Fernando Vallejo acaba de recibir el premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y en la conferencia de prensa posterior a la lectura del fallo ha explicado muchos de los asuntos que a lo largo de una vida que nació en 1942 han sido la arquitectura metafórica y vital de su existencia: la religión, los animales, la política, la corrupción, la lengua, las contrariedades del cuerpo, la literatura, la música. Salvador Camarena, nuestro compañero en México, estaba en la conferencia de prensa, que se hizo por teléfono, de modo que él les tendrá al tanto. Como miembro de un jurado en el que me honré en participar, debo declarar mi satisfacción por haber estado entre los que firmamos el acta que subraya la literatura de uno de los hombres que, con su literatura del yo, ha estimulado más el pensamiento en el nosotros, en la mezquindad del nosotros, ese pronombre que está más pendientes de los intereses del nosotros que de la generosidad con se deben afrontar los dramas colectivos. Vallejo,como aquel personaje de Hemingway, conoció la angustia y el dolor, en Colombia, en México, en el mundo, pero no ha estado triste una mañana; es un ser humano que traslada en privado la armonía de su nobleza radical mientras que en público, y en sus libros, es como un mandoble unamuniano lanzando denuestos que parecen rejos del animal humano de la conciencia. Aquí se le acaba de escuchar así, como el rejo de una conciencia que uno escucha como el fondo musical de su voz diciendo rasguños de José Alfredo Jiménez.