El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Recorrer Sudamérica en coche es una buena idea para no perder el hilo de su realidad agitada. Un blog de contacto con la gente, de emociones, asfalto, paraísos y estaciones de servicio.

Sobre el autor

Jaled Abdelrahim

A Jaled Abdelrahim no le convenció ni su trabajo como reponedor de supermercado, ni su carrera de derecho, ni su labor como periodista sedentario. Lo que quería era conocer el mundo de primera mano. Después de viajar por Europa, Oriente Medio y el norte de África, su última iluminación no ha sido otra que recorrer el sur de América de punta a punta a bordo de un Volkswagen desvencijado. Colabora con El Viajero, la revista Yorokobu y varios medios de viajes.

Cuenta de Twitter: @JaledAA

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abril 2014

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Seguimos en Caracas. Aquí el desayuno es una garantía para sobrevivir el resto del día: Café, pan, queso, verdura, huevos, fruta, jugo de maracuyá… Se podría considerar una experiencia casi extraterrenal si no fuera por la manía que tiene uno de leer la prensa mientras remueve la taza: “65 policías asesinados en la ciudad en lo que va de año”, resalta un titular. “Muere un taxista de tiro en el rostro”, otro.  “43 muertos se registraron en Caracas el fin de semana”, pone un tercero. Y ya no se disfruta igual la comida.

Será inquietud periodística, o tal vez la manía de ir por ahí indagando en asuntos serios que se le contagia a uno al viajar acompañado de tres inconscientes periodistas de investigación que se hacen llamar Dromómanos (desde México a Argentina van recorriendo el continente siguiendo el reguero de pólvora, poder y  sangre que el narcotráfico deja en cada país de Latinoamérica  -la primera entrega de su investigación se ha publicado en la revista dominical del periódico mexicano El Universal-) el caso es que  es hora de dejar el desayuno para salir a entender a qué viene tanta violencia en este estado, en especial en su capital. Algunas veces, ciertas realidades, obligan al viajero a quitarse las chanclas para calzarse los zapatos de los temas duros. IMG_8913
Foto: Jaled Abdelrahim

Resulta que este país de población amable y paisajes de cuadro también ostenta un infeliz título: ser la tercera nación más violenta del planeta. El visitante lo percibe por los oídos: “No vayas hasta casa andando desde aquí de noche”; “no irás a sacar por ahí esa cámara tan grande”, “unos chamos ahí parados,  vamos por otro lado”… La buena gente de Caracas, la que hace que merezca la pena visitar esta urbe -es decir, la inmensa mayoría-, parece vivir en un estado constante de alarma que asumen con relativa normalidad, aunque no se olvidan de bombardear al nuevo con inquietantes consejos de seguridad.

El padre Alejandro Moreno, fundador y director del Centro de Investigaciones Populares,  es un salesiano español que lleva 60 de sus 76 años viviendo en Venezuela. Junto a su grupo de investigación, estudia los motivos y consecuencias de la violencia en el país a través de entrevistas a jóvenes que practican o han practicado del modo más activo esta lacra.

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Foto: Pablo Ferri

Él esboza su visión de la situación que vive la capital: “Gran parte de la violencia nace en los barrios. Allí hay algunos chicos equipados con pistolas, fusiles de asalto…, todo tipo de armas. ¡Hasta granadas! Ni siquiera son bandas constituidas como en Centroamérica. Son malandros que gobiernan cada barrio y que de algún modo, a falta de presencia institucional, también lo protegen. Algunos bajan cada poquito al centro de la ciudad y allí realizan sus delitos, que pueden acabar en homicidio. Atracan a alguien, roban un carro, matan a un policía… También se disparan entre rivales dentro de los barrios por venganzas y ajustes de cuentas. Y  lo que es más grave aún”, levanta las cejas, “no solo son ellos, también hay muchos policías que matan. El mismo ministro de Interior dijo que cerca del 20% de las muertes que se dan en el país están causadas por la policía. Es frecuente que algunos agentes, en vez de hacer su función, se conviertan en auténticas bandas de malandros uniformadas que practican su propia justicia en los barrios.”

En Venezuela se conoce como barrios a las áreas marginales de construcciones precarias ilegales, accesos viales primarios y escasos servicios públicos que rodean el núcleo de la ciudad encaramadas a los cerros.  Teniendo en cuenta que  alrededor de la mitad de la población de Caracas vive en esos espacios, el problema se convierte en reseñable. El padre Moreno lleva viviendo en uno de ellos desde hace 35 años.


IMG_8937- Me gustaría ir con usted a su barrio.
- ¿Quiere entrar?
- Para conocer uno desde dentro. ¿Es demasiado peligroso?
- ¡No!, para nada. Los malandros de los que te hablo, como en cualquier barrio, son peligrosos, pero se pueden contar con los dedos de las manos. El 99% de la gente de esos sitios es buena gente. Además, si vienen conmigo no pasará nada, es una zona muy tranquila. Al menos durante el día.

En el barrio “tranquilo” de 6.000 habitantes al que se refiere Moreno, en la parroquia (barriada) de Petare (la más marginal, peligrosa y grande de Caracas – más de millón y medio de habitantes), un chico murió acribillado a balazos un día antes de esta visita. Su cuerpo lo arrastraron atado a una moto unos dos kilómetros por la carretera. “Eso no es nada en comparación con lo que pasa en algunos barrios que rodean a éste”, dice el cura. Pide que llamemos al suyo La Zanja, porque prefiere que no se conozca su nombre real.

Todos los ojos se clavan en los dos forasteros que acompañan al religioso al entrar en La Zanja. “Aquí es raro ver a alguien de fuera, chamo”, explica Marlon (nombre ficticio), un treintañero amigo del clérigo que nunca ha vivido en otro lugar. Él murmura con disimulo el currículo de algunos de los jóvenes que allí se encuentran. Sin duda, dar una vuelta acompañado del cura del barrio parece el mejor salvoconducto de presentación, -a las malas, al menos queda eso de que dios te coja confesado-.  “Son periodistas y vienen conmigo”, se apresura a explicar Moreno a cada vecino que cruza mirada inquisidora.

La realidad desde dentro es confusa. Las casas son precarias y muchas se cubren con techos de uralita, pero se trata de esa pobreza que permite disponer de televisor plano y computadora. Existen dos escuelas y centro de salud (gracias a Chávez o nada que ver con Chávez, según a quién preguntes –la mayoría de la población en estos arrabales apoyan al gobierno actual), pero los vecinos reconocen que muy pocos chicos de La Zanja prolongan sus estudios más allá de la adolescencia y una anciana se queja de la desatención asistencial que sufre a pesar de sus innumerables afecciones. Una de las dos únicas calles principales es una pendiente de  brechas mayúsculas difícil de circular en la que nadie ha invertido, la otra está aún peor. Por otro lado, varios obreros se afanan en cementar una pequeña plaza costeada por el gobierno. Uno no sabe muy bien qué conclusión sacar de cada factor. Unos jóvenes veinteañeros que se sientan a la entrada de un callejón bromean y se presentan agradables:

- ¿Os puedo hacer una foto?
- Usted es un periodista que viene para hablar de muertos y esas vainas,  ¿verdad?
- No exactamente, es para un blog de viajeros, para contar cómo es la vida en un barrio.
- ¡Fino! , ¿quiere que saque una pistola para la foto?
- (…) Mientras no me apuntes a mí…
- Bueno, mejor no, que esto luego se ve y yo no puedo salir por ahí en fotos.  (Se ríe)

Palabras como muerte, droga, asesinato o disparos no son ningún tabú para los mayores a la hora de explicar la situación que se vive en su barriada en presencia de niños. Los pequeños tampoco parecen inmutarse con esos términos. Es su pan de cada día. A ellos les parece más intrigante saber cómo se manejará esa cámara fotográfica tan grande que traen los extranjeros.

-Agarras de aquí, pones aquí la otra mano y aprietas este botón.

-¿Esto ustedes lo han comprado?, deben de ganar muchísimo dinero, supone Kevin (nombre ficticio), un niño con las chanclas roídas.

La gran mayoría de los trabajadores de este lugar son obreros, carpinteros, minoristas, conductores  u oficios similares con los que ganan para vivir (unos 250 o 300 euros mensuales, aproximadamente), pero no lo suficiente como para poder mudarse a una vivienda en otra parte  de la ciudad. Kevin enfoca la cámara hacía la colina de enfrente. Allí se levanta una urbanización lujosa y segura llamada Alta Miranda. Amplía el zoom del objetivo.

IMG_9170Foto: Pablo Ferri

-Padre Moreno, ¿hasta qué punto tiene que ver aquí la violencia con la pobreza?
- Lo triste es que no tienen que ver casi nunca, eso he concluido tras mis estudios. Mucha gente en los barrios es pobre, pero buena y trabajadora. El por qué son violentos los pocos que lo son es la pregunta del millón. No atracan para conseguir artículos de primera necesidad, sino que buscan objetos que sean de representación: Zapatos de marca, gafas, celulares… Estos malandros, que casi ninguno pasa de los 25 años porque el 70% muere antes, quieren tener y exhibir esas cosas por las que les consideren. Es una cuestión de búsqueda de lo que ellos llaman ‘respeto’. Significación. Que les respeten se convierte en que se les sometan, y acaba convirtiéndose en un ejercicio de poder puro y duro.

- ¿De verdad consiguen ese respeto por cometer delitos?
- Sí, la comunidad les considera por miedo y porque, al fin y al cabo, se encargan de proteger al barrio ante la falta de instituciones que controlen la zona. Por ejemplo en La Zanja ahora estamos un poco confusos porque hace dos meses los dos tipos que más mandaban en el barrio mataron ‘a quien no tenían que matar’, y ahora están huidos. Todos sabemos que esos tipos tienen los días contados. Lo mismo ya están muertos. Lo que pasa es que ahora nos preocupan las guerras de poder entre  los que quieren ocupar su lugar. El estatus que alcanzan chicos así, a veces, atrae a jóvenes que viven aquí.

-¿Qué tipo de acción les convierte es ‘los más respetados’?
- Nosotros hemos encontrado una especie de fórmula en la que en el numerador pondrías el número de muertos y en el denominador los años que tiene. A mayor resultado, más mérito de respeto. Ellos le dicen cartelúo. Que son los galones de un cartel.

- ¿Tienen que ver eso de ponerse carteles con la ola de asesinatos de policías en la ciudad?
- ¡Claro!, por un lado es una especie de venganza por el daño que a veces hace la policía. Por otro, matar a un agente y traer su arma es lo que más puntos puede dar dentro del grupo. A eso se junta que hace pocos meses el gobierno ha hecho unas reformas en las que prohibió las armerías y ahora las armas han subido increíblemente de precio en la calle. Una pistola glock (9mm), por ejemplo, ha pasado de 3.500 bolívares (675 euros cambio oficial) a 20.000. Es decir, que matar al policía también es una forma de conseguir un arma gratis.

El gobierno de Chávez, inmerso en campaña, reconoce tímidamente la situación de inseguridad y ha acometido ciertas medidas (renovación de la policía, cierre de armerías, restricción de la libertad de compra de armamento por agentes de la autoridad o propuestas legislativas para penar el porte de armas, entre otras). Voces de la oposición, sin embargo, responsabilizan al actual ejecutivo del aumento gradual de la violencia y apuntan a las instituciones armadas como las responsables en la sombra de que las armas lleguen al mercado negro.

El Observatorio Venezolano de Violencia, un organismo independiente conformado por investigadores de decenas de universidades del país y dirigido por el profesor Roberto Briceño-León, se encarga de elaborar estadísticas de datos como la posesión de armas, los homicidios o el número de detenciones tras casos de violencia. Briceño afirma que, debido a la “desestructuración de las instituciones” y su “ineficiencia”, la cifra de asesinatos anuales en Venezuela ha ascendido hasta los más de 19.000 (la ONU contabilizó unos 13.000 en 2010) y asegura tener que  conseguir estos datos de manera extraoficial por la opacidad que mantiene el gobierno en este asunto desde 2004.  “Según nuestras estimaciones cerca del 20% de la población está armada en el país”, dice el sociólogo, a eso se junta la impunidad que tiene alguien al usar ese arma para matar. En 1998, por cada 100 homicidios había 118 detenciones. Hoy, por cada  100, solo se realizan nueve arrestos. Es decir, no existe castigo por matar. ¿Qué miedo por tener alguien a hacerlo?”.

IMG_9216 aclaradaFoto: Jaled Abdelrahim

Al salir de la Zanja, unas últimas fotos apuntando a un grupo de 20 adolescentes que se arremolinan. En el centro de todos, dos de ellos, enfundados en guates de boxeo, se rompen a golpes sin ningún tipo de estilo profesional. Los demás les jalean. Al final uno de ellos se electriza y propina a su oponente una mano de duros porrazos en la cara que demuestran a su público quién es el verdadero vencedor de la contienda. Es entonces cuando todos dejan que el derrotado se vaya solo y estallan en júbilo, abrazan y elevan al ganador por los aires. Todos posan en la foto junto a él. Se ha ganado su respeto. 

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Foto: José Luis Pardo

Desde Cartagena de Indias la ruta continúa hacia el este. Vista la costa caribeña colombiana y habiendo cumplido el sueño de cualquier europeo pálido de bien –dícese de acampar en una remota playa blanca de palmeras cocoteras, fogata incluida-, es hora de visitar el país vecino, Venezuela. La Colombia austral de llano y montaña queda para la próxima ‘S’ del viaje.

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