Adriana Hidalgo, editora, son Adriana Hidalga y Fabián Lebenglik; ella es la nieta de un personaje legendario en Argentina (y fuera de allí), Pedro García, un español transterrado que hace exactamente un siglo puso en marcha la más importante de las librerías del siglo XX (en aquel país y en el mundo), el Ateneo. Es hija de un desaparecido por la dictadura argentina, "una historia con la que resulta muy difícil convivir". Nunca más se supo del padre desaparecido. Ella fundó en 1999 esa editorial que lleva su nombre, y puso al frente, como director, a Fabián, cuyo apellido polaco significa "Felicidad de vivir". Los dos han construido, pues, esa marca que lleva el nombre de ella y que ha dado de sí un extraordinario catálogo que tiene muchos sobresalientes, entre ellos el de JMG Le Clezio, el adusto y extraordinario escritor francés que hace tres años mereció el premio Nobel de Literatura. La coherencia de su trabajo, el de Adriana con Fabián, filósofo y periodista, de apariencia francesa y de raíz polaca, y de dicción e historia argentina, mereció este año el premio al Mérito Editorial de la FIL de Guadalajara.
Fue un momento importante de la feria del libro más importante del mundo de la eñe, como aquí, en México, suelen decir refiriéndose al universo del español. Es un premio singular también porque esta es (también) la única feria del mundo en la que se premia la labor de un editor, y esto lo lleva haciendo desde que se fundó hace veintiséis años. El asunto es importante porque en este maremagnum de historias que ocurren alrededor de los libros (los autores, los agentes, los recuerdos y los olvidos) la figura del editor parece desdibujarse a favor de otras figuraciones. Daniel Divinsky, también argentino, que recibió el mismo premio años atrás ("demasiados años atrás, ay", exclamó el veterano creador de Ediciones de La Flor), se encargó de presentarlos como pertenecientes a ese universo afectivo hacia los libros que convierte la palabra de otro en un objeto circulante de alto valor moral y literario, en un mensaje que no nunca se funde en la nada. En un objeto "no fungible".
Los dos fueron muy sobrios, como editores que son, satisfechos de estar en esta nómina de premiados, queriendo pasar de puntillas por la propia importancia de su trabajo. Junto a mi había un editor español. Le dije que esta era la única feria del mundo (también) en la que se vitoreaba a un editor, se aplaudía su obra, y el público efectuaba esa ovación puesto en pie. Me dijo el colega: "Sí, así es..., aunque sea por cinco minutos". El aplauso al editor resonará algún día como la mirada retrospectiva hacia un sector cuya luz depende de esas manos (las de Adriana, las de Fabián, las de tantos) aunque los clarines anuncien siempre (ahora) que si existen los libros es porque el cielo los manda.