El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Recorrer Sudamérica en coche es una buena idea para no perder el hilo de su realidad agitada. Un blog de contacto con la gente, de emociones, asfalto, paraísos y estaciones de servicio.

Sobre el autor

Jaled Abdelrahim

A Jaled Abdelrahim no le convenció ni su trabajo como reponedor de supermercado, ni su carrera de derecho, ni su labor como periodista sedentario. Lo que quería era conocer el mundo de primera mano. Después de viajar por Europa, Oriente Medio y el norte de África, su última iluminación no ha sido otra que recorrer el sur de América de punta a punta a bordo de un Volkswagen desvencijado. Colabora con El Viajero, la revista Yorokobu y varios medios de viajes.

Cuenta de Twitter: @JaledAA

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23 ene 2013

La cuna del sombrero 'panamá'

Por: Jaled Abdelrahim

Chiringuitos de playa en Montañita, en Ecuador
Hagamos un poco el turista. Tampoco es plan pasarse la vida de tema serio en tema serio para un blog de viajeros. El fugaz desarrollo de Ecuador y la buena gestión en muchas de sus regiones dejan lugar para disfrutar un poco del relax del gringo, como se llama aquí a los extranjeros de piel pálida. Opino que ya habrá otras oportunidades para hablar de los malos ratos de Sudamérica. Arriba del petate: bañador, toalla, botas de montaña y ¿por qué no?, una bufanda futbolera. Examinado el mapa de mi próximo recorrido creo que será suficiente para pasar unos días de fútil entretenimiento. Lo que no me esperaba yo era hasta qué punto aquí los nombres le iban a dar la vuelta a mis ibéricos conceptos.

El primer destino al que me dirijo se llama Montañita. Para eso las botas, pensará, como yo mismo hice, el lector que relaciona los nombres al vuelo. Primer error. Resulta que este lugar de alias alpino nada tiene que ver con un destino rocoso. Chiringuitos, hamacas, casas de caña y paja, turistas, bicitaxis, cabañas ecológicas, artesanos, olas de dos metros y, por consiguiente, una caballería de jinetes de tabla. Paraíso costero de cuatro calles de ancho y meca de hippies, música reggae, ambiente nocturno, bebidas tropicales y turistas foráneas que en este cálido rincón del país se lanzan a lucir cuero.

Esta comuna, provincia de Santa Elena, situada en la conocida como Ruta del Sol, se ha convertido en las últimas décadas en un fijo en el Pacífico para la juventud autóctona y extranjera. Sus pocos habitantes, antes pescadores y artesanos aún organizados de manera cooperativa y asamblearia, pronto entendieron que el flujo económico del turismo surfero dejaba en sus arcas una ola de ingresos mucho más espumosa que la que traían sus viejos oficios. Su enclave privilegiado de playa blanca rodeada de pequeñas colinas y densa naturaleza es sin duda la gallina de los huevos de oro para esta diminuta localidad. En especial de noviembre a abril, “¿la temporada playera?” Segundo desengaño de ideas adquiridas en la escuela.

Café Raymipampa, en Cuenca (Ecuador)
Que levante la mano al que no le contaron en el cole de crío que cerca de la línea de ecuador no había estaciones. En agosto, verano en el hemisferio norte e invierno en el sur. En enero, lo mismo pero dando la vuelta al concepto. Y cerca de la línea del ecuador, se quedaban sin estaciones por estar tan pegaditos al paralelo del centro. Pues todo mentira. Nos engañaba el profe de geo. Bajando por la costa pacífica, repleta de localidades con malecones y grandes complejos hoteleros, me explican los autóctonos que allí hay temporada alta y temporada baja, y que de mayo a octubre, como en Benidorm pero a contrafecha, allí no hay ni turistas, ni bares ni nada. Que hace frío y es invierno. Desde luego, nada mejor que viajar para aprender de nuevo.

- ¿Has visto cómo juega el Barcelona? - me dice un tipo en una de esas pequeñas conversaciones de gasolinera.

- Claro hombre, vengo de España. Yo he visto a Messi en directo - respondo con cierta arrogancia.

- ¿Messi? No, hombre no, el Barcelona de Guayaquil - me calla.

Otra más para sentirme un ignorante completo.

Aprendamos: El Barcelona de Guayaquil nada tiene que ver con el Nou Camp, ni con Xavis, ni con Iniestas. Pero debe ser que el hábito sí hace al monje. Al parecer en Ecuador este club también es el bueno. Cuando llego a esta ciudad apodada la Perla del Pacífico, la más grande y poblada de la república, me encuentro con una multitud de jóvenes que lucen prendas con un escudo que a simple vista parece el del Barsa con ligeros desperfectos. Pero de imitación nada. Aquí el orgullo de ser del Barcelona no se trata de un fetichismo por el fútbol extranjero que esté de temporada.

El Barcelona Sporting Club es un equipo con entidad e historia propia fundado en 1925 por jóvenes españoles aficionados del Barsa europeo y jugadores ecuatorianos de la Gallada de la Modelo (Guayaquil). 14 títulos de campeonato nacional,  una decimosexta posición en la Tabla Histórica de la Copa Libertadores, único equipo del país que jamás ha bajado de la Serie A desde que se profesionalizó el fútbol en Ecuador (1957) y, en la memoria de sus aficionados más veteranos, el recuerdo de un legendario 3-2 en casa contra el club que por 1949, el año de aquel partido, era considerado el mejor del mundo: un Millonarios bogotano que jugaba con las botas de don Alfredo Di Stéfano. 

Parque nacional El Cajas, Para los habitantes de esta ciudad portuaria de negocios, cerros, mar e iguanas gigantescas a orillas del abrumador río Guayas, ser de los Canarios, o los Toreros, o los Amarillos, como se llama a este club local, es cuestión casi religiosa. Las rayas blaugranas que algún día lucieron quedaron atrás y se decantaron por el amarillo y el negro. No les hacía falta imitar indumentaria para lucir nombre. En Ecuador, hay otra manera de ser del Barcelona.

Suficiente costa. Vuelvo rumbo a las montañas. A ver con qué me puede sorprender lejos de España una ciudad llamada Cuenca. A esta ciudad la apodan Atenas.  A 2500 metros sobre el nivel del mar, la urbe tiene medio millón de habitantes que aquí no son conquenses, sino cuencanos. Fuera otra noción de mi otro lado del charco.

Capital de la provincia de Azuay, esta localidad entre montañas luce en su casco histórico la medalla de Patrimonio de la Humanidad desde finales del siglo pasado. Lo de llevar por pseudónimo la Atenas ecuatoriana es debido no solo a su imponente arquitectura republicana, la diversidad cultural de sus habitantes, o por tener sus calles, sus aulas y sus bares repletas de universitarios nacionales y extranjeros. Es que además se ganó la fama a pulso gracias a sus aportaciones a las artes, las ciencias y las letras de este país sudamericano.

Una barbería en Cuenca (Ecuador) Muchos dicen que se llama Cuenca porque sobre el río Tomebamba, uno de sus cuatro generosos afluentes del Amazonas, hay casas colgadas como en su tocaya española. No es cierto. Aquí las casas no cuelgan. El nombre se le puso en honor a un Virrey español llamado Andrés Hurtado de Mendoza, oriundo de esa localidad de la patria chica. Pero que conste que a la Cuenca americana no le han hecho falta construcciones tendidas para convertirse en un reclamo turístico internacional de primera línea de folleto.

Al enclave no le falta de nada. Poco le importa que Quito y Guayaquil sean más grandes a sabiendas de ser la ciudad con mayor calidad de vida del país. Ese dato, popularizado desde hace unos años, ha creado un reclamo de retiro para gringos jubilados de Europa y del norte del continente y un tirón al alza en el precio de los servicios y las nuevas construcciones.

En sus tripas de calles con forma de damero: barrancos naturales, iglesias majestuosas, calles empedradas, cúpulas que cortan el horizonte, ferias de flores, cholas (mujeres con el atuendo típico de la campesina ecuatoriana) y barberías centenarias le ponen la cruz a una moneda que en su cara contiene turistas con cámaras, estudiantes de apuntes, break dance en las plazas, noches de juerga en Calle Larga o apetitosos menús en bares de historia y diseño como el Raymipampa (Benigno Malo 8-59), una recomendación de buen precio, calidad y gusto en una sala originalmente decorada.

En sus extremidades, la ciudad cuenta con las montañas, los ríos, los lagos y un parque Nacional llamado Cajas para privar tanto al senderista como al amante de las vistas de postal.

Sombreros panamá en Cuenca (Ecuador)
En su cabeza lo que hay es un elegante sombrero paja toquilla llamado jipijapa, un producto hecho a mano que puso a Ecuador en el mapa de las viseras del mundo, que los norteamericanos bautizaron Panamá Hat porque se utilizaron durante la construcción del canal de Panamá y que en Cuenca cuenta hasta con su propio museo: en esta ciudad se crean el 90% de estos sombreros que sirven para evitar sobrecalentamientos en testas de todo el planeta.

Total, que vuelta al coche rumbo a Perú con mis pulseritas surferas, mis panorámicas cuencanas, mi sombrerito blanco de paja, mis conceptos renovados y una bufanda del Barcelona amarillo. Todo aprendido y por supuesto recomendado. De vez en cuando, no está mal hacerse un poco el gringo. 

09 ene 2013

La dieta de la mitad del mundo

Por: Jaled Abdelrahim

Línea del Ecuador, en Quito
Dicen que uno pesa menos si coloca un pie a cada lado de la línea del Ecuador porque allí se encuentra el punto más alejado del centro de gravedad de la Tierra, el cinturón más ancho del globo, y por tanto, la fuerza gravitatoria es menor que en cualquier otro lugar del planeta. Colombia en el retrovisor del  Volkswagen y por delante otro sello para decorar el pasaporte. Rumbo: Quito, la capital del país con el nombre del paralelo cero. Veamos si es verdad que éste es buen método para presumir de unos kilos de menos.

Primeras comparaciones tras franquear aduana. En balance general, la bandera repite tonos por tercer país consecutivo: amarillo, azul y rojo. Cambiar, cambia la calidad de las carreteras principales (a mejor), el número de muertes violentas (a bastantes menos), y los billetes oficiales con los que se paga en mostrador (a dólares estadounidenses).

En un continente de naciones con tendencia al gigantismo, la República de Ecuador luce la talla S que se le adjudicó tras la desmembración de lo que un día fue la Gran Colombia (Venezuela-Colombia-Ecuador-Panamá). Sus escuetos 280.000 kilómetros cuadrados están surcados de norte a sur por una cordillera andina que en ese punto sostiene más de 80 volcanes. Al oeste de esa orgía eruptiva queda una mansa llanura boscosa conocida como el Golfo de Guayaquil. Al otro lado, el verde cerrado del Amazonas.  Entre tanto, el país se queda con el récord de ser la nación con más alta concentración de ríos por kilómetro cuadrado del mundo y con una posición de honor dentro del modo panorámica de la cámara fotográfica del visitante.

Su esencia, como su presente y su café, huele a mezcla. Este estado de atributos indígenas y perfil europeo lucha por sacudirse su antigua realidad hambrienta para colocarse al frente del tren latinoamericano. Jarabe de petróleo mediante. Por el momento, y a pesar de las grandes desigualdades sociales que aún soporta, su índice de pobreza ha bajado un presumible 5% en el último año (actualmente es del 32,4% según Comisión Económica para América Latina), y ya es la tercera economía con más rápido crecimiento a este lado del continente.

Panorámica de Quito al atardecer con el volcán Cotopaxi al fondo

Panorámica de Quito al atardecer con el volcán Cotopaxi al fondo.
Foto: Paul Harris

Observo que de política no se discute mucho. Al menos, no tanto como en los dos países que pasaron por el camino. En parte, será porque las cosas parece que funcionan, porque los datos dicen que los pobres ahora son menos pobres y porque más del 60% del electorado, según las encuestas, está de acuerdo en que Rafael Correa salga reelegido presidente en la próxima cita electoral, que será en febrero. En parte, será también porque la libertad de expresión, al menos en lo que a prensa se refiere, se ha visto de un tiempo a esta parte caciquilmente mermada.

-    ¿Tú qué opinas de Correa?, le pregunto aleatoriamente a Adrián, un joven de 22 años y clase media que combina sus estudios de economía con su trabajo de recepcionista de hospedaje.
-    Bien, ¿no?, contesta. No sé. ¿Qué puedo opinar de él?, devuelve la duda. A mí mientras Ecuador vaya bien, bacano

Me doy por respondido.

Pero no nos metamos en camisas de once varas ni perdamos el eje del asunto. La cuestión aquí es Quito y saber si en la línea del ecuador uno puede bajar de peso. De la ciudad, como ciudad, cabe decir que esta capital rodeada de volcanes y encaramada a los 3.000 metros sobre el nivel del mar vive un dulce momento de prosperidad. Lo que cualquier autóctono recuerda como un lugar inseguro y desordenado un par de lustros atrás, hoy es una moderna urbe en la que se mezclan vendedores ambulantes, galerías artísticas, cúpulas de iglesias (por decenas), discotecas, coches de policía, mercados de pobres, restaurantes de ricos, miradores, artesanos, cafés, fachadas de colores, gárgolas con formas de iguanas, una gigantesca Virgen con alas que preside el horizonte y una colección de hoteles boutique, aunque suene raro el concepto.

Desde el solemne centro histórico al barrio bohemio de la Mariscal, entidades públicas y privadas vienen desde hace una década trabajando en darle a esta localidad un tono que guste a poblador y turista. Iniciativas como la mejora de la seguridad, la propagación del agua potable, la reforma de las viviendas, la instalación de alcantarillado, la disposición de zonas de ocio o la recuperación de espacios verdes aderezan de remedios la ensalada de ambientes que conviven en esta región ecuatoriana. Un paseo de punta a punta de la urbe parece reconfirmar (aunque no del todo) los optimistas datos oficiales.

Paseantes por la Ciudad Vieja de Quito
La otra cuestión de esta entrada era el tema de lo de subirse a la mitad la tierra para engañar a la báscula. Esa es otra. Una vez conocido el percal, la cosa tiene gracia. Durante mucho tiempo ha existido gente que defiende esta máxima poniendo como prueba sus fotos con una pata a cada lado de la raya, que en los 80 se dibujó en el suelo para que quedara claro dónde se hallaba el centro del mundo. Pero la historia de esta línea imaginaria para nada está hecha de una sola trazada.

Paseantes en la Ciudad VIeja de Quito.
Foto: Christian Kober

El primero en clavar su bandera para atraparla fue el geógrafo Charles Marie de la Condamine, a principios del siglo XVIII. La encontró en un departamento del extremo norte de Quito llamado San Antonio de Pichincha. Para corroborar su trabajo, a finales del mismo siglo acudió el general Charles Perrier, de la academia Francesa de las Ciencias, para verificar la buena posición del linde. Posteriormente, en 1936, el doctor ecuatoriano Luis Tufiño terminó de dar fe al asunto y se construyó en el enclave  un monumento de más de 10 metros de altura que honraba el hito geográfico ecuatoriano.

Menos mal que al obelisco no le hicieron cimientos demasiados profundos. A veces, los avances no solo ayudan, sino que también fastidian las cosas que se dan por sentadas. En 1979 la comunidad científica descubrió que el lugar donde se había colocado el monumento no era exactamente la línea del centro del mundo. Así que, en lo que se aclaraban, trasladaron el monumento a una ciudad llamada Calacalí, a siete kilómetros de distancia.

Entre descubrimiento y descubrimiento, la mitad del mundo bailaba. De 1979 a 1982, muy cerquita de donde se había situado el primer enclave, en San Antonio de Pichincha, se construyó otro monumento mucho mayor que el primero para indicar el definitivo descubrimiento de la línea de la media naranja. 30 metros de altura en piedra pulida, hierro y cemento, un museo etnográfico, la reproducción de una pequeña ciudad colonial llamada Mitad del Mundo y una raya dibujada en el suelo para marcar en tinta gruesa la prolongación del paralelo. Todo un blanco turístico miles de veces fotografiado. Solo tenía un pequeño error: ese lugar, tampoco era el correcto. Otra vez la misma faena.

La moderna tecnología GPS acabó por determinar que la verdadera mitad de la tierra se hallaba exactamente 240 metros al norte de aquello, donde ahora (2006) se ha levantado el Museo Solar Intiñán y el reloj solar Quitsato. Precisamente, en la misma horizontalidad donde los indígenas precolombinos ya habían ubicado la Catequilla, un viejo yacimiento arqueológico cuyo nombre significa “el que sigue a la Luna”. Ellos, sin GPS ni nada.

En definitiva, que con tanto vaivén, ya no sé ni dónde debería pesar menos exactamente, ni de dónde sacar una báscula, ni de qué me serviría reducir unos kilos momentáneamente para volverlos a engordar en cuanto me desmonte de la raya. Teoría del pesaje fallida. Que lo compruebe otro. Al lector le diré, como sugerencia turística, que incluya Quito entre las ciudades que visitar en el mundo, le gustará. Como consejo para bajar de peso, mejor que siga recurriendo a la alcachofa.

El País

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