Dice Álvaro Pombo que se pasa el año esperando el buen tiempo. El verano, que es el epicentro del buen tiempo desde mi punto de vista, tiene un enorme prestigio entre los hedonistas meteorológicos. Las otras estaciones, incluyendo la maldita primavera, tienen tantas contraindicaciones como ventajas. Y el otoño es la estación que, después del verano, desata alguna esperanza a los que, como Pombo, creen que el buen tiempo es bueno para la salud. Al contrario, prevengo: el otoño es malísimo, y no solo para las hojas de los árboles.
Este otoño que marcará el retorno a la vida habitual de los españoles no sólo representa un cambio de estación, sino la consolidación de una amenaza: nunca, en mucho tiempo, una estación ha sido presentada desde tantos puntos de vista como el espacio en el que se iban a poner en marcha todos los aspersores de la desesperación: económica, política, cultural, social...
Este retorno se presenta como el advenimiento posible de una desgracia, de la que nos salvará, dicen, tan solo la capacidad que cada uno tenga para resistir la ventolera. Tenía un amigo que decía que cuando hay temporal debemos agarrarnos fuertemente a nuestras propias manos, haciendo un todo con el cuerpo, para impedir que el viento nos tumbe.
En el pueblo donde vivo, El Médano, se produce hoy la mayor ventolera del verano, como un presagio de esa ventolera inclemente que nos anuncian. A esa ventolera vamos abocado, está tocando ya a su fin este buen tiempo provisional y el otoño arrecia como el presagio de la peor de las tormentas. ¿Será para tanto? Será para tanto, parece. Mientras tanto, agarrémonos al viento y confiemos en que el retorno nos depare al menos alguna sonrisa de tregua. Y después, que el tiempo enseñe los dientes, que siempre habrá manera de limárselos.