He visto pocas veces en mi vida a Baltasar Garzón; he leído libros suyos, le he entrevistado una vez (sobre su afición al Barça), y he encontrado siempre que es una persona reservada, cuya notoriedad pública no ha eliminado de su manera de ser una cierta timidez ambivalente, pues a veces sobrepasa esa timidez y es capaz, incluso, de hacer mítines públicos, y a veces la traslada a todos los elementos físicos de su ser, y se retrae hasta los límites del más implacable pudor. De modo que poco puedo adivinar de lo que sentirá ante el hecho cierto de que compañeros suyos de oficio judicial le estén persiguiendo con tanta saña. Pero uno se lo puede imaginar. La controversia nació, formalmente, de su instrucción de una causa contra el franquismo; otro pretexto ha sido la escucha que ordenó para averiguar qué estaban haciendo los protagonistas del caso Gürtel para irse del caso guardando los muebles que tuvieran en sus cajones. Pero no hay que ser muy malintencionado para advertir en estos tejemanejes formales la esencia de una venganza; quisieron rodearlo de sospecha para señalarlo luego como culpable; lo que le hacen, y que ahora lo lleva al banquillo de los acusados, es un ejercicio pleno de venganza sañuda, es decir, una aplicación silenciosa, y sinuosa, de la peor expresión del odio. Ese odio visceral del que hablaba César Vallejo, ese odio de golpes sordos que van cayendo uno a uno, como torturas aviesas, sobre una personalidad de la que no han soportado ni su brillo ni sus ideas. Escribo estas palabras con la certeza de que Garzón, en este caso, es la metáfora de muchas otras venganzas nacidas del odio que ha marcado y marca la historia de los hombres. Es probable, ojalá sea probable, que el proceso al que le someten sus propios compañeros acabe en el humo que subyace en la denuncia misma; pero los peritos de la injuria, dentro y fuera de la carrera judicial, ya han hecho su trabajo de menoscabo, y lo hacen con la pericia que les da la experiencia de hurgar en hechos que ellos mismos saben que no significan maldad en la instrucción del juez Garzón; han mirado a ver si se ha equivocado simplemente porque desde hace años deseaban que se equivocara, y han buscado en una esquina de sus instrucciones con el objetivo de sentarlo ahí, donde lo querían ver. Ignoro cómo se tomará Garzón eso, pero por si le sirve para algo le diré desde este modesto lugar en el mundo de los blogs que la venganza y el odio avergüenza a quien ejerce esa vileza y ennoblece a quien la sufre.