Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

El cuarto de los historiadores

Por: | 18 de septiembre de 2010

Ángel Viñas, que ha dedicado gran parte de su vida a la historia y al servicio público, y que ha puesto la historia que hace al servicio del entendimiento de la época más difícil de la España del siglo pasado, me abrió ayer su casa en Bruselas, para una entrevista. Entramos por la cocina, junto al jardín, y allí preparó café, perseguido por su perro Oscar, que no nos dejó ni un segundo. Hablamos largo rato de Juan Negrín, el político canario que, en la guerra, se constituyó en el arquitecto republicano de la resistencia contra Franco, luego estuvimos almorzando con nuestro compañero Ricardo M. de Rituerto en un restaurante belga muy cercano a la casa del historiador, y luego volvimos a hablar. Al final de la conversación, pausada, llena de detalles que parecen edificar la figura de Negrín sobre las arenas movedizas en la que la instalaron los tópicos, certeros o irracionales a los que ha estado sometida, Ángel Viñas me llevó a conocer su cuarto de estudio, el lugar donde trabaja. Siempre me han gustado esos lugares en los que el sosiego es el marco en el que surgen los descubrimientos tranquilos de los escritores o de los investigadores, y me apasiona verlos ahí, en su sitio, deseando que la visita se vaya (quizá) para seguir averiguando entre legajos y libros. En realidad, el cuarto de Viñas se ha esparcido por toda la casa: desde la cocina al sótano, al cuarto de dormir, a la buhardilla, al sitio donde trabaja, ahí ha ido el historiador esparciendo los materiales de su ciencia. En algún rincón me mostró los documentos que serán objeto de su próximo libro, o de sus próximos libros. Detrás de nosotros, siempre, Oscar, husmeando nuestros movimientos y nuestros zapatos. Por la tarde Viñas me devolvió al aeropuerto, siempre con Oscar a nuestro lado. Al llegar a la terminal abrí la puerta de atrás, para recoger mi maletín, y entonces Oscar saltó a la calzada ante el espanto del historiador, y ante mi espanto. Por fortuna, Ángel fue muy ágil y lo rescató en su huida juguetona que a nosotros nos dejó pálidas las caras. No me he recuperado aún del susto. Por la noche, al llegar a casa, llegó Rita, con su dueña, Eva; se les había ido la luz, se quedarían en casa, en el cuarto de trabajar, precisamente. Cuando vi a Rita me acordé, otra vez, era inevitable, de Oscar, y la estuve acariciando como si así me aliviara del susto que nos dio el perro inquieto que pisa por donde va Ángel Viñas. 

Lo que sé de los hombrecillos, de Juan José Millás

Por: | 16 de septiembre de 2010

He leído ya Lo que sé de los hombrecillos, de Juan José Millás, publicado por Seix Barral. Me robaron el ejemplar que tenía en la maleta sustraída en Fuerteventura, y su editora, Elena Ramírez, ha tenido la gentileza de enviarme una nueva copia de avance editorial. Así que ahí está, sin las notas que había tomado hasta la página 112, donde lo dejé, con nuevas notas en las páginas siguientes. Me ha pasado con el libro Correr el tupido velo, de Pilar Donoso, sobre su relación con sus padres, que leí hasta la mitad, lo regalé a un amigo, y meses después pude seguirlo en otro ejemplar.

Confieso que volver a leer el libro de Millás, inquietante y metafórico como todos los suyos, me ha producido una extraña sensación, como si regresara a aquellas horas en que, despojado de todas mis pertenencias, vagaba como si fuera otro por Fuerteventura, asustado ante la evidencia de que un incidente así u otro aún más casual o extravagante puede acabar con tu humor e incluso con tu equilibrio emocional, y aún más. Los libros tienen sellos invisibles que ya se quedan incrustados en su propia historia como tu historia. Hombrecillos es igual, ahora, a aquellas horas de Fuerteventura.

Pero vayamos al libro mismo. Creo que Millás ha escrito, al menos desde 1994, para contar que es dos, que vive esa dualidad más como un acto creativo que como un drama; su humor, que es abundante, surrealista, absurdo y corrosivo, nace de esa evidencia, que a todos nos afecta y que él ha acogido con preocupación y con júbilo a partes iguales. En ese ámbito metafórico de las dualidades ha incrustado ahora un libro que parece verdaderamente una crónica del descubrimiento de sus desdoblamientos y de su solución de los desdoblamientos.

Siempre cuento una ocasión en que a Juanjo le sucedió una especie de lipotimia en un bar oscuro del viejo Madrid; lo sacamos a la calle, lo sentamos en una silla de anea, volvió en sí y dijo, tan solo: "Ya está". No sé si es sólo una suposición mía, pero a partir de ahí Millás fue otro, en realidad fue el Millás que conocemos ahora, creativo, prolífico, capaz de producir con la misma mano historias muy diferentes, presididas todas ellas por una imaginación en la que se mezclan Kafka, Berhnard y Beckett, con una escritura que rebusca en los rumores rítmicos de Jorge Luis Borges. Y este libro es consecuencia de una introspección de la que salido liberado.

Si al libro se le despoja de la exuberante iconografía que le permiten edificar los hombrecillos, se verá al Millás aliviado que vimos aquel día que es, por otra parte, el Millás que surge al final límpido de esta novela que ya les aconsejo. Como les aconsejo, por cierto, el libro de la hija de Donoso. Miren por donde, en cierta manera, en cierta manera, los dos libros se parecen. Al menos en el sentimiento que al final se tiene, el que le queda al ser humano llamado lector.

Blogsday

Por: | 12 de septiembre de 2010

Hubo ayer en las conversaciones de Formentor algunas discusiones interesantes sobre la memoria y sobre las biografías; a mi me tocó estar en una mesa sobre blogs y blogueros, con Biel Mesquida, Llucia Ramis, Patricio Pron y Agustín Fernández Mallo. Mesquida entró en los blogs en 2004, la misma fecha en que habían entrado algunos de los que estábamos en la mesa. De broma propuse que ese fuera declarado el blogyear, o el blogsday, recordando el famoso Bloomsday del Ulises de Joyce. Bromas aparte, fue una discusión muy interesante, desde mi punto de vista. El blog es, para Mesquida, un estímulo para la literatura; una mezcla de oralidad y texto que a él le entusiasma. Para Pron, es un estímulo personal para la reflexión sobre obras literarias que considera oportuno reseñar para compartir con otros sus lecturas. Desde el conocimiento, literatura. Fernández Mallo considera que los blogs son información, y él procura darla, extrayéndola de sus propios conocimientos o de lo que va sabiendo. Pron, el conocimiento; Fernández Mallo, la información; hubo un conato de polémica sobre conocimiento e información, que es un asunto capital en esta época. No llegó a ser discusión, no había mucho tiempo. Ramis reveló que hace un blog anónimo, que ya ha descubierto, según claves que no dijo, su colega Vila-Matas. Para ella, el blog es la oportunidad, imprescindible para ella, de desvelar asuntos o historias de su intimidad que no le cabrían en los libros ni tampoco en los periódicos, en los que también escribe. El blog es la prolongación del diario, o del dietario, por otros medios, no llega a ser literatura en el sentido que tiene la literatura de texto revisado, arreglado ya para salir en libro, en cualquier formato, es como la obra en marcha, no necesariamente destinada a ser empaquetada en un volumen. Hubo un rato para expresar una decepción, que en este caso es mía también: el volumen de insultos que han cubierto, desde el anonimato, el universo de los comentarios. El insulto, a terceros o al propio autor del blog, es un chantaje que provoca indefensión y retraimiento, y convierte los blogs en una gran ocasión desperdiciada de diálogo global y abierto, pues a medida que resulta más difícil dialogar (pues es complicado dialogar con anónimos) se pierde la naturaleza que internet le ha dado a este tipo de comunicación prácticamente instantánea. Mesquida enardeció a las masas con su verbo poético y radical; fue un placer escucharlo, como es un placer estar aquí, en este sosiego mediterráneo que propician los pinos de Formentor cantados por el gran poeta del lugar y el gran poeta de Mesquida, Costa i Llovera.

El discreto encanto de ser Delibes

Por: | 11 de septiembre de 2010

Estoy en Formentor, en las conversaciones literarias que hacen renacer aquel espíritu que hace más de cuarenta años inauguraron aquí, en el Hotel Formentor, los editores Carlos Barral y Jaime Salinas. El Gobierno balear (con Bárbara Galmes de hacedora), la Fundación Santillana (con su director, Basilio Baltasar, mallorquín, al frente de la nueva aventura literaria), y Simón Pedro Barceló, como patrocinador desde el mítico hotel en el que Barral y Salinas montaron aquel tinglado tan fructífero, han hecho el milagro de reeditar una de las iniciativas culturales más importantes de la época más oscura de este país.

Gracias a aquellas conversaciones, a la presencia aquí de editores internacionales, que constituyeron el premio Formentor gracias al que se dieron a conocer universalmente gente como Jorge Semprún, Samuel Beckett y Jorge Luis Borges, entre muchos otros, España echó un ancla en otras literaturas y, por tanto, en otras conversaciones. Este es el tercer año de la reconstitución (en lo que resulte posible) de aquel espíritu; ha ido aumentando el interés, el número de participantes y, a mi juicio, la entidad de las participaciones.

Entre los que figuran en la nómina histórica de participantes se halla Miguel Delibes, recientemente fallecido; José Saramago, que siempre estuvo a punto de venir a esta nueva etapa de las conversaciones y cuya salud siempre aconsejó aplazar su encuentro con Formentor, participó el año pasado... por teléfono. Murió en julio, su ausencia es un hueco importante en la literatura mundial, y sin duda es aquí, también, un factor doloroso en la memoria. Su viuda, Pilar del Río, está aquí, y mañana estará en el homenaje que se le debe al autor de Ensayo sobre la ceguera.

Pero ya se ha producido el homenaje a Delibes; fue anoche, y fue singular. Intervinieron un profesor amigo suyo, y de su familia, Salvador Bastida, y luego habló su hijo Germán. Fantásticas las intervenciones y entrañable verdaderamente la evocación. Delibes decía que él era un cazador que escribía; era, como dijo Germán, autocrítico con sus escritos, dudaba de su talento y del valor de sus obras; creía que el único libro que merecía la pena, entre tantos que escribió, era Viejas historias de Castilla la Vieja. Tenía el encanto de los inseguros, "nada que ver con un yuppi o con alguien que hubiera triunfado". En familia era como en público, tímido y retraído, pero muchas veces divertidísimo; de universitario, Bastida vivió en su casa, huyendo de la policía, le escuchó sus historias, se acostumbró en familia a percibir lo que hay ya en la vida de todos los Delibes: ese sello particular que convierte la sencillez en una categoría, y que hizo de don Miguel no sólo un patriarca sino un compañero, alguien con quien, a pesar de su hondo pesimismo, acrecentado por la muerte temprana de Ángeles, su esposa, daba gusto hablar, reír, conversar, callar, cazar, pasear.

Escuché a Germán como si estuviera escuchando al padre. Estas jornadas se dedican al yo literario, ese es el sujeto de esta composición. Lo que decía Germán es que no entendía muchas de las cosas que los escritores decían acerca de semejante materia de las narraciones literarias. Su padre hubiera dicho lo mismo; se hubiera ido a un rincón a observar la caída de la tarde entre los pinos de Formentor, y hubiera regresado con su aspecto pacífico, un Mahatma Gandhi del alma, como decía Manu Leguineche, a su asiento de última fila, cruzando las piernas largas como si volviera de una enorme caminata.

Vino a Formentor en su momento, dijo Germán, y era raro que viniera, por ese carácter suyo retraído, pesimista o melancólico. Ahora han traído Bastida y Germán, que fueron compañeros de pupitre, el aliento de aquella personalidad, y hemos vuelto a sentir el confort de encontrarnos con un hombre de verdad, como decía de don Miguel don Emilio Lledó, su amigo.

 

Leer, leer para entender el mundo

Por: | 08 de septiembre de 2010

Contó anoche Antonio Muñoz Molina, después de la presentación que él y Mario Vargas Llosa hicieron del libro Cinco novelas en clave simbólica, de Víctor García de la Concha, que hace unos días se encontró en la calle a un hombre de unos sesenta años que le confesó qué hacía desde hace quince años, cuando decidió dejar de trabajar. Lo que hacía ahora era leer, leer, y pasear. Había sido un broker, le había hecho ganar mucho dinero a su empresa, y él mismo ganó tanto que en un momento determinado pensó que ya no necesitaba más. Desde que tomó esa decisión, el ex ejecutivo adinerado era un lector, y nada más, aparte de un paseante por esta ciudad en la que vive. Muñoz Molina había expresado, en la presentación, su entusiasmo por la lectura, por entrar en los mundos que construyen otros hasta confundirlos con los mundos propios, con las obsesiones, las pesadillas y los sueños que uno va arrastrando como parte de la realidad que vivimos. El pretexto, en este caso, era el libro de De la Concha, que es un conjunto de ensayos sobre Sefarad, del propio Antonio; La casa verde, de Mario Vargas Llosa; Volverás a Región, de Juan Benet; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y Madera de boj, de Camilo José Cela. Lecturas diversas, todas ellas apetitosas y diferentes, y marcadas, como diría el autor del libro, por la común ambición (al menos de cuatro de sus autores, pues Cela nunca confesó esta pasión, que no sé si tuvo) de extraer de Faulkner el ritmo o la densidad de los universos narrativos. El pretexto para expresar esa pasión por la lectura era el libro de De la Concha, digo, pero- muchos de los textos (los peródísticos y otros que han aparecido en liobros) explican la larga relación de Antonio con la lectura y por tanto con la escritura, y con la memoria. La memoria es el sustento de su escritura, siempre lo fue, y si él no hubiera leído, eso también lo dice, jamás hubiera llegado a asentarse con tanta solidez en su propia memoria. Fruto de esa actitud es un libro suyo que alguna vez he recomendado aquí, Pura alegría. La coincidencia de anoche con Mario Vargas Llosa no es sólo la que él hizo explícita, su lectura, hace muchos años, de La casa verde, y otros elementos que le hicieron coincidir con el peruano en la lectura del libro de Víctor. Y es que Vargas Llosa tiene un libro que expresa una pasión de igual intensidad que la que se advierte en ese Pura alegría. Es La verdad de las mentiras, en el que Mario vuelca su manera de leer. Me pareció una coincidencia magnífica ver ahí, incitando a leer, a los autores de esos dos libros que deberían ser de lectura obligatoria en los institutos, para que los chicos salgan a buscar esos libros, en las librerías o en las bibliotecas. Y me hizo gracia la última coincidencia, esa anécdota que contó Muñoz Molina sobre el ejecutivo que ahora sólo  lee y pasea. Hay otros placeres, otras alegrías puras, pero hay pocas que se parezcan a la alegría de leer. Y estos que ayer ocuparon la tribuna del Círcuklo de Bellas han hecho de ese placer su vida.

La selección

Por: | 07 de septiembre de 2010

Tengo un enorme respeto por las decisiones del jurado del premio Príncipe de Asturias; mi amigo Graciano García, director de la Fundación hasta el curso pasado, hizo una enorme labor; alguna vez he dicho que a la gente de su generación, a Juan Cueto, a él, este país, y no sólo Asturias, le deben una vitalidad cultural que cristalizó allí y deslumbró (desde Cuadernos del Norte al esplendoroso arranque de la Fundación) a todo el país; Asturias vivió ese momento con orgullo, que se prolonga ahora. Seguro que Teresa Sanjurjo, la sucesora de Graciano, continúa esa labor y la prolonga hasta hacer de la Fundación ese retrato total de la eficacia cultural y organizativa que ha dibujado con tanta maña el gran Graciano. Ahora la Fundación adquiere el nivel de primer plano, otra vez, porque ha premiado a la selección de fútbol, y por escribo hoy este post. No es que me guste demasiado que se premie a un equipo de fútbol, aunque sea el seleccionado nacional, porque el fútbol es coyuntura, no es el Museo del Prado o el fútbol en abstracto; son unos jugadores, es un seleccionador, y en algún tiempo esa selección y esos futbolistas ya serán elementos del pasado, historia, pero historia fugaz, como bien dice Vicente del Bosque, que es un hombre humilde y por eso sabio. Pero es cierto que desde el punto de vista conceptual lo que este equipo de Del Bosque, hecho de jugadores del Barça, sobre todo, y de otros equiopos españoles, ha conseguido algo que es muy difícil en el deporte: ganar siendo honestos, ganar sin humillar, ganar sin mostrar las estrellas para avergonzar a los otros. El fútbol ha ganado, con ellos, armonía y ha procurado concordia. Por ello merecen el premio, por haberle dado al fútbol un concepto, por haber consolidado una manera divertida y sencilla de concebir el deporte más popular del mundo.

Extraño robo en Corralejos

Por: | 06 de septiembre de 2010

Bueno, no tan extraño, pero ya les explicaré.

Desde que el doctor Uriarte, traumatólogo y deportista sabio, me contó que en todos sus viajes deja en algunos lugares secretos indicaciones que han de seguir sus nietos para descubrir en el futuro los tesoros que ve, apunto en una libreta y luego inscribo en mi ordenador algunas de las maravillas de la tierra.

Hace poco estuve en Guadalajara, México, y anoté en mi cuaderno lo que vi en sus plazas, que son quizá las más animadas del mundo, o por lo menos del mundo hispánico. Luego estuve en el Distrito Federal, y el escritor colombiano Frnando Vallejo me llevó a dos parques fantásticos. Uno es el Parque México y otro es el Parque España. Hayuna particular en esos parques, como en todos los de México: desde 1926 hay en ellos bibliotecas públicas. Pero lo que anoté de esta visita memorable al Parque México, que fue diseñado por Diego Rivera, fue el insólito espectáculo de los centenares de perros que esperan allí su turno para ser amaestrados. Los perros no se mueven, no ladran, viven pendientes de las órdenes de sus dueños, o de sus amos, que en este caso son los chicos que desarrollan allí esta labor instructiva para los perros y fantástica para el paseante.

Pensé en Uriarte, y anoté en mi libreta lo que vi tanto en Guadalajara como en México. Luego viajé a Madrid, donde hice escala antes de paertir hacia Fuerteventura, donde unos amigos que hacen cine y televisión, Miguel G. Morales y Chano Álvarez Castro, me pidieron que estuviera con ellos y su equipo en busca de las huellas que dejó Ignacio Aldecoa en su hermoso Cuaderno de godo.

Claro, tuve que apuntar más maravillas en la libreta. Uriarte dibuja unos mapas que luego entrega a sus hijos para que éstos a su vez los pasen a los suyos. Lo que él quiere es que algún día sus descendientes sepan dónde dejó su testimonio de maravillas. Yo no sé hacer mapas, así que yo scribo en una libreta lo que veo, y ojalá algún día esas libretas tengan el efecto de los mapas de Uriarte.

Lo cierto es que siguiendo ese rastro de Aldecoa vi verdaderas maravillas en Fuerteventura, antes de seguir viaje a Lobos y a Lanzarote. En la isla majorera estuve en el desierto de Tisamanita, donde la tierra ha recibido las cuchilladas del tiempo pero se ha removido para ser, desde lo esencial, desde ese esocirla del que hablaba Miguel de Unamuno, una metáfora perfecta de la ensimismada soledad de la isla.

Apunté frenéticamente en mi libreta; volví feliz de esa excursión magnífica hacia ese territorio en el que parecen dormir las obsesiones solitarias de una isla que, al amanecer, por Corralejo, dibuja playas perfectas, dunas inolvidables bajo un sol que parece dibujado por un dios sabio.

Lo apunté también. Y guardé la libreta. En mi maleta. Con mi ordenador. Dejé la maleta en la consigna del hotel. Un descuidero la extrajjo de ese ámbito privado y supuestamente seguro. Ahora sólo mi memoria es depositaria de aquellas maravillas que apunté en mis viajes. No sé para qué le servirá al maldito ladrón lo que dejé escrito ahí como testimonio de las maravillas. Es curioso cómo puede pasar uno de la maravilla al desencanto. Pero así es la vida. Ah, entre las cosas que había en la maleta estaba el último libro de Juan José Millás, una extraordinaria recopilación de las extrañas hazañas de los hombrecillos. Pues el hombrecillo (u hombrecilla) que me robó estará ahora leyendo esas hazañas, que yo volveré a tener cuando Juanjo me envíe otro ejemplar.

¿Extraño robo? No, pero yo estoy muy extraño.

La noticia

Por: | 05 de septiembre de 2010

He leído el comunicado de ETA. Me produce repugnancia. La noticia (lo que hay de bueno en la noticia de que anuncien que dejan de matar) me produce alegría. La presunción, inscrita en el comunicado, de que su objetivo es el bien del pueblo vasco me produce repugnancia, porque en su cinismo ocultan que ese bien lo han perseguido matando. Cerca de mil muertes avalan ese cinismo. La mayor parte de los comentarios que han circulado después del primer aviso que leí en elpais.com alertan contra el exceso de confianza, ante la posibilidad que la organización terrorista busque la manera de alargar el brazo para ayudar a HB y a otros a rearmarse con los instrumentos de la democracia mientras ellos, los terroristas, se rearman también de las armas negras dde la muerte. De la esperanza no hay que espantarse jamás, hay que atesorarla; cuando leí la noticia me acordé, en seguida, de José Ramón Rekalde, el consejero vasco de Educación que en los años en que él, como socialista, formó parte del Gobierno vasco, tanto hizo por el euskera. Fue víctima de un brutal atentado, al que sobrevivió. En la última tregua, que ETA traicionó, le entrevisté; algún tiempo antes me había dicho, en una entrevista, que no se atrevía a contarme cuál era su paisaje favorito en Donosti, por si los matones le descubrían allí. Cuando ETA anunció aquel alto el fuego le pedí que me llevara a ese sitio, y me llevó a un noray, en el muelle. Y luego fuimos a almorzar a uno de sus restaurantes favoritos. Ahora me he acordado de él. Luego, algún tiempo después, evocamos juntos la decepción y el desamparo, de nuevo la muerte volvió a tocar a la puerta de la vida, en Euskadi, en España. Ahora le he llamado de nuevo, porque siempre que hay una esperanza, aunque sea liviana, me acuerdo de él. Y después leí el comunicado, lleno de arrogancia y de cinismo. Cuánto cuesta mantener la esperanza. Ni un hilo nos une a ella, pero esa parte del hilo hay que agarrarla.

German Dehesa

Por: | 04 de septiembre de 2010

Hay muchos periodistas admirables en la lengua española, artistas de la lengua capaces de elaborar metáfora, ironía, sarcasmo, narración, crítica, a partir de la realidad y de un conocimiento preciso y diverso, hondo y certero, de los misterios del idioma. Ha habido muchos que nos han dejado, como el mexicano Jorge de Ibargüengoitia, y hace poco nos dejó también su paisano Carlos Monsivais; muchos siguen por ahí, afortunadamente, ilustrando esa máxima que repite Manuel Vicent: el periodismo es la literatura del siglo XX y parte del siglo XXI. Ahora acaba de morir, también en México, uno de esos artistas que hicieron del periodismo una forma de ser y de la expresión periodística una manera del arte. Germán Dehesa. Le conocí con Arturo Pérez-Reverte, de quien fue amigo y gran lector, a mediados de los 90, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Luego le leí con profusión. Cuando estuve con él y con Arturo en la Fil me maravilló su dominio del diálogo con el público, su velocidad certera para definir de un plumazo la actitud de un político, la banalidad de un funcionario público o de un artista y, en general, las fallas y las mediocridades de la sociedad a la que zahería a diario en Reforma, el diario de sus últimos diez años. Después, digo, le leí con intensa curiosidad: de dónde sacaba ese poderío, cómo era capaz de mezclar sintaxis con ingenio sin caer jamás en la facilidad de las metáforas, en la exageración del sarcasmo que, como los buenos alimentos, hay que dosificar con la pericia de un alquimista. Él era un alquimista del idioma, y del periodismo. Este último martes estuve en México, con Fernando Vallejo, el escritor colombiano, y estuvimos comentando la columna que Germán había publicado ese día. Iba a ser la penúltima columna. Fernando me contó (y lo cuenta hoy Salvador Camarena en EL PAÍS) que Germán había anunciado hace cuatro meses que la vida no le daba para más. Y cuánto le dio de sí. No ha sido generoso el tiempo con él, y él fue tan generoso con sus lectores. Una voz menos de la que tanto ha aprendido el periodismo de nuestra lengua.

El País

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