Mira que te lo tengo dicho

Sobre el blog

¿Qué podemos esperar de la cultura? ¿Y qué de quienes la hacen? Los hechos y los protagonistas. La intimidad de los creadores y la plaza en la que se encuentran.

Sobre el autor

Juan Cruz

es periodista y escritor. Su blog Mira que te lo tengo dicho ha estado colgado desde 2006 en elpais.com y aparece ahora en la web de cultura de El País. En cultura ha desarrollado gran parte de su trabajo en El País. Sobre esa experiencia escribió un libro, Una memoria de El País y sobre su trabajo como editor publicó Egos revueltos, una memoria personal de la vida literaria, que fue Premio Comillas de Memorias de la editorial Tusquets. Otros libros suyos son Ojalá octubre y La foto de los suecos. Sobre periodismo escribió Periodismo. ¿vale la pena vivir para este oficio?. Sus últimos libros son Viaje al corazón del fútbol, sobre el Barça de Pep Guardiola, y Contra el insulto, sobre la costumbre de insultar que domina hoy en el periodismo y en muchos sectores de la vida pública española. Nació en Tenerife en 1948.

Eskup

Fue la semana en la que supimos que el Ayuntamiento de Madrid jugó a la yenka con la memoria del más importante de los actores españoles del teatro de la posguerra, Fernando Fernán Gómez.

Justo cuando se cumplían los seis años de su muerte, los nuevos rectores de las Artes del municipio madrileño estimaron oportuno primero eliminar su nombre del teatro del Centro Cultural de la Villa. Luego la alcaldesa Ana Botella los mandó rectificar, y finalmente alcanzaron una solución que parecía heredar su vergüenza ante sus sucesivos desatinos y han mezclado el nombre del genial Fernando con el nombre genérico del centro.

En su columna del El país de hoy domingo 24 de noviembre Elvira Lindo habla de este exabrupto ridículo y reaccionario de la vida municipal, y lo hace con la indignación justa que proviene del buen conocimiento de la enorme labor que este hombre, Fernán-Gómez, hizo en este país a favor del cine, del teatro, de la memoria; fue nuestro Vittorio Gassman y fue nuestro Lawrence Olivier, y, como dice Elvira, tenía que tener en la plaza de Colón un monumento tan grande como “esa banderaza” que preside el lugar.

En los tiempos de Miguel Munárriz como director de ese teatro municipal se notó la amplitud y la profundidad de las referencias y de la sensibilidad de este escritor, periodista y poeta asturiano, que redescubrió para el público madrileño nombres propios importantes que además deben ser inolvidables, y así cultivó la propia memoria de Fernando Fernán- Gómez, pues lo que allí se hizo estuvo a la altura de la propia exigencia del autor de El tiempo amarillo.

La defenestración abrupta de Munárriz parecía preparar el terreno para lo que ahora parece estar pasando con este centro y con su teatro, a las puertas, parece, de la privatización que como una cuchilla está pendiendo del cuello de todo centro cultural de carácter público en Madrid.

Lo que pasó esta semana me produjo vergüenza ajena. De ello escribí este último viernes para la sección que leo cada día en el programa Hora 14 de la cadena Ser. También hablé del premio Cervantes a Elena Poniatowska, pero en este caso las urgencias del día (el premio se concedió cuando iba a empezar el programa) me obligar a dictarlo sin escribirlo, de modo que no figura aquí. Escribí una columna en El País (Pequeño caballo que va a la ópera), que salió publicada el miércoles, junto a otros textos muy interesantes y a una semblanza magnífica que escribió sobre la autora de La piel del cielo su compatriota, y amigo, y buen conocedor, Juan Villoro.

A los textos de esta semana que no se han publicado en El País sumo en esta entrega la crónica que hice del estreno de Kathie y el hipópotamo, la obra de Mario Vargas Llosa que se estrenó este último martes en el Matadero de Madrid, perteneciente al Teatro Español. Se publicó en Clarín de Buenos Aires.

 

 

LA HIERBA CANTA POR DORIS LESSING

Doris Lessing creía que la televisión marcó el final una civilización más sensata, la de la radio. Antes de que empezara esta devastación de ahora me dijo, poco después de ganar el Nobel, que aquel derroche no presagiaba nada bueno. Luchó por los negros en África y se comprometió contra la guerra de Irak y contra la invasión de Afganistán. Batalló por los derechos de la mujer y se irritaba si le preguntabas si la suya era literatura femenina.

 

LA HISTORIA Y LOS CUENTOS DE HADAS

El historiador Santos Juliá dijo anoche, en el homenaje a su colega José Álvarez Junco, que hacer historia sirve para establecer la verdad sobre lo sucedido. Y alertó contra los que construyen una fábula que mitifica lo que nunca pasó. Es una manera mendaz de hacer historia, que hace felices a los que la inventan pero crean un malestar civil cuyas consecuencias ya hemos padecido. Santos no estaba hablando de siglos atrás sino

de la manipulación que sucede en este mismo minuto.

 

RAIMON Y ESPRÍU

Esta noche oiremos a Raimon otra vez en Madrid. Será en el Círculo de Bellas Artes. El cantante de Al Vent y de Diguem No pondrá música a los poemas en los que Salvador Espriu expresa la pasión ibérica que dejó escrita en La pell de brau o la poesía civil de Inici del cant en el temple. Ahora que se buscan motivos de diálogo para acabar con el desencuentro provisional España-Cataluña escuchar a Espriu, oír a Raimon, es una manera de caminar por un puente.

 

DESFACHATEZ

Fernando Fernán-Gómez fue aquí nuestro Laurence Olivier, o nuestro Vittorio Gassman; escribió memorias que lo retrataban como un escéptico quijote del siglo XX, en el cine fue todos los personajes que quiso hacer y fue uno de los más extraordinarios actores y directores de teatro de su tiempo. Acaso el mejor. Ahora el Ayuntamiento de Madrid ensaya el juego mezquino de quitar o a mezclar el nombre que le pusieron a su teatro. Y lo hacen en el aniversario de su muerte. Qué desfachatez, amigos, qué bochorno.

 

Vargas Llosa va con Zavalita al teatro

Hay algo de juvenil, de adolescente, en Mario Vargas Llosa. Este martes, cuando agradeció al público del Matadero, uno de los escenarios del Teatro Español, los aplausos con que acogieron su obra teatral Kathie y el hipopótamo, dijo que hace años, cuando escribió ese texto, no soñaba con un montaje así. En realidad, a lo largo de su vida, y ya tiene 77 años, se ha pasado cumpliendo lo que quiso hacer pero dudando de si alguna vez lo haría. Por eso lo hace, porque es un joven que sigue siendo inseguro ante el empleo, ante el folio que le espera, ante lo que los demás vayan a pensar de lo que hizo quitándole tiempo al sueño o a la holgazanería.

Otra de esas virtudes que afirman su ya larga adolescencia es su convicción de que él no tiene imaginación, que todos sus libros (fábulas o no) se basan en el esfuerzo que ha hecho para escribirlos, librando una batalla para vencer esa falta de ficción que habita en su cuarto de escritor. Esto no es cierto, claro, porque el autor de La verdad de las mentiras no ha parado de crear ficciones. Pero sí es verdad que casi todas ellas (desde La ciudad y los perros a El sueño del celta o al más reciente, El héroe discreto) provienen de hechos que han acontecido, algunas veces en su propia vida.

En este caso, en Kathie y el hipopótamo, que es una obra teatral sobre la imaginación y sobre el esfuerzo mismo de escribir y de inventar, resulta evidente que Mario Vargas Llosa se ausentó de sí mismo sólo circunstancialmente, para imaginar; pero en la realidad de lo que cuenta se llevó consigo a Zavala, o Zavalita, el periodista humilde que lo acompaña desde el celebérrimo diálogo sobre cuándo se jodió el Perú en Conversación en La Catedral.

 En la obra teatral, Zavalita ya era Zavala, era País en 1959, aquel escribidor de la ficción estaba casado con una mujer a la que él no quería, y por razones alimenticias se fue a trabajar para una rica de Perú que quería publicar un libro sobre sus propias andanzas de niña rica en África. Pacientemente, Santiago Zavala hizo cada día sus dos horas de negro, o escritor fantasma, a satisfacción de la señora. Mientras tanto, a ella y a él, a Kathie y a Zavala, se le fueron enredando las faldas de la vida y no sólo eso: Zavala en concreto fue desengañándose de algunos afectos o pasiones que habían marcado su primera juventud y renunciaba a ellos con el vigor del que se arrepiente de haber perdido el tiempo con ideologías que le resultaron un fraude. La vida le estaba enseñando que había otra parte de la vida, y a ella se iba derecho.

 El trabajo alimenticio era a la vez un sacrificio y un alivio, pues ese periodo de tiempo tasado por la ricachona y a veces ampliado por ella para su propio placer de contar, le servía al escritor de encargo para adiestrar su propia manera de concebir la ficción. La realidad de otro, en este caso la de Kathie, era el alimento de la propia ficción de Zavalita.

Como es lógico, esta es una ficción, escrita por Mario Vargas Llosa en Londres hace muchos años, lejos de sus primeros tiempos en París. Sus propias convicciones, literarias, políticas, culturales, sentimentales, estaban consolidadas, y descritas en novelas, en ensayos, en artículos. Aquí, pues, se establecían dentro de los cánones del teatro y constituían un manifiesto sobre la ficción. Con toda su carpintería adecuada y con todo el verbo fluido y apasionado que requiere una representación. Y así venía a Madrid la obra, como segundo estreno en la programación que el Teatro Español dedica a la producción teatral del Nobel. Venía después de La Chunga, que ocurre en los bajos fondos del profundo Perú y no en los vericuetos lujosos, de lujo prestado en este caso, de los primeros años de Zavalita en la capital de Francia.

Pero ocurrió algo singular, aunque no inesperado: en una conferencia de prensa previa al estreno de anteayer, Vargas llosa deslizó la información sobre un hecho real: él tuvo una experiencia parecida a la que da raíz a Kathie y el hipopótamo: él escribió un libro para una mujer efectivamente rica y peruana (Cata Podestá) que le pidió en París que pasara a papel lo que ella apenas podía balbucir en sus cuadernitos. La noticia de esa aventura juvenil que unió el hambre con las ganas de comer fue avanzada hace años en las memorias de su tía Julia, que fue su mujer en aquellos tempranos años parisinos, y fue ratificada por Vargas Llosa en aquella conferencia de prensa.

Como ahora todo explota en seguida y sucesivamente, de inmediato el escritor peruano Guillermo Niño de Guzmán relató en un largo artículo, publicado en El País el último sábado, todas las circunstancias de ese encargo y de la muy solvente respuesta literaria de Mario Vargas Llosa. Claro, lo que sucede en seguida es que se desata el morbo del espectador: ¿vamos a ver exactamente lo que hizo Vargas Llosa con lo que le iba contando Cata Podestá en París? ¿Kathie y el hipopótamo es una crónica de ese suceso?

Para nada. Kathie y el hipopótamo es una obra de teatro que le sirve al Nobel peruano para alegar en escena a favor del tema literario de su vida: la construcción de la ficción, cómo ésta le permite al hombre imaginar mundos que lo salven de la lucha terrena contra la pena que es al fin la vida. Como aquellos tiempos eran lo que fueron, es, además, una crónica intensa, apasionada, como es implícito en el texto de la obra general de Vargas, de lo que pasaba en la Europa de posguerra y en el Perú tan desigual de aquellos tiempos.

Así pues, Kathie y el hipopótamo es una obra teatral, una ficción, para la que, como en casi todos sus libros, Vargas Llosa cuenta con la complicidad fértil de la realidad. Y, en este caso, de la directora, Magüi Mira. Y ya en la escena, con un trabajo apabullante de dos grandes actores españoles, Ana Belén, que además canta como los ángeles (a Brel, por ejemplo), y de Ginés García Millán, que se desdobla (como los otros actores, Eva Rufo, Jorge Basanta y David San Juan, el pianista) de una manera admirable. Cuando Vargas Llosa salió a saludar dudó un segundo del nombre del actor principal; pensé que en algún momento lo iba a llamar Zavalita, o Mario, en lugar de llamarlo Ginés.

Ha muerto Doris Lessing, la autora de Canta la hierba. La fui a ver a su casa de Londres, con mi hija Eva, que hizo la traducción precisa de la conversación que tuvimos en la habitación más alta de la casa en la que se recluyó huyendo siempre de la parte más abundante de la fama.

Ahora que ha muerto Doris Lessing le he preguntado a Eva algunas de las cosas que recordaba de aquella visita y me refrescó la memoria de lo que sucedió en el otoño de 2007, cuando tocamos a su puerta. Yo recordaba su desdén por el éxito, su olvido de las abundantes felicitaciones que aguardaban abajo, en la puerta de la calle, a que ella acudiera alguna vez a recogerlas; pero estaba harta de subir y de bajar, de modo que dejó que todo esperara mientras ella se recuperaba del susto de la noticia pero sobre todo de las visitas y de los parabienes, así como del insistente sonido telefónico que ya la tenía más que harta.

Aún así nos recibió, nos regaló aspirinas y paracetamoles, nos dio agua y quiso que estuviéramos cómodos en su casa grande de la que ella había decidido entonces habitar sólo un pedazo. Eva, por su parte, me refrescó otras memorias que están en los libros de la propia Doris.

“En su autobiografía”, me escribe Eva, “Doris Lessing contaba el proceso de su escritura, que consistía en caminar mucho por la habitación en un estado que ella llamaba de wood gathering, que es algo así como reunir lana o hacer la madeja. Estaba pensando sin mucha conciencia de en qué estaba pensando. Sólo después se ponía a escribir”.

         “Y lo que recuerdo de su experiencia del comunismo”, prosigue Eva, “es que tal y como lo contaba se parecía mucho a la experiencia de estar en una secta negando la realidad, y ella no daba crédito a que pudieran seguir dentro de esa inmoralidad. Pero siempre fue muy valiente y muy honesta, también cuando se fue de África con su hijo pequeño, dejando allí a los otros dos, que tardaron mucho en perdonarla. Aquellos primeros años en Londres, de efervescencia política y pobreza, están muy bien contados. Pero en seguida, con la primera novela, se convirtió en una voz pública, y encabezaba manifestaciones”.

         Hasta ahí, lo que subraya Eva; me hizo ilusión que me acompañara. Mucho antes de que ella naciera y viviéramos juntos en Inglaterra mi maestro Domingo Pérez Minik me habló de Doris Lessing cuando yo era un adolescente en la isla, y Canta la hierba estuvo entre los primeros libros que él me impulsó a comprar con la insistencia con que los maestros le muestran a sus discípulos el camino de lo que deben ser sus lecturas.

A don Domingo, que había muerto en 1989, le hubiera gustado saber que la hija y el padre habían ido juntos a rendir homenaje a una de sus grandes damas de la literatura en inglés. Y allí estábamos. Hoy me he acordado mucho de aquella mujer esquiva y cálida a la vez, y de aquel anglófilo que me puso a leer hace ahora tantos años.

Canta la hierba, pues, por los dos, por Domingo y por Doris, en este blog que incluye también las entradas que esta semana hice en el programa Hora 14 de la cadena Ser. Entre los asuntos, el merecido premio de las Letras al autor de Antagonía, Luis Goytisolo. Y, cómo no, una referencia amarga a la realidad de Madrid estos días. Parece que al fin ha acabado la basura, pero la secuela que deja, de desidia y de fracaso en el gobierno de la ciudad, arrancan rabia y desolación civil, como si la ciudad navegara sola y no en las mejores condiciones.

 

ENSAYO DEL INFIERNO

Que Madrid lleve tantos días soportando su basura es un ensayo general del infierno. A la ciudad le han estallado sus tripas y sus desechos en la cara; la paciencia suicida con la que la política acepta que esa situación alcance cifras de record indica la falta de pulso con la que se discute en los despachos para arreglar lo que importa en la calle. Lo que pasa es un descrédito para la política y produce una sensación de dejadez que ninguna ciudad se merece.

 

ANTAGONÍA

Luis Goytisolo me dijo un día que él quería medirse con Proust y con Joyce. Su ambición siempre fue la vanguardia, estar antes de que sucedieran las modas. Antagonía  es su gran obra. Pero ahí no se paró, siguió inventando, desde la calle de su infancia hasta las escaleras del erotismo; ha construido una obra que ha merecido ahora el premio de Las Letras Españolas, lo cual lo consagra otra vez como el veterano que es desde que era un adolescente asustado que se explicaba escribiendo.

 

AMOR POR GEORGIA

A unos pasos de la Gran Vía de Madrid se puede ver una crónica estremecedora de la vida. Está en la galería Juana de Aizpuru. Son fotografías de Cristina García Rodero. En 1995 fue a Georgia, la exrepública soviética, con Médicos sin Fronteras, y retrató allí la angustia y el dolor de las guerras, la locura y el aislamiento, y también la risa y el sosiego, la lluvia y la miseria, la juventud y la muerte. Y el hambre. Salí de allí tan conmovido como si hubiera ido a la vez al infierno y a la gloria.

 

VIVA NUNCA MAIS

No sorprende que el regocijo mediático con que algunos han recogido la sentencia que deja sin culpables la tragedia del Prestige haya alcanzado a Nunca Mais, la noble manifestación contra aquel despropósito. Que nadie se extrañe: hace once años, los que ahora atacan a aquellos ciudadanos que gritaron en las calles Nunca Mais fueron zaheridos desde esos mismos medios. Y  han vuelto a gritar desde la madriguera del insulto. Modestamente grito Viva Nunca Mais.

 

 

 

[El texto sobre el último libro de Guillermo Cabrera Infante lo escribí para Clarín de Buenos Aires. A continuación, las ráfagas que bajo el título El revés y el derecho, que viene de un libro de Albert Camus, se emiten cada día en Hora 14 de la Ser. Ahí hay un texto sobre el centenario de Camus y una reflexión sobre los Erasmus, emitido antes de que el ministro Wert recificara].

 El libro más íntimo de Guillermo Cabrera Infante se puso a la venta en España, ocho años después de la muerte del autor de Tres tristes tigres. Es Mapa dibujado por un espía, lo publica Galaxia Gutenberg y estuvo oculto desde que el escritor lo guardó, en torno a 1970, cinco años después de ocurrir lo que él cuenta en este libro desgarrador. Aquí Cabrera Infante, que escribía sus crónicas de cine con el acrónimo G. Caín, describe minuciosamente sus meses en La Habana mientras aún era consejero cultural de la embajada cubana en Bruselas.

         Es un libro sencillo e impresionante; los que hayan leído la prosa veloz, expresiva, calurosa e incluso ruidosa, de su libro más famoso, Tres tristes tigres, se hallarán aquí con un Cabrera Infante melancólico y circunspecto, atravesado por una herida que le duró allá donde fue, en el exilio, hasta su muerte. Él le había dicho a su mujer, Miriam Gómez, que no tocara esos papeles que había escrito poco después de salir de La Habana con sus hijas. Y ella, años después de la muerte de su esposo, tomó el sobre en el que se guardaban esas páginas y se las dio al editor Toni Munné, que las leyó sobrecogido. Miriam Gómez decidió que este libro inédito debía formar parte de las obras de su marido. Todo lo que escribió Cabrera Infante lo tiene a él como materia. Por tanto, esta larga confesión es parte indisociable de su literatura.

         No es un libro en el que aquel Cabrera Infante que nos acostumbró a los juegos de palabras y a la música como vértebras de sus historias se divierta describiendo. Desde que se inicia Mapa dibujado por un espía él se propuso narrar una a una, casi cronológicamente y con un increíble lujo de detalles, todo lo que ocurrió desde que recibió en Bruselas la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, hasta el momento en que se despide para siempre de La Habana. Lo que sucedió en medio fue un cúmulo de humillaciones que le despertaron a él al conocimiento de la deriva cubana hacia el autoritarismo burocrático y brutal, que lo tuvo a él como rehén. A él y a tantos. Como recibió ese impacto en primera persona, y en ese proceso participaron quienes habían sido amigos suyos, el trauma significó para él un trayecto infernal que sólo podía disolverse, y se disolvió, con la marcha. Y con la escritura.

         Como había hecho en La Habana para un infante difunto, Cabrera Infante se sirvió de su memoria infinita; los detalles más nimios, como la composición de las comidas o los horarios de sus encuentros, se alternan en este libro obsesivamente minucioso con los grandes hechos que perturbaron allí su vida y luego su propia experiencia de la vida. Aquella Cuba que él había contribuido a generar, en tiempos revolucionarios, había decidido usurpar la idea misma de la revolución y ya no era, en 1965, ni la sombra de lo que él y sus amigos habían soñado. Además, sus amigos ya eran otras personas; poco a poco aquel sueño que hubo una vez se convirtió en una pesadilla cuya estratagema era la de aburrirlo atemorizándolo. Estaba ya en su apogeo la política de delación y de denuncia, y él vivía en medio de la tormenta perfecta que el régimen de Castro había organizado para prevenir a los disidentes; en nombre de la revolución, disidente podía serlo cualquiera, siempre que alguien lo hubiera señalado.

         Ese es el corazón del libro, la explicación de cómo se había ido inclinando Cuba hacia el infierno imprevisible que luego se haría famoso merced al caso Padilla; pero Cabrera Infante vivió estos episodios algún tiempo antes y nunca había publicado con tanto pormenor todo lo que está escrito en este libro hasta ahora inédito. Ese pormenor tan obsesivo y tan preciso le da al libro el tono de un exorcismo, como si desnudándose ante la máquina de escribir (algo que ocurría, además, en la realidad física, pues muchas veces escribía desnudo, en el exilio de Londres) pudiera sacarse de dentro los múltiples y tremendos demonios que se quedaron en su interior en aquel deplorable periplo.

         Para los lectores de la obra de Cabrera Infante (que viene publicando completa la citada editorial Galaxia Gutenberg) este es un testimonio escalofriante e imprescindible. En primer lugar, explica la pavorosa experiencia de un ciudadano al que poco a poco la revolución cubana va dejando sin identidad y sin derechos y por tanto explica la procedencia de la rabia melancólica del escritor hacia aquel periodo al que se refiere y que en definitiva tiñe la historia del castrismo. Y es imprescindible porque pone en perspectiva aquel famoso Tres tristes tigres; completa su obra, en realidad, nos muestra ya de cuerpo entero al autor de Cuerpos divinos. Cuando Tres tristes tigres ganó el premio Biblioteca Breve de Carlos Barral, Cabrera Infante aún era diplomático cubano. El libro se iba a llamar Vista del amanecer en el trópico. Después recibió el nombre con el que se hizo tan notorio. Ya no había que celebrar el amanecer que un día pareció que se despejaba en el trópico. Ya Cuba era, para el escritor, para tanta gente que él trató en ese periodo, el triste infierno que va creciendo en Mapa dibujado por un espía, esta despedida que Cabrera Infante hizo de la tierra cuya presencia se le quedó pegada a la piel del alma.

 

ERASMUS

Al final de su vida Semprún me dijo que los Erasmus valen más que lo que cuestan. Para él, que estudiaba aun cuando los nazis provocaron la guerra, esas becas eran la idea de la reconstrucción de Europa. El presidente de Europa, Durao Barroso, dijo ayer que era mejor no recortar de educación. Y al mediodía supimos que España rompía su carnet de los Erasmus. La noticia no puede tener dentro un síntoma más dramático.

 

 

CANAL NOU

La usó sin medida y ahora la cierra. La convirtió en un elemento de propaganda y la puso a disposición de los corruptos. La manipulación a la que fue sometida Canal Nou por el poder político está en la historia nacional de la infamia de los medios públicos. Ahora Fabra dice que no la puede sostener y aprovecha la peor coyuntura de la crisis para pasarla a negro. El Gobierno valenciano no ha tenido escrúpulo alguno de borrar así lo más negro de su propia historia.

 

EL CÍRCULO DE BELLAS ARTES

Este es un aviso. El Círculo de Bellas Artes de Madrid sigue representando la ambición modernizadora de este país. Cultiva el debate, lo fomenta, ha hecho que entre nosotros mejore la calidad de la conversación. Pues bien, ahora se le ha retirado el noventa por ciento del dinero público que apoya su gestión, y aún así resiste. El descuido oficial hacia su existencia me parece un síntoma más del empobrecimiento cultural que vive España.

 

LA IGNOMINIA

Hace treinticinco años fue torturado y asesinado por militares argentinos el padre del actor Juan Diego Botto, que se vino al exilio español con su madre, Cristina Rota. Ella ha enseñado el oficio del teatro a muchísimos intérpretes españoles. Hoy Juan Diego declara en Buenos Aires como víctima de la barbaridad militar que puso a Argentina bajo la ignominia de la dictadura. Él dijo ayer que la justicia tarda, pero llega. Ahora él tiene casi la edad de aquel terrible recuerdo.

 

ALBERT CAMUS

Cien años de Albert Camus. Una literatura que retrata al hombre en su desamparo. El extranjero  es una reflexión moral sobre la culpa. En La peste describió la devastación moral de nuestro tiempo. En La caída enjuició la hipocresía de la justicia. En El revés y el derecho dejó escrito este lema para vivir: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”. Un periodista que convirtió la duda en su alimento más radical.

 

 

 

 

Crónicas de la nada y del mundo. 5. Pensar para vivir

Por: | 03 de noviembre de 2013

Peter Sloterdijk dijo esta semana en Santiago de Compostela, y así fue recogido en una excelente entrevista que le hizo para El País Xose Hermida, que a Europa regresan ahora los fantasmas que la destruyeron en el pasado. Tiempo de desencanto y de ira, época en la que el pensamiento hace falta para detener la barbarie. Es, además, la época en la que otra vez necesitamos escuchar voces del pasado, para que nos cuenten en qué piedras ya habíamos tropezado.

Me conmovió leer en Babelia el recuerdo que Miguel Mora, auxiliado por el hijo de Camus, hace del novelista cuyo compromiso con el pensamiento parte de la visión asombrada de la barbarie a la que alude Sloterdijk.

Vivimos en un tiempo de infinito desamparo, otra vez; los seres humanos regresamos a la contemplación asustada de la barbarie, y necesitamos puntos de apoyo, reflexiones con las que ayudarnos en medio de la miseria económica, política, cultural y civil.

Leer, leer, buscar en la lectura el consuelo y la razón del compromiso.

Actuar contra la banalidad es actuar contra el mal. En 1993 redescubrí a Albert Camus, que había sido una lectura imprescindible en mi adolescencia; a esa lectura le debo una de las líneas más sugerentes y que más me influyó entre todo lo que leí entonces, al abrigo de las nubes argelinas de mi propio pueblo, el Puerto de la Cruz.

Escribió Camus: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”.

Lo escribió en un texto que él tituló El revés y el derecho. Ahora escribo en la radio una sección que se llama así; en Babelia también se llama así mi intermitente sección de lecturas viejas, y así, El revés y el derecho, se titula también la serie de cartas que cada semana nos enviamos a través de Diario de Avisos mi amigo Juan Manuel Bethencourt y yo. En este blog de hoy incluyo la carta que le envié a Juan Manuel (la suya está en la web del citado periódico, y estará en twitter) así como mis habituales ráfagas en el programa Hora 14 de José Antonio Marcos en la Ser.

 

 

PENSAR PARA VIVIR

Me alegra mucho que me lleves hoy, querido Juan Manuel, al terreno del ensayo, en el que te instruyes con tanto provecho, y me alegra mucho de que lo hagas en un periódico. Observo con cierta inquietud que hay cada vez menos referencias a los pensadores en la prensa diaria; a pesar de que nos hacen tanta falta los prescriptores de ideas, los que las amasan para que los demás nos acerquemos a ellas, para debatirlas o para deglutirlas, cada día los periódicos y los demás medios se preocupan más de la creación y, muchas veces, de la dialéctica de la nada, de las declaraciones y de las contradeclaraciones. Estamos contribuyendo mucho desde la prensa a esta época insustancial en la que vivimos, preocupados más por los dimes y diretes que por las ideas que pueden conmovernos y mover el mundo; y esa culpa la están pagando los ciudadanos políticos y los ciudadanos periodistas en primer lugar, pues ellos tienen (tenemos, tú y yo, por ejemplo) la obligación de ir al fondo de las cosas. En lugar de ello, la falta de pensamiento nos conduce a la superficie de casi todo. En ese estado de complacencia nos halló la crisis, y cuando ésta acabe seguiremos sonriendo como bobos, a la espera de que alguien piense por nosotros. Así que me alegro mucho de que reivindiques el ensayo, y que pongas en primer plano ese de Volpi, precisamente. Lo leí hace algunos otoños, me llevó a pensar, precisamente, en la capacidad que tienen los narradores (tú los citas: Semprún, Muñoz Molina, el propio Volpi) para expresar testimonio de su tiempo, narrando precisamente lo que ven para que el resultado de esa crónica se convierta en materia de pensamiento y de discusión. En cierto modo, esos son ensayistas impresionistas; sus impresiones explican la desazón del siglo XX, que hemos heredado multiplicada en el siglo XXI. Sigue leyendo, y sigue instruyéndonos, querido ensayista.

 

 

LAS PALABRAS Y EL DOLOR

En la tremenda situación de la muerte las palabras dicen poco. Ha pasado ahora en León: el aire venenoso acabó con la vida de seis mineros. José Hierro reclamaba ante hechos así el respeto del silencio, las palabras no valen. Y César Vallejo, tiempo antes, expresó así el escalofrío: “Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza. ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora”. Lo dicen los poetas, ante la situación tremenda de la muerte el recuerdo es un abrazo, dolor en silencio.

 

CHIRINO Y GIBSON

Dos artistas ocuparán hoy salas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Uno es Martín Chirino, 87 años, es uno de los escultores  más importantes del mundo, sigue golpeando el hierro. El otro es Ian Gibson, el irlandés que se enamoró de Lorca y de la generación del 27. La escultura de Chirino nace del suelo y se convierte en viento. Gibson bautiza su monumental libro sobre Buñuel. Los dos trabajan en silencio. Hoy merecen el foco.

 

CALLAR AL QUE INFORMA

Pasó en España, en 1997. A Aznar no le gustó cómo informaba sobre su gobierno el grupo en cuya radio hablo ahora y trató de arruinarlo, metiendo además a sus directivos en la cárcel. En Argentina, a la presidenta Kirchner no le gustó cómo informaba el grupo Clarín acerca de su acción de gobierno y legisló para desguazarlo. Ahora está a punto de conseguir su propósito: callar al que informa, para gobernar sin oponentes. Modos de atentar contra la democracia. 

 

 

VIVA LA RADIO

Escucho siempre la radio. Oí a Francino hablar en La Ventana con los ganadores de los Ondas y evoqué mi experiencia de oyente de la radio. Más de medio siglo oyéndola, abriendo mi vida al mundo gracias a lo que oía en la vieja radio que mi padre trajo a casa, agarrando el alambre de la antena con los dedos de los pies para que sonara mejor. Oír la radio es fue lo más grande que le pasó a mi vida. Gracias a los que la hacen, premiados o no.

 

 

OJALÁ EL PERIODISMO

Hablé con estudiantes de periodismo, quieren ingresar en este oficio en tiempos turbulentos. Escasea la publicidad, es difícil la vida de los quioscos. A los estudiantes les dije que es, sin embargo, el mejor momento para prepararse, porque después de esta nube negra el periodismo será mejor, y ellos serán los que lo hagan mejor. La sociedad no permitirá que se rompa su espejo. Como decía Albert Camus, vale la pena vivir para este oficio.

 

 

El País

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