Entre los numerosos editores que he ido conociendo en mi vida hay un personaje singular que parece un atleta, y es a la vez un editor, un músico, un poeta. Se llama David Villanueva y dirige Demipage.
Creo que en total habré cruzado con él 44 palabras, o quizá 88, pero la suya es una conversación tenue y profunda que se resuelve, a mi gusto, de la mejor manera: mirando. Tiene una virtud, la de mirar, la de seguir con la mirada lo que le vas diciendo, que siempre me pareció como la deferencia de un hombre de espíritu, como dicen los franceses.
Él es editor de muchos libros, y es amigo de mucha gente; ignoro si con todos ellos, con todas sus amistades y con todos sus conocidos, es igual de profundo y de lacónico, pero en este último aspecto se parece a uno de los escritores más admirables y misteriosos que ha publicado, Félix Francisco Casanova.
Casanova es el escritor más hondo del tardío surrealismo canario; escribía como si la inspiración le viniera de una fuente misteriosa, del aire, quizá; convirtió la música en su aliada, y como poeta dejó trazos de una genialidad que pudo no haber tenido fin si la muerte, ese accidente imperioso, no hubiera cercenado su vida cuando aún ni tenía veinte años ni nadie podía imaginar que un día iba a hablarse de él en pasado.
Estos días me pidió David, en cuatro palabras, por wasapp, que le ayudara a anunciar desde aquí un concierto raro que ofrece esta noche y mañana en Las Naves del Española, en el Matadero de Legazpi. El concierto se titula Esclavos del agua; él hace música y canta, y en esta ocasión estará acompañado, sucesivamente, por amigos suyos como Santiago Auserón, Luis Eduardo Aute o Juan Carlos Mestre, además de la Greenwich Village.
El concierto se repite mañana (siempre a las 22.00) y luego será el material para un disco. Lo cuento y me callo. ¿Cómo me podía negar a divulgar esta ocasión, en la que los que vayan podrán escucharle a David muchas más palabras que las que yo le he escuchado en tantos años?
Y ahora reproduzco aquí un texto que escribí para La Crónica de León (cuyo director, David Rubio, tuvo la gentileza de publicar este último miércoles); se trata de un homenaje a Jesús Fernández Santos, el escritor de Los bravos, de cuya ausencia se cumplen ahora 25 años.
El resto de los textos son los que habitualmente leo en Hora 14 de la Cadena Ser.
De donde quiso ser Jesús Fernández Santos
Jesús Fernández Santos no nació en León, pero de allí quiso ser. Escribió (y esto figura al frente del libro que ha preparado ahora su hijo Miguel Fernández Castaldi para el Centro de Arte Moderno): “Yo no he nacido en León, pero no se es de la ciudad o región en que uno nace o muere, sino de allí donde se vive, y en tal sentido yo he pasado gran parte de mi vida al pie de la raya divisoria que separa ese antiguo reino del de Asturias”.
León fue su lugar, esa zona del mundo agrupaba la intensidad de su mirada, y sus libros están marcados por esa presencia anímica de Jesús sobre la tierra. Del mismo modo que, como escribía Samuel Beckett, un isleño jamás deja la isla en la que nació, un poeta que eligió esa bruma soleada, esa tierra en la que sus pies hallaron el camino más fructífero, será siempre de allí, aunque su aliento haya probado otros aires.
Lo explica en el frontis de ese mismo libro (León desde la memoria): “Desde el Bierzo medieval, que recogió en sus días las horas solitarias de los anacoretas, o Sahagún, con sus iglesias de ladrillo ricas y originales, las Médulas, donde los romanos buscaron el oro del imperio, este viejo Reino de León ha influido, a través de sus hombres y paisajes, en una parte importante de mi obra”.
Este es un libro emocionante, porque es un tributo de la editorial, Del Centro Editores, dirigida por afanosos e inteligentes, y emotivos, editores argentinos, Claudio y Raúl, que están haciendo una enorme labor en Madrid para ser pie de la literatura y el arte latinoamericano en España; que sea una editorial de ese signo, rabiosamente latinoamericana, cuyos intereses mayores van de Cortázar a Lezama y a Onetti, por ejemplo, la que se fije en la prosa de Fernández Santos para darle su valor ahora realza el valor de la iniciativa.
Y la emoción de la iniciativa alcanza, claro, al hijo de Jesús, Miguel, que acompaña estas prosas de su padre con fotografías que resumen una a una el espíritu de lo que Fernández Santos quiso contar mientras vagaba, como caminante, como realizador cinematográfico y como escritor, sobre el poético entorno que luego llegó a formar parte decisiva de su alma de ciudadano y de narrador. Los textos fueron seleccionados por María Castaldi, la viuda de Jesús Fernández Santos; su pasión por esta literatura, y por Jesús, tiene ahora la recompensa de este bello libro, pero aún le aguarda (a Jesús, sobre todo) la expresión de una gratitud que él no buscó, ni ellos buscan, pero que merece ese afán sin desmayo con el que él le quiso devolver a su tierra lo que de ella obtuvo: sabiduría y paciencia, que él explicó con una escritura sabia, bella y excepcional.
Las tierras suelen ser ingratas con sus escritores o con sus poetas, cuando ellos viven y sobre todo cuando ellos no están. Me llegan ecos del desdén leonés, el olvido, hacia el gran escritor de Libro de la memorias de las cosas. No me sorprende, así es la vida, pasa en todas partes, desde Canarias a Galicia, desde Andalucía a la costa cántabra, y pasa en Extremadura y en cualquier sitio. De León me sorprende más, quizá, porque si algo ha construido a León hacia el mundo en el siglo XX, y en la última parte del siglo, ha sido la ambición irrestricta de sus escritores, desde Antonio Gamoneda a Luis Mateo Diez, desde Julio Llamazares a José María Merino, desde Juan Pedro Aparicio o Antonio Pereira a Jesús Fernández Santos, de dedicar a León, ese alma y ese paisaje, lo más sustancial de su obra.
Si León se olvida de Jesús, allá León; pero nadie podrá borrar lo que está en los libros, sus libros son justamente inolvidables. De ahí quiso ser, y ahí está, aunque quienes manden en León insistan en desconocerlo.
La luz apagada
La luz es como el aire, tan sensible. Dicen que Goethe murió reclamando más luz. La mejor frase que conozco sobre la luz la escribió el autor de Alicia en el país de las maravillas: “Me gustaría saber de qué color es la luz de una vela cuando está apagada”. A los periodistas nos gusta mucho esa exclamación: “Luz y taquígrafos”. Ahora se mueve la luz como en las casas viejas, y tampoco hay demasiado luz ni demasiados taquígrafos en la democracia española. Cuidado, sin luz nos quedamos a dos velas.
Los libros de toda la vida
Abundan las listas de los libros del año y hay que prevenir a la gente a favor de los libros de siempre. Desde Baroja y Unamuno a Albert Camus y a Delibes. Leer es imprescindible, pero la lectura es una virtud de la paciencia. Entender el embrollo del mundo en que vivimos requiere sosiego. Para ello es preferible leer a Platón, que escribió hace más de dos mil años, que muchos de los libros urgentes que llenan los escaparates. Vayan a la librería, el librero sabrá aconsejarles sosiego.
El anciando que leía el Irish Times
Aquel hombre parecía un anciano leyendo el Irish Times en el hotel Hibernians de Dublín hasta que un altavoz pronunció su nombre, él se levantó y entonces me di cuenta de que era Peter O ´Otoole; ya era un actor veterano pero, como otros de su estirpe, Henry Fonda, Mastroiani, Lemmon, Gassman o Fernando Fernán Gómez, cuando se alzaba entre el público recuperaba el vigor del hombre que actúa, se quitaba los años precisos y era el que fue siempre. Murió ayer el santo bebedor, el inolvidable compadre de Richard Burton.
Arte de Blesa
Todo es letra menuda en esa correspondencia entre el ex presidente Aznar y el ex banquero Blesa sobre el coste de la obra del pintor Gerardo Rueda. 54 millones de euros le hubiera costado a la fundación de Caja Madrid ese repertorio que con tanto ánimo acogió el financiero. El responsable de la Fundación se quedó estupefacto. Mucho dinero para esto; cuando lograron rebajarlo, Blesa siguió bromeando. ¡Recuerda de donde venimos!, dijo. El pintor fue sobrevalorado, pero aquí quien tenía arte era Blesa.
Maneras de ser
En Alemania se han puesto de acuerdo los adversarios y se disponen a gobernar socialistas y conservadores. Es otra cultura; nosotros, en España, estamos acostumbrados a que nos miremos a cara de perro mientras pasa la vida, hasta la derrota final del contrario. Ahora se acaba de inaugurar entre nosotros un nuevo modelo de desacuerdo. Los que proclaman la necesidad del diálogo, en Cataluña, por ejemplo, se aprestan a despreciar los argumentos del otro, y el otro ve la ocasión para desoír a los contrarios. La experiencia no logra que seamos distintos.