¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.
Juan Cruz es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.
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A los tinerfeños que seguimos a Pedro desde que era Pedrito y no se sabía qué nombre se le iba a poner en el dorsal, si el diminutivo o el nombre que ahora lleva, nos llenó anoche de satisfacción y orgullo el modo que tuvo de resolver este partido tan opaco del Barça contra el Shaktar ucranio. Ese gol es la metáfora de muchas cosas: de la capacidad de lucha de este chico de Abades, un pueblo de pescadores que está al lado de donde yo vivo, y del sentido de la oportunidad como síntoma de la calidad en el ejercicio del fútbol. El fútbol necesita héroes humildes, y este muchacho representa a la perfección el héroe que se hace desde chico tratando de hacer lo más que ama: jugar al fútbol en la calle. Ese gol, que los medios de Tenerife celebran como si fuera propio, va a marcar su vida, ojalá que para bien.
He seguido estos días con mucho interés la controversia sobre la figura de Joaquín Ruiz Giménez. Le conocí. La última vez que le vi fue hace al menos tres años en un concierto de Joan Manuel Serrat, en Madrid. Al final del concierto salió al pasillo del patio de butacas, a aplaudir como un fan. Era altísimo, de modo que se figura resultaba contundente e inconfundible. Estuvo en ese pasillo durante varios minutos, como si quisiera llamar la atención de Serrat, para que se acercara, o para que le llevara al escenario. Tengo en la memoria esa escena, que jamás antes había contado, como un momento raro que ahora no me voy a detener en juzgar. Pero sí tenía interés en preguntarle a Ferrán y a los amigos que quieran intervenir --pero nombro a Ferrán porque como historiador nos puede iluminar con datos sobre el asunto-- hasta qué punto es lícito en la vida el cambio de opinión; yo particularmente no participo nada de la idea de que las ideas son inamovibles, creo que la gente tiene derecho a cambiar, o a arrepentirse, como lo hizo Dionisio Ridruejo, como lo hizo también Pedro Laín Entralgo, y aunque menos explícitamente como lo hizo también don Antonio Tovar. En los tiempos más actuales se han producido cambios de actitud y de ideas también; a mi me parece lícito, siempre y cuando los que cambien acepten que los que piensen lo que ellos pensaron son también dignos de respeto. No se puede alardear del cambio propio despreciando la inmovilidad ajena, en un sentido o en otro.
Y buen sábado, por cierto, el último de agosto. ¿Ha sido un buen mes?
¿Cuál es el límite entre la información y el cotilleo? ¿Y entre la crítica y el insulto? ¿Y entre el comentario y la infamia? ¿Y entre el rumor y la difamación? Hay límites, claro que los hay, pero hoy se han diluido muchísimo. Se han diluido en el periodismo, como es evidente, por esa afluencia indecente de programas expresamente cotillas de la televisión y de la radio, a los que la prensa atiende cada vez con mayor profusión; y se ha diluido en la vida cotidiana, por simple contagio, y por pereza mental, cultural, intelectual. El cotilleo es como el gusano inservible de las frutas, lo quitas y parece que la fruta ya no está contaminada por la actividad modesta e insistente del gusano. Pero el gusano, en el mundo de la información malsana, es decir, del cotilleo, el rumor y la difamación, que muchas veces están juntos, es como un gusanillo, intriga su cuerpecillo, lo vemos deambular en torno nuestro y no nos decidimos a matarlo; creemos que es, tan solo, una sombra, y termina apoderándose de la fruta. Este contagio del cotilleo está afectando a la conversación cotidiana, daña a la esencia de lo que nos decimos y abre la puerta para aventuras aún más arriesgadas, en las que se pone en peligro la estima de los otros, y, aunque eso no se note en la superficie, nuestra propia autoestima. Ayer hablaba Gaspar Llamazares en el Congreso de "las mentiras de destrucción masiva". Hay mentirijillas que si se ponen juntas, y se animan a través del cotilleo, destruyen masivamente no sólo la conversación sino la reputación de las personas, generan un bicho bochornoso del que se tendría que prevenir la sociedad, y no sólo la sociedad de la cultura, la política o el espectáculo, sino la sociedad entera, que un día va a encontrarse que no halla otro tema de conversación que la que propone el cotilleo como materia informativa. El gen del cotilleo está excitadísimo, no le demos tregua.
Me sumo a los que lamentan que Paco Gómez quiera irse. No sé irá, cómo se va a ir Paco, estará ahí detrás, tomando apuntes, y luego vendrá. Ojalá.
Y por supuesto que sería muy celebrada, por mi, por todos, la vuelta de Ferrán.
Pero yo comprendo al que se va, al que vuelve, y al que no se va, porque muchas veces a lo largo del día y de los mil días que llevo acá, yo soy esos tres: el que se va, el que vuelve y el que no se va. Es una manera de ser, supongo. Y ahora, hablen ustedes de lo que quieran, que ese parece ser el destino: que uno proponga y ustedes dispongan.
Anoche tuve un sueño terrible; un grupo enorme de personas viajaba a través de un sótano húmedo y oscuro, acuciado por torturadores, perseguido por perros salvajes, hacia una zona aún más ocura, en medio de un olor sórdido. Al término de ese tramo que se hacía asfixiante, se veían luces, espacios sobre los que caía un sol insufrible, pero al fin y al cabo era claridad, luz, sol, la posibilidad del aire. Cuando la multitud llegaba más cerca de ese espacio, se advertía que eran en realidad claraboyas construidas entre bloques de hormigón, por las que se colaba una luz cegadora, pero por las que no podías sacar ni la mano. En esa atmósfera asfixiante se desarrolló el sueño, hasta que acabó la paciencia de la pesadilla. Entonces desperté, asustado. Por la noche había visto en las noticias las relativas a los torturadores de Bush, e imagino que la fina pátina que hay entre la realidad y el sueño se rompió y entró ese episodio reciente en mi propia memoria onírica, y ese debe ser el origen de esta inclemente, lenta, húmeda, asfixiante pesadilla.
Dumi, no se te ocurra marcharte. Le das muchas novedades a este blog, y me acuerdo mucho de ti, cómo no me voy a acordar de aquella muchacha rubia, con la carpeta siempre atada a las manos, activa, mirando.
Quiero personalizar hoy en Ramón Lobo, enviado especial de EL PAÍS en Kabul, esta reflexión sobre el porvenir del periodismo. Creo que el porvenir del periodismo está en la capacidad de los periódicos de mantener en lugares como ese, donde se cuece la historia en medio de un drama político de enorme violencia, a profesionales de la categoría de Ramón. Su trabajo responde a lo que Juan Cueto suele pedir para el ejercicio del oficio, la mirada distraída; Lobo ha ido a Kabul y se ha mezclado con la política, con la milicia, con la cultura, ha descrito la miseria y la nobleza, ha contemplado la mirada triste y la mirada ilusionada, ha contado cómo son los perdedores y los ganadores, y ha contribuido a dar al lector español o en español una dimensión muy próxima de la tragedia afgana que ahora ha aparecido en primer plano pero que muchas veces, durante mucho tiempo, sólo tiene lugar en las noticias por las consecuencias directas de la violencia. El trabajo de Ramón nos debe enorgullecer a todos los que creemos que el buen periodismo, el periodismo que salvará al periodismo, no es aquel que se basa en los lugares comunes que se envuelven en los papeles de celofán (muy bien pagados) de las opiniones más o menos rimbombantes, lanzadas con suficiencia en tertulias en las que nadie va con los pantalones manchados de hierba o de tierra o de sangre, sino que se basa en la contemplación directa de aquello sobre lo que se cuenta porque se ha vivido directamente. El periodismo de los enviados especiales que van a lugares como Afganistán es caro y es un riesgo, o viceversa; hacerlo dignifica el origen del oficio, y lanza un mensaje para los que ahora creen que periodista es gente que le dice a la gente lo que se le acaba de ocurrir. Un respeto para el periodismo: periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente; cuando ustedes vean a un periodista en primer plano pregúntense qué noticia ha protagonizado. Si no ha protagonizado ninguna noticia (no ha sufrido un ataque, no ha ganado un premio, no ha recibido un castigo) y está en primer plano, pregúntense si es verdaderamente un periodista. Y si ven que sólo opina, que no va al terreno, que no habla con la gente, que vive en el palomar de su ego, lanzando a diestro y siniestro su baba particular, pregúntense si merece la pena que se le considere del oficio. Ramón Lobo es un periodista, punto. Por eso sus crónicas de Kabul son fascinantes, porque te llevan al sitio con la emoción del que allí se encuentra concernido, primero que nada como ser humano, por el sufrimiento que luego cuenta con las armas del periodismo.
Quiero decir que Ángeles Mastretta canta muy bien, yo la he escuchado. Un día, cuando yo sepa manejar estas cosas, la invitaré a cantar para ustedes Probablemente, en la versión de Maná.
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