Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Ponen a prueba la mano de Manuel Longares

Por: | 29 de febrero de 2012

Cuando le concedieron el primer premio Francisco Umbral al libro del año, Manuel Longares convalecía de un accidente doméstico que le tumbó la mano derecha, con la que escribió Las cuatro esquinas, la novela por historias por la que obtuvo ese galardón que entonces (mediados de enero de 2012) nacía convocado por la fundación que lleva el nombre del autor de Mortal y rosa.

Anoche le entregaron el premio a Longares, en la Comunidad de Madrid, con la asistencia de la presidenta Esperanza Aguirre y otras autoridades, además de María España, la esposa de Umbral, presidenta de la Fundación Francisco Umbral. Longares ya está bastante recuperado de su lesión; de hecho, fue al acto vestido con traje y chaleco, y ya sin la bandolera gracias a la cual ha resguardado su mano derecha. Pero recibió tantos abrazos, apretones y parabienes físicos que temí en algún momento por la continuidad de su dificultosa reparación.

El momento en que más estuve preocupado por la mano del gran escritor de Romanticismo fue cuando la presidenta Aguirre, seguramente desconocedora de que el ganador había tenido ese padecimiento, le entregó (en la mano derecha) la escultura (una escalera, símbolo del esfuerzo, como dijo María España) que había hecho Alberto Corazón como emblema del premio.

Longares salió con éxito del lance, salvó su mano, por lo que vi, y no sólo eso, sino que luego, en un coloquio con Fernando Rodríguez Lafuente y con Fani Rubio, ambos miembros del jurado que le concedió el premio, actuó con muchísima soltura, y con mucha mano izquierda, algo que, tratándose de un tímido de tanta reputación, significaba felicidad y acomodo a un acto público. Y Longares no es hombre de públicos y mucho menos de apretones y otras efusiones más allá de las más localizadas y tenues.

Fue un buen acto, a pesar de que hubieran puesto en peligro la mano lesionada de Longares. No es muy común que quienes intervienen en estas gestas oficiales se preparen sus escritos, los que deben leer. Pero Carmen Iglesias, presidenta del jurado, hizo una muy buena disección de la novela, una historia marcada, dijo ella, por ese dolor en zig zag que ha vivido este país, simbolizado en la obra por la vida de Madrid en cuatro estancias de la posguerra. "Debería ser de obligada lectura en institutos y universidades". Los editores de Galaxia (Joan Tarrida, María Cifuentes, allí presentes), que han publicado la novela, asentían, como es lógico, y no sólo ellos... Longares ganó hace nada, también, el premio de los Libreros de Madrid, de modo que miel sobre hojuelas, como se dice.

Y no sólo se preparó su discurso Carmen Iglesias, sino que hizo lo propio José María Lassalle, el secretario de Estado de Cultura, que lo improvisó allí mismo (eso me dijo), pero escribiéndolo a mano previamente. Mientras se desarrollaba el acto, escribía y escribía en unos folios grandes, y luego se vio que lo que escribía era su contribución al acto. "Lo más inquietante está en nosotros mismos", dijo Joseph Conrad, explicó el acto funcionario, para ligar esa frase con la conducta civil y literaria de Umbral y relacionarla con las aleaciones de la que está compuesta la escritura de Longares: "aleación de vida y dolor, en la que es tan fácil encontrarnos como perdernos".

María España leyó su intervención. A Umbral, dijo, le hubiera gustado mucho este premio; Longares era uno de sus preferidos. Y el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, que intervino también, resaltó la relación que Longares (primer responsable del suplemento literario del periódico en el que Umbral vivió los últimos 18 años de su vida) mantuvo con la escritura de Umbral. Y no sólo eso: Ramírez dijo que este premio que lleva el nombre del gran cronista y novelista de Madrid está llamado a ser el Goncourt español. En su discurso Esperanza Aguirre celebró esa idea, y acercó a Longares a la tradición realista. Me pareció que en este caso a Longares se le vino a la cabeza su La novela del corsé, en el que el realismo (su realismo) es sueño.

En el agradecimiento Longares estuvo elocuente y sencillo. Le dedicó su premio a su amigo Carlos Pujol, que murió un día antes de que a él lo premiaran. Nos enseñó a leer y a escribir, dijo, nunca tuvo un premio, escribía como los dioses y tradujo a todo dios. A él le dedicó el premio. Era editor en Planeta, y profesor, y poeta. Ni que decir tiene que el aplauso fue sincero y sencillo, como Longares.

Al final me acerqué y procuré no darle la mano, por si se le hubiera partido otra vez.

Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas

Por: | 28 de febrero de 2012

Fue en Quito, Ecuador, donde el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum se encontró con esa maravillosa inscripción, mezcla de sarcasmo y melancolía, una especie de retrato escrito de América Latina y del mundo: "Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas".

Él se lo contó a Mario Benedetti, Benedetti lo convirtió en una especie de tuit de entonces y ahora la ocurrencia anónima corre de mundo a mundo como el reflejo de la perplejidad como un estado del alma americana. Y no tan solo americana.

Me ha venido ahora la frase, una vez más, porque Ecuador es el núcleo de una nueva preocupación contemporánea: el engreímiento del hombre en el poder, que le lleva a considerar que los demás no han de preocuparse por su modo de ocupar el sitio al que lo llevaron las urnas, y decide decretar el cierre de un periódico o de tachar una opinión que no le resulta favorable.

La presión internacional (de escritores, de políticos, de ciudadanos de su país y de su fuera de su país) ha hecho que el presidente Correa decidiera el perdón de los directivos de El Universo que habían sido severamente castigados por publicar un texto que a Correa no le gusta; la condena vino después de un juicio amañado que ha causado indignación en todos los foros.

Esa presión ha conseguido depurar la culpa, a los ojos del presidente, pero éste persiste, después del perdón, en la acusación contra sus críticos, como si él debiera ser impune a toda consideración que no le sea favorable.

El periodismo está ahí para preguntar, y para seguir preguntando, y no ha de conformarse con las respuestas que ya hubo, pues a veces las respuestas cambian el sentido de las preguntas. La arrogancia con la que Correa ha querido cambiar las preguntas no es privativa de Correa, recorre el mundo; en nuestro caso, la arrogancia se convierte en silencio, que mantienen responsables públicos en comparecencias para los cuales piden silencio de los periodistas. No quieren que les cambien las preguntas que ya llevan contestadas desde el gabinete que les prepara la vida.

En Ecuador ha sido más dramático; ahora se rebaja la presión, pero quien oiga a Correa sabe que es una tregua, o por lo menos eso dice él mismo. No sé qué grafito vería hoy en Quito Adoum si viviera, pero seguramente sería, sin más, una tachadura. 

Adiós de un periódico

Por: | 25 de febrero de 2012

Cuando iba a escribir este post lamentando la desaparición del diario ´Público`, que dejó de existir ayer, me encontré en mi teléfono un correo de una web de índole religiosa que titulaba así la primera de sus noticias: "El diario ´Público` ya no difundirá más el laicismo radical a través de su edición impresa".

Esa imprecación malvada sirve para certificar, también, el disgusto que sentimos muchos de los que hemos lamentado esta pérdida en la prensa diaria española. Por ser laico y radical, por haber sido testimonio del pensamiento y el trabajo de los profesionales que lo hacían, por haber sido una competencia leal y audaz a los que, lógicamente, queríamos que nuestro diario fuera mejor, los compañeros de ´Público` se merecen hoy el respeto de sus competidores y debieran merecerse, en un país no marcado por el cainismo, el respeto de sus adversarios.

No ha sido así en vida, no es así tampoco en la despedida.

Pero ellos, los compañeros cuyo diario deja de salir, e incluso esos adversarios que se declaran enemigos tan despiadadamente gozosos, saben que este país se hizo así y así se hace. Para terrible memoria de nuestro tiempo.

En todo caso, de esas desagradables reacciones mezquinas no quería hablar, sino del periódico que se va.

Han procurado una audiencia, la han tenido, han procurado, en medio de una crisis enorme de la publicidad, un rincón en el que sobresalir, y de pronto el hacha más terrible de la crisis publicitaria los halló trabajando pero ya sin porvenir. Hicieron del final de su trabajo una heroica profesión de fe en el periodismo en los tiempos oscuros (Brecht decía: "Hay que cantar también en los tiempos oscuros") y hubiera sido bueno que las promesas que recibieron de financiación para durar se hubieran sustanciado finalmente. Y finalmente el empresario, desde Hollywood, dijo que estaba jodido pero que ya no podía seguir. Y esa misma tarde, ayer, dieron por concluida su residencia en la tierra. Ojalá todos y cada uno hallen acomodo feliz en el futuro que es, y que me perdone Brecht, tan oscuro para el oficio.

Despedir un periódico, y en España ya se han despedido demasiados, es una de las tareas más difíciles para quienes estamos en el oficio. Hacerlo, salir a la calle, encontrar en el camino dificultades que se salvan, noticias que te hacen reencontrar con la vida que elegiste, es uno de los privilegios que nos han hecho tan felices; recuerdo siempre aquella exclamación de Albert Camus en medio de la guerra, cuando acabó un ejemplar vibrante de ´Combat`brindando con estas palabras: "¡Vale la pena vivir para este oficio!"

Sé que los valerosos compañeros que ayer decidieron echar el cierre antes del tiempo que prolongaba la agonía encontrarán en esta carrera difícil lugar donde brindar de nuevo por haberlo hecho. Lo deseo como antiguo periodista que soy y como compañero que ha visto nacer y morir y morir y nacer.

Y, por cierto, me gustaría acabar por donde empecé. Mi madre me recordaba siempre lo que gritó el anarquista Ferrer cuando iba a ser ajusticiado a principios del siglo XX por sus ideas acerca de la vida y de la escuela:

"¡Vivan los niños! ¡Vivan las escuelas laicas!"

Viva, pues, el laicismo radical, viva la escuela laica, vivan los niños, y viva el periodismo que lo pueda gritar.

Retrato de un amigo

Por: | 24 de febrero de 2012

La desgraciada muerte de Marie Colvin, la extraordinaria reportera británica que acaba de ser asesinada mientras trabajaba en Siria, avivó la memoria de otro compañero, Juan Carlos Gumucio, que también fue corresponsal o enviado especial en lugares turbulentos, arrostró ese riesgo con gallardía y una indómita profesionalidad y fue, además, esposo de Marie durante una época.

La conocí con él, cuando ya no vivían juntos, en el bar de un hotel de Jerusalén. Él era vivaracho, audaz, siempre estaba a punto de salir de viaje, aunque no se moviera del sitio, y ella era mucho más reflexiva, más tranquila, más absolutamente anglosajona, también como periodista.

Guillermo Altares recordó muy puntualmente, cuando asesinaron a Colvin, la relación de ésta con Gumucio, y ofreció un dato que fue el que avivó en mi memoria algunos momentos y algunas trayectorias de este periodista excelente: Gumucio murió, nos recordaba Altares, hace ahora diez años; exactamente el 25 de febrero de 2002 aquel reportero que un día colgó la mochila, volvió a su pueblo y, en contra de lo que podía hacer pensar su estilo bohemio, indómito e imparable, se sumió en una grave melancolía con la que acompañó sus últimos tiempos y su propia despedida.

Las últimas veces que lo vi él estaba en Londres, como corresponsal a regañadientes, pues su historia, la que amaba, estaba en los monumentos rotos de la vida, en medio de las guerras y de los obuses, tratando de contar cuál es la raíz que el hombre padece como uno que odia a otro hasta matarlo. Esa era su pasión, contar la tragedia, y Londres entonces padecía tragedias chiquitas y no daba de sí sino cotilleos.

Así que quería volver a la selva de la vida. Algún tiempo después regresó a Bolivia, su tierra natal; ayer escribí aquí de Eliseo Alberto, que era así, indómito y sensual, pero melancólico y callado, varado muchas veces en la vereda de su propio, y autodestructivo, desprecio, como si no tuviera ganas de verse en el espejo.

Y hoy viene a estas páginas Juan Carlos Gumucio, que se le pareció tanto, también en el uso frecuente y fervoroso del alcohol como materia para calmar los malos sueños. El recuerdo de ambos, ayer de Eliseo, hoy de Juan Carlos, traído a la actualidad por la lamentable muerte de quien fue su amor, me llevó muy temprano a uno de los mejores textos sobre la amistad que he leído nunca, y que viaja conmigo casi siempre: Retrato de un amigo, de Natalia Ginzburg (Acantilado), sobre el gran Cesare Pavese, que se suicidó un agosto tórrido de Turín. Releo algunos párrafos pensando en Gumucio, pensando en Eliseo.

Ahora nos damos cuenta de que nuestra ciudad se parece al amigo que hemos perdido y que tanto la amaba; es, como era él, laboriosa, ceñuda en su actividad febril y terca, y, al mismo tiempo, apática y dispuesta a holgazanear y a soñar. En la ciudad que se le parece, sentimos revivir a nuestro amigo dondequiera que vayamos. En cada esquina y en cada vuelta creemos que puede surgir de repente su alta figura con el abrigo oscuro de trabilla, el rostro oculto tras el cuello, el sombrero calado hasta los ojos...

(...) Murió en verano. Nuestra ciudad, en verano, está desierta y parece muy grande, clara y sonora como una plaza. (...) No estaba ninguno de nosotros. Para morir eligió un día cualquiera de aquel tórrido agosto, y la habitación de un hotel cerca de la estación: en a ciudad que le pertenecía, quiso morir como un forastero".

Como escribió el poeta José Hierro para una de sus propias despedidas, no diré a nadie que estuve a punto de llorar.

Uno no está toda la vida malo o estudiando

Por: | 23 de febrero de 2012

Ahora que los estudiantes están en la calle (en Valencia, en Madrid) y hay, desde medios alevosos, diatribas que los ponen como si fueran los hijos de Marx y Engels y no los de Ortega y Gasset, me viene a la cabeza una anécdota fantástica que contaba el extraordinario escritor cubano Eliseo Alberto, muerto el año pasado antes de que tuviera tiempo de escribir todo lo que marcaban los genes de su genio.

Resulta que un marinero cubano, fletado en uno de esos barcos que recogían medicinas y adeptos en las islas Canarias, recaló una vez en Las Palmas con sus compañeros de tripulación. Y al ver la posibilidad, una rendija, de quedarse allí, pidió asilo, y discretamente lo obtuvo. Pasó, quiso pasar, a la oscuridad del exilio tranquilo, pero lo descubrieron desde Miami, y como locos los periodistas cubanos instalados allí lo asaltaron a preguntas ante las cuales él mantuvo un mutismo que también se parece al mutismo de los canarios, isleño-cubanos al fin y al cabo.

Pero al fin una emisora de radio consiguió ponerlo ante el micrófono. Las preguntas eran las de siempre: por qué se fue, qué sintió al dejar la tierra, esas rememoraciones que el exilio convierte en tremendas restauraciones melancólicas del espacio perdido. Pero entre las preguntas le deslizaron algunos juicios de valor: no debe ser muy buena la educación allá, tanto que dicen... "¡No me toque usted la educación! ¡La educación en Cuba es lo mejor del mundo!" Bueno, pues la sanidad... "¡La sanidad ni me la toque! ¡La sanidad en Cuba es lo mejor del mundo!"

Irreductible, el exiliado se resistió a despotricar de los pilares de la tierra. Y por eso le dijo el periodista al cubano que ya vivía en Las Palmas:

--Entonces, si todo eso es bueno, ¿por qué se exilia?

A lo que respondió el avispado marinero:

--Porque uno no está siempre malo o estudiando.

Y eso pensé, viendo a los chicos en la calle: tenían frío, y no iban a estar siempre estudiando, helados, y salieron a calle, a decir que tenían frío. Uno no está siempre estudiando y helado, la alternativa es decirlo. Hoy algunos periódicos los ponen como si fueran revolucionarios moscovitas. Por no estarse quietos, helados de frío.

Con libros en las manos

Por: | 22 de febrero de 2012

La decisión de los estudiantes de Valencia de ir a sus manifestaciones de protesta con libros en las manos es mucho más que un argumento contra las armas que utilizaron contra ellos los días anteriores policías brutales que no controlaron el alcance de las órdenes que habían recibido, o que simplemente consideraron que todo el monte es orégano.

Lo cierto es que ahí estaba el libro, como símbolo de siglos de lucha de la palabra contra la fuerza; y estaba, en este caso, el libro de papel, pues aparte de otras consideraciones tecnológicas relacionadas con su porvenir el libro es como una bandera, como un póster, como una antorcha que luce en la oscuridad de las manifestaciones del hombre desde que éste empezó a decir que duda de la autoridad, de su propia identidad, de las órdenes que recibe, etcétera.

El libro es mucho más que un conjunto de palabras o historias, es en sí mismo un argumento, y que los chicos valencianos lo hayan elevado de esta manera a nivel de símbolo expresa muy bien el ámbito de su protesta, que es mucho más abierto y generoso que los argumentos de los que los acusan de ser unos revoltosos animados por unos radicales.

Viva el libro, pues, y vivan las manos de los que los portan.

La voz dormida

Por: | 20 de febrero de 2012

Entre las películas que aspiraban a ser consideradas por el jurado de los Goya estaba La voz dormida, de Benito Zambrano, basada en la obra narrativa homónima de Dulce Chacón.

Muchos de los que conocimos a Dulce Chacón podemos dar fe de la importancia que tuvo en su vida fatalmente acortada (murió en diciembre de 2003, a los 49 años) la investigación que sustenta ese libro, la dedicación sentimental a la que sometiuó sus pesquisas acerca de la terrible realidad que fue descubriendo y, finalmente, la ilusión que le hizo no sólo la repercusión que que tuvo la obra literaria (en la prensa, en los lectores, pero sobre todo en las víctimas de aquel entramado feroz de la posguerra) sino que Zambrano, que ya le había emocionado con Solas, se fijara en el libro para convertirlo en el soporte literario de una película.

Zambrano tuvo la idea poco después de que Dulce fuera hospitalizada en Madrid, afectada ya por el cáncer irremediable que truncó una vida que combinó genio poético con generosidad personal.

Esa idea de Zambrano, junto con las ideas narrativas que compartió con su gemela Inma (que luego escribiría una obra que prepararon las dos y después continuó su propia tarea literaria hasta quedar finalista del último Planeta, de momento) fue una de las luces que alumbraron la existencia de Dulce en esos meses de su enfermedad, que ella hizo menos penosos para ella y para todos desplegando un optimismo emocionante que no dejó jamás un resquicio para el ejercicio inevitable del pesimismo que conlleva el conocimiento exacto de lo que le estaba pasando.

Esta noticia, el éxito de la película, su presencia en los Goya, ya estuvieron fuera, naturalmente, de su alcance, pero aquella noticia que le dio Zambrabo, en aquel momento tan especial, tan crucial, de su vida fue uno de esos instantes que uno guarda en la memoria como algo más que un destello, era efectivamente la luz en un túnel, y ella lo apreció así, y así se puso a trabajar, en un primer momento, como si fuera a ver la película, su rodaje, su estreno, este momento en que ya alrededor del filme se establece el glamour de la vida que sigue a los estrenos...

Lo que ahora emociona también es saber que la película es un emblema que reclama atención para quienes sufrieron la posiguerra en este país olvidadizo al que ella se dedicó con un afán inolvidable.

Autobiografía de twitter/1

Por: | 18 de febrero de 2012

Entre en twitter hará ahora dos semanas; interesante experiencia. No sé cuánto durará (twitter, mi experiencia), pero el tiempo transcurrido me permite hacer algunas respetuosas consideraciones.

Observo a mi alrededor que la gente que utiliza twitter (en el teléfono celular o móvil, en la tableta, el ordenador) vive tan interesada por lo que le devuelve la máquina, cualquier clase de máquina, que cada día mira menos a las personas que tiene delante.

Los amigos están preocupados por lo que les dicen otros amigos, a través de las distintas cuentas que han organizado para tener una conexión eterna con el exterior: el facebook, el twitter, el tuenti, el correo electrónico, etcétera...

Imagino que todo está está suscitando una verdadera catarata de nuevos conocimientos y, quizá, de nuevas ideas; pero no sería verdadero o sincero si no dijera que resulta ya bastante molesto llegar a la atención de los otros, en persona, venciendo la resistencia poderosa que están imponiendo las máquinas.

Harta que no te miren, la verdad.

Sugeriría a los amigos que atendieran a los amigos, que los miraran a la cara, que hablaran con ellos, pues un día van a levantar la vista del ordenador, el móvil o la tableta y se van a encontrar que ya no hay personas de carne y hueso con las que departir.

Seguiremos informando de las reflexiones que vayan ocurriendo en torno a este interesante, y distressing, fenómeno que en mi caso se acaba de inaugurar.

Lo que tiene que ver Arco con la Copa del Rey

Por: | 17 de febrero de 2012

Escuché anoche algunas opiniones sobre Arco que me llevaron a pensar en la posible relación entre esa feria del arte y la inmediata celebración de la Copa del Rey.

Permítanme que desvele algunos de los rasgos de lo que escuché hasta llegar a ese paralelismo.

Arco ha sido, a lo largo del tiempo, un diapasón de la vida cultural española; cuando la movida madrileña, Arco teñía la ciudad como un ciclón de aire fresco que dominaba todas las terrazas.

Era un acontecimiento que, se celebrara donde se celebrara, parecía celebrarse también en el centro de la ciudad.

A lo largo de los años sus cambios de ubicación coincidieron con mezquinas aproximaciones urbanas a la importancia del centro de Madrid, al centro más abierto de Madrid, a favor de las incomodidades de la periferia, alimentada con grandes centros de usos múltiples para revalorizar esos suelos periféricos.

Allí se instaló Arco, le quitaron a la ciudad su cercanía e hicieron del lugar de la feria un sitio accesible, sobre todo, para los directamente interesados, vendedores y compradores del arte. Se puso lejos Arco, como para que no fuera de la ciudad. Error.

Después, como a este país se le fue gastando el gusto por mezclar las artes plásticas con todo, y por tanto se dejó de discutir de cultura en estos acontecimientos, la feria se fue haciendo cada vez más profesional y más ufana de serlo. Se secó la palabra, se cuidó la vista, pero no tanto.

Ahora Arco es una gran feria internacional del arte, y no tan grande, pero se celebra en las afueras de Madrid en el sentido más específico del término: es una feria alejada. 

Si hubiera un consorcio civil (esa palabra escuché, y la subrayo mucho, pues es importante tenerla en cuenta) en el que participaran los poderes municipales y provinciales, el poder cultural, el poder hotelero, etcétera, y se pusieran de acuerdo en potenciar Arco como el gran acontecimiento cultural y artístico, comercial, un lugar de conversación mútliple y desparramada, la deprimida economía de Madrid, pero sobre todo la deprimida cultura de Madrid, conocería al menos una vez un año un oasis muy claro y muy determinante. Sería, otra vez, aire de movida. Es fácil, pero no se intenta.

También dijeron, los reunidos, que había que mirar a América Latina. Ese enorme poder creativo, cultural, y ahora económico, no está suficientemente atraído por Arco. Una pérdida.

Eso escuché.

Y en seguida se me vino a la cabeza el tema del estadio dónde debe celebrarse la Copa del Rey. Madrid (el Real Madrid) no la quiere aquí porque no quiere que el Barça o el Athletic se proclamen ganadores (uno u otro) en su campo.

Una venganza, al parecer, pues el Barça otra vez le negó la sal de su propio estadio. Pequeñeces mezquinas. Los hoteleros han dicho que pierden veinte millones de euros por esa gracia. Pues lo que decían anoche era que un acuerdo general para que Arco sea más grande, más desparramado y más próximo (a Madrid) sería un serio apoyo a la capacidad industrial y generadora de riqueza de esta feria internacional que no es más importante (o no es tan importante) porque esa instancia civil no ha pensado nunca en arrimar el hombro para hacerla más atractiva y accesible.

Ah, y escuché también que Arco debería situarse una semana antes o una semana después, pues su celebración habitual coincide siempre con las vacaciones escolares en muchos de los países de donde vendrían los grandes coleccionistas, y eso los retiene en sus sitios.

Eso oí. Lo único que es mío es la reflexión sobre la Copa del Rey. Que conste.

Elogio de La piel que habito

Por: | 16 de febrero de 2012

No me gustó La piel que habito. Y después me gustó mucho La piel que habito.

Cuando la vi no me di cuenta de lo que había dentro y me quedé en la piel.

Cuando pasaron unas horas, e incluso unos días, sentí que no era sobre la piel; era sobre la venganza, sobre el odio, sobre la viscosa presencia de esos dos factores, mezclados con el muy perjudicial ingrediente de la envidia, y era no sólo un película, es decir, una obra de arte, una delicada apuesta por el cine como medio de ahondar en el alma: era también un ensayo, una purga del corazón del artista que la firmaba, Pedro Almodóvar.

Mi cambio de opinión me enseñó algunas cosas: que uno no debe hablar de nada antes de que un sexto sentido le diga, horas después, qué vio, pues el cine, como la literatura, es una carta que uno abre cuando está solo.

Solo, estando solo, pues, creí entender mejor la carta.

Y yo creo que lo que hay en esa carta que ahora ha sido premiada en Londres y que se somete en seguida al juicio de los jurados de los Goya es aún mucho más profundo. Y sólo lo podrá explicar el propio Almodóvar, pero quizá no todavía.

Las imágenes inquietantes de la película, fotografiadas con la precisión melancólica de un artista de la luz, están aún en mi memoria como si las acabara de ver. Pasaba con algunos filmes radicales de Ingmar Bergman. Detrás de los ojos de este cineasta había el mismo asombro que habita ahora en la piel del alma de Almodóvar. 

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal