Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Las malas noticias

Por: | 30 de junio de 2009

Hay mañanas en que te despiertan las malas noticias; un avión que se estrella, una muchacha que muere a los diecinueve años de la gripe que ronda. César Vsallejo tiene esos versos sobre el almuerzo imposible del obrero que sale a la fábrica y la casualidad fatal no le deja seguir. La vida está ahí, acechando, y siempre ofrece su maldita dosis de azar, que te agarra a ti o agarra a otros cuando se disponen a vivir o a dar vida. Las noticias son las crónicas de aquellos hechos que rompen, para bien o para mal, la normalidad cotidiana, y ese ladrillo, o ese bramido, o lo contrario, a veces te toca a ti, alguna vez siempre te toca. Viene disfrazado en forma de enfermedad o accidente, o con los ropajes tibios de la naturaleza. Sin embargo, la estrategia es seguir como si no fuera a pasar algún día, porque si no no existirían ni la alegría ni la esperanza; nbo existiría ni la vida sino el muro que la tapia.

Estoy en Barcelona; me duele la cabeza; ahora regreso en el tren. Me dijeron: el tren es fantástico. Lo es. Si no va alguien a tu lado hablando por el móvil desde que sale de una estación y llega a la otra casi tres horas más tarde. Qué hacer con esos movilizados que no se levantan del asiento para contarle a la madre que están viajando de un punto a otro. Y qué hacer al menos para que abrevien la expresión de tamaña banalidad.

La noche extraña de Tegucigalpa

Por: | 29 de junio de 2009

Pablo Ordaz está ahora el epicentro de una extrañeza. La memoria había perdido hace años la costumbre de los golpes de estado en América Latina. Y de nuevo viene la bota a rectificar lo botado. América vivía una época excepcional de democratización, a veces a trompicones, y de nuevo reaparece la orden de la que aquí también supimos. Toque de queda. Cuando hay toque de queda y no es sino porque los militares no quieren que la vida se tuerza tan solo por los votos es que la sociedad fracas. El mundo entero ha pedido la restitución del orden inmediatamente pasado. No les harán caso. Los golpes de estado están ahí para quedarse. Pablo lo ve de cerca. Nos va contando esa noche extraña de Tegucigalpa. Atentos. Puede ser otro símbolo del mundo roto, uno más, el penúltimo.

El censor creador

Por: | 28 de junio de 2009

Me escribe la atentísima Miriam Gómez, la compañera de toda la vida de Guillermo Cabrera Infante. Lo hace a propósito de mi post de ayer. Esa frase, Ya no se puede más, que está en el borde final de la inmortal novela de Guillermo, Tres tristes tigres, es en realidad (y así lo contó Guillermo en un artículo, El censor creador) una contribución involuntaria de la censura. Dice Miriam: "No hay cita de Guillermo; la frase es el censor franquista que cortó todo lo que la loca decía contra la Iglesia [en Tres tristes tigres]. G se dio cuenta de que era un final perfecto, incorporó todos los demás cortes, pero ese lo dejó para siempre, está en todas las traducciones". Una coincidencia que convirtió una frase (Ya no se puede más) en un emblema del libro con el que cambio, en mi caso personal, mi manera de leer e incluso de vivir.

Es uno de los finales más gloriosos y simbólicos de la literatura que me gusta. Por esta vía acaso ustedes podrían ayudarme a buscar otros finales, los que ustedes quieran, de los libros de su vida.

Gracias a Miriam por iluminar el blog de hoy.

Ya no se puede más

Por: | 27 de junio de 2009

El amigo Juanma escribió ayer aquí que he comparado a Michael Jackson con Picasso, con Joyce y con Hemingway. Nada más lejos de mi intención. Tan solo quería hablar de la ansiedad, que él representa, y me serví de una frase que siempre me produjo una enorme congoja; es del Ulises de Joyce y la utiliza también Guillermo Cabrera Infante, a quien también citaba, en Tres tristes tigres, uno de los grandes libros de mi vida. Ya no se puede más. Escuché el otro día hablar de algunas frases famosas de la literatura, sobre todo en los comienzos de libros que están en la memoria literaria del mundo. Las citaba Antonio Muñoz Molina en Santillana del Mar. Entre los finales que siempre me han cautivado ese Ya no se puede más es mi favorito, porque cuenta en una sola línea del drama de los hombres, ese episodio final que se abre como una pared infranqueable, como un talud, como el símbolo del úiltimo instante de la ansiedad. No me gustan las comparaciones. No puedo comparar a Michael Jackson con los escritores o los artistas que admiro, porque a Michael Jackson no lo admiré nunca, con todos mis respetos para aquellos que, con todo motivo, le tienen en su corazón y ahora también en su memoria.  

Michael y la ansiedad de nuestro tiempo

Por: | 26 de junio de 2009

Lo vi una sola vez en un concierto, creo que en Madrid, en el momento culminante de una fama que no conoció desmayo. Estaba allá, a lo lejos, moviéndose con la eficacia de un mecano envuelto en ritmo, evolucionando según el esquema inagotable de su energía. Aceleró el ritmo de la vida: se quiso hacer de otro color, emprendió una huida en la que conoció las controversias de los pecados de siempre, pero los perpetró con la perversión contemporánea, creyendo que su poder, que era su fama, iba a mantenerlos impunes. Su música iba por un lado, por el lado de la creatividad imbatible de un genio insatisfecho, y su personalidad individual se colgaba cada vez más de la cucaña que no acaba nunca, la de la ansiedad de ganar, y de estar presente. Cada vez más ambas imágenes se fueron juntando, hasta que surgió el proyecto de arrasar a los cincuenta, con conciertos maratonianos que iban a devolverle, desde Inglaterra, al primer puesto en el que siempre quiso estar y donde muchas veces estuvo. Picasso pintaba para calmar la ansiedad, y Hemingway se pegó un tiro. Jackson tuvo, en esta despedida final tan abrupta, la rara complicidad de su corazón, que, como se dice en Ulises de Joyce y en los Tres tristes tigres de Cabrera Infante, dijo ayer tarde en Los Ángeles ya no se puede más. Quiso ser otro, e inmortal, lo fue; ya lo es, ya es inmortal y único, el solo, con su color desvaído y su tristeza amparada por un paraguas blanco, el más excéntrico, y el mejor, de los cinco hermanos.

Ardor guerrero

Por: | 25 de junio de 2009

Para los que creemos que Ardor guerrero marca un punto y aparte en la escritura de Antonio Muñoz Molina resultó muy reconfortante escuchar ayer en Santillana del Mar al profesor Ángel Loureiro hablar de esa obra maestra de la novelística del inventor de Mágina. En esa tesitura le siguieron Manuel Rodríguez Rivero y otros; Ardor guerrero, consecuencia autobiográfica, pero narrativa, de la estancia de Muñoz Molina en el cuartel, en San Sebastián, es un relato en el que aparece muy definida ya la melodía de la que habla el propio Antonio, y de la que habló ayer por extenso, tanto en la sesión que le junto con sus estudiosos en Santillana como en el coloquio que tuvo con Luis Mateo y con Angeles Mastretta en el Palacio de la Magdalena, en la sesión de clausura de este encuentro de Lecciones y Mestros que organizó por tercer año la Fundación Santillana. Y no sólo la melodía: la ambición literaria de escarbar en la realidad para agrandarla. Muñoz Molina está dotado de una lupa muy especial; dijo Justo Serna que es la lupa del historiador del arte, capaz de asomarse a las profundidades de un detalle para agarrar de éste todo su poder de metáfora. Muñoz Molina es el escritor que no se conforma. Un suceso de 1969, el viaje a la luna, tan distante de Úbeda, o de Mágina, dio de sí El viento de la luna, una memoria-ficción que rompe los moldes de los libros en los que los escritores cuentan la adolescencia, para contar una historia completa, la de los suyos cuando la época era aún más roda y más opaca. Ardor guerrero, en cierto modo, inició este tono, que luego regresó a Mágina, o a übeda, para contar una historia que aunque ocurra en Manhattan siempre tiene su raíz en el principio del vuelo. Pozuelo Yvancos le preguntó por qué Mágina y no Úbeda está en el centro de El viento de la luna. Porque diciendo Mágina puede inventar. Me pareció suficiente, esencial respuesta. Con la voluntad del entomólogo Fernando Valls insistió en la cuestión. Desde mi punto de vista no hay cuestión: Mágina es Úbeda, si tú quieres, o San Petersburgo. Los sitios no son nada: la imaginación los convierte en un territorio de aire donde habita, tan solo, kla melodía profunda de los escritores. Y Muñoz Molina tiene esa melodía de lo que no tiene lugar, sino el liugar que le pones. Estoy en el aeropuerto, llaman al avión; me voy. Acabaron las jornadas. Me voy con los territorios cruzados: Mateo-Mastretta-Muñoz. M. M de Maestros, por cierto. Adiós.

A la Maestra Liendre le regalan un blog

Por: | 24 de junio de 2009

Photo A la Maestra Liendre le han regalado un blog, y ha vuelto a sentir lo que sintió cuando de chica la sorprendía la vida escribiendo, o contando, lo que le daba la gana. Eso dijo ayer Ángeles Mastretta cuando le preguntaron lo que se pregunta a los escritores cuando ya no hay más preguntas: por qué escribe. Escribe para contar. La manía de escribir le viene de la manera de contar, y el blog, que hace aquí al lado, muy temprano en México, ha venido a colmar la ansiedad que de niña la convirtió en la Maestra Liendre. Liendre es la cría del piojo, y está en todas partes, saltando de un lado a otro. Se ganó la denominación de chica (de monifata, que diría mi madre, y la suya) porque estaba siempre escuchando en la casa lo que no tenía que escuchar. Le decía su abuela: "Es la Maestra Liendre, que quiere saberse las lecciones antes de escucharlas". Con esa actitud, primero se hizo curiosa y después se hizo escritora. Ahora tiene las mismas inseguridades que cuando empezó, y la misma pasión por contar. Por contar, y por cantar. Anoche, cuando ya se había vencido el día y nos adentrábamos en la madrugada, agarró su voz rota y empezó a cantar el bolero que le sirve de tono a su novela Arráncame la vida, que acaba de convertirse, también, en una película en la que ella no tiene que ver aunque le gusta. Cuando ya los últimos de la noche, entre los cuales estaba un servidor, celebrábamos el verano, la Mastretta, Liendre hasta el amanecer todavía, se lanzó a cantar Arráncame la vida, con el gesto de la chica que no se acostumbra a que se acaben las fiestas. Y por ella hubiera seguido. Por la mañana había leído páginas muy emocionantes de su relación con el padre y con la madre, y había contado esa historia de la Maestra Liendre. Aquí, a Santillana del Mar, la Fundación Santillana la trajo para ser protagonista de la serie Lecciones y Maestras. Ninguno de los participantes es maestro desde chico como ella, que se ganó el título ocultándose detrás de los sillones de la casa para escuchar, como una liendre, lo que le decían que no se podía oír. Y aquí está, con esas historias que oyó contándolas todavía en el blog que es para ella como un regalo de un cumpleaños que la vida le ha hecho cumplir todos los días, sobre todo por la noche. Y ahora me voy a escuchar a Antonio Muñoz Molina, excelso contador de historias, que tiene por dentro, en su melancolía literaria, una de las voces más originales y profundas de este universo en el que lo que se cuenta es al final lo que termina sucediendo.

Photo2 

P.D. Me olvidé de nombrar las fotos. En la segunda, cuatro críticos literarios: Joaquín Marcos y Fernando Valls, en primer término, y en segudno Pozuelo Yvancos y Santos Sanz Villanueva. En la otra foto, hay un grupo de asistentes a este curso de 'Lecciones y maestros'. Identificarlos uno a uno sería una labor de entomología que dejo a los lectores.


El día en que Luis Mateo se hizo funcionario

Por: | 23 de junio de 2009

Ese aire de hombre respetable, que lo es, oculta un Luis Mateo Díez distinto, un tipo que no tiene nada que ver con el carácter típico de los funcionarios; digamos que detrás de su aspecto de señor cumplidor, hay alguien que mira desde detrás de las cosas para verlas deformadas, como Valle Inclán o como Manuel Longares; deformadas o por lo menos a su manera, con el mojo picón en lugar del aceite y el vinagre. Su balcón de piedra en el ayuntamiento de Madrid, desde el que vio durante cuarenta años muchas de las cosas que cuenta hoy Amelia Castilla en su crónica de EL PAÍS sobre la primera jornada de Lecciones y Maestrios en la Fundación Santillana, en Santillana del Mar, le ha servido de catalejo de la corte de los milagros que se ha desarrollado ante su mirada en este lugar privilegiado de Madrid; desde allí ha visto de todo, desde elefantes a Papas falsos o atletas de ochenta años que hacen cincuenta kilómetros de campo a través bajo los soportales de la Plaza Mayor. Y contó Merino algunas otras anécdotas que sucedieron en la plaza de Villablino, en León, donde nació Mateo y donde es un héroe que se resiste a que le pongan una plaza, precisamente. Pero Luis contó un suceso de su vida que tiene el aire escalofriante de las historias que a veces se cuentan en sus libros, donde los pícaros se juntan con las casualidades. Él se jubiló hace dos años, me parece, y decidió hacerse funcionario hace cuarenta. Una fecha y otra tienen un hilo común. Hace más de cuarenta años volvía de Oviedo, donde había estudiado Derecho sin amor ni convencimiento; en Madrid quería probar fortuna como escritor, ya era poeta; paseaba por la Gran Vía cuando una mano fuerte se le despositó en el hombro. Asustado, miró hacia atrás y comprobó que era un amigo suyo de León, Eduardo Huertas. ¿Qué haces? Nada, en Madrid, esperando, respondió Mateo. Huertas ya era funcionario del ayuntamiento, y le convenció para que hiciera las oposiciones. Las hizo. Cuarenta años después, ya con la jubilación en la mano, el autor de Balcón de piedra fue al ayuntamiento a resolver los últimos trámites del jubileo. Estaba en la cola de la burocracia y sintió en su hombro la fuerza de una mano. Mateo, ¿qué haces? Se volvió y era otra vez aquel hombre que cuarenta años antes le había puesto también la mano en el hombro en la Gran Vía. Mateo, ¿qué haces? Mateo dijo ayer que un escritor es un mirón; él lo es; un tipo curioso que va por el mundo dispuesto a que sucedan cosas ante su vista, disponible para ser sorprendido. Primero que nada, para lograr la sorpresa tiene que estar en la calle. Y eso es lo que hay en los ojos del escritor Mateo, hambre de calle, porque tiene hambre de historias. Y ahora me voy a escuchar a Ángeles Mastretta, a ver qué historias nos cuenta.

En Santillana, con los maestros, y con Onetti

Por: | 22 de junio de 2009

Esta mañana empieza en Santillana del Mar, organizado por la Fundación Santillana, el tercer encuentro de Lecciones y Maestros, que este año reúne a Luis Mateo Díez, Ángeles Mastretta y Antonio Muñoz Molina, por este orden de aparición ante los concurrentes. Dos españoles, una mexicana, tres maneras de abordar la literatura, voces muy distintas y generaciones que se tocan. Estamos rodeados de especialistas en sus obras; José María Merino, académico también, presentará a su paisano Mateo; a Mastretta la presentará su colega española Nuria Amat, y a Muñoz Molina lo introducirá el miércoles el profesor Ángel Loureiro. Es la tercera edición; han pasado por aquí Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, José Saramago, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías. Aquí estoy, dipuesto a escuchar a los nuevos maestros del ciclo; me he traído algunos libros suyos, pero anoche estuve ojeando, como para preparar el centenario de su nacimiento, el último tomo de las obras completas de Juan Carlos Onetti, que ha preparado Hortensia Campanella y que edita el Círculo de Lectores. Como siempre hablamos de los cuentos o de las narrativas de Onetti, les recomiendo que se hagan con este tomo para leer, además de los cuentos, los artículos y otros textos literarios del autor de Juntacadáveres. Su precisión, su sentido del humor, su libertad de análisis te dejan sin aliento pero risueño: dos perlas, lo que dice de la novela Lolita, de Nabokov, que es demoledor, como si la novela le hubiera molestado personalmente; y lo que dice de Viaje al fin de la noche, de Celine, como si la hubiera escrito un hermano. Hace falta volver a los artículos de Onetti para tener una completa dimensión de su personalidad, que en este caso se derrama a favor de la libertad de mirar lo que hacen los otros. Ya les contaré de Santillana, en cuanto empiece a rodar. 

Hambre en Moscú

Por: | 20 de junio de 2009

En los años de la censura y del franquismo, cuando los servicios de prensa de la dictadura enviaban notas e incluso editoriales de obligado cumplimiento a los medios de comunicación, el periódico en el que me formé, El Día de Tenerife, guardaba entre sus artículos ya hechos, y enviados por aquel procedimiento, un suelto que se titulaba siempre igual y que siempre se publicaba en primera página. Ocurría cuando el periódico no tenía muchas noticias de primera; El Día tenía un formato mucho más grande que el que tiene ahora, era un periódico tamaño sábana, como el antiguo The Times de Londres y casi como el Corriere della Sera italiano. La información no era muy sustanciosa, pero el título de ese suelto que se repetía cada vez que sobraba espacio era este: Hambre en Moscú. La consigna era debilitar a la Rusia roja, y la dictadura estimaba que la divulgación de la miseria era una manera de minarla. Por aquel entonces había un editorialista en Arriba que se sentaba ante la máquina de escribir y gritaba: "¡Se van a enterar en Moscú!" Él creía que sus editoriales podían hacer tambalear el edificio soviético. Moscú era, pues, el objetivo; marcaron la palabra como si fuera la peste; el dinero con el que se financiaba a los comunistas (y en general a la oposición) venía de Moscú. Moscú era el origen de todos los males, y además allí se pasaba hambre. La resonancia de la palabra que denomina a la capital rusa se fue mezclando con el origen de todo lo perverso. Esa insistencia, me parece, consiguió lo contrario. Yo en concreto deseaba, siempre que aparecía esa información, que no hubiera hambre en Moscú. Ahora que recuerdo la anécdota ya se sabe que en Moscú y en muchos lugares del mundo. Pero ya el hambre no es noticia de primera página. O por lo menos, no lo es por los mismos motivos que cuando yo era un chiquillo que de vez en cuando metía la mano debajo de la platina para sacar de allí un hatillo cuyo título había que leer al revés y que siempre decía lo mismo: Hambre en Moscú.

El País

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