El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

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Recorrer Sudamérica en coche es una buena idea para no perder el hilo de su realidad agitada. Un blog de contacto con la gente, de emociones, asfalto, paraísos y estaciones de servicio.

Sobre el autor

Jaled Abdelrahim

A Jaled Abdelrahim no le convenció ni su trabajo como reponedor de supermercado, ni su carrera de derecho, ni su labor como periodista sedentario. Lo que quería era conocer el mundo de primera mano. Después de viajar por Europa, Oriente Medio y el norte de África, su última iluminación no ha sido otra que recorrer el sur de América de punta a punta a bordo de un Volkswagen desvencijado. Colabora con El Viajero, la revista Yorokobu y varios medios de viajes.

Cuenta de Twitter: @JaledAA

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29 sep 2012

Puerto Berrío: la ciudad donde se adoptan los muertos

Por: Jaled Abdelrahim

Tumbas de Puerto Berrío        Foto: Juan Manuel Echavarría

 La avería estaba en el alternador. Estaba roto y por eso el coche dejó de andar. La intención era salir temprano del sur de Venezuela y pasar el día al volante para llegar del tirón a Medellín (la segunda ciudad más importante de Colombia), pero el Volkswagen dijo hasta aquí a tan solo 190 kilómetros de tocar destino.

 “Claro que tiene arreglo, hermano”, dice un mecánico que aparece como caído del cielo en la noche a lomos de una motocicleta. “Pero en este pueblo no creerá que existe esa pieza, tengo que pedirla, así que tendrá que quedarse aquí al menos un par de días”. La diminuta localidad inesperada se llama Puerto Berrío, un municipio de escasas calles, gente sencilla y constantes ofrecimientos amables a la orilla del río Magdalena. Resulta que a veces, por pura casualidad, uno se encuentra con las historias más curiosas e inverosímiles de un viaje. Me hallo posiblemente en la única ciudad del mundo donde los muertos tienen padres adoptivos.

Colombia es un país agradable de visitar. Eso no quita para que el forastero perciba a simple vista los cuatro elementos inalienables que esta nación posee acuñados en su ADN: naturaleza, folclore, profunda fe cristiana y un doloroso conflicto armado que ya supera los 50 años de realidad. Digamos que Puerto Berrío es el paradigma de esa carga genética.

Barcaza en el río Magdalena, a su paso por Puerto BerríoLo natural se lo pone a este enclave el río Magdalena, la principal arteria fluvial del país, con sus más de 1.500 kilómetros de torrente desde los Andes al mar Caribe. En este punto de su curso medio, las aguas bajas del colosal cauce dejan, con su corriente suave, un puerto que significa el motor de la economía de esta urbe de 50.000 habitantes. Lo que deja la corriente escarpada es más desagradable. Se trata de la rúbrica de un estado que aún hoy -aunque en menor medida que en el pasado- sufre la lacra de la violencia de paramilitares, guerrilla, sicarios y cuerpos armados.

Ocurre que muchos de los cadáveres que son arrojados por sus verdugos a lo largo del transcurso de este río, quedan atascados en los remolinos que las aguas generan frente a la ribera de Puerto Berrío. Fallecidos a menudo inidentificados. N.N. (Ningún Nombre), les dicen aquí. Tan comunes, que acabaron por convertirse en parte del folclore cultural, místico y tradicional de estos porteños de religiosidad profunda.

La situación, habitual en la ciudad desde los años 60, es sin duda macabra. La consecuencia que ha generado, sin embargo, parece destilada de una novela de realismo mágico. Una secuela casi romántica que sorprende al visitante y que es propia tan solo en esta villa ribereña de Antioquia.

Resulta que estos anónimos cuerpos errantes del Magdalena, una vez levantados de las aguas, se reconvierten en cotizados santos que los oriundos de Puerto Berrío se disputan por adoptar. “Almas de purgatorio” sin atención ni reclamo. Supuestos intercesores celestiales que estos lugareños acogen, velan, rebautizan y apelan en pro de su propia fortuna.

Don Francisco Luis Mesa, un hombre de piel morena, pelo cano y devoción inquebrantable lo sabe todo sobre esta costumbre. Él es el propietario de la funeraria San Judas de Puerto Berrío. A sus 62 años lleva 25 de ellos dedicado a recoger del río, encofrar y dar sepultura a estos difuntos flotantes que se encallan en esta parte del cauce.

 

Tumbas de cadáveres adoptados en Puerto Berrío

 

“Yo trabajaba en un cementerio de Medellín”, relata el sepulturero, “un día me vine a pasear a esta ciudad, que en los años 80 sufría la violencia de una forma brutal. Ese día había 18 entierros en el municipio y tres cadáveres en el Magdalena. Esos últimos eran gente sin nombre y sin reclamar. En ese momento, decidí que me quedaría aquí a rescatar cuantos más cuerpos pudiese de las aguas para ofrecerles descanso eterno”.Hoy las manos de Don Francisco ya llevan sacados del río 320 fallecidos, a menudo tan solo la parte que queda de ellos. Enterrar, ha enterrado a más de 800 cadáveres anónimos de los que, pasado el tiempo y las investigaciones, aún conserva cerca de 200 sin identificar en su necrópolis. Él los llama Pepitos. Para sacar a los que llegan flotando existe un proceso costoso que Mesa sufraga y desempeña: “Los pescadores ven cuerpos en el agua y me avisan. Yo llevo mi camioneta hasta el puerto, alquilo una canoa, lo saco, llamo a la policía para que saque muestras y me lo llevo al cementerio a darle cristiana sepultura. Pongo hasta las uñas para hacer eso. Las instituciones, si es que tienen, apenas ponen el ataúd”, se lamenta. “Los que no saco yo, cientos, o miles, simplemente siguen el curso del río”.

El folclore por el muerto comienza después de ese trabajo. Dice Mesa que a menudo ni siquiera ha llegado al camposanto con su camioneta cuando ya le asaltan los devotos de las almas desconocidas: “Don Francisco, ¿Es un N.N?”, le preguntan. Con esas siglas marca él el nicho de los desconocidos que sepulta. Es entonces cuando la gente llega para cambiar el destino de ese difunto en siglas: “Escogido”, dibujan en la piedra los vivos que quieren adoptar al fenecido recién llegado. “Y desde entonces esa alma ya tiene un dueño”, dice Mesa. “O dos, porque hay casi el doble de adoptantes que de N.N., no quedan para todos”, apunta.

“El que escoge la tumba la cuida”, explica este incansable rescatador de muertos. Él también un día escogió velar el féretro de una persona que él mismo sacó del río “sin cabeza, sin manos y sin pies”. “La gente cuida la sepultura, la limpia, la decora, le pinta la piedra, normalmente de colores vivos, de hecho, son las tumbas más bonitas del cementerio”, se enorgullece. “Se le llevan velas, comida, agua, flores… Muchos les rebautizan, a menudo con un nombre que coincidan con las siglas N.N.”, prosigue con esta historia novelesca.

Jaled_puenteSegún cuenta, la relación entre el N.N. y vivo es algo así como un trato de favor. El adoptante le pide deseos a su escogido a cambio de sus cuidados y rezos por su alma. Una vez obtenidos los socorros, con frecuencia se le coloca una placa que dice: “gracias por los favores recibidos”. “Y si son muy grandes esas ayudas”, añade Don Francisco, “incluso hay quien le pone al N.N. el apellido de su familia y se lo lleva al osario familiar”. 

Se mezcla otro motivo. Cinco décadas de conflicto armado y violencia han dejado en Colombia más de 50.000 desaparecidos. Los habitantes de Puerto Berrío saben muy bien lo que es sufrir esa desgracia en sus propias carnes. “Muchas veces”, dice el sepulturero, “el adoptante no solo quiere pedirle favores al N. N., sino que también cuida ese cuerpo como sustitución al del verdadero familiar que nunca llegó a encontrar”.

Blanca Nuri Martínez tenía ambos motivos para adoptar un muerto del río. Esta mujer de la localidad, madre de siete hijos, ha visto a tres de ellos desaparecer sin dejar huella. Ella escogió a dos N.N. a los que vela sin falta y a los que pide favores mundanos. Al primer cuerpo le puso de nombre Isabel, como su difunta mejor amiga de la infancia. Al segundo le promete el nombre del hijo, al que nunca pudo velar, si se porta bien con ella. “Yo le presto mis lágrimas a estas almas que no tienen quien les cuide y les rezo para aliviar su sufrimiento”, esgrime la curtida señora.

Puente de acceso a Puerto BerríoTanta es la devoción por los incógnitos muertos en esta localidad que al parecer lo más desafortunado que le puede ocurrir a un adoptante es que su N.N. sea identificado y pierda el anonimato. Con él pierde su nombre nuevo y la capacidad de hacer milagros. Vuelve a ser propiedad de la familia original. “Los que las autoridades reconocen pasan a un pabellón, después a una bodega, y si los familiares no retiran el cuerpo, se les lleva a una fosa común con su número de placa identificativa”, explica Don Francisco, “pero el que es reconocido ya no puede ser el escogido de nadie”.  

Los que quedan para interceder por los vivos son los cuerpos sin nombre real. De los más de 2.000 N.N. puros registrados por el gobierno colombiano, más de 800 han sido hallados en Puerto Berrío. Aunque la cosa, según las estadísticas, es menos grave ahora. Mesa cuenta que atrás quedaron los tiempos en los que llegaban a bajar “20 o 30 cuerpos en un solo día por el río”. “Ahora el  país ha mejorado en cuestión de violencia”, alivia la tragedia, “ya no son más de siete, ocho o nueve fallecidos al mes los que encontramos en las aguas”. “Además”, añade, “antes eran pocos los que podían ser identificados, pero desde hace 13 años interviene en los exámenes la fiscalía y casi todos los cuerpos son reconocidos. Antiguamente ni se pensaba en buscar sus verdaderos apellidos”.

Pero a pesar de la mejora, este pescador de difuntos no piensa dejar de hacer lo que hace hasta que no quede ni un solo cadáver bajando por el Magdalena. Por eso aprovecha para hacer una desesperada llamada a “cualquier organismo, voluntario u ONG” que quiera colaborar con él en su bizarra tarea. “Yo lo tengo que pagar todo. La gasolina del carro, los plásticos, la canoa, los guantes… a veces hasta la caja si la alcaldía no quiere darme. ¿No hay alguien que me pueda donar una pequeña lancha en desuso o alguna otra cosa que me sea útil para poder seguir dando descanso a estas pobres almas? Pon eso en tu periódico”, implora Don Francisco.

El alternador arreglado y viento en popa rumbo a Medellín. Adelante queda un país de paisajes, cultura y bondades por descubrir. Atrás, el insólito folclore de Puerto Berrío, la pequeña ciudad empeñada en impedir a los verdugos que sus víctimas, anónimas, se ahoguen en el olvido de las aguas del gran río.

La-Cada-teleferico
No es un chiste: Esto son un caraqueño, uno de Maracaibo y uno de Valencia (tres de las principales ciudades venezolanas) que se ponen a discutir sobre qué ciudad de su república es la más recomendable para ir a hacer cosas tan llanas y agradecidas como disfrutar de paisajes de postal, respirar montaña o quemar la noche de bar en bar hasta horas indecentes y volver a casa tranquilo de paseo farolero.

“Pues la mía…”, “pues la mía…”, “pues la mía…”, dice cada uno sin convencer al resto. En esto que aparece en la conversación uno de Mérida y sentencia: “En la mía se puede hacer todo eso”. Y van los otros y callan sin objeción alguna. Al parecer está en lo cierto.

Gracia no tiene, porque chiste no era, pero aquí uno que ya está echando las maletas al coche y llenando el depósito a precio de barra de pan. Próxima estación: Mérida, principal localidad de los Andes venezolanos.

Pico-TorresEsta pequeña urbe de 230.000 habitantes, capital del municipio Libertador del estado de Mérida, es una ciudad de esas a las que cuesta llegar por culpa de su altitud (1.600 m. montaña arriba), pero de la que más cuesta irse por culpa de su espíritu. Parece que la amabilidad del país aumenta a la par que los metros.

- Busco este hostal.

- Eso está a unas cuantas cuadras.

- ¿Dónde?

- No se preocupe, chamo, yo le llevo.

Un vistazo en redondo basta para entender el concepto. Ciudad de casas bajas, población gentil, montaña verde, cielo celeste, roca morena y olor a aire de nieve. 19 grados perennes de media se agradecen después de dos meses de ruta sudando trópico.  

Su denominación se la debe al capitán español que la fundó en 1558, Juan Rodríguez Suárez. A juzgar por lo que uno conoce, fue más cosa de nostalgia que de simetría paisajística que el enclave se quedara con el nombre de la ciudad ibérica donde había nacido este colono.

La meseta donde se sitúa, en mitad de la cordillera andina, es una terraza inmensa del valle del río Chama. La Sierra Nevada de Mérida (el único lugar del país donde se puede ver nieve) y la Sierra de la Culata se pluriemplean a sus flancos protegiendo a la comarca del viento a la par que le colocan un marco de obra de arte. En la primera de ellas, el pico Bolívar pone la importancia enciclopédica a la región testimoniándose como el punto más alto de Venezuela (4.978 metros).

Cascada-india-CarOtros tres ríos, -el Albarregas, el Mucujún y el Milla-, atraviesan la ciudad junto al Chama. El resultado son las 200 lagunas que se forman en la parte baja de la región. Suficiente agua para hidratar la vegetación serrana, el verde helecho y la masa enredada del norte de la zona llamada Selva Nublada. También para dar de beber a los colibríes, los loros y los cóndores que surcan el skyline montañoso andino.  

Bocanada de oxígeno. Premonición de toparse con el abuelito de Heidi. Oportunidad de olvidarse de las estadísticas lúgubres de esta nación para ponerse de nuevo el disfraz de turista -esta vez con las botas de andariego-. Un minúsculo autobús, igual de pequeño que los demás que circulan por la urbe, sube hasta el frondoso bosque de El Valle. “Restaurante. Trucha fresca”, dice el cartel de una parcela extraviada en el páramo llamada Truchicultura Monte Rey.

- ¿Sirven aquí buena trucha?

- Claro, papá. Tome usted esta caña y pésquela. Nosotros se la cocinamos bien rica.

Lo natural es la rúbrica de este lugar. Observar esa pureza en bruto es tan fácil como subirse al teleférico más alto del planeta –también el segundo más largo del mundo- (4.765 metros sobre el nivel del mar y 12,5 Km de trayecto), propiedad de esta región del suroeste venezolano -aunque temporalmente parado-.

Claro, que no todos las excelencias de Mérida tienen que ver con pureza asilvestrada. En la idiosincrasia de este lugar son un fijo los turistas nativos e internacionales que saturan las avenidas y el trolebús de este oasis de tranquilidad nacional. Por otro lado, ser la sede de la universidad de los Andes (la más prestigiosa de la nación y la número 30 de Latinoamérica), sonoriza a este paraíso montañoso con el bullicio de miles de jóvenes que la convierten en una de las capitales universitarias más importantes del país y en una referencia para el ocio nocturno bolivariano.

SAM_0291Un vino chileno para los más sibaritas en la Casa de los Trequeños, junto a la remodelada Plaza Milla, o unas cervezas a morro con olor a Jamaica de fondo en el bar Botana (a pasos de la plaza de las Heroínas), puede ser un buen plan inicial para el mocerío que habita esta ciudad con ambiente de campus. “Después toca la rutica, como decimos nosotros”, sugiere Belkis Rojas, actriz y estudiante en la universidad local. “Es decir: el Hoyo del Queque, el Birosca y para terminar el Emu. Si es que te quedan fuerzas”.

Cerca de una treintena de bares y pubs abarrotan esta localidad de ritmos y ponen a rebosar sus ramblas de juventud ociosa. El miedo a las calles vacías de otras regiones del país aquí lo echó fuera la gente que colma las vías a casi cualquier hora.

¿Salsa?, un poco, por supuesto,  pero por primera vez en muchos kilómetros de viaje las danzas caribeñas han perdido su protagonismo imperativo. Grupos como Calle 13,  PapaShanty o Dame pa’Matala revientan los bafles para darle un respiro a las caderas de estudiantes y turistas. Hasta la mítica banda española Ska-P resucita con fuerza en este lado del charco para recordar aquello de que “el patrón” es “tu enemigo”.

¿Quién iba decir que en la latitud del perreo omnipresente el Drum and Bass iba a encontrar un hueco en plenos Andes? De eso se encarga el pub Birosca, la segunda cita obligada del mogollón. ¿Y por qué no alargar la velada hasta el amanecer escuchando Rock&Roll en un bar de románticos ochenteros, cigarros y verja entreabierta llamado Emu?  La vuelta a casa, puro relax para quien ya ha experimentado noches de fiesta en ciudades como Caracas.

  Calypso-6

Un pequeño inciso amargo de obligatoria confesión sin querer ennegrecer el texto: Como se trata de este país, también existen situaciones tan europeamente incomprensibles como que un tipo mate a su perro a tiros en mitad de la calle “para que no sufra”, algún que otro ajuste de cuentas en los papeles o que en una residencia universitaria el grupo pseudoguerrillero Tupamaro tenga libertad para imponer sus normas e incluso para construir un muro alrededor del recinto y así evitar injerencias oficiales o extraoficiales. Así es Venezuela. Pero hasta eso parece aquí menos rudo que en el resto del estado. En general, balance muy positivo.

Alguien le recriminó a este autor que Kilómetro Sur no hablaba de lugares que un viajero sin ganas de asumir riesgos pudiera visitar en Venezuela. De antemano pidió que no se le repitiera lo que cualquier panfleto de agencia turística ya cuenta de la isla Margarita. Querido lector, aquí está su paraíso venezolano. 

El País

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