Decía Azorín que había que ir "derechamente a las cosas"; contar exige una enorme dosis de paciencia, del que cuenta y del que escucha. Paciencia, información, comunicación, comprensión. Pero paciencia: para ir de un sitio a otro, para ir de un hecho al que lo quiere conocer, lo mejor es contarlo con paciencia. Entenderlo primero, en todos sus detalles, y luego contarlo, no antes. A lo largo de los años muchos hemos vivido gracias a la paciencia de Iñaki Gabilondo, para contar, y para escuchar. Siempre me he preguntado de dónde le viene esa facultad, pues cuando no está delante de un micrófono Iñaki es verbal, extremadamente oral, habla como si tuviera prisa, como decía Julio Cortázar, por rellenar las almohadas de la conversación. No es raro, pues tiene un enorme bagaje cultural; es un gran lector, muy diverso, y jamás ha hecho una entrevista a un escritor sin haber leído antes el libro al que tendría que referirse. He asistido a algunas entrevistas suyas, para la televisión o para la radio, y siempre me sorprendió esa capacidad para seguir el hilo de una conversación en directo sin que le preocupara otra cosa (ni el tiempo, ni el espacio, ni el guión) que la mirada de su interlocutor. Ahí, en el estudio, es donde Gabilondo adquiere, como de pronto, como si le viniera del aire, la paciencia de escuchar. Y se transforma: deja de ser el interlocutor que se deja vencer por su propia personalidad de hombre que habla y se convierte en el hombre que escucha, el hombre que tiene como oficio el de escuchar para contar, un periodista. Esa es una experiencia riquísima, de la que muchos seguimos aprendiendo. Ahora esa experiencia sobre el oficio de contar ha sido compilada por Iñaki en un libro que es también una carta de batalla a favor de lo noble que tiene el oficio de periodista. El libro anuncia en su título un periodo en el que ya estamos instalados (El fin de una época), y se subtitula Sobre el oficio de contar las cosas. Está publicado por Barril & Barral y se presenta el 3 de marzo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Se lee de un tirón, pero hay que leerlo parándose, subrayando (aunque sea mentalmente; me han aconsejado que no subraye los libros, y ya no los subrayo) aquellos extremos en los que Gabilondo se para también para advertir: sobre el sentido que tienen ahora las discusiones sobre el futuro del oficio (que cada día más son discusiones sobre los instrumentos que usamos para comunicar lo que sabemos); sobre la ética, sobre la actitud del entrevistador (que debe mirar al interlocutor más que a las notas), sobre los criterios del gerente en contraposición con los criterios del periodista, etcétera. Son 174 páginas que Joan Barril, el excelente periodista, cuya prosa es una delicia, presenta con la admiración que todos le debemos al autor. Háganse con el libro, y úsenlo como eso, como una carta de batalla a favor de un oficio que sigue siendo el más hermoso, a pesar de las negruras que ciernen contra él los que han confundido la libertad de expresión con la libertad de insulto.