Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Nube de tags

Ayer tarde estuve en la Biblioteca Nacional, con Herta Müller. Hay una excelente crónica hoy en elpais.com de Javier Rodríguez Marcos, que siempre va al corazón de lo que se dice y explica con la convicción de un buen periodista lo que se dice y no lo que no se dice. A veces he pensado que hace tan buenas crónicas porque también es un buen poeta, y no hay mejor manera de encontrar la metáfora de las cosas que habiendo leído mucha poesía: Si además la escribes, es siempre posible que aquello que toques resulte especialmente intenso y atractivo. La prosa de Herta Müller, por cierto, procede de la poesía, y por eso es intensa y duradera, se queda, como ha escrito Mercedes Monmany, en el alma de los lectores por muchísimo tiempo. Su libro tan conmovedor Todo lo que tengo lo llevo conmigo debería ser una lectura inexcusable para quien quiera conocer la raíz más dramática de la memoria de la soledad en nuestro tiempo. Es un libro que se toca como se toca una herida antes de que crezca (o mientras crece) el odio. 

    Pero, caramba, yo no quería reproducir lo que escuché anoche, que eso ya lo hace Rodríguez Marcos. Lo que quería es hacerme esta pregunta: ¿por qué los escritores no van a escuchar a los escritores cuando éstos hablan en público? Me sorprende esto siempre. Cuando fui editor los llamaba, y congregaba, a veces con mucho esfuerzo, a algunos que finalmente venían y se encontraban con sus colegas. Pero ahora que ya no soy editor ni hago estas cosas me fijo mucho en esa escasez: ¿por qué no van? Anoche había, que yo percibiera, dos escritores, el propio Javier y el argentino Patricio Pron. Si hubo otros y no los vi, me excuso. Herta Müller es una escritora con una potente voz propia, acaso una de las voces que de manera más intensa alude a los problemas de nuestro tiempo, cuya raíz es la barbarie doble que padecieron Europa y el mundo, los crímenes nazis y los crímenes del estalinismo. 

    ¿Por qué no van los escritores a escuchar a los escritores? ¿Porque ya los oyeron, porque no les interesa lo que digan, porque ya están saturados de escuchar, porque no necesitan contrastar sus experiencias con las experiencias ajenas, porque ya están hartos de escritores? Van cuando son muy amigos, y lo ponen de manifiesto. Siempre me lo he preguntado en silencio, por qué no van, y creí que ya era hora de preguntármelo en alta voz.

    

Viva África

Por: | 29 de junio de 2010

Los agoreros que quieren que las cosas salgan mal advirtieron de los peligros inherentes a hacer un Mundial de Fútbol en África. Si hubieran hablado de un Congreso Eucarístico no hubieran sido tan agoreros. O de un Mundial de Rallies, porque parece que África es tan solo un paisaje sobre el que se alzan dromedarios y muchos peligros. Y está ocurriendo el Mundial de Fútbol con una puntualidad y una eficacia excelentes. África está, de este modo, rompiendo muchos de los lugares comunes en los que se ha cimentado el desdén con la que ha sido mirado, como un continente erizado de recovecos de los cuales no se puede esperar sino sorpresas desagradables. Ganará quien tenga que ganar, el que juegue mejor o el que más favorecido sea por los árbitros, pero ya está ganando África. Se lo merece el continente, se lo merecen los surafricanos, se lo merece Mandela, cuya sombra benéfica aletea sobre este acontecimiento igual que aletea sobre todo lo positivo que ahora se sabe de África, y se lo merece el maestro John Carlin, que tanto ha hecho por mostrar por estos contornos la realidad verdadera de ese pueblo entusiasmado cuyo comportamiento en este Mundial es una lección para todos los aficionados del mundo, vuvuzelas aparte. Viva África, pues, y que siga viviendo para que algún día conozca la felicidad que se merece su entusiasmo por la vida a pesar de todos los tiempos infelices o terribles.

¡^Perdón, perdón! ¡Cómo pude olvidarme de Uruguay!

Por: | 28 de junio de 2010

Para un retrato del engreído

Por: | 28 de junio de 2010

Amo Argentina. Y quiero que su equipo gane la Copa del Mundo, si no la gana España. Pero confieso que lo que dice y hace Diego Armando Maradona me pone muy difícil el desarrollo de ese afecto. Independientemente de la polémica sobre el gol marcado en fuera de juego por Tévez, que tuvo sin duda su efecto en el resultado, es evidente que la selección argentina es mejor que la selección mexicana. Pero cuando leí la entrevista con Maradona que hizo Clarín y que publicó ayer EL PAÍS deseé fervientemente que Maradona recibiera un susto de la realidad. En esa entrevista se dibujaba como un genio que ha decidido dejar que sus futbolistas desarrollen libremente su propio genio en la cancha. Para decir, de inmediato, que el gol que los salvó en el primer partido de este campeonato, marcado por Heinze, un gran comediante, lo había diseñado él personalmente en los entrenamientos, y que por eso había ido gritando por ahí: "¡Salió la jugada!" En la lista de elementos que configuran el retrato del perfecto engreído hay muchos que casan perfectamente con el carácter de Maradona. En primer lugar, que a él se le ocurre todo; en segundo término, que incluso aquello que no se le ocurrió formaba parte de sus intuiciones. Después, que todos los demás son desechos de tienta, hasta que él (como en el caso de Messi) los unge porque ya se parecen a él. Ante personajes así es muy difícil mantener el amor por el fútbol argentino; yo quiero mantenerlo, y quiero que avance en este campeonato y que Argentina le dé una gran alegría a Argentina, siempre que no sea en detrimento de España. Ah, y si Argentina cae, y si cae España, ahí tenemos a Ghana. No estaría mal que, perdidas las otras alternativas, África ganara el primer Mundial de África. 

Defender la alegría como una trinchera

Por: | 27 de junio de 2010

La revista Rincones del Atlántico es, en la tradición de las revistas culturales canarias, que hay muchas, algunas muy rompedoras y muy buenas, una contribución rara, porque incluye cultura, fotografía, amor al paisaje, literatura; y no suele ser común que una revista que exprese sin ambages su amor al paisaje incluya todas las otras cosas, y ésta lo hace; y sobre todo no es común que las revistas que ponen el paisaje por encima del hombre (y este no es el caso: en esta el hombre es el que contribuye a hacer el paisaje) abran su número con un poema de Mario Benedetti. Y esta lo hace, porque esta no es una revista únicamente sobre el paisaje, sino sobre el hombre en su paisaje. Y ahí están, estampados, los versos del maestro uruguayo: "Defender la alegría como una trinchera/ defenderla del caos y de las pesadillas/ de la ajada miseria y de los miserables/ de las ausencias breves y las definitivas". 

    La verdad es que en ese poema, que preside la página de presentación del número (doble) último de la revista están resumidas muchas de las consecuencias actuales de los desmanes que en el pasado han impedido una relación natural, justa, del hombre con el paisaje en las islas. Ha habido miseria y miserables que la han hecho posible; y ha habido y hay caos y pesadillas. Y, cómo no, se han producido ausencias cuyo hueco es muy difícil de llenar y cuyo vacío se siente como el ruido de una piedra en un estanque encerrado. 

    La revista se presentó el viernes en el Espacio Canarias de Madrid, justo después de la presentación del libro de Alberto Omar que ayer reseñé aquí. Conocí a su director, Daniel Fernández Galván, que me dijo que la revista, cuyo formato y contenidos responden a una saludable ambición de calidad, subsiste gracias a una publicidad a la que se le reclaman contenidos, pero que no recibe otras subvenciones. Este es el número 6/7, que corresponde a los años 2009 y 2010, pues la periodicidad es anual. Ustedes pueden hallar información en esta dirección: [email protected], y pueden encontrar detalles de la revista en www.rinconesdelatlantico.com. Hay en este número que presentaron el viernes algunos asuntos cuyo interés, para este lector al menos, conecta con algunos elementos fundamentales de la historia cultural isleña del siglo XX: el fotógrafo Francisco Rojas, y su extraordinaria colección; la obra de Juan Davó, el autor de ese retrato fantástico de Domingo Pérez Minik que durante decenios presidió la casa del maestro; la obra "panteísta" del poeta Pedro Lezcano; el trabajo botánico (desperdiciado a veces, olvidado tantas veces) de Eric Ragnar Sventenius... 

    La revista es voluminosa, como un objeto, y vale 18 euros. Su contribución literaria y fotográfica es verdaderamente cuidada; representa, ya digo, una contribución rara a nuestra bibliografía paisajística, llena de chovinismos estomagantes que aquí, por fortuna, no aparecen. Por eso recomiendo que ustedes se acerquen a esta breve enciclopedia de las islas en la que algunas encontrarán datos para la melancolía y otros hallarán la melancolía misma de imaginar qué hubo y pudo quedarse y qué no volverá más a ser paisaje, naturaleza e incluso paisaje humano. Eso sí, lo que queda hay que defenderlo como una trinchera, como se defiende la alegría de volver. 

Alberto Omar desafía al fútbol mundial

Por: | 26 de junio de 2010

Doña Amparo Walls, la madre de Alberto Omar, le dijo hace poco al autor de La canción del morrocoyo, una especie de Leonardo da Vinci de la creación literaria en Canarias:

-¡Desde niño hacías teatro!

Parece que Alberto, después de las comidas, ponía a toda la familia a actuar, y de ahí le vino una pasión, el teatro, que inunda todo lo que hace, la poesía, las novelas, su propia gestualidad cuando está alegre, cuando está triste o cuando presenta un libro.

Le vi presentar hace unos meses su último libro, Inmenso olvido, en la sede de Caja Canarias, en Tenerife; Caja Canarias ha editado la novela, y allí estaban convocados muchos de los numerosos amigos y paisanos de Alberto Omar, hasta llenar por completo el aforo de afecto y de curiosidad por esta nueva obra.

Y ahora, este último viernes, Alberto ha venido a Madrid, a presentar Inmenso olvido, en el Espacio Canarias de la Calle Alcalá.

Si hay un día de este año en concreto que amenazaba la asistencia a cualquier acto cultural en la capital de España, ese día era este viernes 25 de junio. La selección española de fútbol jugaba un partido decisivo en el Mundial de Suráfrica exactamente a la misma hora en que estaba convocada la presentación de Alberto. Y unos minutos antes de esa hora en que los taxis hacían sonar sus bocinas y la gente se recogía en sus casas para ver si España pasaba o no a octavos, cayó sobre Madrid una tormenta perfecta, terrible, que me hizo pensar que mucha más gente iba a pensarse dos veces acudir a la presentación de una novela.

Pero llegué a este precioso centro literario, librero y artístico que dirige María Teresa Mariz y allí me encontré con la gratísima sorpresa de que el desafío que Omar había hecho al Mundial de fútbol había terminado a su favor: el recinto estaba repleto, como si Alberto hubiera obrado un milagro. Es cierto que Omar tiene poderes mágicos en las manos; sus amigos acudimos a él para que nos cure el dolor de cabeza, y su voz y sus gestos siempre terminan haciendo el milagro del sosiego en muchos de nosotros. Todo eso le ha servido para su trabajo en el teatro, le ha servido para la escenografía y para los diálogos, para imaginarse muchos a la vez, y parte de esas artes seguro que las ha usado ahora para conjurar las dificultades que imponían sobre su convocatoria las circunstancias que concurrían en el acto del viernes.

La novela de Omar fue presentada por Pilar García Padilla, periodista. La historia parte de una heroína, “un gran personaje” cuya “vida rota” recuerda las vidas rotas de Simone de Beauvoir; la mujer se llama Eneida y de su tremendo viaje personal le sana la literatura. Pilar y Alberto hablaron de esa capacidad que tiene la escritura de sanar al que la utiliza para explicar o para explicarse. Para llegar a Eneida Alberto ha partido “de la vida diaria, de los sucesos que uno puede leer cada día”, como en definitiva hacen los dramaturgos o los guionistas: la vida está ahí afuera, y los ojos de Alberto siempre han sido como un imán para los dramas dichos o contados, y no conozco a nadie como Alberto para escuchar a los otros. De modo que él es la voz de Eneida, pero podría ser todas las voces de Inmenso olvido.

Le preguntó Pilar: “¿Desde cuándo te recuerdas creando?” Ahí es cuando Alberto Omar contó la anécdota de doña Amparo, su madre: siempre estuvo creando, siempre estuvo moviendo personajes para encontrar la difícil armonía de la literatura o el teatro, para verse reflejado en lo que escribe o en lo que inventa. Lo que escribe le sirve para salvarse, para salvar a sus personajes y para salvarse él, pero también para salvar a los otros, sus lectores, que salimos de él sabiendo más de su mundo de figuras que en muchos de sus contornos se parecen a su personalidad múltiple, como dibujada por un artista al que él lleva la mano. 

El artículo de Vicente Verdú

Por: | 25 de junio de 2010

Vicente Verdú publicó ayer en la sección de Cultura de EL PAÍS un artículo que podría nutrir una polémica literaria muy importante sobre lo difícil que les resulta darse a conocer a los escritores que no están ahora en la zona del monocultivo literario. El texto es una reflexión muy aguda, también, sobre lo que nos corresponde hacer a los que estamos en medios de comunicación para subrayar lo nuevo, lo insólito, lo que no se podría conocer si no se asumiera el riesgo de avisar sobre lo que no se avisa. Se ha producido en la sociedad editorial o literaria el espejismo de la abundancia; se publica mucho (ahora algo menos), y se expresa la idea de que la literatura está en un momento pletórico. Pero es evidente que hay libros que duran días o pocas semanas en las librerías, y que pasan en el silencio más absoluto y oneroso, perdidos en el agujero negro del desconocimiento. A eso alude Verdú; habría que añadir algo que está implícito: hay alguna gente que vende muchísimo, y hay otra que no vende nada. Como decía Rosa Montero hace unos días en el ciclo Lecciones y Maestros de Santillana del Mar, antes vender mucho era sinónimo de poca calidad, y vender poco era sinónimo de exquisitez. Ni una cosa ni la otra, pero no puede ser que el único baremo sea el baremo de las ventas. Y con respecto a las ventas: estaría bien que Nielsen, la empresa que audita las ventas de ocio cultural, diera a conocer por las vías que estime convenientes las ventas reales que se están produciendo en este país, para no se depriman tanto los que no venden, y para aquellos que venden mucho sepan exactamente la dimensión de su éxito, y que lo sepa la gente. Me parece que este es un buen momento para armar una buena discusión sobre lo que dice Verdú. Es un buen momento que, como tal, se dejará pasar también porque ahora las discusiones interesantes duran lo que los buenos libros en las librerías.

La noche más triste

Por: | 24 de junio de 2010

Iba a ser la noche más alegre, ese símbolo de la fiesta mediterránea, y ha terminado siendo la noche más triste. Es difícil sustraerse a la terrible metáfora de las despedidas que hay en esas voces ahogadas por el llanto que viene de la noche y que ya surca, como una sábana herida, las vidas de tantas personas que de pronto encontraron que la soledad es la metáfora más oscura porque implica la ausencia, la dramática ausencia que ya jamás se podrá olvidar. De qué manera golpea la vida, decía César Vallejo; hay golpes en la vida tan fuertes. Ahora quienes lloran la ausencia tendrán para siempre en los renglones de su vida esta tachadura roja, tremenda, la tachadura con la que este San Juan queda ya inscrito en el almanaque de los peores sucesos. Silencio y rabia; la vida no da marcha atrás; tiene su marcha, como un viento helado que hace la noche fatalmente inolvidable.

 

Rosa Montero, carta de batalla por la escritura

Por: | 22 de junio de 2010

En 1990, en medio del mayor fracaso de su vida pública, que fue su fracaso como político, le preguntaron a Mario Vargas Llosa para qué escribía. Y este hombre al que muchos ven como el Clark Kent de la escritura, el infatigable y robusto autor de novelas como La guerra del fin del mundo o Conversación en la Catedral, respondió: "Para escapar de la pena". 

Es común, para eso dicen muchos escritores que se ponen ante la máquina del escribir, ante el papel y ante el ordenador; para ordenar la vida, para escapar de la pena. Esta mañana, en Santillana del Mar, ante el auditorio de la serie Lecciones y maestras, lo dijo de muchas maneras Rosa Montero, la autora de Cronica del desamor y de una docena de novelas en las que poco a poco ha ido ganando peso su capacidad para contar lo propio y lo ajeno sin desdeñar ni el dolor propio ni la compasión por el dolor ajeno. 

Ella dijo que durante algún tiempo consideró que contar el dolor propio era indicio de un exhibicionismo que considera impúdico y literariamente improcedente; y luego ha ido viendo que la narración del propio dolor, siempre que aspire a alcanzar los límites que requiere la literatura, es perfectamente legítimo. 

Fue una confesión literaria de gran calado personal, como lo había sido el relato anterior, en la misma serie, de Héctor Aguilar Camín. Como si esa literatura del testimonio íntimo estuviera abriéndose paso en los autores como la explicación más auténtica de aquello a lo que aspiran: a comunicar qué pasa diciendo en primer lugar qué les pasa. Rosa Montero fue siempre, desde aquella primera novela que se cruzó en su vida como el testimonio de una generación (lo dijo Elvira Lindo, lo dijo Lola Larumbe) que estaba sintiendo más o menos lo mismo que ella escribió, una mujer entrañada en su tiempo, un testigo radical de lo que ocurría. 

Jamás dejó de estar comprometida, como periodista, como novelista, como ciudadana, ante el devenir de los sucesos, políticos, culturales, sociales; sus entrevistas (y ha sido una de las mejores entrevistadoras de Europa, lo sería todavía, si se lo propone otra vez) han sido históricos retratos de personajes que a otros se nos hubieran escapado vivos; cuando se empeñó en la ficción, que es ahora su trabajo principal, aparte de sus columnas en EL PAÍS, Rosa Montero alternó la ciencia ficción (o la ficción) con el examen de los materiales narrativos que constituyen el trabajo de un narrador, además de adentrarse en el relato de vidas que se parecen, como en Crónica del desamor, a las vidas que realmente pasan. 

Ella es consciente de que en ella habita la loca de la casa, la imaginación, y atiende su latido, a veces con más prontitud, a veces con más dificultad. Su discurso de esta mañana es una expresión sincera, y por eso fue aplaudida, de una preocupación verdadera: cómo contar sin dejar nunca de mirar hacia adentro. La encontré más sosegada que nunca, como si en efecto el dolor del que habla le haya ayudado a comprender aún más el sentido que siempre tuvo su velocidad, su imperiosa velocidad para ir a las cosas: entender cuanto antes para explicar cuanto antes. 

El sosiego de ahora, su madurez, no le ha restado a Rosa Montero ni un átomo de su frescura, pero le ha dado una hondura que sólo dan los ojos cuando saben de qué textura es el interior de los dramas. Su carta de batalla por la escritura fue, en definitiva, una saludable lección contemporánea, de una mujer que ha pasado por casi todo lo que ha pasado su generación, incluyendo lo peor que pasa cualquiera que quiera mirar hacia adentro pareciendo que mira a los lados. Con Vargas Llosa, Rosa hoy decía, y lo dijo, que se escribe para escapar de la pena, pero contando la pena. 

Héctor Aguilar Camín: crónica de una novela quieta

Por: | 21 de junio de 2010

No es común escuchar a los escritores hablar de sus fracasos; lo hacen por escrito, en raras entrevistas, o en privado, en la soledad en la que clavan los corchos de sus incertidumbres. Pero es muy poco habitual oírles expresar sus derrotas, aunque fueran derrotas provisionales, ante un auditorio. Una de esas raras ocasiones sucedió esta mañana, en la inauguración de Lecciones y maestros, la serie anual de encuentros literarios que organiza la Fundación Santillana en Santillana del Mar y que este año concentra a Héctor Aguilar Camín, Rosa Montero y Manuel Vicent, y de la que en EL PAÍS está haciendo crónica puntual mi compañero Jesús Ruiz Mantilla. Aguilar Camín, el mexicano autor de La guerra de Galio y de Las mujeres de Adriano, abrió los coloquios con una declaración honda y sorprendente acerca de la interrupción melancólica, abrupta, de la novela en la que narra, en la línea de su El resplandor de la madera, la relación difícil de sus padres. Héctor andaba describiendo los abismos de ese desencuentro de sus padres, había escrito ya bastantes folios, y de pronto la novela se le esfumó, se le escapó de las manos como una mala bruma, y ya no fue de arrancar de nuevo, como si la historia, que ya es un nudo en la garganta, se convirtiera en una herida insuperable, en la reconstrucción de un universo que le pesa como le hubiera pesado la piedra oscura de la propia vida de su padre, o de su madre. Como si la novela se le hubiera hecho vida y ésta fuera imposible de vivir de nuevo. Leyó Héctor algunos fragmentos de esa novela que estaba escribiendo, ante un auditorio en el que de pronto se representó esa misma historia personal como si fuera el espejo colectivo de cada una de las historias de cualquiera de nosotros enfrentado a la biografía, desesperada o confortable, de la familia o de los padres. Esa lectura, que fue pausada como quizá fue la misma escritura, se interrumpió abruptamente, como si de alguna forma se estuviera haciendo todavía en la conciencia o en la memoria, pendiente aún de resolver aquella mirada del padre que regresa con él en un coche, borracho aún, desprendido de la verja de la casa familiar en la que finalmente no volvió a ser recibido. Héctor dijo, mientras su padre lo miraba así, en la soledad del coche: "Tengo que recordar esto para escribirlo algún día". La interrupción significa, acaso, que aún esa historia se le está escribiendo y aún no le ha llegado a los dedos, a ese lugar misterioso en el que finalmente se decide que una historia aun no escrita ya puede terminar de escribirse.

Y es curioso: hablé de esta interrupción de la novela quieta de Aguilar Camín, terminé el blog y pulsé la tecla de publicar. Horas después comprobé que el azar de la técnica dejó incompleto lo que yo había completado. La casualidad ha querido reproducir aquí lo que en cierta manera también le ha sucedido al escritor mexicano con su novela quieta en la que prolonga la atmósfera en la que se adentró cuando escribió El resplandor de la madera. Ahora la técnica no me deja reconstruir lo que ya escribí, que estará en el agujero al que se van las cosas de las que no quedan ni borrador ni copia. La vida misma.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal