Hagamos un poco el turista. Tampoco es plan pasarse la vida de tema serio en tema serio para un blog de viajeros. El fugaz desarrollo de Ecuador y la buena gestión en muchas de sus regiones dejan lugar para disfrutar un poco del relax del gringo, como se llama aquí a los extranjeros de piel pálida. Opino que ya habrá otras oportunidades para hablar de los malos ratos de Sudamérica. Arriba del petate: bañador, toalla, botas de montaña y ¿por qué no?, una bufanda futbolera. Examinado el mapa de mi próximo recorrido creo que será suficiente para pasar unos días de fútil entretenimiento. Lo que no me esperaba yo era hasta qué punto aquí los nombres le iban a dar la vuelta a mis ibéricos conceptos.
El primer destino al que me dirijo se llama Montañita. Para eso las botas, pensará, como yo mismo hice, el lector que relaciona los nombres al vuelo. Primer error. Resulta que este lugar de alias alpino nada tiene que ver con un destino rocoso. Chiringuitos, hamacas, casas de caña y paja, turistas, bicitaxis, cabañas ecológicas, artesanos, olas de dos metros y, por consiguiente, una caballería de jinetes de tabla. Paraíso costero de cuatro calles de ancho y meca de hippies, música reggae, ambiente nocturno, bebidas tropicales y turistas foráneas que en este cálido rincón del país se lanzan a lucir cuero.
Esta comuna, provincia de Santa Elena, situada en la conocida como Ruta del Sol, se ha convertido en las últimas décadas en un fijo en el Pacífico para la juventud autóctona y extranjera. Sus pocos habitantes, antes pescadores y artesanos aún organizados de manera cooperativa y asamblearia, pronto entendieron que el flujo económico del turismo surfero dejaba en sus arcas una ola de ingresos mucho más espumosa que la que traían sus viejos oficios. Su enclave privilegiado de playa blanca rodeada de pequeñas colinas y densa naturaleza es sin duda la gallina de los huevos de oro para esta diminuta localidad. En especial de noviembre a abril, “¿la temporada playera?” Segundo desengaño de ideas adquiridas en la escuela.
Que levante la mano al que no le contaron en el cole de crío que cerca de la línea de ecuador no había estaciones. En agosto, verano en el hemisferio norte e invierno en el sur. En enero, lo mismo pero dando la vuelta al concepto. Y cerca de la línea del ecuador, se quedaban sin estaciones por estar tan pegaditos al paralelo del centro. Pues todo mentira. Nos engañaba el profe de geo. Bajando por la costa pacífica, repleta de localidades con malecones y grandes complejos hoteleros, me explican los autóctonos que allí hay temporada alta y temporada baja, y que de mayo a octubre, como en Benidorm pero a contrafecha, allí no hay ni turistas, ni bares ni nada. Que hace frío y es invierno. Desde luego, nada mejor que viajar para aprender de nuevo.
- ¿Has visto cómo juega el Barcelona? - me dice un tipo en una de esas pequeñas conversaciones de gasolinera.
- Claro hombre, vengo de España. Yo he visto a Messi en directo - respondo con cierta arrogancia.
- ¿Messi? No, hombre no, el Barcelona de Guayaquil - me calla.
Otra más para sentirme un ignorante completo.
Aprendamos: El Barcelona de Guayaquil nada tiene que ver con el Nou Camp, ni con Xavis, ni con Iniestas. Pero debe ser que el hábito sí hace al monje. Al parecer en Ecuador este club también es el bueno. Cuando llego a esta ciudad apodada la Perla del Pacífico, la más grande y poblada de la república, me encuentro con una multitud de jóvenes que lucen prendas con un escudo que a simple vista parece el del Barsa con ligeros desperfectos. Pero de imitación nada. Aquí el orgullo de ser del Barcelona no se trata de un fetichismo por el fútbol extranjero que esté de temporada.
El Barcelona Sporting Club es un equipo con entidad e historia propia fundado en 1925 por jóvenes españoles aficionados del Barsa europeo y jugadores ecuatorianos de la Gallada de la Modelo (Guayaquil). 14 títulos de campeonato nacional, una decimosexta posición en la Tabla Histórica de la Copa Libertadores, único equipo del país que jamás ha bajado de la Serie A desde que se profesionalizó el fútbol en Ecuador (1957) y, en la memoria de sus aficionados más veteranos, el recuerdo de un legendario 3-2 en casa contra el club que por 1949, el año de aquel partido, era considerado el mejor del mundo: un Millonarios bogotano que jugaba con las botas de don Alfredo Di Stéfano.
Para los habitantes de esta ciudad portuaria de negocios, cerros, mar e iguanas gigantescas a orillas del abrumador río Guayas, ser de los Canarios, o los Toreros, o los Amarillos, como se llama a este club local, es cuestión casi religiosa. Las rayas blaugranas que algún día lucieron quedaron atrás y se decantaron por el amarillo y el negro. No les hacía falta imitar indumentaria para lucir nombre. En Ecuador, hay otra manera de ser del Barcelona.
Suficiente costa. Vuelvo rumbo a las montañas. A ver con qué me puede sorprender lejos de España una ciudad llamada Cuenca. A esta ciudad la apodan Atenas. A 2500 metros sobre el nivel del mar, la urbe tiene medio millón de habitantes que aquí no son conquenses, sino cuencanos. Fuera otra noción de mi otro lado del charco.
Capital de la provincia de Azuay, esta localidad entre montañas luce en su casco histórico la medalla de Patrimonio de la Humanidad desde finales del siglo pasado. Lo de llevar por pseudónimo la Atenas ecuatoriana es debido no solo a su imponente arquitectura republicana, la diversidad cultural de sus habitantes, o por tener sus calles, sus aulas y sus bares repletas de universitarios nacionales y extranjeros. Es que además se ganó la fama a pulso gracias a sus aportaciones a las artes, las ciencias y las letras de este país sudamericano.
Muchos dicen que se llama Cuenca porque sobre el río Tomebamba, uno de sus cuatro generosos afluentes del Amazonas, hay casas colgadas como en su tocaya española. No es cierto. Aquí las casas no cuelgan. El nombre se le puso en honor a un Virrey español llamado Andrés Hurtado de Mendoza, oriundo de esa localidad de la patria chica. Pero que conste que a la Cuenca americana no le han hecho falta construcciones tendidas para convertirse en un reclamo turístico internacional de primera línea de folleto.
Al enclave no le falta de nada. Poco le importa que Quito y Guayaquil sean más grandes a sabiendas de ser la ciudad con mayor calidad de vida del país. Ese dato, popularizado desde hace unos años, ha creado un reclamo de retiro para gringos jubilados de Europa y del norte del continente y un tirón al alza en el precio de los servicios y las nuevas construcciones.
En sus tripas de calles con forma de damero: barrancos naturales, iglesias majestuosas, calles empedradas, cúpulas que cortan el horizonte, ferias de flores, cholas (mujeres con el atuendo típico de la campesina ecuatoriana) y barberías centenarias le ponen la cruz a una moneda que en su cara contiene turistas con cámaras, estudiantes de apuntes, break dance en las plazas, noches de juerga en Calle Larga o apetitosos menús en bares de historia y diseño como el Raymipampa (Benigno Malo 8-59), una recomendación de buen precio, calidad y gusto en una sala originalmente decorada.
En sus extremidades, la ciudad cuenta con las montañas, los ríos, los lagos y un parque Nacional llamado Cajas para privar tanto al senderista como al amante de las vistas de postal.
En su cabeza lo que hay es un elegante sombrero paja toquilla llamado jipijapa, un producto hecho a mano que puso a Ecuador en el mapa de las viseras del mundo, que los norteamericanos bautizaron Panamá Hat porque se utilizaron durante la construcción del canal de Panamá y que en Cuenca cuenta hasta con su propio museo: en esta ciudad se crean el 90% de estos sombreros que sirven para evitar sobrecalentamientos en testas de todo el planeta.
Total, que vuelta al coche rumbo a Perú con mis pulseritas surferas, mis panorámicas cuencanas, mi sombrerito blanco de paja, mis conceptos renovados y una bufanda del Barcelona amarillo. Todo aprendido y por supuesto recomendado. De vez en cuando, no está mal hacerse un poco el gringo.