Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

El retorno

Por: | 30 de agosto de 2012

Dice Álvaro Pombo que se pasa el año esperando el buen tiempo. El verano, que es el epicentro del buen tiempo desde mi punto de vista, tiene un enorme prestigio entre los hedonistas meteorológicos. Las otras estaciones, incluyendo la maldita primavera, tienen tantas contraindicaciones como ventajas. Y el otoño es la estación que, después del verano, desata alguna esperanza a los que, como Pombo, creen que el buen tiempo es bueno para la salud. Al contrario, prevengo: el otoño es malísimo, y no solo para las hojas de los árboles.

Este otoño que marcará el retorno a la vida habitual de los españoles no sólo representa un cambio de estación, sino la consolidación de una amenaza: nunca, en mucho tiempo, una estación ha sido presentada desde tantos puntos de vista como el espacio en el que se iban a poner en marcha todos los aspersores de la desesperación: económica, política, cultural, social...

Este retorno se presenta como el advenimiento posible de una desgracia, de la que nos salvará, dicen, tan solo la capacidad que cada uno tenga para resistir la ventolera. Tenía un amigo que decía que cuando hay temporal debemos agarrarnos fuertemente a nuestras propias manos, haciendo un todo con el cuerpo, para impedir que el viento nos tumbe.

En el pueblo donde vivo, El Médano, se produce hoy la mayor ventolera del verano, como un presagio de esa ventolera inclemente que nos anuncian. A esa ventolera vamos abocado, está tocando ya a su fin este buen tiempo provisional y el otoño arrecia como el presagio de la peor de las tormentas. ¿Será para tanto? Será para tanto, parece. Mientras tanto, agarrémonos al viento y confiemos en que el retorno nos depare al menos alguna sonrisa de tregua. Y después, que el tiempo enseñe los dientes, que siempre habrá manera de limárselos.

La tentación amarilla

Por: | 29 de agosto de 2012

El asesinato de los niños de Córdoba, del que presuntamente es culpable su padre, constituye una materia predilecta para aquellos que, sin pudor alguno, consideran que informar es también violentar las reglas de la información. Todos los elementos (sobre todo los elementos gráficos) de una noticia no son legítimos, aunque sean naturales y asequibles, y aunque puedan ofrecer el interés amarillento que demanda una población cada más interesada en conocer aquello que más le perturbe.

Ha pasado en este caso y suele suceder. Estamos en una sociedad cada vez más acostumbrada a que la ausencia de fronteras sea presentada como una conquista de la libertad de expresión. El caso de los niños de Córdoba presenta en su esencia todos los elementos de la maldad, y como tal lo recibe la sociedad. Pero para percibir eso la sociedad no necesita además ver absolutamente todos los elementos que revelan la existencia de esa conciencia infernal que acabó con la vida de los niños. Cada gesto del padre, cada resto de los hallados en la hoguera que supuestamente él puso en funcionamiento para acabar con los menores asesinados, tiene un enorme valor forense; pero no todos los detalles de este suceso son necesariamente útiles o imprescindibles para la información, gráfica o escrita, que se dé de ello en los medios de acceso público. El periodismo tiene algunas barreras, y esas barreras son exactamente las del pudor que marca el sentido común cuando ha de referirse al dolor que puede suponer (para los que lo sufren directamente, pero también para toda la población) una noticia ofrecida con los materiales propios del sensacionalismo.

En esta tentación amarilla puede verse el sustrato de una enorme hipocresía. Desde el supuesto de que cuanto más horror vea la sociedad más ejemplo se da para que eso no ocurra otra vez, se presentan hasta el paroxismo todos los elementos del caso, sin tener en cuenta esos límites. Detrás hay solo la intención de llamar a los lectores o a los televidentes a que miren desde la primera fila las heridas del horror, y a que lo hagan como si estuvieran asistiendo a un espectáculo más.

 

La Gomera, una tragedia humana

Por: | 13 de agosto de 2012

No es un monte que se quema, no es la lengua de fuego que llega hasta el mar devastando un paisaje que forma parte de los más bellos paisajes isleños. No es una tragedia que afecta, tan solo, a la superficie de La Gomera, es una herida que va más hondo.

Como en cualquier isla, esta es la condición natural de una isla, el hombre y la tierra están entrañados indisolublemente, el paisaje es el alma, y el alma del hombre está hecho de la infancia y del paisaje de su tierra. El gomero, el isleño de La Gomera, ha tenido como modo de subsistencia, aun lo tiene, la tierra; han pasado (lejos, es cierto) las revoluciones industriales, las nuevas tecnologías de la alimentación, el hombre ha ido a la Luna y ha vuelto, ha habido guerras y hambrunas, y también ha habido épocas (lejos, es cierto) de abundancia, pero en La Gomera casi todo se ha vivido mirando hacia la tierra, y no hacia la tierra grande, hacia los grandes espacios cultivados o yermos.

La tierra ha sido y es el lugar de subsistencia, la metáfora del amparo que el hombre busca en la naturaleza para no morirse de hambre. Y aunque hayan pasado épocas más duras y más difíciles y más injustas que la época que ahora vive la isla, la tierra sigue siendo la mano en la que se apoya el hombre para mirar con cierta confianza al futuro.

El incendio sucesivo que ahora ahoga a la isla es, en ese y en muchos otros sentidos, una tragedia exactamente humana. No se está quemando el monte, se está quemando algo mucho más hondo y sustancioso, se está quemando el alma misma de una tierra bellísima que se hizo bella porque los hombres la han querido.

Ahora bien: se quema porque antes del incendio, los hombres, las autoridades, los que han de vigilar que en el verano no prenda el fuego, han dejado que se sequen los rastrojos, han permitido que no se recoja la pinocha, y en general han permitido que esa tea ardiendo que es el calor del verano halle el campo minado para hacer posible ahora esta desgracia. Que no es la primera, quizá no sea la última que amenace tan gravemente lo mejor que tiene la isla, la tierra que le da sustento.  

Llamas en el corazón de las islas

Por: | 12 de agosto de 2012

El corazón de Canarias está en el monte, en el aire, en el lenguaje secreto de la flora, en la ubérrima y secreta abundancia del Garajonay o de Tejeda, en la cambiante luz de las aristas del Teide, en la lava sinuosa de Lanzarote o de El Hierro, en los desiertos de Fuerteventura, en el bosques escondidos de la isla de La Palma.

Ahora se quema el Cedro, en La Gomera, y se quema también Teno, en Tenerife, dos centros neurálgicos de la memoria insular. Garajonay, en El Cedro, es el pozo que da agua a la flora más valiosa del archipiélago, y Teno es el lugar escondido de Tenerife, donde el norte y el sur se parten, donde lo tradicional (las casas de madera y piedra, el lenguaje de la gente) recibe el abrazo de las dos latitudes. Ya en 2007 sufrió un incendio pavoroso que ahora se repite en sus contornos con la violencia que los hombres también agitamos, con los recortes que ahora diezman la atención a los montes y a sus contornos. Los montes no se queman solos, se queman a veces porque alguien los quema o porque la desidia los quemas. Y ahora hay una combinación de todo en esta desgracia que mantiene las islas en llamas.

Y La Gomera ha sido, casi cada año, pasto de las llamas, a veces con consecuencias humanamente catastróficas, como cuando en los años 80 el incendio de aquellas estribaciones acabó con la vida de un gran número de personas, entre ellas el gobernador civil de entonces, Francisco Afonso Carrillo, un joven que pereció ayudando.

El incendio que ahora alarma a la población hasta los extremos de la desesperación está alcanzando pueblos cuyos habitantes están siendo desalojados en medio de la desolación que se siente en una isla como en ningún sitio. Ese lugar, Garajonay, este sitio, Teno, son dos símbolos de Canarias. Los canarios se quejan (nos quejamos) de que los medios no se ocupan como debieran de lo que está sucediendo en esos lugares; encuentran que el aislamiento es la fuente del desdén con que se está viviendo en otros lugares la tragedia que va creciendo por momentos, en medio de un clima exactamente infernal, a merced de un viento que no tiene ninguna misericordia.

Cuando los canarios piden atención es que es muy grave lo que nos sucede. Decía Paulino Rivero, el presidente de Canarias, que para que llegue aquí un helicóptero que ayude pueden pasar veinticuatro horas. Como decían los viejos, todo no es soplar y hacer botellas. Y de momento aquí lo único que sopla es el viento. De eso se quejan los canarios que ven cómo el fuego incendia el corazón de dos islas del norte del Archipiélago.

El País

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