol.

Campeones, sí, vencedores en una competición. Pero ganadores sobre todo del fútbol hecho para divertir.

Euforia o melancolía

Por: | 27 de mayo de 2009

Rita está por aquí; ya es mayor, nació en torno al año 2000. Estuve pensando hace unos días en sus dolores de cabeza, en su posible melancolía, en su euforia. Los perros tienen, como ella, estados evidentes de melancolía, que alternan con una euforia que es también como un exabrupto de alegría. Se alegra, mueve el rabo, te acompaña por la casa hasta que considera que ya su ansia de mimo está colmada, y entonces reposa en un lugar donde la luz no sea demasiado estridente. Ahora descansa a los pies de la cama de Eva, y yo me he puesto a escribir en realidad para reflexionar sobre la euforia y sobre la melancolía, a propósito de lo que ha de ocurrir hoy al término del partido de Roma, y he visto ahí a Rita y me he detenido a pensar en la propia melancolía, o en la euforia, de animales tan solidarios, tan alegres, cuya alegría viene de la nada, de un encuentro reiterado, o de un descubrimiento que es como un relámpago en su memoria. Nada será relativo hoy, ni la euforia ni la melancolía, serán cantidades rotundas, espectaculares, unos se alegrarán y otros se sumirán en la bruma de la desesperación de la derrota. Y al día siguiente cada uno irá a sus asuntos --yo, en concreto, a Oviedo, a encontrarme con estudiantes de bachillerato-- con su alma futbolística dispuesta a superar lo peor o lo mejor que haya sucedido. Y dentro de unos años quizá uno no recuerde que hoy iba a disputarse en Roma el partido del siglo. Rita, desde luego, ya no se acuerda en absoluto de lo que ayer tarde la hizo tan feliz.

La periodista en el debate

Por: | 26 de mayo de 2009

Siempre he admirado en Ana Blanco su sobriedad, que no es impostada; es una periodista consciente de que alguien que pone voz a las noticias ha de ser sobria, levemente institucional, muy seria; el énfasis es para otros programas; los noticiarios (los telediarios, en su caso) no son espectáculos; están ahí para que la gente se haga una idea de lo que sucede, y no para saber qué piensa el periodista de lo que está diciendo. Hay otros noticieros llamados de autor, y ahí es legítimo escuchar valoraciones, se sabe de qué va la cosa, no te engañan. Pero en los telediarios de Ana Blanco hay una obligación de síntesis noticiosa que huye de otra valoración que la estrictamente periodística. Con ese bagaje se puso anoche al mando del debate entre el popular Mayor Oreja y el socialista López Aguilar. Detrás del debate, pórtico de otras discusiones previas a las elecciones europeas del día 7 de junio, hay una larga negociación política (entre partidos) que decide el formato del diálogo. Y ahí viene el descalabro. A la buena periodista que es Ana Blanco se le somete a una obligación: es la responsable del minutado, y de la enumeración de los temas. Los dos debatientes se convierten (por su propia voluntad, o la de sus partidos) en individuos que enumeran, por el método Olendorf, los asuntos que creen que son de digestión adecuada para sus electores, y descuidan los asuntos que entre los dos van surgiendo a la atención pública. Los dos son buenos candidatos, y ambos pueden dar de sí un debate interesante, y la periodista que tenían entre ellos, organizando el diálogo, es extraordinaria. ¿Qué sucede? Que la política teme al periodismo, y los políticos (o sus partidos) se hallan cómodos con su corsé, diseñados por ello para que sólo les roce el fulgor de la discusión liberada. Es una democracia acartonada, que además tiene palmeros inmediatos que desdibujan el debate sobre el debate: antes de que acabara ya había algún medio que había decidido que había ganado uno de los dos (en concreto, Mayor Oreja). Para eso se quedan los debates, para que se ponga en marcha inmediatamente después (e incluso antes) el lugar común de las estadísticas interesadas. Y al público (y al periodismo) que le den dos duros.  

Inquisidores

Por: | 25 de mayo de 2009

No sé si ha sido muy afortunada la expresión de Mariano Rajoy sobre los críticos de su correligionario el presidente de la Comunidad Valenciana. Ha habido una denuncia por cohecho, se está investigando, y mientras se ha investigado un buen número de medios están recogiendo las informaciones que van surgiendo. Al principio del proceso algunos altos cargos del Partido Popular, incluyendo al propio presidente valenciano, declararon que aquello era un montaje, y lo han seguido diciendo. Hasta que el asunto ya llegó a manos de un juzgado que ha estimado pertinente seguir investigando. Me pregunto si Rajoy confunde el juzgado con la Inquisición. Si es así, resulta insólito comparar una cosa con la otra porque es como comparar la política con la mafia, pongo por caso. Creo que ni las campañas electorales justifican esta disminución del concepto de la justicia por parte de un responsable político. ¿Que se refería a otra cosa? ¿Quería decir que los inquisidores son los medios, u otros políticos? Acaso, pero podía haberlo dicho, y lo cierto es que la Inquisición juzgaba, a su manera, y aquí quienes juzgan son los jueces, y estimo entonces que esos son los términos de la comparación.

José-Miguel Ullán. Una devastación

Por: | 24 de mayo de 2009

En el mundo que vivo, en el que me he hecho, se está produciendo una devastación. En los dos últimos días hemos perdido sucesivamente a dos personas fundamentales en la historia literaria a la que nos acercamos a principios de los años setenta. El viernes murió Rafael Conte y anoche murió José-Miguel Ullán. He escrito para el periódico una semblanza de José-Miguel y empiezo precisamente por señalar esta devastación. Como señala hoy Elvira Lindo en su columna dominical de EL PAÍS, uno de los defectos de las necrológicas es atribuir al fallecido la identidad del que lo describe. Es algo contra lo que se debe luchar, e intento hacerlo. Confieso que es difícil hacerlo así a veces, porque muchas veces la propia identidad se ha ido haciendo con o gracias a otras identidades. Ullán fue el primer escritor no canario que conocí; enviaba colaboraciones precisas, exactas, escritas con una enorme profundidad literaria, al periódico en el que yo entonces estaba, El Día de Tenerife, y luego le conocí en París, quizá en 1972, camino de Neuchatel, Suiza, donde hubo un encuentro literario en el que también conocí a Ignacio Gómez de Liaño y a Saúl Yurkievich. Ullán fue para mi un deslumbramiento especial. Su inteligencia se juntaba con su ironía, y ambos factores eran un arma poderosísima ante la que tú tenías muy poco que hacer. Era muy emocionante su relación con su madre, y con Vilarino de los Aires, su pueblo de Salamanca. En París vivía un exilio peculiar: había dejado España en 1966 (la fecha no la he puesto en mi crónica de EL PAÍS, lo siento) porque no quiso hacer aquí el cuartel, que hizo más tarde, en la democracia, diez años más tarde, y en Tenerife, además. En ese exilio parisino fue un agitador cultural, un periodista, un poeta... Bueno, muchas de esas cosas las cuento hoy en EL PAÍS. Ahora registro aquí la emoción reiterada de la pérdida este día en que de nuevo la devastación hace sombra sobre el paisaje. Y es una sombra cruel, una nube negra y definitiva, concreta. Como decía mi madre cuando se producía un suceso del que no había regreso: de aquí adelante no hay más puerto.

Rafael Conte

Por: | 23 de mayo de 2009

Tiene toda la razón José María Guelbenzu en su concienzuda y hermosa despedida de Rafael Conte. Rafael era un empedernido lector que puso su entusiasmo por escrito. Era el lector entusiasta, o rabioso, si su entusiasmo resultaba defraudado por la lectura. Le recuerdo leyendo y tarareando, escribiendo y tarareando; las tareas más administrativas de su oficio las hacía tarareando. Su trabajo como periodista era la excusa para seguir leyendo, para hacer leer a los otros. Sus memorias las hizo, quizá, para ordenarse; le dio mucha importancia a los libros de los otros. De los suyos, que fueron pocos, se ocupó poquísimo. Tenía el ego dedicado a otra cosa: a leer, a fumar puros, a hablar con los amigos. Se sentaba con nosotros en la Redacción,. o a comer, y veías que sus ojos se iban de donde estaba, incluso de las discusiones larguísimas que él propiciaba, para adentrarse en penumbras cuya luz era el recuerdo de los libros. Su muerte es, como dice Guelbenzu, una gran pena para la literatura española, cuyo entusiasmo alumbró muchos libros y muchos autores que si hoy se pusieran en fila para despedirle probablemente rodearían varias veces el Parque del Retiro. Entre esos que le despidírían podrían estar también los lectores cotidianos que iban a buscar su comentario para tener una idea de lo que debían leer esos días.

Freud, Millás, Enric

Por: | 22 de mayo de 2009

Un segundo sólo les molesto su atención para recomendarles que lean, y comenten, esa cruiosa coincidencia que se da hoy en EL PAÍS: Millás y Enric escriben de Freud, y de lo más concreto y escatológico de los sueños humanos. En medio de la vida que vivimos, me ha parecido simbólico que ambos hayan llegado por separado a lo que más nos une.

El País

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