Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Ateos y creyentes

Por: | 18 de abril de 2011

Hay una controversia ahora sobre esa iniciativa de los ateos que quieren hacer una procesión para mostrar su descreímiento. Debo decir que respeto a los creyentes tanto como respeto a los ateos. Creo que unos y otros tienen derecho a manifestar sus credos enfrentados. No me gustan las procesiones, aunque las respete. Y no iría ni a la procesión católica que tanto prolifera, ni iría tampoco a la procesión que quieren hacer los ateos. En cuanto a esta última, creo inconveniente que la hagan ahora, pues ahora les toca a los católicos, su calendario marca que esta es su fecha, y si los respetamos debemos respetar también sus fechas. En las convenciones católicas se estima que esta es la semana en la que subliman sus creencias, y tienen derecho a ser respetados en sus creencias y en sus fechas. Por supuesto que los ciudadanos que no creen en Dios tienen derecho a proclamar su creencia, y a difundirla, igual que los religiosos estiman adecuado dar voz a sus creencias para tratar de seducir ahora a otros para que les sigan. Discrepo con los ateos en su deseo de hacer coincidir su manifestación, o procesión, con estas tan abundantes que tienen ahora los creyentes. Los ateos deberían buscar un día de verano, por ejemplo el día más largo del verano, o cualquier otro momento del calendario en que la naturaleza sea realmente espléndida, si es que quieren darle protagonismo a la naturaleza. O deberían buscar en el calendario alguna fecha científicamente memorable para marcarla como es debido. Pero no me parece que deban salir a la calle para confrontar lo que creen (o no creen) con lo que creen los otros. Eso no me parece bien. Derecho tienen, desde luego, pero entre el derecho que se tiene a hacer lo que a uno le place y meterle el dedo en el ojo al vecino media un trecho. Me parece.

El holocausto español, de Paul Preston

Por: | 17 de abril de 2011

Estoy leyendo El holocausto español, de Paul Preston, publicado por Debate. Preston dice, en la introducción, en el capítulo (tan anglosajón) de las gratitudes: "(...) Gabrielle [su esposa] es la única que conoce el coste emocional que ha supuesto la inmersión diaria en esta crónica inhumana". Cuando uno entra en el libro puede imaginarse a Preston, gran amigo de España y de los españoles, enraizado en esta tierra por la vía del sentimiento y de la amistad, sufriendo aquella historia que cuenta. Pues el libro es, desde el principio, reflejo de su subtítulo: Odio y exterminio en la Guerra Civil y después. Preston parte de la construcción del odio, que fue sistemática, primero parcial y luego prácticamente generalizada, para explicar en seguida las consecuencias exterminadoras de ese odio. Cifras de la represión aparte, lo que sobrecoge aún hoy, quizá porque esos flecos difamatorios que se pusieron en marcha se pueden detectar ahora también, es la manipulación que subyacía, desde la prensa y desde el púlpito y también desde los escaños parlamentarios y los mítines, para azuzar las bases del odio hasta la desvergüenza. Recoge Preston este parlamento de un cura de Castellón, en plena construcción del odio hacia lo que suponía la República en cuanto ésta empezó a legislar de manera que la Iglesia católica consideró lesiva: "Hay que escupir y negar hasta el saludo a los republicanos. Debemos llegar a la guerra civil antes de consentir la separación de la Iglesia y el Estado. Las escuelas normales sin la enseñanza religiosa no forjarán hombres, sino salvajes". Joaquín Beunza, parlamentario vasco-navarro, siguió una línea parecida en otra argumentación que recoge Preston y que contiene una larva entonces habitual, la larva de la que nació la Guerra Civil: "¿Somos hombres o no? Quien no está dispuesto a darlo todo en estos momentos de persecución descarada, no merece el nombre de católico. Hay que estar dispuesto a defenderse por todos los medios, y no digo por los medios legales, porque a la hora de la defensa todos los medios son legales". José María Gil-Robles, el jefe de la CEDA, manifestó el primer día de 1932: "En este año de 1932 hemos de imponernos con la fuerza de nuestra razón y con otras fuerzas si no bastara. La cobardía de las derechas ha permitido que los que en las charcas nefandas se agitaban hayan sabido aprovecharlo para ponerse al frente de los destinos de nuestra patria". Después de una venganza perpetrada por sus hombres en un pueblo extremeño, el director general de la Guardia Civil, José Sanjurjo, luego golpista, arremetió contra la diputada socialista Margarita Nelken: "Lamentó [recoge Preston] que se le hubiera permitido ser diputada parlamentaria ´siendo extranjera y judía, circunstancia ésta que le daba una especial calidad como espía`". Por las venas del libro recorre como un escalofrío un lenguaje que no es propio tan solo de aquella época, pues allí no se enquistó el odio, el deseo del mal al otro, sino que transcurrió y pervive como se lee hoy mismo en medios que siguen azuzando como señuelos de su inquina los mismos estandartes que entonces se exhibían para acabar con la existencia de la República y, lo que es peor, de los propios republicanos, todos y cada uno. El estandarte decía entonces Religión, Patria, Familia, Orden, Trabajo y Propiedad, palabras con las que Acción Nacional, creada por Ángel Herrera Oria, el fundador de El Debate, el periódico católico militante, irrumpió en la vida nacional para declarar "la batalla social" contra la República por iniciar "el exterminio de esos principios imperecederos". "En verdad", explicaba el manifiesto de Acción Nacional, "ello no se ha de decidir en un solo combate; es una guerra, y larga, la desencadenada en España". El primer Gobierno de la República acababa de instalarse y ya estaban ahí esos clarines del miedo, que luego ensombrecieron, poco y a poco hasta que la oscuridad fue total, la vida española con una guerra cuyo sustrato fue el odio. Seguiré leyendo el libro, y ojalá ustedes lo lean también. 

Los traductores

Por: | 16 de abril de 2011

Ayer murió en Almería, donde traducía a Samuel Beckett, Miguel Martínez-Lage, de 49 años; era uno de los mejores traductores literarios de la lengua española; traducía del inglés. En él cabe hoy homenajear a los traductores españoles de todos los tiempos. Los traductores son los que abren las fronteras de un país a otras culturas. Martínez-Lage lo hizo, y lo hacen muchísimos traductores, cuyo esfuerzo durante años no estaba premiado sino con las migajas de la industria editorial, pues sus sueldos han sido (y siguen siendo, me temo) de verdadera miseria. Por lo menos consiguieron hace años el reconocimiento que durante años les fue negado. A finales de los años ochenta, gracias al esfuerzo de Esther Benítez, traductora del italiano, lamentablemente ya fallecida, los editores comenzaron, con Jaime Salinas al frente, a colocar los créditos de la traducción en la portada de los libros. Sin los traductores, y sin las editoriales que a lo largo de la historia se arriesgaron con voces nuevas de literaturas distintas, nuestra cultura hubiera sido mucho más chata, menos atrevida; hubiera sido la cultura española animada por algunos sucedáneos. La traducción es la expresión literaria de nuestra curiosidad, el alimento de lo extranjero como elemento de comparación y de emulación o de reto. Ese reto no sería posible sin la complicidad entre el editor y el traductor; cada vez se hacen más y mejores traducciones en español, y cada día las traducciones directas se hacen en más alto número, pues hubo una época en que las lenguas difíciles nos venían traducidas a través de las versiones inglesas. En esto cada día son más serias las editoriales y cada vez son más serios los traductores, pues también ha habido traductores que no se sabían directamente los idiomas de los que se suponía que traducían y hacían en realidad versiones que les prestaban personas que sí conocían esas lenguas raras e incluso cercanas. Eso ya no pasa, o uno imagina que eso ya no puede pasar. En una entrevista que publicará mañana EL PAÍS, en su suplemento Domingo, la editora Inge Feltrinelli, ilustre dama de la edición europea, cuenta que hace algunos años el editor (y poeta) Michael Krüger decidió que la traducción al alemán de Lolita, la novela de Nabokov, ya resultaba obsoleta. Y se encerró con un grupo de traductores en un hotel, del que salieron unas semanas después con una traducción nueva. Martínez-Lage era un editor exigente, un profesional consciente de que sólo el entusiasmo del traductor puede poner el altavoz justo de la creación literaria a la que da palabra española. En varios españoles se le hace justicia hoy. La vida no le hizo justicia, se lo llevó demasiado pronto, cuando se ocupaba, además, de uno de los retos que con más entusiasmo había abordado. Vaya en este blog este homenaje a él y a sus admirables colegas.

Para ser Andreu

Por: | 15 de abril de 2011

Andreu Buenafuente es uno de los mejores entrevistadores de la televisión. Y es un presentador de enorme agudeza, capaz de transformar las atmósferas más complejas (los Goya, por ejemplo) en energías televisivas muy positivas. Sus entrevistas en La Sexta siempre son interesantes, diversas y divertidas, profundas o ligeras, siempre honestas; no hurga donde no tiene que hurgar, no averigua lo que sería indigno tratar de averiguar, pregunta como alguien que se encuentra con un desconocido en un tren, con curiosidad, para saber, no para entrometerse. Ahora ha entrevistado a Ángeles González Sinde, la ministra de Cultura, y lo ha hecho con su estilo; pero como a González Sinde la persigue la maraña administrativa de las descargas, que es a la vez una realidad y un tópico, pues sirve para zaherirla a ella y zaherir a todo el que se le acerque, la han emprendido por ahí contra Buenafuente, hasta el punto de que él, que es un hombre correoso, pero un sentimental, y eso le honra, se ha sentido obligado a decir que no se esperaba ese trato insultante que su entrevista ha generado. El problema es muy amplio, y no se refiere sólo a Andreu y a este caso. En general, cuando la gente está en desacuerdo debe decirlo, y es bueno que se diga, pues igual derecho tiene alguien a decir una cosa que otro a decir la contraria. Pero, ¿en qué sitio está escrito que el insulto no sea muestra de mala educación? ¿En qué lugar se dice que el insulto, como las descargas, tenga que ser también gratuito? ¿Dónde se dice que el insulto sea un argumento? A mi, como ciudadano, y como periodista, pero sobre todo como ser humano, la levedad alevosa del insulto, que prospera en las redes sociales casi en paralelo a la importancia que éstas van tomando, me parece un demérito de esta saludable invención democrática en cuya virtud todo el mundo puede responder instantáneamente a lo que se le propone. Todo el mundo, naturalmente, tiene ese derecho, pero ¿por qué ese derecho ha de ser un derecho malencarado? ¿Por qué ha de insultarse a un entrevistador porque no haga las preguntas como las hubiera hecho el que insulta? En los blogs, en los twuitters, en la calle, en las televisiones, en los periódicos, en las radios, se ha instalado la creencia, ejercida a machamartillo, de que un insulto es un argumento, que decir del otro lo peor, e incluso decirlo desde el anonimato, es saludable para las neuronas democráticas. Y eso es una falacia intolerable. Somos hechos de dudas y de preguntas, somos seres falibles y no infalibles, pero sobre todo somos seres dignos cuya dignidad debemos defender sobre todo defendiendo la dignidad de los otros. El insulto es una catástrofe social. Ayer lo ponía de manifiesto, en una excelente crónica, Javier Rodríguez Marcos en la sección de Cultura de EL PAÍS, hablando de lo peor que pasó en los tiempos de la República. La República fue una extraordinaria idea, brillante ejercicio de democracia en virtud del cual acabó la Monarquía y se instaló un régimen en el que ya no había dinastías. Pero, como ponía de manifiesto Santos Juliá en ese reportaje, no todo ahí fue tan brillante como el primer día, y el insulto y la descalificación de unos y de otros fueron mellando la medalla popular hasta que el empuje rabioso de los militares dio al traste con el proyecto. Pero el insulto estuvo en medio, y el insulto nunca es inocente. Como se decía antes, venga de donde venga. Buenafuente ha sido ahora el insultado. No es el único, claro, la rabia es que tampoco será el último. El insulto está ahí, parece un cesto de basura al que la gente acude cuando no tiene argumentos. Para ser Andreu éste ha tenido que batallar mucho, ha hecho de todo en la radio y en la televisión; ha bastado que hiciera una entrevistado a la ministra de Cultura para que le arrojaran insultos a la cara. Impunemente. Y eso, la impunidad es lo que tendría que empezar a acabarse para que empezaran a acabarse los insultos.

La mirada del proyeccionista

Por: | 14 de abril de 2011

Cuando tenía doce años Sergio Ramírez era proyeccionista suplente del cine de su tío, en un pueblo de Nicaragua. Cuando el proyeccionista de plantilla se emborrachaba, el adolescente Sergio ocupaba su lugar, manipulaba las cintas, las cortaba cuando se interrumpía la proyección, veía las partes que nadie más veía y se empapaba del ritmo de las películas. Cuando pasó el tiempo y se hizo escritor entendió que aquellas películas de Kurosawa o de Bergmann con las que se hizo su ojo de narrador habían sido esenciales para construir su ritmo de escritura. Es más, en su última novela, La fugitiva, que presentó con Almudena Grandes en la Casa de América ayer noche, aquella experiencia está presente de una manera notable, pues fue Rashomon, de Kurosawa, la cinta cuyo estilo le sirvió para dotar de voz y de perspectiva a los cuatro personajes que van retratando en el libro la compleja personalidad de la mujer insólita que lo protagoniza. Al final del encuentro con Almudena Grandes, Sergio leyó parte del comienzo de La fugitiva. No es común que en España los autores lean en público sus propias creaciones, a veces por pudor, pero siempre porque no está previsto; suelen leer actores, e incluso los presentadores de los actos literarios, pero pocas veces son los autores, a no ser que sean poetas que leen sus versos sin pudor alguno en público. En este caso, leyó Sergio, y se agradeció muchísimo. Pues en esa voz está, por cierto, la voz del proyeccionista, su mirada, su manera de ver evolucionar las escenas, el interior de las mismas, como si la voz y la escritura se juntaran en su manera de concebir las narraciones y éstas no se pudieran entender sólo en lo escrito sino en lo escrito y en lo hablado simultáneamente. Muchas veces, cuando escucho leer, conferencias o narraciones, mi cabeza se va por otro lado, como si estuviera viajando en un medio de transporte distinto al de la propia literatura que me están diciendo. Este verano último estuve leyendo muchos de los ensayos de Sergio Ramírez, que comenté aquí, me parece. Esos ensayos complementaron para mi esa otra literatura de ficción que tiene siempre un paso en la realidad, como esta misma novela, La fugitiva, que fluctúa desde la realidad a lo inventado y regresa a la realidad de una dama de Costa Rica que murió en París siendo un número en el mortuorio y regresó a su país y es todavía un número en el cementerio, después de una vida plena de aventura y desacato. De eso habla hoy en EL PAÍS Ramírez con Ana Marcos, así que les ahorro el argumento. Lo que quería decir es que aquellos ensayos de Sergio me llevaron a comprender mejor su punto de vista, la esencia de su voz, de su voz literaria y de su voz física, real, y esa historia suya como proyeccionista me ha ayudado definitivamente a identificar su voz como nacida del cine, del gran cine que vio de adolescente. Ahora será imposible leerle sin escuchar su voz y sin imaginarlo mirando como aquel muchacho de la película Cinema Paradiso que tanta emoción contiene para los que nos educamos viendo a Jacques Perrin haciendo de hermano de Marcello Mastroianni en la inolvidable (también) Crónica familiar.  

Cuando España hizo pop

Por: | 13 de abril de 2011

En algún momento de nuestra conversación ayer ante el Atlántico gijonés, el maestro Juan Cueto, con quien fui a hablar de fútbol, entre muchas otras cosas, me dijo que lo que pasaba ahora era que se estaba demoliendo el azar, o bien que éste, el azar, había sido colocado en su sitio para que no diera la lata. Hablábamos, ante la apacible, pero rotunda, presencia de ese mar que nos junta a los canarios con los asturianos, de lo que había pasado en los ochenta, cuando España, por decirlo con el título de su último libro, "hizo pop", y lo que sucede ahora con muchas de las esperanzas que se pusieron en marcha en los años ochenta: que se han ido demoliendo consciente o al menos constantemente; se ha demolido un espíritu, de búsqueda, de invención, y se ha sustituido con el abrazo de lo repetitivo, de lo que ya se sabe, de lo que ya se hizo. Cueto es responsable de algunas de las innovaciones que nacieron o se consolidaron en aquella época y después (Cuadernos del Norte, Canal +...), y fue, ha sido y es un punto de referencia al que uno acude como se acude a ver a los maestros, buscando respuestas pero, sobre todo, buscando preguntas, pues unas y otras son parte de la misma duda: qué hicimos, qué hacer, para qué hacer, sobre todo. Los ochenta constituyeron la posibilidad de la novedad absoluta, el lugar en el que confluyeron la política, las artes, lo público y lo privado enfrascados en la misma tarea de desadormecer un país que venía de un largo sueño oscuro. Por así decirlo, se moldeó la escultura que en los setenta era aún como una piedra, y se empezaron a acariciar proyectos como quien acaricia una piedra de Henry Moore o de Brancusi, para que la piedra diera respuestas y empezara a moverse. Y se movió la piedra. De pronto, en estas décadas que llevamos del siglo XXI todo parece puesto en cuarentena, como si al tiempo le hubiera entrado el mal de la piedra, como si ya no hubiera piedras que pulimentar. En cierto sentido, viendo el Atlántico ayer, e imaginando lo que fue y lo que está siendo, se nos produjo la misma melancolía que atrajo hacia el pasado a Burt Lancaster contemplando el mismo mar en Atlantic City: "tenías que haber visto el mar hace cuarenta años". Pero no, no han pasado tantos años desde que aquel azar empezó a funcionar en este país, y sin embargo lo han demolido ya quizá para siempre la política, la universidad, la sociedad civil, la sociedad cultural, que vive contemplando la crisis como si fuera una de las bellas artes cansadas.

El juez en el banquillo

Por: | 12 de abril de 2011

Lo han conseguido, van a sentar al juez Garzón en el banquillo. Lo jalearon cuando persiguió el Gal, lo jalearon cuando sus investigaciones venían bien a sus intereses, y lo persiguieron de manera implacable en cuanto se salió de ese carril e investigó los crímenes que el franquismo cometió después de la guerra y los delitos de la derecha en el poder en Valencia. Eso no lo han podido soportar e instrumentaron todos los vericuetos del Derecho Procesal para hallarle fallas a sus procedimientos. Ahora ya tienen casi desactivado al juez; mantienen a Camps en las listas, a pesar de su conexión evidente con Gürtel, por la que se halla incriminado, y tienen la seguridad de que saldrá absuelto. Como si fuera el dato de una inspiración divina, manejan esa certeza con un enorme desparpajo; algún elemento tienen, y muy poderoso, para creer que les asiste la divina providencia para imaginar ese previsible perdón, u olvido, de las escaramuzas que padece el presidente valenciano. Ese elemento es esta noticia, que Garzón estará en el banquillo. A partir de ahí todo les resulta factible. Sin que haya juicio todavía para ninguno de los imputados, el juez que destapó esas alfombras tendrán que cruzar, como si fuera un delincuente, los pasadizos judiciales, camino, quizá, del ostracismo, fuera del oficio en cuyo desempeño tanta gloria vivió en otros tiempos, aplaudido por los que ahora le arrojan piedras. La metáfora está cogida por los pelos, o no, pero la figura del juez me recuerda a aquel maestro de La lengua de las mariposas, insultado desde el graderío por aquellos que se beneficiaron en otros tiempos de sus enseñanzas republicanas. Ahí los tienen, gritándole, desde la prensa ultra que ha hecho del ejercicio del odio y de la venganza una más de sus argucias sardónicas.

Homenaje a la maestra

Por: | 11 de abril de 2011

De todos los homenajes que se merece Josefina Aldecoa el  que le hubiera emocionado más, el más justo, el que tiene que ver más hondamente con su personalidad, es el que le dedican esta tarde en el Círculo de Bellas Artes de Madrid los padres de los alumnos que estudiaron bajo su batuta firme y dulce a la vez. Ella fue una maestra, sobre todo; escribió libros muy bellos, enraizados en la melancolía de las pérdidas que la vida le mostró, ahondó en la figura de su marido Ignacio Aldecoa, cuya muerte temprana la dejó en el gran desconsuelo de la soledad, y cuidó de su hija, Susana, hasta que ésta cuidó de ella, con devoción y desvelo, hasta el último instante, en Mazcuerras, Cantabria. En todo momento, esta mujer delicada y elegante, a veces hasta demasiado delicada y demasiado elegante, demasiado cuidadosa de todos los detalles, obsesiva en su cuidado de las relaciones con los otros, fue una maestra; su preocupación por los alumnos y por el colegio, por lo que aprendían y por cómo lo aprendían, está en la tradición de las mejores escuelas españolas del siglo XX. Muchos jóvenes madrileños se beneficiaron de esa pasión por enseñar que era, a la vez, pasión por aprender, una herencia del siglo XIX que le tuvo a ella como una de las felices continuadoras. Esta tarde hay ocasión de reivindicar esa trayectoria, y siempre habrá sitio en la memoria para recordar a esta mujer noble que miraba como si jamás se fuera a perder de vista el horizonte al que ella iba con sus ojos bellos.

Lo que no se entiende

Por: | 09 de abril de 2011

He visto las imágenes y he visto las pancartas de la manifestación contra Eta y he pensado que he cambiado por un rato de país, de espacio vital, de lugar donde se producen las noticias, y además me he equivocado de noticias. La manifestación se organizaba contra Eta, y como bien dice Carlos E. Cué en su crónica de elpais.com, fue en realidad una manifestación contra el Gobierno; en algún momento señala Cué que había una pancarta que equipara a Zapatero con Eta y se pide cárcel para Rubalcaba. Las noticias explican que el Gobierno recibe el apoyo del PP porque está haciendo contra Eta lo que tiene que hacer; y, además, como eso es así, mantiene con el partido del Gobierno un pacto en Euskadi. Lo que es evidente, también, es que la Eta está siendo acorralada como nunca, levanta su pata ponzoñosa cada vez con más dificultad, y sus zagueros han sacado bandera blanca. Todo ello, porque la actividad policial ha dado sus frutos, según dicen los de la bancada gubernamental y los de la bancada de la oposición. Y, sin embargo, se monta esta manifestación contra Eta y resulta que es una manifestación contra el Gobierno. No es que no se entienda, es que se entiende. Y lo que resulta bochornoso es que se entiende demasiado, se ve de manera demasiado grosera que ahora ha tocado el silbato para que incluso se traten de presentar como deplorables las cosas que la oposición salva de la actuación del Gobierno, aunque es cierto que salva muy poco. Independientemente de la instrumentación política de la manifestación, da lástima ver a tantos ciudadanos que seguramente tienen buena voluntad gritando con fuerza algo que no tiene sentido tal como están las cosas. ¿Contra el Gobierno o contra Eta? Si es contra el Gobierno tendrían que haberlo dicho, porque lo que no resulta equivalente hoy es decir que yendo contra el Gobierno se va contra Eta. No resulta equivalente porque es mentira, y ese grito responde a una manipulación mentira de la realidad. A no ser que nos hayamos equivocado de país y de información. Machacar al Gobierno con datos falsos puede ser propio de los medios de la ultraderecha, que ya lo hacen, pero manipular a las víctimas del terrorismo para hacerles gritar lo incierto produce vergüenza y activa los mecanismos de la melancolía indignada.

"Los verdugos iban a misa los domingos"

Por: | 09 de abril de 2011

Cuando grabo entrevistas para mis reportajes suelo apuntar en un cuaderno de notas de EL PAÍS frases que me llaman la atención, para usarlas luego en los titulares o en las presentaciones de esas entrevistas, o para hacer destacados en los reportajes. Ayer por la mañana estuve en casa de Marcos Ana, el poeta que estuvo condenado a muerte en las cárceles de Franco, en la posguerra y más allá. Estuvimos hablando de la edad, de cómo se mantiene tan enhiesto, tan firme, a sus 91 años, tras una vida en la que a aquella penuria de la cárcel se unió la terrible experiencia de la condena a muerte, esa espera terrible y cruel. Me dijo que cuando venía el carcelero a pronunciar el nombre del condenado, aún antes de que lo pronunciara, los que esperaban noticia tan fatídica adivinaban el nombre por el movimiento que se iniciaba en los labios del fatal comunicante. En una ocasión le fueron a buscar para presentarlo al juez; durante este tiempo nefasto pensó que el juez le iba a comunicar el cumplimiento de la condena; lo pensó mientras iba desde su celda al despacho del juez, y lo pensó mientras éste desarrollaba otras gestiones y lo tuvo allí, esperando, buscando en su memoria todas las postales que le enviaba la vida. Finalmente, la condena fue conmutada. Ahí está Marcos Ana, escribiendo, viviendo, recordando. En un momento determinado me dijo Marcos Ana, sobre las costumbres de la prisión: "Los verdugos iban a misa los domingos". Y eso anoté. Lo dijo con la naturalidad que le es propia, pues Marcos Ana habla de aquel periodo como si estuviera describiendo circunstancias que le ocurrieron a otro; ahí está, junto a su bicicleta estática, al lado del gimnasio al que acude todos los días, con el codo apoyado en la agenda donde inscribe citas, proyectos, donde se resume su vida diaria de hombre que no se rinde jamás. Por la tarde supe que le habían otorgado la Medalla de las Bellas Artes. Es como un árbol, un hombre al que hay que abrazar.

El País

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