Luis Alemany ganó hace una semana el premio Canarias de Literatura.
Su nombre propio está unido a una novela que marcó un hito en las islas, Los puercos de Circe; de ella se habló en voz baja cuando salió y se siguió hablando así a lo largo de los años que median de aquella edición (Taller de Ediciones JB, 1973) hasta ahora mismo, pues la obra se adentraba en la vida provinciana de una sociedad burguesa, y ya se sabe que lo más difícil es que las ciudades acepten su condición de puritanas, conservadoras y estrechas de mente.
Y Alemany retrataba en Los puercos de Circe aquel Santa Cruz en el que fue recriado (nació en Barcelona, en 1944, pero sus padres lo llevaron muy pronto a la isla) con la destreza de un paseante en las intimidades del lugar, y con la habilidad de un extraordinario narrador que ya había asombrado al jurado del premio Jauja de cuentos (que se daba en Valladolid) con un cuento que está (o debería estar) en las mejores antologías de relatos españoles.
Ese relato, El indulto, revelaba a un narrador que, como pedía Ernesto Guevara a los suyos para otras cosas, alcanzaba la mordacidad sin perder (sobre todo en el pasaje final del cuento) la ternura que atrapa y al mismo tiempo distancia.
Los puercos de Circe era mucho más mordaz, más atrevida, iba al tuétano de aquella ciudad burguesa y la exponía como si estuviera secando al sol sus vísceras. Después de ese libro, que tuvo ese éxito en baja voz al que están condenados los buenos relatos en las sociedades que retratan, hasta que alguien los destapa y se atreve a airearlos, Alemany hizo teatro, escribió otros cuentos, dirigió montajes ajenos o propios, fue profesor (y se aburrió de ello) en La Laguna, donde estudió, y en otras ciudades españolas o extranjeras, y finalmente decidió que, en medio de las ruinas de la vida, era mejor esperar a que escampara para regresar a la escritura para la que está tan dotado.
Este premio que ahora ha recibido en su tierra honra lo que ha hecho, y como aún está a tiempo (y que sea por muchos años) seguramente será un acicate para que continúe haciendo, pues hay pocos talentos narrativos tan promisorios y tan contundentes como ese que se alberga en Los puercos de Circe.
Decía Alfonso García-Ramos, narrador, periodista, que los canarios estaban dotados para la lírica, al menos hasta la década en que escribe Alemany su primera novela. Y de hecho los poetas insulares, desde Tomás Morales, Domingo Rivero o Domingo López Torres, entre otros muchos, le dieron a la poesía en español mucha metáfora de la que vive el aliento insular también. Pero fue el propio García-Ramos, con Guad, el que reinaugura un periodo narrativo que sigue hasta hoy y del que Alemany es un adelantado. El premio que ahora ha recibido en su tierra llama la atención sobre su literatura. Tiene uno la confianza de que también le llame a él mismo la atención sobre las posibilidades que sigue teniendo de dar a la estampa aún muchos libros que subrayen aquel talento que asombró al jurado que le premió El indulto y a este jurado que le premió por toda su obra con el Canarias de Literatura.