Estoy en Jerez; anoche tuve una conversación con don Emilio Lledó en la clausura del congreso anual de la Fundación José Manuel Caballero Bonald. Inmediatamente después entró el otoño en Andalucía; ahora mismo el otoño está en la calle, jugando a su gusto con los árboles, mojando sin piedad el empedrado, y el sonido de los coches desprende también el ritmo del agua, que es la música del otoño. Ahora hace frío y está entrando por la ventana que cerraré pronto para irme esta neblina de otoño. Esta mañana, cuando he ido a desayunar, en el pasillo del hotel me detuvo la voz del poeta José Ramón Ripoll, que llevaba en la mano su libro de poemas La neblina de los barcos; era para mi, estaba ya dedicado, y lo abrí en el ascensor, antes de que Ripoll y yo llegáramos a la planta baja, a la planta de los yogures, donde estaba esperándonos también el profesor Lledó. En ese breve trayecto sólo pude leer los versos con los que Ripoll abre el libro, unos versos de Auden, que parecían escritos para esta mañana en que me dio sus poemas. Escribió Auden: "Nuestra tierra es un lugar triste,/ pero esta tregua especial,/ tan sosegada y sin embargo tan festiva,/ gracias, gracias, gracias, niebla". En el desayuno Ripoll se dio cuenta de que yo no bebo leche; no bebo leche desde 1982, porque entonces veraneé en Penagos (Cantabria) y allí olían a leche hasta los papeles, y desde entonces adquirí una enorme repugnancia por este alimento. Pues Ripoll, que además de músico es sabio, me contó que los naturistas aconsejan que se tome leche tan solo en la época de lactancia, y que no tomarla prolonga la juventud. Le dije que lo que a mi me mantendría joven, si acaso, es la niebla, y nos tomamos el yogur, que al fin y al cabo también es leche. Ahora repaso esos versos y miro la calle. Hermoso sosiego trae la niebla, tenía razón Auden, y Ripoll hizo bien en despertar mi memoria de los barcos y de la niebla con este libro que puso en mis manos antes de llegar al salón de los yogures.