Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

4816, en la calle Zurbarán de Madrid

Por: | 31 de julio de 2010

Hay muchas clases de matones. Los matones propiamente dichos, los matones orales, los matones que insultan, los matones que agreden y huyen. Esta mañana, en torno a las once, en la calle Zurbarán de Madrid, esquina a calle Fernández de la Hoz, observé la acción de uno de estos últimos matones, los que agreden y huyen, y quise denunciarlo. Él estaba a bordo de un Smart de color azul, conducido por una joven de sus mismos años; habían sido multados por una agente municipal que se dedica a estas tareas, y no debió gustarle al matón que agrede y huye que esta humilde servidora pública se fijara en su automóvil, en el que él era copiloto, para adjudicarle una infracción. Entonces la insultó, luego le tiró una botella de agua que me salpicó a mi también, y finalmente salió huyendo. Le grité para recriminarle lo que hizo, pero ya traspuso hacia la calle Almagro, rumbo a su olvido o a lo que fuera. Le dije a la señora agente que debía denunciar y ella me contó que no valía la pena. Me dio pena que no valiera la pena. Es una pérdida de tiempo, reiteró, y a mi me volvió a dar pena que ella considerara que denunicar al matón mañanero era una pérdida de tiempo. Entonces llamé al 112, para darle los datos de lo que había sucedido. Me preguntaron si había habido heridos; no hubo, a no ser que se consideraran heridas las heridas verbales. Y me preguntaron si la señora agredida quería denunciar. Entonces les dijo que no, y ellos me dijeron que no perdiera el tiempo. Anoté la matrícula, eso sí, y la señora también la anotó. Aquí dejo tan solo los números, 4816, para excecrable memoria de nuestro tiempo, como decía nuestro añorarado amigo Alfonso O´Shanahan.

"Retrato de un amigo"

Por: | 30 de julio de 2010

Ahora me doy cuenta de que durante años regalé este libro que acabo de volver a comprar, "Pequeñas virdtudes", de Natalia Ginzburg, editado por El Acantilado, y resulta que no lo tengo en casa, o no lo encuentro. Era el libro que regalé en una época, antes de pasar a regalar "El revés y el derecho", de Albert Camus, publicado por Alianza. Tenerlo de nuevo, restituirlo a mi colección de libros hermosos, me ha dado un enorme placer, me ha aliviado de otras controversias mentales, de ciertos dolores de cabeza, del cansancio enorme que siento a veces por lo que veo, por lo que oigo, ante lo que yo mismo hago, ante lo que percibo como estado de ánimo general, que a veces es también mi estado de ánimo. Ese libro lo regalé durante algunos años sobre todo por el retrato que hace Natalia de su amigo y coetáneo Cesare Pavese. Pavese representa para mi la expresión máxima del cansancio que produce la vida, y lo he leído desde que era una dolescente con la misma fruición con que leí a Miguel de Unamuno o al propio Camus. Y ese pequeño texto, escrito por Natalia Ginzburg tras el suicidio de Pavese, me conmovió, me parecve uno de los más extraordinarios y melancólicos perfiles de lo que es un amigo y de lo que es, en esencia, la amistad arriscada frente a los tímidos que tienen por la vida el más decidido de los desprecios. Lo recomiendo, recomiendo ese retrato, del mismo modo que recomiendo las crónicas familiares (Léxico familiar, en concreto, en Lumen); no sólo evoca los mejores ángulos, los más íntimos, los más arriesgados, de la amistad, sino que también solivianta, como una caricia furtiva, la ternura que aún sirve para seguir viviendo. A pesar de todo.

"Triunfaron los animales"

Por: | 29 de julio de 2010

Quiero dejar algunas cosas más o menos claras.

Tengo muchísimo respeto por las personas a las que les gusta la lidia.

La lidia ha dado de sí escritores brillantes; en primer lugar, el inovidable Joaquín Vidal.

No soy aficionado a los toros.

Tengo muchos amigos que son taurófilos.

No lo critico. Yo no soy taurófilo.

Tampoco me gustaría que esta circunstancia fuera criticable. No lo debe ser.

La decisión del Parlamento catalán proviene de una proposición popular: buscaron firmas para que se debatiera la prohibición (o no) en el Parlamento. Se debatió. Ganaron los que están en contra de la ley que permite la lidia y posterior muerte del toro.

Me pregunto qué hubiera ocurrido si, en el ejercicio de la democracia, el resultado hubiera sido distinto.

Me pregunto por qué establecen (la presidenta de Madrid, por ejemplo) que la decisión coarta la libertad. Coartar la libertad es impedir que eso se discuta.

Me pregunto por qué ahora le echan la culpa a Zapatero de la decisión del Parlamento catalán.

Me pregunto por qué mezclan la patria con los toros. Pero, en fin, de eso ya hablamos ayer.

Lo que quería decir, en realidad, es que portadas como esa de hoy de El Mundo en que aparecen sonrientes, en sus escaños, el presidente Montilla (que, por cierto, votó en contra de la prohibición) y el vicepresidente Carod, sobre el titular enorme "Triunfaron los animales" (como queriendo decir) anima a sentir que aquí se está buscando otra cosa que una discusión sobre si es o no lícito lidiar y luego matar a un toro.

Me pregunto qué sentirá el que puso ese titular. En general, qué sentirá quien puso ese titular.

Y ya no me pregunto nada más porque estoy harto de preguntas y de titulares en los que se mezclan churras con merinas o toros con patrias. Estoy harto, francamente. Este país necesita unas vacaciones de titulares.

Toros de España

Por: | 28 de julio de 2010

Con respecto a la polémica sobre si deben o no prohibir los toros tengo esto que decir:

1. No se deben prohibir.

2. No se deben estimular.

3. Si se consumen, como en Canarias, que se consuman; mientras haya gente que quiera verlos, que los vean.

4. Si se permiten se acabarán antes.

5. Los empresarios taurinos de Barcelona están deseando que los prohiban, dicen, porque cada día son menos negocio.

6. Me molesta produndamente esa relación automática que establecen muchos entre rechazo a los toros y nacionalismo.

7. Hay muchísima gente no nacionalista (ni española, ni catalana, ni nada) que no quiere que haya toros.

8. Desprecio como pocas teorías la teoría de que quien está contra los toros está contra España. Es como si no te gusta el jamón serrano o el chorizo o, en Francia, el queso Camembert y en Italia la mortadela de Bolonia y eso resultara sinónimo de antipatriotismo español, francés o italiano. Las patrias, qué pereza.

9. Es una polémica cansina y estúpida que sólo revela que, a pesar de la crisis y el desempleo y otras cuestiones verdaderamente graves, la gente se entretiene con dos de pipas.

10. Uf, qué cansancio.

Los periodistas narradores

Por: | 27 de julio de 2010

Están hablando de periodismo (y de narrativa) en la UIMP de Santander dos de los grandes periodistas-narradores de América Latina, Juan Villoro y Leila Guerreiro, mexicano, argentina. Los señalo porque en América Latina se está haciendo ahora el periodismo literario más atrevido de nuestra lengua. Y en ellos simbolizo a muchos compañeros y colegas suyos que están levantando a peso la lengua narrativa como instrumento eficaz para contar las cosas que ocurren allí y por el mundo.

El curso está dirigido por Basilio Baltasar y organizado por la UIMP y la por la cátedra Jesús Polanco, que nació para seguir la vocación de la extraordinaria persona que le da nombre, para juntar el pensamiento o la creatividad latinoamericana con los mismos elementos de la vida española. Un puente, exactamente.

Esos dos periodistas-narradores identifican, junto a otros, sin duda, un estado especialmente saludable del periodismo en lengua española. Basan su escritura en los hechos, en su conocimiento, en el sentido del humor, en el manejo deacuado de su propia cultura, tienen como referencias a grandes maestros del género, no renuncian a ello, y no renuncian a ninguno de los instrumentos que el periodismo tradicional (que es también el llamado nuevo periodismo) ofrece a los que quieren romperlo para hacerlo mejor.

Decía en la sesión de ayer Joaquín Estefanía que el periodismo está siendo sometido a una tormenta perfecta, desde dentro y desde fuera, y Juan Luis Cebrián aseguró (como Manuel Vicent dice a veces) que el periodismo fue siempre narrativo, literario, literatura. En España tenemos muchos ejemplos de que esto es así, y los tenemos en la actualidad y en la historia.

Creo que el futuro del periodismo pasa por reivindicar esa condición narrativa, literaria, para contar hasta el fondo las cosas; decía Azorín que, para hacer buen periodismo, había que ir derechamente a las cosas. Hasta cierto punto. El periodismo literario (por ponerle ese adjetivo a lo que es periodismo a secas) basa su eficacia en la introducción de la duda, del circunloquio, de la referencia extraviada que regresa al texto para explicarlo mejor.

Eso es lo que hacen Villoro y Guerreiro, por citar estos dos nombres ya que se da la coincidencia de que están en Santander. Ellos son elementos de una geografía humana periodística que le da mucho sentido al futuro de este oficio que quizá no sea el mejor del mundo pero es el que nos gusta a los que creemos que es el mejor oficio del mundo después del noble oficio de vigilante de playas desiertas. 

Después de la tragedia

Por: | 26 de julio de 2010

Después de las tragedias, las especulaciones, las investigaciones, los resultados de las investigaciones. Nada remedia lo que ya sucedió. La vida todo lo convierte en pasado. Este mismo suspiro, esta palabra misma, es pasado ya, incluso mientras se dice. Ahora ya toda lágrima es carne de hemeroteca, y las hemerotecas son el sudor lastimoso del pasado; hasta las alegrías son ahí, en las bibliotecas del pasado, esqueletos de lo que ocurrió, pues hay que seguir viviendo y sólo vale como experiencia lo que nos sucedió a nosotros mismos, no exactamente lo que sucedió. Y la experiencia, decía Celine y lo recogía ayer en sus comunicados poéticos el editor Pere Sureda, es un olor que percibe tan solo el que lo respira. Así que la tragedia es una dolorsa experiencia que primero es un eco inmenso, mundial, y después es tan solo el abrazo íntimo que se dan los familiares, los amigos, aquellos que ya tienen como inolvidable aquello que para los demás fue una noticia colgada en la experiencia acolchada de las hemerotecas.Somos el eco de lo que nos ocurrió, y el vago eco de lo que ocurre.  

La tragedia de la Love Parade

Por: | 25 de julio de 2010

Se imagina uno esa avalancha, la desolación, la asfixia, el tiempo congelado en medio de un terrible caos que es en algún momento, también, el caos infinito de la desesperación y de la ausencia, y finalmente la inconsciencia, el final, el silencio que uno no busca, el silencio impuesto por el desastre total al que la casualidad trágica somete a la vida. Asustan las avalanchas, son cantidades incontroladas que van cayendo como caemos desde el primer escalón de las escaleras en los accidentes inesperados y terribles. Miles de jóvenes sometidos a la obligación asumida de divertirse en grupo, en una ciudad casi deshabitada que de pronto es la capital de Europa de la fiesta, y casi sin solución de continuidad la capital europea de la tragedia. Ahora se harán todos los análisis, se harán las recomendaciones para que deje de haber situaciones así que propicien estas terribles consecuencias. Pero ahí está esa pesadilla que, por cierto, ya es pesadilla: anoche soñé; estábamos en un aeropuerto, una señora pedía en la taquilla de un aeropuerto la lista de los miertos en la Love Parade, una azafata le alargaba un recorte de periódico, y la mujer miraba con atención los nombres extranjeros, y algunos españoles, y luego rompía a sollozar, calladamente. Yo la miraba, mirando a mi vez otro papel en el que venían los heridos y los muertos. Los nombres, todos los nombres, de una tragedia que ahora marca este verano con el aire oscuro de muchas desolaciones. 

Razones para seguir

Por: | 24 de julio de 2010

Una amiga a la que conocí en la adolescencia de ambos me preguntó ayer, a su manera, qué razones hay para seguir luchando en una sociedad difícil, mezquina, llena de esquinas de vidrios hirientes. Siempre que me hacen esa pregunta, que esta vez era una pregunta honda, desesperada y difícil, pienso en los desayunos. Durante años sólo tomé café para desayunar; en un tiempo mi hija, que entonces era, ella también, una adolescente, decía que en mi casa sólo se cocinaba café. Un día un médico extraordinario, del que he escrito aquí más de una vez, el doctor Rafael Lozano, me conmino a dejar el café; una taza o dos después de comer, pero jamás café al desayuno. Había que combatir la ansiedad; la ansiedad es una curva que comienza en el apresuramiento, prosigue en la rabia, y termina siendo espejo del odio que uno siente por la vida, incluida la propia vida. Debía tomar, me dijo, té verde, que desata, eso recuerdo, los radicales libres y permite que el organismo adquiera un vigor y un optimismo que el café acelera pero que no consolida, hasta que convierte las horas en el resultado de esa curva que empieza con la prisa y acaba en el odio. Seguro que el admirado médico, que ya no está con nosotros, desgraciadamente, lo dijo de otra manera, pero así es como recuerdo sus consejos, que hasta esta misma mañana sigo al pie de la letra: jamás café por la mañana, si no es café descafeinado, nunca café antes de comer. Y me ha costado, porque el sabor del café me ha servido durante años para contrarrestar los efectos del asma, ha abierto mis bronquios, y además me ha dado la energía que necesito para convertir en productivas las primeras horas del día. Pero Lozano me dijo que tomara té y té tomo. Además, me dijo que tomara nueces, fruta, que tomara galletas integrales con fibra, y que hiciera ejercicio, que caminara, que tratara, durante el día, de parar unos minutos en medio de una tarea, que procurara no tener otras urgencias que las que yo mismo me impusiera, y que tampoco era tan urgente ni tan determinante nada por encima de la salud o de la serenidad. De modo que Lozano convirtió el desayuno en un objetivo, en una especie de caja negra (o blanca, o afrutada) de mi vida. Cuando chico, para estimular la llegada de los días, y para justificar la abrupta aparición de mis noches llenas de temor, contaba con los dedos las cosas buenas que me habían ocurrido, o aquellas que habrían de ocurrirme si amanecía después de la noche cerrada en la que se adentraba mi sueño. Pasó el tiempo y las noches y los días se hicieron igual de apresurados o de perezosos, hasta que un día el exceso de cafés y de noches convirtieron la vida en una noche cada vez más continuada. Entonces fui a ver a Lozano, y me dio esa receta que calmó los tiempos y que creó, miren por donde, esa fijación en los desayunos, que desde entonces se convirtieron en una costumbre a la que él le atribuía efectos curativos que yo mismo he comprobado a lo largo del tiempo. Así que cuando aquella amiga me preguntó eso, para qué seguir, pensé en los desayunos, en el agua fresca, en las nueces, en la fruta recién cortada o recién sacada de la nevera. Pensé, además, en la risa de los niños en las orillas del mar, y pensé que era mejor decirle esto último. Merece la pena seguir en esta sociedad difícil y mezquina por ver al día siguiente la risa de los niños en las orillas del mar. Ojalá le haya convencido y hoy me escriba o me llame para decirme que ya está en pie, que ha visto la risa de sus nietos en las orillas del mar.

Rafael y aquel mes de julio

Por: | 23 de julio de 2010

Este mes de julio me trae algunos de los mejores recuerdos de mi vida, porque el verano siempre acelera la impresión de que el tiempo se detiene en la mejor memoria. Sin embargo, hay un día, y hay más días, pero hay aquel día 28 de julio de 2007 cuando vi a nuestro amigo Rafael Azcona por última vez. Lo había conocido en verano, también, en 1996, y viví con él, vivimos con él, muchas horas y muchos momentos que su generosidad, su inteligencia y su sentido común convirtieron en imprescindibles para la vida posterior y para la memoria de los días. Lo recordé este martes, en El Escorial, junto a Ángel Sánchez Harguindey y a Marta Donada, que fueron precisamente las personas con las que estaba cuando vimos por última vez a Rafael, en un restaurante gallego del norte de Madrid. Era un día de enorme temporal de viento y calor, la brisa caliente rompía las hojas de los árboles, y aquel era como un invierno extraño, el frío había sido sustituido por una fronda disparatada de humedad y ventolera. Rafael llegó el primero, como siempre, y estuvo entreteniendo el rato con aquella inteligencia respetuosa que hacía siempre que los otros también pareciéramos listos. Pero algo había en su mirada que anunciaba o presagiada malestar o sensación de huida, de estar allí y en otro lugar al mismo tiempo. Luego supimos lo que sucedía, que Rafael había recibido la noticia terrible del cáncer y preparaba el camino para una larga lucha en la que no quiso implicarnos ni un minuto. Su mujer, Susi Youdelman, y sus hijos supieron de esa lucha, que a nosotros nos llegaría ya como el eco que él quiso darnos, a través de correos electrónicos o sms. Pero jamás, jamás, quiso decirnos de viva voz lo que pasara por la cabeza que imaginó los mejores guiones de la posguerra española. El sufrimiento era algo privado, lo fue siempre para él, y en esa privacidad de mil candados mantuvo sus sensaciones y su vida, como un mundo encerrado. Hasta que un día de marzo, un lunes, su amigo José Luis García Sánchez, cineasta, que también le evocó en el homenaje de El Escorial, nos llamó y nos dijo estas estremecidas palabras que él pronunció con su habitual franqueza tranquila, como si diera la esquela civil de un hecho que no tenía, como decía Hierro, vuelo en el verso: "Teníamos un amigo que se llamaba Rafael Azcona". La coincidencia de que en El Escorial estuviéramos los que le acompañamos en aquella su despedida secreta --Hargyuindey hizo una extraordinaria evocaciópn del escritor y de la persona-- me hizo rememorar casi exactamente todos los detalles de aquel momento que interrumpió para siempre la sensación de que el verano es un tiempo feliz.

Perdón por la tardanza

Por: | 22 de julio de 2010

A los amigos que se hayan extrañado de mi ausencia, después del viaje mexicano, les ruego que me disculpen. El regreso me ha zarandeado, y no he tenido un minuto de sosiego para atender esta preciada comunicación que, con errores mayúsculos y minúsculos, mantengo ininterrumpidamente con ustedes, veranos y feriados incluidos. Ruego disculpen, pues, la tardanza, que en seguida será reparada.

El País

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