Las ferias son norias, al menos las ferias literarias; das vueltas a la rueda, te subes a ella, te bajas; me subí por la mañana, muy temprano, desayuné con Juan José Millás, le escuché sus agudas reflexiones acerca de lo que le está pasando al mundo, a raíz de las informaciones que publica El País recogiendo las filtraciones de Wikileaks. ¿Por quién estamos gobernados? ¿Qué hace esa ansiedad norteamericana por controlarlo todo con la información de que dispone? ¿Para qué quiere tanta información? ¿Por qué insiste en manipular la vida de los otros? ¿De dónde viene esa imperiosa necesidad, imperiosa en verdad, de hacer que los demás bailen al son que ellos tocan, desde sus embajadas, sus gobiernos y sus agencias de espionaje, incluidas las agencias que es evidente que son las embajadas? Luego estuve charlando con académicos para el reportaje que hacemos hoy Pablo Ordaz y yo en El País: ¿Cómo es que los académicos no siguieron adelante con sus recomendaciones ortográficas hasta convertirlas en normas? Pues porque no querían barullo, y además porque decidieron que era mejor que nuestros nietos escribieran solo sin acento que obligarnos a nosotros a interrumpir nuestra costumbre de acentuarlo cuando significa solamente... Después de escribir con Pablo esas y otras notas, y advertir otra vez el genio de periodista que habita en este muchacho que sigue siendo el compañero andaluz, nos fuimos a ver el partido de fútbol del que ya todos tienen noticia. Escribí un texto para As: el mejor fútbol de la historia. El titular me lo regaló Álex Grijelmo, el director de Efe, que es del equipo rival. Fue una sorprendente lección de fútbol, una excursión por lo mejor del equipo al que profeso lealtad (y a veces, como ahora, admiración) desde cuando era un chiquillo. Mi amigo Luis Alegre me envió este mensaje que le hizo llegar a su amigo Pep Guardiola: "Si vas a tener que ganar siempre con apuros mejor vete". Y después estuvimos Pablo y yo escuchando una brillante excursión de Elvira Lindo por su vida y por sus libros, por los que escribe y por los que lee, por sus escrituras favoritas (Virginia Woolf, Chejov...) y por los paisajes animados de su infancia tan movida de lugares. Después me fui a preparar una mesa redonda que habría de tener con Álex y con el mexicano Élmer Mendoza, a partir de esa frase que el redactor jefe de Hemingway le envió a éste antes de que cubriera algún acontecimiento, una guerra quizá: "Mándeme verbos". Antes de que empezara el coloquio caí rendido en un sillón, dormido, echado en ese futuro imperfecto que es el sueño; Myriam Vidriales, la jefa de prensa de la feria, captó la instantánea, dormido y con un libro en la barriga, la imagen exacta de cómo está el ánimo después del ajetreo. Pero me recuperé, hicimos el coloquio, ¡una hora hablando de verbos!: a medida que iba pasando el rato más sentía que lo que hace de veras un redactor jefe es eso, pedir verbos. A mediodía nuestro redactor jefe nos había llamado para que escribiéramos esa nota sobre la ortografía, y lo que había dicho, más o menos, fue eso: manden verbos, déjense de pavadas. Acabamos el coloquio, nos encontramos con Fernando Vallejo, acaso el genio más sorprendente de la narrativa en español desde hace rato, y nos fuimos a cenar con él y con algunos amigos, Álex, Myriam, Pablo, a una pizzeria. La otra vez que estuve acá, en agosto, nos fuimos con Myriam a comer perros calientes en la calle. Como si se hubiera creado una tradición, de nuevo fue ella nuestra gratísima anfitriona, y de nuevo me voy, me estoy yendo, para mi se acabó la feria, terminó la noria.