Cuando le concedieron el primer premio Francisco Umbral al libro del año, Manuel Longares convalecía de un accidente doméstico que le tumbó la mano derecha, con la que escribió Las cuatro esquinas, la novela por historias por la que obtuvo ese galardón que entonces (mediados de enero de 2012) nacía convocado por la fundación que lleva el nombre del autor de Mortal y rosa.
Anoche le entregaron el premio a Longares, en la Comunidad de Madrid, con la asistencia de la presidenta Esperanza Aguirre y otras autoridades, además de María España, la esposa de Umbral, presidenta de la Fundación Francisco Umbral. Longares ya está bastante recuperado de su lesión; de hecho, fue al acto vestido con traje y chaleco, y ya sin la bandolera gracias a la cual ha resguardado su mano derecha. Pero recibió tantos abrazos, apretones y parabienes físicos que temí en algún momento por la continuidad de su dificultosa reparación.
El momento en que más estuve preocupado por la mano del gran escritor de Romanticismo fue cuando la presidenta Aguirre, seguramente desconocedora de que el ganador había tenido ese padecimiento, le entregó (en la mano derecha) la escultura (una escalera, símbolo del esfuerzo, como dijo María España) que había hecho Alberto Corazón como emblema del premio.
Longares salió con éxito del lance, salvó su mano, por lo que vi, y no sólo eso, sino que luego, en un coloquio con Fernando Rodríguez Lafuente y con Fani Rubio, ambos miembros del jurado que le concedió el premio, actuó con muchísima soltura, y con mucha mano izquierda, algo que, tratándose de un tímido de tanta reputación, significaba felicidad y acomodo a un acto público. Y Longares no es hombre de públicos y mucho menos de apretones y otras efusiones más allá de las más localizadas y tenues.
Fue un buen acto, a pesar de que hubieran puesto en peligro la mano lesionada de Longares. No es muy común que quienes intervienen en estas gestas oficiales se preparen sus escritos, los que deben leer. Pero Carmen Iglesias, presidenta del jurado, hizo una muy buena disección de la novela, una historia marcada, dijo ella, por ese dolor en zig zag que ha vivido este país, simbolizado en la obra por la vida de Madrid en cuatro estancias de la posguerra. "Debería ser de obligada lectura en institutos y universidades". Los editores de Galaxia (Joan Tarrida, María Cifuentes, allí presentes), que han publicado la novela, asentían, como es lógico, y no sólo ellos... Longares ganó hace nada, también, el premio de los Libreros de Madrid, de modo que miel sobre hojuelas, como se dice.
Y no sólo se preparó su discurso Carmen Iglesias, sino que hizo lo propio José María Lassalle, el secretario de Estado de Cultura, que lo improvisó allí mismo (eso me dijo), pero escribiéndolo a mano previamente. Mientras se desarrollaba el acto, escribía y escribía en unos folios grandes, y luego se vio que lo que escribía era su contribución al acto. "Lo más inquietante está en nosotros mismos", dijo Joseph Conrad, explicó el acto funcionario, para ligar esa frase con la conducta civil y literaria de Umbral y relacionarla con las aleaciones de la que está compuesta la escritura de Longares: "aleación de vida y dolor, en la que es tan fácil encontrarnos como perdernos".
María España leyó su intervención. A Umbral, dijo, le hubiera gustado mucho este premio; Longares era uno de sus preferidos. Y el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, que intervino también, resaltó la relación que Longares (primer responsable del suplemento literario del periódico en el que Umbral vivió los últimos 18 años de su vida) mantuvo con la escritura de Umbral. Y no sólo eso: Ramírez dijo que este premio que lleva el nombre del gran cronista y novelista de Madrid está llamado a ser el Goncourt español. En su discurso Esperanza Aguirre celebró esa idea, y acercó a Longares a la tradición realista. Me pareció que en este caso a Longares se le vino a la cabeza su La novela del corsé, en el que el realismo (su realismo) es sueño.
En el agradecimiento Longares estuvo elocuente y sencillo. Le dedicó su premio a su amigo Carlos Pujol, que murió un día antes de que a él lo premiaran. Nos enseñó a leer y a escribir, dijo, nunca tuvo un premio, escribía como los dioses y tradujo a todo dios. A él le dedicó el premio. Era editor en Planeta, y profesor, y poeta. Ni que decir tiene que el aplauso fue sincero y sencillo, como Longares.
Al final me acerqué y procuré no darle la mano, por si se le hubiera partido otra vez.