Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

La desigual batalla

Por: | 31 de mayo de 2010

Lo primero que salta a la vista de ese gravísimo incidente habido cerca de Gaza, en aguas internacionales, es la desigualdad de la supuesta batalla, pues un ejército, el israelí, ha dispuesto sus fuerzas contra un barco de cooperantes en el que es difícil imaginar batallones como aquellos de los que disponen sus atacantes. El resultado del encontronazo es terrible, dieciséis muertos, y al menos sesenta heridos. Ahora vendrán las discusiones sobre los detalles técnicos, o burocráticos, de ese ataque, sobre las circunstancias en las que iban los cooperantes, y todo será una bruma sobre la realidad de las muertes y sobre la realidad de la situación palestina en esa zona del mundo. Hay tres españoles entre los cooperantes. Estoy escuchando en la radio a uno de sus portavoces; dice que en el barco de los voluntarios no había arma alguna. La tensión va a aumentar. La paz se aleja, la guerra está en el alma de ese conflicto, y este ataque de anoche simboliza, una vez más, su virulencia, su complicadísimo final, y sobre todo la desigualdad naturaleza de los que están en los dos lados de la ya casi eterna batalla. 

La maldad

Por: | 30 de mayo de 2010

Llegué a la Feria del Libro ayer tarde demasiado temprano y aun no estaban en sus estantes los escritores a los que fui a saludar, así que estuve tomando el fresco, y el sol, y una botella de agua, charlando con la librera Lola Larumbe, de la librería Rafael Alberti. No sé por qué la conversación, en medio de aquella abigarrada muchedumbre, derivó hacia la maldad y la bondad como elementos que hacen girar o avanzar el mundo. Pero de eso estuvimos hablando, de la maldad a propósito y de la maldad involuntaria, de ese elemento que nos impulsa en un sentido o en otro, que genera la generosidad o la envidia, el odio o el amor; la maldad o la bondad son connaturales al ser humano, no se quitan o se ponen como se pone o se quitan el sol o un catarro, no es el resultado de una maldición o de una bendición; es, simplemente, el resultado de un ejercicio cotidiano de comprensión o de incomprensión, y uno ha de estar preparado si el elemento malo cobra más fuerza que el elemento que nos hace malvados, envidiosos o insolidarios. De eso hablábamos, y entonces Lola me recomendó que viera una película, La cinta blanca. Y, claro, como ella me ha aconsejado tantos libros buenos y ha acertado, le haré caso e iré a ver esa película. Después de la conversación estuve saludando a mucha gente que estaba en la feria, empezando por Kirmen Uribe, el autor de Bilbao-Nueva York-Bilbao, que tiene en la mirada ese aire de estar recibiendo por primera vez una noticia, y ésta es buena. Junto a él, en la misma caseta de Alberti, estaba Hernán Rivera Letelier, que viene del desierto de Atacama, en Chile, y que aquí ha estado promoviendo, por toda España, su premio Alfaguara. Está entusiasmado porque ha conocido en varias ciudades españolas a lectores que le han mostrado un entusiasmo que se lleva como un regalo. Y se lleva el entusiasmo hoy, pues esta noche viaja a su casa en el desierto. Escucho desierto y veo el mar, no sé si eso es locura o sólo locura pasajera. Por la noche estuve cenando con Ramiro Pinilla y con Fernando Aramburu, novelistas vascos como Kirmen, de generaciones distintas, Ramiro tiene más de ochenta años, y Fernando tiene 51. Uno vive en Guecho y otro en Alemania. La feria los junta en Madrid, y aquí estuvimos hablando de la maldad y la bondad en la mirada que hay ahora (desde dentro y desde fuera) sobre este país que un día, hace poco, parecía que iba a ser feliz al menos un rato más. Y ahora no es feliz, pero la conversación fue feliz. Eso le dije a Javier Rioyo, que también estaba, cuando esperábamos un taxi después de la medianoche y la feria estaba a oscuras, como tantas veces la esperanza.

Claves de Sol

Por: | 29 de mayo de 2010

A mi compañera Sol Gallego-Díaz, corresponsal ahora de EL PAÍS en Buenos Aires, le dieron ayer en Segovia el prestigioso premio Cirilo Rodríguez de Periodismo. Le darán más premios que la harán más famosa, y más importante; pero a diferencia de otros que reciben premios (o castigos) a Sol no le cambia el paso (de periodista) ni la vanagloria, ni la dificultad, ni siquiera la indiferencia. 

Ella personifica de manera ejemplar esa frase ya tan dicha (por mi, me excuso, pero por otros también) que dijo Eugenio Scalfari ante un grupo numeroso de aspirantes a periodistas: “Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. Sol personifica esa definición. Ella no está en este oficio para florituras, ni para hablar más alto que la realidad: está para contar la realidad, aquello que a ella le interesa y que ella deduce (siempre con buen criterio: eso es ser periodista) que le interesa a los otros. 

Ha desarrollado ese instinto, desde hace más de treinta años, en EL PAÍS, pero bregó en otros ámbitos antes de incorporarse a la Redacción del diario que ahora se siente (con razón) emblema de la transición democrática. Ella contribuyó, en su periódico, a acentuar esa imagen; fue protagonista, por ejemplo, pero como periodista, del proceso constitucional, pues a ella (y a su colega y paisano Bonifacio de la Cuadra) se debe el desvelamiento del texto constitucional que se iba dilucidando en secreto. 

 Pero eso es historia, y el periodismo es (decía Jean Daniel, me parece) la historia haciéndose, y ella hace historia (con sus historias) todos los días. Como he hecho muchas veces en mi vida con gente como Vicente Verdú o Juan Cueto, a veces telefoneo a Sol no sólo para saber cómo está (ahora, en Argentina) sino también para que me dé fuerzas para seguir sintiéndome periodista, alguien atento a lo que ocurre como si la vida me fuera en ello. Y ella consigue, en momentos de incertidumbre o de zozobra, cuando uno no sabe qué hacer con su energía, o con la energía que queda, abrir caminos en medio de los barrizales. 

Hace unos días la llamé a Buenos Aires, y me dio vértigo todo lo que tenía entre manos: acababa de hacer un espléndido retrato del fútbol como lo sienten los niños de una escuela que prepara a las futuras estrellas que quieren parecerse a Messi (o a Maradona), estaba a punto de entrar en un concierto de El Cigala, sobre cuya grabación de tangos había escrito ya una nota que respiraba su solvencia (la suya como periodista y la del artista como intérprete flamenco de la melancolía argentina). Y, además, estaba a un paso de viajar a la frontera uruguaya para ver cómo huele el asunto de las papeleras que enfrentan al paisito de Mario Benedetti con el laberíntico país de Jorge Luis Borges. Me dio vértigo. 

Pero es que esa es la clave de Sol: una periodista como aquellos periodistas que, en el pasado y en el presente, no saben decir no a encargo alguno, acaso porque sienten que en el solo encargo ya está la voz de los lectores llamando la atención sobre un suceso que alguien en alguna parte quiere conocer porque importa. Y hay un rasgo más de Sol que quiero resaltar ahora que es premiada otra vez, y lo será tantas veces. Es un rasgo que no necesariamente se tiene que transparentar en sus escritos, porque ella no es una escritora sentimental o metafórica, sino que va derechamente a los asuntos, como quería Azorín. Y ese rasgo suyo es la solidaridad, la verdadera, la profunda, la que no procede de ninguna impostura. 

 Si un día se hiciera un recuento de su periodismo se notaría que ahí, en esa solidaridad humana que se le transparenta, está la auténtica clave de Sol, de un interés universal, de una curiosidad entusiasmada, de la que se alimenta sin género de dudas el mejor periodismo de nuestro tiempo.

Algunas reflexiones sobre la sintaxis

Por: | 28 de mayo de 2010

Decía Joyce (me lo contó Masoliver) que ya que no se puede cambiar de país habría que cambiar de conversación. Me voy a Oviedo por la mañana y a Málaga por la tarde. Mi experiencia es que, cuando abandono Madrid, la conversación cambia. Creo que estamos a punto de cambiar de conversación, que este país no resiste más el ruido monocorde de la crisis, y que en algún momento entrará el aire, el acuerdo, cualquier cosa que nos quite los efectos de este meneo que ya parece eterno, azuzado a veces desde la naturaleza de los hechos y otras veces desde el inclemente deseo de que las cosas parezcan aún mejor. El resultado de la votación de ayer, a pesar de su inestimable incertidumbre, deja una sola interrogante, de momento: la viabilidad de la reforma laboral. Si ésta sale adelante sin otros traumas que los que ya están en el camino es probable que, en efecto, este país cambie de conversación. Y es probable que muchos no quieran cambiar de conversación. Pues no les quedará más remedio: la historia mejora siempre la sintaxis, y yo creo que ahora esta conversación se está diciendo mal adrede, se está llegando a los barrios más bajos de la discusión y ya no queda más remedio que exigirnos entre todos que mejoremos la sintaxis, que digamos con sensatez lo que sepamos, y que oigamos con sensatez (es decir, eligiendo) lo que nos dicen los más sensatos. No basta con decir, es preciso decir sabiendo, y es preciso también evitar que el tópico arrope las viejas ideas con las que ya no se puede conversar. El silencio también será un buen punto de partida para pensar o para dejar pensar. En este largo viaje del centro al norte y del norte al sur de este país tendré tiempo, imagino, para certificar que, en efecto, no todo esté país está cosido con el mismo hilo de la mala leche.  

Ah, y empieza la Feria del Libro y del Polen. Este mediodía. Mañana estaré por allí, a salvo, espero, de los ataques del polen cuya capital es el Retiro.

La quiebra

Por: | 27 de mayo de 2010

Tengo una amiga, Carmen Ros, que suele decir, cuando alguien le decepciona, o cuando se decepciona, que se le retira el deseo de seguir. Siento muchas veces esa pulsión, dejar, dejarlo todo, seguir la línea recta (o mareada) de la melancolía, y marcharme, buscar en la playa el rumor que no hallo entre el cemento, ni lo hallaré. Y ahora es uno de esos momentos: la crisis, las discusiones sobre la crisis, la envolvente y asquerosa abundancia del insulto en el ámbito político y en el ámbito social, hacen descender el nivel de exigencia a niveles ínfimos, y estamos nadando ya en aguas que parecen definitivamente turbulentas, aguas mareadas, sucias o rotas, aguas empozadas y envenenadas sobre las que alguien, algunos, ciertas corporaciones, muchos políticos, algunos periodistas también, lanzan su veneno lento, bien dosificado, para que ya sea imposible beber agua fresca. Ahora hay un debate importantísimo en el Congreso. Hubo ayer una importante decisión judicial sobre un caso gravísimo de corrupción habido en Valencia (y en otros lugares de España). Hay, sin duda, una enorme crisis financiera, económica, social y política en este país y en el mundo. Estamos, quizá, en el peor momento de las generaciones que ahora tenemos entre ochenta y veinte años; la memoria no alcanza otro momento tan infeliz como el que se padece (en los términos económicos y sociales, al menos), aunque es cierto que hay elementos (vivimos en democracia, las prestaciones sociales logradas a lo largo de los años permiten un bienestar que existe aunque esté amenazado) que permiten una esperanza aún latente de que esta crisis sea un túnel desde el que se vislumbra alguna luz de vez en cuando. Así que vivimos al borde de una quiebra, o vivimos en una quiebra, en un momento que alguna vez será el origen de una pregunta como aquella que se hacía Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral. ¿Cuándo se jodió todo esto? ¿Y qué podemos hacer para que no se siga jodiendo? Acaso el pesimismo no conduce por buen camino, pero ahora está ganando la partida el pesimismo. Nos queda la palabra ojalá, que es la otra parte de la frase Con la que está cayendo. Ojalá que no siga cayendo.

57

Por: | 26 de mayo de 2010

Quiero hacer 57 regalos

1. Una imagen de la bahía de Santander

2. Rita saltando de alegría al encontrarnos en la calle

3. La alegría de un pájaro que fue salvado del cautiverio en el baño de hombres del periódico.

4. La risa de un niño que no habla y está solo en su cuarto

5. Un libro nuevo

6. El primer día del verano

7. Zamba de mi esperanza

8. La salud

9. La memoria

10. Una escalera de la que penden helechos

11. La sombra de una calle en el día más caliente del verano

12. Agua al llegar a Cáceres el día más caliente del verano

13. Una ola en Quarteira

14. La solución automática del sudoku más complicado

15. Un viaje inesperado a una playa

16. Una playa

17. La orilla de una playa

18. La risa de Eva cuando aún es niña y no habla y acaba de ser pelada al rape por su abuela por temor a los piojos

19. La bondad

20. La nobleza

21. El buen olvido

22. Lanzarote al atardecer, por Famara

23. El agua fresca que amaba mi madre

24. El sombrero de paja que me regaló Manu Leguineche

25. El sombrero de paja que usaba mi padre

26. Don Emilio diciendo FiCHte en lo alto del encerado de la clase en la universidad de La Laguna

27. La ventana de la librería, frente al Instituto

28. El día que pedí trabajo en el periódico

29. La primera vez que entré en el periódico

30. La risa de Isabel

31. La risa

32. La primera vez que subí a un avión

33. La primera vez que entré en el mar

34. El café al despertar

35. El café al despertar por la tarde

36. La escritura

37. Don Domingo dirigiéndose a sí mismo la interpretación de La Marsellesa

38. El álbum del Barça que me regaló Rafael

39. La bufanda de Rafael

40. El Camino Largo y tú

41. El Camino Largo

42. La primera estantería que me hicieron los carpinteros

43. El Médano

44. La caída del sol en el Médano

45. La silueta del doctor Toledo ante Montaña Roja

46. La primera entrevista

47. La última entrevista

48. Las islas Cíes

49. Un día en que el sol entraba de lado en mi cuarto del periódico y eran las cinco menos cinco del verano, en agosto

50. Un día en que me puse moreno por primera vez

51. La noche en que Nando simulaba tomar la luna sobre la arena gris de Los Cristianos

52. El hielo que transportábamos en Los Cristianos

53. Un mantel blanco que se escapa de una mesa donde hay nécoras y otros colores

54. La vida misma

55. La vida

56. El camino de mi casa a la escuela.

57. Tú

La feria, los libros y el asma

Por: | 25 de mayo de 2010

Asocio el asma a los libros, porque la postración que producía el asma en mi adolescencia me llevó a la radio y a los libros, y ahora asocio la Feria del Libro de Madrid, que está a punto de comenzar, con el asma, otra vez, porque el polen que llena la atmósfera (y en Madrid es poco: en Bilbao el polen se podía recolectar) convierte los días y las noches, de nuevo, en un sufrimiento que hace que exclamemos de nuevo: "¡Al diablo la maldita primavera!" Los efectos se habían ido diluyendo en los últimos años, pero ahora ha vuelto de manera invasiva este efecto terrible del polen en los ojos, en la nariz, en los pulmones; aunque es una afección conocida, cuyos síntomas ya son connaturales a la estación y a la tradición en que se convierten las enfermedades crónicas, su aparición abrupta constituye ya una de las peores sorpresas del año. Hay algunos paliativos, que tienen contraindicaciones igualmente molestas, porque algunos de ellos conducen al enfermo a una somnolencia de la que no se escapa ni con dosis altas de cafeína. Este sueño que producen Ebastel y otros medicamentos que los médicos aconsejan es ya uno de los efectos perversos de esta maldita primavera. Confío en que la tan temprana aparición de lo más grave de los síntomas sea señal de que esta alergia desaparezca pronto y la feria sea para nosotros los alérgicos, en efecto, una fiesta del libro. Ayer pasé por el Retiro; ya están alzadas las casetas que luego van a ser los habitáculos de las ilusiones de tantos autores (y de tantos lectores) que consideran este un punto culminante del año en su relación con los libreros, que son los verdaderos protagonistas de este intento anual de poner el libro en la conversación (y en las manos) de la gente. El Retiro es la capital del polen. A ver cómo lo resistimos. Seguro que hay remedios que aún no conocemos los asmáticos.

La memoria involuntaria

Por: | 24 de mayo de 2010

El viernes último algunos amigos me regalaron una tarde de libros en Toledo. Allí, a la librería Taiga, me llevó mi antiguo amigo Gonzalo García de la Torre, que en los tiempos más oscuros del franquismo y más claros del antifranquismo tuvo una hermosa librería en Tenerife, de la que conseguíamos algunos de los libros que nos hicieron a los jóvenes de entonces. Él nació en Toledo y ha vivido por esos mundos, hasta que recaló de nuevo en Toledo, aunque tiene a sus hijos (y a sus 19 nietos) en la isla de Tenerife, algunos de ellos ejerciendo el noble oficio de libreros. Gonzalo me llevó a la Biblioteca, y después me llevó a la librería, para hablar de memoria con él y con otros amigos, entre los que estaba el escritor (y profesor) toledano Fernando Martínez. Como hablábamos de memoria, Fernando trajo una ficha en la que había transcrito una frase que aparece en Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, y que me parece una de las mejores definiciones de memoria que he leído en mi vida. La leí en su tiempo, pero ahora Fernando me la ha refrescado, con gran alegría por mi parte. Esta es:

"Esta imagen me asalta ahora con violencia, casi sin provocación y pienso qué mejor que la memoria involuntaria para atrapar el tiempo perdido, es la memoria violenta, incoercible, que no necesita ni madalenitas en el té ni fragancias del pasado ni un tropezón idéntico a sí mismo, sino que viene abrupta, alevosa y nocturna, y nos fractura la ventana del presente con un recuerdo ladrón. No deja de ser singular que este recuerdo de vértigo, esa sensación de caída inminente, ese viaje brusco, inseguro, esa aproximación de dos planos por la posible caída violenta permita saber que el tiempo, como el espacio, tiene también su ley de gravedad. Quiero casar a Proust con Isaac Newton".

 

Suso Mariátegui

Por: | 22 de mayo de 2010

Murió Suso Mariátegui, cantante de ópera, profesor, autor de obras sobre su oficio, entusiasta de la belleza, como aquel Cortázar que escribía en París, en medio de la soledad y la esperanza, la Rayuela que le hizo imprescindible. La noticia me agarró, precisamente, escribiendo de esa actitud entusiasta de Cortázar, y cuando acabé de hacerlo nuestro amigo Fernando Delgado me dio a través del teléfono esta noticia tremenda tan inesperada. Le conocí hace más de cuarenta años en el Colegio Mayor San Fernando de Tenerife, donde alternaba tareas de dirección de esa residencia estudiantil con sus estudios en el Conservatorio; la última vez que le vi fue cerca de su casa en Las Palmas, donde nació. Hacía sol, la tarde invitaba a mirar el mar, a charlar de la belleza de la vida, o del silencio, ante ese océano que a él le llenaba de vida, y de esperanza de vivir con otros la maravilla de amar el arte. Hoy escribe en EL PAÍS Juan Ángel Vela del Campo una hermosa evocación de este amigo al que ahora despedimos; siempre había, ante él, la sensación de que la vida iba a ser infinita, que siempre habría tiempo para reír y para cantar y para pasear y para viajar; él tenía y esparcía esa sensación de eternidad en su voz y en su risa, que le caracterizaba. En medio de las amarguras que nos esperaban a todos, Suso era la esperanza y la alegría, la certeza de que jamás en la vida, como el personaje de Hemingway, nunca estaría triste una mañana. Y ahora aquí estamos, señalando su muerte como la peor pared de este universo que siempre está levantando paredes en las que se observa la desesperación inesperada de los rasguños. Nos dejó una enorme alegría, la que regaló, pero eso no puede impedir ahora la evidencia de esta tremenda nostalgia por la interrupción abrupta de una vida que fue generosa, divertidísima, y tan feliz.  

Queremos tanto a Julio

Por: | 20 de mayo de 2010

Día desapacible ayer en Madrid, que prosigue esta mañana: una ventolera despiadada azota las ventanas y mueve los árboles como sueños locos. Sin embargo, anoche, en la Casa de América, un remanso de paz convocado por Julio Cortázar. La cátedra que lleva su nombre y que depende de la Universidad mexicana de Guadalajara dedica estos días unas jornadas al autor de Rayuela, que da nombre a esta institución que pusieron en marcha Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes para contribuir a la perenne memoria de Julio, muerto en febrero de 1984. Intervinieron, entre otros, el citado Carlos Fuentes, su colega nicaragüense Sergio Ramírez, el profesor Julio Ortega, el escritor chileno Carlos Franz, y la viuda de Cortázar, Aurora Bernárdez, su primera mujer. Estaba en la sala, también, Carlos Álvarez, editor, estudioso de la obra cortazariana, y responsable, con Aurora, de un hallazgo de primera magnitud, Papeles inesperados. Ahora los cajones de Julio, que Aurora abrió al fin para hallar maravillas, siguen dando de sí, y se anuncian nuevas sorpresas. El diálogo entre Ortega y Aurora, lleno de anécdotas que completan, que ayudan a completar, la figura de Julio, fue chispeante; Aurora, que tiene ahora 90 años y que fue, en los tiempos de Rayuela y sus aledaños, la inspiradora cotidiana de las historias de Cortázar, mantiene una memoria privilegiada y punzante, no sólo sobre el que fue su marido sino sobre el entorno literario y político que ambos compartieron. Aunque a Aurora no le gustan las entrevistas (sólo le ha dado una a Álvarez, precisamente), Ortega le hizo una entrevista en toda regla, y ahí supimos de viva voz, además de otras opiniones o circunstancias, cómo nació aquella famosa instrucción para subir (o bajar) las escaleras, que fue producto de una divertida conversación equívoca entre Aurora y Julio. La sala estaba abarrotada de jóvenes lectores, y de lectores maduros también; después de un purgatorio (que afecta a tantos escritores), Cortázar volvió a los escenarios de las librerías y de la lectura, en torno a 1993, y su poder de seducción sigue intacto y al alza tantos años después de su muerte. En 1993 hubo en España (y en América) una campaña editorial que se llamó Queremos tanto a Julio. El eslogan triunfó porque era verdad, y sigue vigente, porque jamás dejó de ser verdad. Es una buena noticia en medio de tanta ventolera como hace en esta ciudad en la que el polen parece una nueva piel de Madrid, este lugar de resquemor y ruido. 

Ah, no dije nada ayer de los ojalá del periodismo que lanzó en EL PAÍS Elvira Lindo. Añado mi ojalá. Ojalá. 

El País

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