En el clima político ha vuelto a ser el terrorismo, o el antiterrorismo, el punto de partida de una discusión bronca que amenaza con nublar aún más el entendimiento de lo que le pasa a este país. Cada vez se parece más el papel y la voz de la política y de la prensa a lo que sucedió a partir de 1993, cuando valía todo para la hucha de la crispación. Ahora han vuelto los titulares de la ultraderecha a confundir sus deseos con las realidades, y el argumento parte de lo que ha sucedido en el pasado con la política antiterrorista. Ya no basta la situación calamitosa de la economía, las otras culpas del Gobierno, etcétera, sino que se echa mano de la historia de las negociaciones o las conversaciones con Eta, intentadas en el pasado por todos los gobiernos democráticos, desde Adolfo Suárez hasta el momento presente, pasando por los gobiernos de Felipe González y de José María Aznar, que fue quien denominó a la Eta como Movimiento de Liberación Vasco. Lo que tiene el aspecto de ser una escalada judicial en pos de una causa general a partir del caso Faysan le sirve a comentaristas, a editorialistas y a los que hacen las primeras páginas para dar carta de naturaleza a las versiones que los etarras han querido dar de esos contactos. En el centro de sus intenciones está desacreditar para ahora y para siempre a Alfredo Pérez Rubalcaba, vicepresidente del Gobierno, que se adivina como un argumento electoral interesante y por tanto a batir sea como sea, en un ambiente de venganzas que amparan cualquier lenguaje. Es de suponer que vendrá el sosiego (judicial, político), pero es difícil concebir que esta pieza aterrice con sosiego en esa política del titular cada vez más escandaloso que parece dominar ese sector de los medios que ha decidido que ya suenan no sólo los tambores de la guerra electoral sino los viejos tambores de una crispación que se acelera para crear un clima cada vez más estruendoso.