Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Luz de México

Por: | 11 de octubre de 2011

La luz ayer en México era como la de mi pueblo, a la vez oscura, romántica y húmeda; una luz que limpiaba las calles, las casas e incluso las caras; caminamos hacia el Zócalo, pasamos por el viejo museo del correo viejo, entramos en la catedral inmensa, pisamos por los adoquines que son testigos de revueltas y de oraciones, y almorzamos en casa de Ángeles Mastretta cruzando en medio de esa lechosa luz caliente que es el mediodía en la ciudad grande, enorme, exagerada y bella; luego seguimos camino, y yo me sentí como en una ciudad distinta, donde la velocidad sin sosiego que está en las noticias, en la historia y en los almanaques se hubiera detenido justamente debajo de esa luz que amenazaba lluvia, pero que le daba una extraña paz a esta ciudad que por un rato, un día al menos, tenía el rostro adecentado de una ciudad descansada, acaso reposando de viejos lunes inclementes, un lunes con la apariencia romántica de las neblinas. Por la noche cenamos en casa de Fernando Vallejo y de David Antón, el escritor y el escenógrafo; vinieron también Pedro Ávila, el cantante de Ángel González y de Lorca, que ahora está en México y que dentro de nada actúa en el Zócalo poniéndole música a los versos de Lorca y al baile de Pilar Rioja, y Ulises Ramos y Marian Montesedeoca, editores canarios (él es el poeta, ella es historiadora y fotógrafa) que se han venido a México a buscar horizonte nuevo en esta luz que ayer era oscura y clara a la vez, como la luz de mi pueblo, y hoy, desde el amanecer, es igualmente oscura y clara pero es la luz de México, tan distante, tan hermosa, tan rara ahora que la siento como una luz de paz.

Piglia leyendo al revés

Por: | 09 de octubre de 2011

Ahí está Ricardo Piglia, en el centro del escenario, solo, con un traje beis; sus gafas redondas están sobre la mesa, y él se mueve como un muchacho en clase, rebuscando en sus apuntes una historia que le sirve de centro del alma de su discurso, Gombrowicz, aquel polaco que les dijo a los poetas bonaerenses que mataran a Borges. Piglia está hablando ante una nutridísima audiencia en la Casa del Lago, Xalapa, en una de las sesiones solitarias que organiza aquí el Hay; su asunto es el autor como lector, y Gombrowicz, que aprendió español en Argentina y allí se tradujo a esta lengua su intrincado Ferdydurke, le viene como anillo al dedo. Mientras hace esa excursión por Gombrowicz y Ferdydurke, y por el asunto que le trae ante el auditorio, centenares de jóvenes le escuchan en medio de un silencio que ennoblece el aire ahora oscuro de la tarde xalapeña; alrededor del escenario, unos muchachos, ajenos a todo esto, usan un rústico funicular que de vez en cuando desvía mi propia atención, pero estoy encantado de escuchar a Piglia, en el centro del escenario. Pienso que eso justamente, que Piglia esté en el centro del escenario, define su propia posición en la literatura en español de hoy; es, sin duda, uno de los grandes escritores de este tiempo, podría decirlo desde ese escenario, podría hacer algún guiño propio, decir de donde procede su obra, concederse, como se suele hacer, los créditos que merece, explicar cuáles fueron sus influencias, de dónde viene su lectura. Pero hace algo mucho más noble: comparte lo que sabe, y sabe muchísimo, con los jóvenes que le escuchan, que al final le premian con preguntas muy inteligentes sobre la relación del autor con la literatura. Los chicos no le preguntan banalidades sobre la hora en que empieza a escribir (o no sólo eso, pues ahora que recuerdo uno le preguntó precisamente eso, y él contesto con una ironía también a la consabida pregunta: ¿qué libro se llevaría a una isla desierta?, después de la ironía dijo Moby Dick), sino que quieren saber, en efecto, qué influencia tienen en el autor sus lecturas, y recorren el discurso que acaban de oír mostrando que no estaban pendientes del funicular ni de otra cosa que de lo que este sabio les iba diciendo. Y él había terminado su discurso con dos preciosas anécdotas personales, pero no referidas a su propia escritura, sino, otra vez, a su propia lectura, a su iniciación como lector. Su abuelo tenía una buena biblioteca, y leyó hasta su muerte, que se produjo cuándo él tenía cuatro años. Un año antes, supone, agarró un libro azul de la estantería y se puso en la puerta de la calle, a simular que leía, para que le vieran leer los viandantes; hasta que uno de ellos le señaló que estaba leyendo el libro al revés. En cierto modo, dijo Piglia, todos leemos al revés. ¿Escribimos al revés? Probablemente, pero ayer se trataba de leer. Y la segunda anécdota que contó Piglia tiene que ver también con el exhibicionismo de leer, esta vez relacionado con el amor, o con la búsqueda del amor: era un estudiante de Preparatoria, de unos 16 años, y se había interesado mucho por una muchacha que era una buena lectora; él se dedicaba al fútbol y a la nada. Un día ella le preguntó qué estaba leyendo. Él había visto La peste, de Camus, en un escaparate, acababa de ser publicada en Argentina. Y él dijo que estaba leyendo La peste. Ella le pidió que se la prestara. La tuvo que comprar, la leyó durante la noche, al día siguiente se la entregó arrugada por el (verdadero) uso, y desde ahí no ha parado de leer. ¿Qué pasaría con la chica?, me preguntó luego Martín Caparrós, el escritor argentino. No sé, no lo dijo. Me encantó escuchar a Piglia, lo encontré muy apropiado, ahí, en el centro del escenario, escuchado por jóvenes que le leen acaso también como él leyó La peste.

Poniatowska, Piltol, muchos más

Por: | 08 de octubre de 2011

El Hay junta en Xalapa a gente de todas partes. Y entre los reunidos en este festival literario que nació en Gales y ya tiene un cuarto de siglo, casi, destacan dos cabezas mexicanas, venerables y grises, que pasean por este pueblo veracruzano con la gallardía que dan los años. Son Elena Poniatowska, mexicana de México pero heredera también de las más disputadas dinastías europeas, y Sergio Pitol, que es de Xalapa, vive en México, fue diplomático en el centro mismo de la literatura europea, Praga, y ahora es un punto de referencia de muchos jóvenes que reciben del aliento de sus libros líneas a seguir en la prosa y en el ensayo. Verlos por aquí, risueños y felices, saludando sin discriminación ni altanería a todo el mundo que se le acerca, dialogando desde la veteranía con los jóvenes que pululan ya en torno a los efectos y los afectos de la fama que dan los libros (no tanta, que ellos no se lo crean), es un estímulo para los que creemos que esa veteranía es un alto grado. Los dos siguen escribiendo y publicando, en ninguno de ellos anida ya la ansiedad por aparecer (o por desaparecer), así que asisten, distendidos, a los homenajes que reciben, y en silencio también siguen lo que los demás dicen. Christopher Domínguez y Juan Antonio Masóliver Ródenas, mexicano y español, críticos, hablaban ayer en el Ágora, cerca de la hermosa plaza Juárez de Xalapa, acerca del papel del crítico y del momento que vive la literatura española; Domínguez dijo que el fenómeno Bolaños ("un terremoto") garantiza que la literatura en lengua española (aquella que conoció la explosión del boom) mantiene su edad de oro, aunque Masoliver le recordó que Bolaños fue un terremoto que persiste, pero según él hay pocos terremotos al lado. Allí estaban, escuchándoles, Pitol y Poniatowska. En algún momento, Masoliver dijo algo que anoto porque me pareció materia muy sugerente: "Toda escritura nace del rencor". Probablemente. Pero, ¿también la de Pitol y la de Poniatowska? Me parece que no. En todo caso, menudo tema sacó adelante el crítico de La Vanguardia en esta conversación con Domínguez, moderada por la también crítica literaria Sonia Hernández. He estado en muchas más cosas, pues estos festivales son incesantes, y muy demandantes, de atención y de tiempo. Reseño brevemente una conversación que me pareció muy sugestiva, la que mantuvieron el periodista mexicano Eduardo Rabassa y el escritor y periodista mexicano-guatemalteco-norteamericano Frank (Francisco) Goldman. Goldman perdió hace cuatro años a su mujer, Aura, una joven escritora mexicana amante del surfing, que pereció en un accidente en el mar. Desde entonces Goldman vivió la tragedia como un mazazo del que resultaba (y resulta) muy difícil levantarse. Ha escrito un libro a partir de esa pérdida, Say your name; tal como lo contó, con una sencillez extraña hoy en cualquier descripción de un libro propio, es un testimonio muy hondo que en sus palabras se convirtió, también, en un retrato de la amada como pocos he escuchado en lugares como este, donde la brevedad de los parlamentos no deja demasiado tiempo para grandes honduras. Pero Goldman halló hondura, sin duda porque la tiene. Hubo un coloquio entre Jaime Abello, de la fundación de periodismo que preside García Márquez, con el editor de América Latina del Financial Times, John Paul Rathbone. Ahí se puso de manifiesto la importancia social (y política, y económica) que tiene la labor de los corresponsales extranjeros en la prensa mundial, se deploró el cese de la acreditación de Mauricio Vicent como corresponsal de EL PAÍS en Cuba y se deploró también el uso del anonimato y otras figuras del ocultamiento en las redes sociales, instrumento de tanto valor, por otra parte, para pulsar el ánimo de los pueblos y de los países. Desde el público se reclamó una reflexión sobre la situación en Veracruz, donde el narcoterrorismo está llevando al Gobierno a censuras indeseadas de la prensa y, por supuesto, a situaciones de enorme riesgo para la vida de la ciudadanía incluyendo ahí de manera prominente a los periodistas, permanentemente amenazados por los criminales cuya ley sin piedad está cayendo con su sombra exagerada sobre este pueblo tan naturalmente feliz. 

Félix Romeo y la amistad

Por: | 07 de octubre de 2011

Frecuenté poco a Félix Romeo. Lo lamento, claro, porque sus amigos, todos sus amigos, sus innumerables amigos, hablaban de ese afecto que él transmitía como uno de los tesoros con los que vivían. Luis Alegre, uno de esos amigos (y tan amigo de todos, como Romeo), me escribió esta mañana un mensaje. Era un hermano para él, me dijo. Eran hermanos. En este mundo de la literatura, de las artes, de la cultura, se instala a veces una frialdad que deja en suspenso relaciones antiguas; hay, en medio de esos territorios que tantas veces son de hielo, islotes así, como el que representaban Félix Romeo y sus amigos, los de Zaragoza, donde eran los dueños de la risa, de los locales, de las librerías y de las calles, y ese calor iba más allá, mucho más allá, de las fronteras aragonesas. Ahora estoy en Xalapa, en el festival Hay que se ha trasladado a este territorio mexicano conturbado por una realidad de bombas, rifles y martillos, de cuchillo y de droga, de desencanto y de muerte; y aquí, en este islote de literatura, donde tantos amigos de Romeo recibieron esta mañana con consternación la noticia de su muerte, se sintió también la consecuencia fértil de ese afecto que el buen amigo de todos fue regando allí por donde pasó, como periodista cultural, como escritor, como paseante por los corazones de la gente que ahora recibe con estupor la evidencia de que ya no está esa risa, ese abrazo que fue símbolo legendario de la amistad sin frontera. La memoria lo seguirá haciendo vivir, sin duda, pero, como decía Miguel Hernández, esa falta sin fondo es para todos una tragedia con la que, desde este rincón del mundo me sumo con el mismo sentimiento de pérdida que esta mañana me transmitía Luis Alegre desde el lugar en el que más se le llora.

En Buenos Aires, sobre Tomás Eloy Martínez

Por: | 05 de octubre de 2011

Me invitó Ezequiel Martínez a hablar sobre su padre, Tomás Eloy Martínez, en la fundación que lleva el nombre de éste y que se halla en la biblioteca Miguel Cané, donde Borges trabajó en los años 30 del siglo XX. Allí está, aún, el estudio de Borges, un cuarto chiquito donde el poeta hacía versos en la oscuridad creciente de su habitación. Ahora junto a ese espacio están la biblioteca de Tomás Eloy, el despacho que usó en vida, sus discos, algunos de sus muebles. La muerte no existe, no se produce, las personas siguen viviendo en lo que hacemos, en sus gestos prolongados en nuestros propios gestos, no hay final, todo es un día completo, la muerte es un lugar común. De modo que ahí está, en su prolongación literaria, Tomás Eloy Martínez, su benéfica sombra de escritor fértil, de periodista exacto. Era un atrevimiento hablar de él allí, ante Sol Gallego y ante Jorge Fernández Díaz, dos de los mejores periodistas de la lengua española, sin duda continuadores envidiables de la estela de Tomás Eloy. Me centré en un libro que aconsejo siempre, Lugar común la muerte; en ese libro se recogen crónicas que Tomás Eloy escribió en distintos periodos de su vida profesional, desde 1973 al menos. De esa época primitiva es su impresionante retrato de López Rega, el mago supersticioso que reclamó haber resucitado a Perón. Y están ahí su visita inolvidable a Lezama Lima en La Habana o su excursión melancólica a los últimos días de Ezequiel Martínez Estrada. Ese libro está lleno de hallazgos periodísticos y también humanos, pues Tomás Eloy era un contador minucioso de la evolución moral de los rostros, de la vitalidad menguante o creciente de las emociones, y a todo eso llegaba con datos veraces que hacían sus narraciones piezas exigentes del mejor periodismo. Era, y este fue uno de sus valores, un hombre ingenuo, capaz de preguntar desde una inocencia que desarmaba; esa ingenuidad le permitió huir del cinismo, y acaso esa ausencia de cinismo es la que lo conservó como un hombre noble capaz de darlo todo sin pedir a cambio poco más que cariño. Lo tuvo, lo tiene; esta fundación es uno de los ejemplos del aprecio. Pero lo importante es la lección que dejó, de buen periodista, de escritor de música inconfundible. Me sentí allí feliz, diciéndole adiós a este Buenos Aires tan querido rodeado de gente que ama a ese gran cronista que fue Tomás Eloy. 

Por qué Antonio escribe el blog

Por: | 03 de octubre de 2011

La sección de Internacional de El País vive una nueva etapa; ayer se hizo eco de ello el diario, en su edición de papel, que tengo desde muy temprano en Buenos Aires, pero cada día se advierten esos cambios en la web elpais.com. Una novedad, entre las muchas que aborda esta nueva dimensión de la sección con la que El País abrió su mirada al mundo cada mañana desde 1976 hasta ahora, es la multiplicación de los blogs de los distintos corresponsales del periódico en las capitales desde las que informan. El blog es una dimensión nueva del periodismo, permite a su autor excursos que eran prohibidos en la formulación tradicional del oficio, y consigue algo que resulta también asombroso en el sentido estricto: nadie podía soñar hace diez años que un día podíamos intercambiar puntos de vista con los lectores en tiempo real. Es una experiencia fascinante para vivir de cerca y para vivir de lejos. Como experiencia nutritiva para el periodismo pero también para la relación civil con la realidad la trata Antonio Caño en su blog, en el que explica por qué hace el blog. Me ha interesado mucho su reflexión, porque contiene un lado autocrítico que es poco común entre los periodistas de siempre y de ahora; el periodismo está demasiado contento de sí mismo demasiadas veces, oculta generalmente (ocultamos, hablo de mi mismo también) los quiebros en sus opiniones, y nos presentamos ante los otros, en privado y en público, como gente que se apea poco de sus convicciones. Caño explica la indiferencia con la que recibió Internet hace cuatro años y el sentimiento en el que ahora habita: que Internet lo va a cambiar todo, lo está cambiando todo, y nosotros somos factores de ese cambio. Lo son los blogs, lo son las charlas interactivas, lo son las fuentes de información, y lo son los peligros indudables que le han sobrevenido al oficio. El rumor, el anonimato, el insulto, la descalificación de los demás desde trincheras impunes. Pero, ¿no existía eso también en el periodismo de siempre? Sin duda. Las maldades que se hacen en periodismo son maldades humanas. Es nuestra responsabilidad limitar los efectos de la ruindad, que arruinan la sociedad y por tanto arruinan también el periodismo. No culpemos a Internet hasta de lo que es nuestro. Me ha interesado mucho leer a Caño, su autocrítica y su visión forman parte de un rito que debíamos afrontar a diario los periodistas para compartir con el lector el misterio del futuro mientras éste no es más que un presente, una pregunta y una duda que no tienen ni una sola solución ni una sola respuesta.

Por qué se llama Buenos Aires

Por: | 02 de octubre de 2011

Le pregunté a Edgardo Cosarinsky, uno de los grandes escritores argentinos, y un cineasta de mucho prestigio, por qué esta ciudad suya se llama Buenos Aires. Me dijo que por la virgen, pero la mayor parte de las ciudades se llaman así por un patrón, por una cruz, por una virgen. Qué más. Entonces me explicó que, en efecto, no son tan buenos los aires de Buenos Aires. En verano el aire te puede asfixiar de calor y en invierno el aire es puro hielo. A los que les gusta el calor los atosiga la humedad que contiene el sol veraniego en Buenos Aires y a los que les gusta el frío, esa misma humedad es como un paño caliente en el gaznate. Ahora estamos en la primavera, y sopla el aire de Buenos Aires como le da la gana; a veces viene de este lado, a veces viene de este otro, a veces no viene. La primavera en Buenos Aires contiene todos los aires posibles: el aire del otoño, el aire del invierno, el aire del verano...; y se mezclan, y entonces te puedes volver loco con el aire de Buenos Aires. Me he puesto a escribir en medio de un parque, y he tenido que ir en busca de un jersey con el el que calmar el frío, pero al cabo de un rato me he vuelto a sofocar de nuevo; a la vista, sin embargo, hace un día espléndido, el sol limpia todas las aceras, las sombras de los árboles son benéficas como en las fotografías estáticas..., pero el aire, ah el aire. El aire en Buenos Aires hace lo que le da la gana. Acaso por eso se la ciudad se llama Buenos Aires, me dijo Cosarinsky, porque el aire hace aquí lo que se le pone. 

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