Interesantísima entrevista de Ana Pastor. La puso en situación, conversando antes con dos colegas suyos, Javier Sardá y Julia Otero, que encaminaron el diálogo que luego iba a producirse en directo. Sardá acompañó en el Ave a Ana Pastor y Otero la recibió en un bar, el Bar Ocaña, de resonancias entrañables en la asimismo bellísima Plaça Reial, donde tienen su residencia o su estudio importantes próceres culturales de Barcelona.
Estos diálogos fueron muy fructíferos para los españoles que no viven en Cataluña, porque mostraron las dudas e incertidumbres que gente que, sin pensar como los carpetovetónicos o sin actuar como ellos, no estiman tan clara la aclamación con la que se viven allí los dictados del equipo que preside Artur Mas. Pero Mas escuchó atentamente esas reflexiones, en las que había muchas críticas hacia él y hacia su gestión, y luego se dispuso a responder a Ana Pastor.
Ésta hizo un buen trabajo; repreguntó hasta el límite en que ya resulta imposible ningún fruto, y preguntó con papeles delante, lo que le dio seguridad y tino, ritmo, hasta el punto que ésta debe ser tenida como una de sus mejores entrevistas. En cuanto al entrevistado, estuvo al borde de revelar algún secreto, pero se quedó siempre con el pie fuera del agua; por eso le dijo alguna vez Ana Pastor que no se mojaba; se enfadó, o eso parecía, cuando ella le dijo que había “calentado” a las masas, pero cuando ella percibió que ese verbo era un escollo tuvo la elegancia, y la rapidez, de retirarlo.
Como los hombres públicos se mueven en el marco del secreto, nadie podía esperar (ya se lo advirtió Julia a Ana) ningún titular más allá de los que la entrevistada rascó con astucia (esa palabra tan de Mas) y paciencia (paciencia, por cierto, que el president le agradeció). Así que fue una sesión muy interesante en la que descolló la periodista y donde el entrevistado marcó distancias para que no se le cayera de la boca la confesión de ningún atrevimiento sobre el futuro en el que ya debe moverse.
Pero hubo un lunar que, para este telespectador, tiñó de pronto todo lo que había dicho hasta entonces (y todo lo que dijo después) el señor Mas. Fue cuando Ana Pastor le preguntó si había visto la comparecencia de su antecesor y maestro Jordi Pujol en el Parlament de Catalunya. Ante esa pregunta el presidente de la Generalitat dijo que no, que no lo vio. La periodista se mostró sinceramente sorprendida y terminó poniéndole al sucesor de Pujol lo que este importante icono ahora caído de la política catalana tuvo a bien decir e incluso gritar en sede parlamentaria ante los diputados catalanes que querían saber del destino pasado de sus dineros.
Luego se desarrolló una conversación, que parecía muy genuina, muy rápida, muy periodística, en la que el entrevistado se mostraba genuino y sincero (uno no tiene por qué dudarlo) y la entrevistadora seguía siendo igualmente punzante e interesada, y por tanto deparó un interesante intercambio. Una buena parte de la entrevista, sin duda.
Pero esa respuesta de Mas (no vio la comparecencia de Pujol) dejó en el aire (lo dejó en mi, al menos) un lunar de difícil disolución. Ocurre a veces (sobre todo en entrevistas habidas en el ámbito político) que los servidores públicos se agarran al secreto de sus vidas oficiales para decir lo que les conviene; y a veces dicen verdades que parecen increíbles (como esta de Mas), pero ya se sospecha que no van a decirlas, y entonces uno se prepara para no creerles. Puede ser en un detalle, pequeño o grande, en el que parece innecesario que oculten la realidad, pero basta que no les creas para que ya no les prestes la atención que sin duda tiene el resto de lo que dicen.
Y lo que me sucedió a mi tras esa respuesta tuvo ese efecto, la incredulidad. Si él lo dice, es probable que no haya visto a Pujol, al contrario que gran parte de la población catalana, que tuvo a su disposición excelentes y amplias coberturas del acto del viernes por la tarde, que luego recibió un tratamiento no precisamente exiguo en todos los medios, incluidos los medios que permanecen (en la red, en el papel); ese acto público de Pujol fue, además, tan dramático, tan sintomático de la realidad política catalana en todos sus extremos, que el hecho de que el president no lo haya visto se convierte, si fuera tan cierto como él mismo dice, en un lunar en su capacidad de atención hacia lo que pasa en su país. Y al menos eso se lo tiene que hacer mirar. No ver esa comparecencia no es desleal, no tiene por qué ser, pero es descuidado por muchas cosas trascendentales que tengas que hacer.