Chavela Vargas es adictiva, como el buen vino, como la buena cerveza y sobre todo como la buena música cuya letra te lleve a todas las historias.
México es la patria de las letras, como Argentina; el corrido y el tango constituyen, en su esencia, letras sobre la aventura de vivir, casi todas tienen que ver con el fracaso, por tanto tienen que ver también con el éxito, con la alegría de encontrar y con la zozobra de perder. Todas las letras te remiten a la vida propia, aunque le haya pasado lo que se canta a un tipo de Guanajuato o a una mujer de Entrerríos.
Ahora que la Fundación Príncipe de Asturias ha recibido el encargo de estudiar la propuesta de que este año gane el premio de las Artes este magnífico ejemplar humano que ha hecho felices a los desgraciados y viceversa, me ha venido a la memoria un suceso que tiene que ver con el imán que Chavela ha supuesto para muchos de los que nos hemos enamorado, y nos hemos curado de los amores, escuchando sus canciones, letras raspadas en la pared terrible, o enorme, de la vida.
Hace ahora veinte años, casi, un editor norteamericano, Peter Mayer, que entonces presidía Penguin, vino a Madrid invitado por Alfaguara a participar en un coloquio entre editores, antes de que el tema fuera la desaparición del papel y el asunto tan solo era cómo llenar de mayor enjundia y calidad el papel. Lo fue a buscar al aeropuerto mi compañero Ramón Buenaventura, y como creíamos que Peter era muy gordo, como un hombre para dos asientos, a Ramón se le pasó su presencia, y el editor se fue veloz a su hotel.
Por la noche lo encontramos y nos fuimos a tomar vinos al viejo madrid, en realidad al Oh Madrid. En algún momento, Peter preguntó si yo sabía dónde podría encontrar a Chavela Vargas y sobre todo quería saber si aquella leyenda seguía viva. A él le alegró la vida y la juventud aquella mujer de la que tenía el mejor recuerdo, pues la había escuchado en una cueva de México muchos años antes.
Por razones de la casualidad, había estado yo mismo unos días antes con Chavela, y sabía quién y cómo se podía encontrar. Llamé, pues, al editor Manuel Arroyo, Chavela estaba en su casa. Quedé con él para el día siguiente, a mediodía, era un domingo, pero no le avisé a Peter. Al abrir la puerta la propia Chavela, Mayer sintió la punzada de un sueño. Luego se hizo un groupie de la cantante, viajó tras ella por Europa, la siguió con Almodóvar, pues se enamoraron al unísono de Chavela, y también se hizo amigo de Arroyo.
Ahora siempre que leo una noticia que tiene que ver con Chavela Vargas, como ahora, a mi cabeza viene siempre Peter Mayer, aquella noche, Chavela abriéndola la puerta de la casa de Manuel Arroyo.